Figueroa era callado, taciturno, la mirada extraviada, distraído y se dormía mucho en las clases. Eso lo había notado desde un comienzo. Pensaba que llegaba muy cansado, de su trabajo a tener que estudiar y por ello se quedaba tumbado en su carpeta, a veces hasta que terminaba el turno.
-¿Qué sabes de ese chico, Figueroa?-, le pregunté a Campos cuando llegué para mis clases.
-¿Lucho? muy tranquilo, callado, no se mete con nadie-, me detalló mientras firmaba mi asistencia.
-¿No está enfermo?-, le pregunté. Algo me inquietaba de él
-No sé. No ha faltado nunca a clases ¿Por qué?-, se extrañó Campos rascándose la cabeza, con muchas ideas revoloteando en sus pensamientos.
-Se queda siempre dormido-, sonreí mordiendo coqueta mi lengüita.
-Ya sabes, el alumnado de nocturna son hombres y mujeres mayores que no pudieron culminar sus estudios cuando jóvenes y quieren recuperar el tiempo perdido. Trabajan en el día y vienen aquí a tratar de conseguir esas notas que les faltan-, me recordó sonriendo con la mirada.
La clase de geografía fue muy entretenida. Conversamos sobre los países, los continentes, también de los mares y océanos y me divertí mucho con las repuestas de mis alumnos o sus preguntas, interesados todos ellos en aprender y conocer más de nuestro planeta.
-Algún día espero conocer España-, dijo Teresa admirada de su historia.
-Yo quiero conocer Copacabana-, alzó la voz Guido.
-Claro, le dije, porque quieres ver a las garotas en tanga-
Todos rieron más él porque era cierto. -Allá usan micro tangas, Miss-, se divirtió aún más Guido en medio de los "uuuuhhh" que barullaban todos. Y vi a Figueroa durmiendo apaciblemente, sin importarle las risotadas.
-Creo que al señor Figueroa lo que gustaría conocer es una deliciosa almohada-, bromeé y otra vez todos estallaron en ruidosas carcajadas.
Sobrecogido Figueroa despertó desorbitando los ojos. -Disculpe, Miss-, se azoró parpadeando de prisa.
Era el momento preciso para saber algo de él.
-¿Mucho trabajo, Figueroa?-, me interesé.
-Uff, Miss, bastante. Ya sabe-, intentó evadir mi pregunta, pero bostezando con poco disimulo.
-¿En qué trabajas?-, mordí mi labio. Él ya había mordido el anzuelo.
-No tengo empleo, Miss, recorro todas la playas recogiendo botellas, plásticos, bolsas, lo que pueda para reciclar. Camino mucho-, fue lo que me dijo tratando de esconder la mirada en el piso, azorado y rojo como un cangrejo hervido.
Ahora no sabía qué decir. Quedé boquiabierta, conmovida. Pensé en su sacrificio, en sus largas caminatas en la playa, en todo lo que significaba ese esfuerzo enorme para, luego, llegar por la noche al colegio y tratar de aprender en clases. Me sentí tonta, sin palabras, cayendo a un vacío.
-Eres, entonces, el caminante de la playas-, se me ocurrió decir y a él le gustó eso. Reventó en risotadas.
Ese fin de semana Willy me llevó a la playa. Él había tenido una semana difícil, con muchas discusiones con sus jefes de una química. Él es laboratorista y tiene mucha presión en su trabajo. -Necesito despejar la mente-, me dijo.
Me encantaba verlo con el dorso desnudo. Su pecho tan amplio me excitaba sobremanera y admiraba sus vellos como una alfombra cubriéndolo por completo. -¿Por qué no te has casado?-, le pregunté. Él quedó absorto viendo mi diminuta tanga.
-Porque te estaba esperando-, balbuceó sin dejar de mirar mis piernas, mis caderas, mis pronuncias curvas y mis pechos redondeados en el traje de baño.
-Idiota-, le dije riéndome.
Nos quedamos tumbados en la arena, escuchando un USB de salsa, cuando lo vi a Figueroa jalando un triciclo llevando botellas y plásticos. Buscaba con afán en las papeleras y también escarbaba en la arena.
-¡Lucho!-, le pasé la voz.
Y esa mirada nunca la voy a olvidar: tenía los ojos cubiertos de lágrimas, encharcados de llanto, la carita sucia, la frente perlada de sudor y los labios partidos, endurecidos, llenos de costras. Él huyó de mí, empujando su carreta.
-¿Quién es?-, se sobrecogió Willy.
-Un alumno-, le dije y le conté todo.
-Le duele que lo veas así-, lo justificó él.
-Yo no le reprocho nada-, me molesté.
-Pero él se reprocha así mismo-, me aclaró.
Teníamos examen de literatura. Repartí las copias y les pedí que no se apuren en sus respuestas y que los hagan muy concisas. Miré a Figueroa.
-Todo trabajo dignifica, Lucho-, le dije seria dejándole la hojita para sus repuestas.
-Es que usted es tan culta, tan bella, que me avergüenzo de mí-, gimoteó.
-Vergüenza da no trabajar y provoca orgullo hacerlo, por más mínimo que sea la labor que hagas-, le dije y seguí repartiendo las hojas.
Una noche después me esperó después de clases.
-Miss, me dijo serio, colgándose su mochila, ¿aceptaría desayunar en mi casa?-
Sonreí. -Por supuesto, Lucho-
-¿Por qué lo haría?-, me desafió.
-Porque eres un hombre bueno y es lo que yo valoro en el ser humano-, lo miré fijamente.
Lucho se esforzó al máximo para sacar buenas notas y aunque siguió durmiéndose muchas veces, logró aprobar los tres años de estudios no escolarizados. Hoy tiene una empresa de reciclaje que presta servicio a grandes industrias de plásticos y papeleras y recluta siempre a personas sin recursos que encuentra en calles, parques y playas. Le escribí a una de sus r************* .
-Eres el rey del reciclaje-, le fastidié.
-No, Miss, solo soy una persona que aprendió valorar lo que hacía gracias a usted-, me respondió y yo, conmovida, me puse a llorar.