Capítulo 26

1337 Words
Willy era en realidad el ángel. Él lo conseguía todo, me sacaba de apremios, me apoyaba y estaba siempre a mi lado, ayudándome y preocupado, en todo momento, de que esté tranquila y feliz. Esa tarde que paseábamos por el parque, bajo la sombra de los árboles, me colgué de su cuello y mirándolo enamorada a los ojos, sim dejar de sonreír, le dije que era dichosa teniéndolo a mi lado. -Yo solo hago lo que puedo-, respondió él, besando mi boca. -Pues me das mucha felicidad-, le insistí emocionada, devolviéndole su besote. Willy eternamente estaba allí, en todo lo que necesitaba, dándome su apoyo incondicional. A veces pienso y le digo que no lo merezco, que quizás soy ingrata y hasta se me ocurre que debería encontrar una mejor mujer que yo. Él se ríe. -Es que yo no necesito buscar otra mujer porque tú eres a quien quiero y adoro-, me respondió convencido, disfrutando de mis labios, de mis interminables curvas, ardiendo en mis llamas encendidas. -¿Y qué es lo que te gusta de mí?-, le pregunté entonces, queriendo explorar en sus pensamientos. -Eres una mujer muy noble. Eso me entusiasma mucho. Me encanta tu gran corazón, la forma cómo te preocupas por los demás. No solo eres una profesora, eres también amiga de tus alumnos-, me dijo. Eso me hacía sentir súper bien, animada, fortalecida, sabiendo que lo que hacía, ayudando a mis chicos, tratando de de saber de ellos, de sus problemas, de sus dudas, estaba bien. Porque como bien decía Willy, en ese todo que somos, en esa maquinaria perfecta, no puede fallar, siquiera, un tornillo. -¿Pero es bueno meterse en la vida de los demás?-, le pregunto preocupada, con el temor de estar entrometiéndome, justamente, en lo que no me importa. -No. Entrometerte sería pretender que te hagan caso, tú solo aconsejas. Depende de cada persona calibrar tus consejos-, me dice embelesado a mis ojos, deseando comerme a besos. No es que somos, tampoco, la pareja ideal. Tenemos discusiones también a veces fuertes. Él es testarudo en muchas cosas y yo aún más terca en otras, a mí me gusta ser práctica y él es a veces improvisado, desordenado o imprevisto en sus decisiones y acciones y esas cosas me sacan de quicio. -No puedes ser tan improvisado. debes ordenarte-, le reclamo cuando quiere hacerlo todo de momento, al instante, aún estén las cosas mal hechas y él se molesta y peleamos. Pero me encanta ese hombre, porque es sincero, sencillo, creo más noble que yo y está siempre dispuesto a ayudar a los demás. No es de alcohol, cigarros, fiestas y menos le gusta estar mucho tiempo con sus amigos. Es muy hogareño. -Creo que me gané la lotería contigo-, le digo paseando, tomados de las manos, junto a las olas del mar, admirando la playa, la arena, la inmensa majestuosidad del océano. -Pues yo ya me aseguré el premio mayor contigo-, me responde, besándome con vehemencia, muy romántico, mientras las olas continuaban reventando en la arena, dejando su chupina blanca, igualita a la hermosa sonrisa de Willy. ***** Me sentía muy satisfecha con los progresos de mis alumnos. Había mucho entusiasmo, deseos de aprender y eso me motivaba bastante. Las clases eran amenas, divertidas y yo disfrutaba mucho con los chicos, con sus bromas, sus ocurrencias y su concentración, también en los exámenes. Todos ponían sus cinco sentidos y nadie hablaba, incluso hasta me parecía palpar el silencio con mis dedos porque era como una capa que envolvía al salón, incluso impenetrable. -El director quiere hablar contigo-, me dijo Campos cuando ya me iba a mi casa esa noche. -Espero que sea para bien-, me divertí. -Yo creo que sí. Estaba de buen humor-, sonrió él. Campos parecía que vivía en el colegio, incluso se quedaba hasta que se fuera el último de los alumnos. -¿A qué hora te vas a tu casa?-, le pregunté curiosa. -A las doce. Tengo que revisar los salones por si alguien se olvida algo, apago las luces, cierro las puertas, las ventanas y entrego las llaves a los vigilantes-, me detalló. -¿Y a qué horas llegas?