Había descubierto que Elvira tenía serios problemas en su casa. Ella era una de mis mejores alumnas. Estaba en clases desde el primer día, siempre atenta, hacendosa, voluntariosa y poniéndole muchas ganas en aprender. No sabía escribir ni leer. Con ella empecé de cero, a diferencia de los otros que al menos habían estudiado primaria. Ella no. Jamás había pisado un colegio. Campos me dijo que el director la recibió porque Elvira no podía encontrar un colegio a su medida.
-Espero que no te incomode-, me dijo Hugo cuando me detallaba sobre el alumnado que tenía a mi cargo. Era mi primer día, también, como les conté, y estaba muy nerviosa y por supuesto, le dije que no había problema.
Entonces mis clases se partieron en dos porque igual que Elvira habían otros dos chicos que tenían primaria incompleta. ¿Se imaginan? Era mi primera experiencia dictando clases y debía desdoblarme para que todos marcharan al mismo paso.
Elvira me sorprendió gratamente no solamente por su voluntad, sino por que asimilaba rápidamente. Se esmeraba mucho en aprender a dibujar las letras, a leer y a sumar y restar.
Le compré cuadernos de caligrafía, le regalé cuentos infantiles y en los recreos repasaba con ella y los otros dos chicos, lecturas fáciles para que vayan comprendiendo. En buen romance, hacía clases aceleradas de comprensión lectora.
Leoncio en cambio era remolón, bastante flojito y tardaba mucho en asimilar. A su vez, Emilio estaba dentro de lo previsible, teniendo en cuenta su edad, cuarenta años, turnando dificultades con aciertos.
Cuando Elvira estaba progresando bastante, sacando buenas calificaciones, leyendo cada día mucho mejor, dibujando bien las letras, Teresa, la que todo sabe, me dijo que la había visto llorando en los baños.
Preocupada intenté hablarle pero ella prefirió no contarme nada y se marchó rauda. Guido había escuchado y se me acercó cuando guardada mi tablet.
-La otra vez la vi discutir con un tipo a la salida del colegio. Ella le reclamaba algo muy molesta-, me dijo.
No me fue difícil pensar, entonces, que ella tenía problemas en su casa.
Campos me facilitó la dirección. -Pero no deberías estar metiéndote en problemas ajenos, Vanessa. Nosotros tenemos, en el colegio, una asesoría familiar-, me aclaró.
Pero yo soy terca y no me gusta ver a mis alumnos sufriendo. Sonreí coqueta. -Solo quiero husmear un poco-, le dije arrugando mi naricita y me alejé meneando la cadera y sacudiendo mis crines. -Mujeres-, le oí soplar a Hugo.
Fui a su casa. Ella vivía a mitad de un cerro, al este de Lima. Fue un trayecto largo. Tuve que subir, además, por unas escaleras muy empinadas, interminables, preguntando muchas veces donde quedaba el pasaje y el lote en que habitaba ella. Hacía mucho sol además y estaba duchada de sudor. Luego de ir y venir por estrechos caminitos, desafiando perros amenazantes y sorteando muchos pollos picoteando en las veredas y caminos, finalmente di con la casita de Elvira.
Era muy modesta, de cartones, palos, plásticos pero con una base de ladrillos. No estaba acabada, habían dos pisos, sin ventanas . Un perro viejito dormitaba apaciblemente y tres niños pequeños jugueteaban con unos muñecos rotos y destartalados.
-¡¡¡Miss!!!-, gritó a lo lejos Elvira. Llevaba agua en dos baldes. Corrí a ayudarle.
-Ay Miss, aquí siempre falta el agua-, se quejó ella. Llevé los baldes a su sala. Los pequeños eran los hijos de ella y Gorila se llamaba el perrito. Le meneó la cola apenas la vio, le pasó la lengua por sus manos y luego volvió a acostarse cansado.