-, junté mis dientes. -A las seis de la mañana. Hago turno hasta la una de la tarde que me reemplaza un compañero y después vengo a las cinco para las clases no escolarizadas-, continuó con su sonrisa encendida en los labios. La verdad me sentía protegida por Campos, como si fuera el guardián sempiterno que estaba pendiente de nosotros. Me levanté temprano. Me duché y me preparé un desayuno muy sabroso , con hígado frito. Me había provocado. Compré pan chapata que me encanta y me hice café con leche. Me di una buena comilona, olvidándome de la línea. Total, me dije, a Willy le gusta como soy, me saqué, solita, la lengua. Me puse jean, zapatillas blancas, una blusa floreada rosada, mis pelos los llevé alborotados y me coloqué mis lentes. También me colgué mi canasta, algo sencillo. Esteban Surco discutía con un profesor, cuando llegué. Su secretaria me pidió que aguardara. Escuchaba reclamos y el director alzaba la voz. La secretaria intentó hacerme conversación para distraerme. -Debe ser difícil estudiar de noche-, me dijo mirándome seria. -No, no crea, es divertido. Los chicos hacen bromas, se sienten distendidos-, le expliqué. Ella se extrañó. -¿Chicos? Pensé que eran alumnos mayores, maduros, de edad-, rascó ella sus pelos. Sonreí. -Sí, son de bastante edad, pero yo les digo chicos, je je je-, me jalé los pelos. Justo salió el profesor que discutía con Surco. Estaba azorado, furioso, restregando los dientes, mascando su furia. -Ya puede pasar, profesora La Torre-, me dijo la secretaria. Pasé las manos por mi jean, arreglé mi blusa y me colgué la canasta. Entré sonriente. -Señor director, cómo está usted-, lo saludé. Surco se mecía en su silla, tenía muchos papeles en su escritorio. Tenía el ceño fruncido, sin embargo se fue apaciguando viéndome sonriente, con mi miradita dulce. -Está muy bonita, señorita La Torre-, sonrió galante. -Espero no haber venido en mala hora-, me senté y crucé las piernas. Él me miró serio. -¿Te gustaría trabajar en el turno de mañana, con los chicos de secundaria?-, me disparó. Wow. Eso significaba pasar a la planilla de profesores, ganar un mejor sueldo, laborar con una mayor dimensión de alumnado, especializarme en una materia y hacerlo con diferentes aulas. Un mundo más amplio, dinámico y significaba un reto y dar un paso importante en mi consolidación como profesora. -¿Por qué yo?-, me extrañé. -El profesor Perales ha tenido inconvenientes con los otros profesores. Necesita un cambio de aire. Campos me ha dicho que usted marcha bien bien en la noche-, me detalló, sin dejar de mecerse en su silla. -¿Perales es el que discutió con usted?-, adiviné. -Sí. No le gusta la idea de conducir la escuela no escolarizada-, sonrió Surco. Insisto que era una buena oportunidad para avanzar, sin embargo, de repente, pensé en mis chicos, en su entusiasmo, en sus ganas, en la forma cómo nos habíamos compenetrado bien. Estábamos, en realidad, cronometrados. Yo ya los conocía y ellos a mí. Entonces las clases se hacían fáciles, incluso muy llevaderas. -Estoy bien con mis chicos-, soplé satisfecha. -En el turno mañana estaría ganando un mejor sueldo, tendría las puertas abiertas para pasar a otros colegios. Eso ayudará mucho a su carrera-, intentó presionarme Surco. -No puedo dejar a mis chicos-, me sentía contenta al lado de ellos. -Me agrada eso, señorita La Torre, es obvio que disfruta mucho de sus clases. Está bien. Hablaré entonces con Margot-, me anunció. Margot era la profesora de la otra aula del turno noche. Tenemos dos salones con alumnos deseos de acabar la secundaria. Me fui contenta de la reunión con el director. Había descubierto que me sentía súper feliz con mis chicos y que me había acostumbrado a ese turno y aún sea hasta el filo de la medianoche.
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