-¿Qué hace aquí?-, se entusiasmó Elvira. Puso agua en una tetera y prendió la cocina. -Ahorita le hago un café, ¡¡¡Toño!!! agarra plata de la cómoda y compra cinco pancitos donde don Melchor-, ordenó a su hijito mayor.
Me sentía contenta, disfrutando de su amabilidad, de su calor de hogar. Me sentí en un silloncito que tenía los forros rotos. Crucé las piernas. Una gallina pasó curioseando y picoteando con temor junto a mis zapatillas.
-Quería saber si tenías problemas, Elvira-, le dije de frente.
-¿Problemas, Miss?-, intentó ella mostrarse natural y sorprendida.
-Has bajado tu rendimiento-, quise ser directa.
Ella se puso roja como un tomate. Juntó sus manos y me miró seria. Peleaba en su mente por no decirme nada.
-Echaron a mi marido de la fábrica, no encuentra otro trabajo, está metido en la bebida y se nos está acabando el dinero-, confesó ella, finalmente, haciendo mucho esfuerzo.
Es cierto lo que dice Campos. En los colegios hay personas capacitadas para ayudar a alumnos que tienen problemas, incluso a los adultos que están en las escuelas no escolarizadas y ellos saben cómo tratarlos y superar sus dificultades. Me sentí mal, inútil. Mi afán de ayudar me había traicionado y ahora estaba sentada allí, por gusto, sin saber qué decir ni qué hacer.
-Son problemas que afrontan muchas parejas, Miss, pero saldremos adelante-, me dijo Elvira viéndome turbada y perpleja, hecha una tonta.
-Tengo un dinero que puede ayudarte-, abrí mi cartera. Ella no me dejó.
-No, Miss, cómo se le ocurre-, sonrió. Su hijo trajo el pan, el agua hirvió y ella me sirvió café. Cortó los panes y los untó con mantequilla. Cortó mitades para sus hijos y para Gorila, también. A mí me dio un pan entero.
-Yo estoy acostumbrada a pelear, Miss, pero me enfurece que mi marido se dedique a tomar en vez de buscar soluciones-, se molestó ella.
Tampoco podía exigirle que atienda más mis clases, sería tonto. Después de departir una tarde amena, me despedí de ella, de sus hijitos, de Gorila y me fui cabizbaja por el sendero, sin saber realmente qué hacer.
Willy me vio sumida en mis dudas y se interesó.
-¿Qué pasa, ahora Vanessa?-, acarició mis pelos.
Le conté todo.
-Parece mentira pero todo afecta. El ser humano es un todo, una máquina que debería ser perfecta pero apenas falla un tornillo y todo redunda negativamente-, reflexionó.
-¿Qué puedo hacer?-, le pregunté. La verdad me encontraba en un callejón sin salida, envuelta por sombras y dudas, sin saber qué hacer.
-El marido debe encontrar trabajo-, dijo él. Se puso de pie y después de besar mi cabecita, salió y me dejó aún sorbida en la incertidumbre.
Estaba en plena clases de Ciencias Naturales, cuando Willy timbró mi móvil.
-Estoy con mis alumnos-, me molesté.
-Dile a Elvira que mañana esperan a su esposo en una fábrica textil, trabajará como ayudante de los mecánicos-, me anunció. Mandó la dirección a mi w******p.
Me emocioné. Sonreí. Traté de recuperar el hilo de la clase, pero se me hizo difícil. Igual continué, tratando de concentrarme.
Cuando acabaron las clases di un brinco a la carpeta de Elvira.
-Mi enamorado le ha conseguido un trabajito a tu esposo-, mordí mi labio.
Elvira desorbitó sus ojos, su mirada se llenó de lágrimas y sus mejillas se pintaron de rojo. Escuché su corazón rebotando frenético en su pecho. Y sin contenerse se lanzó sobre mis brazos, llorando sin contenerse.
El marido acudió al trabajo a primera hora, se superó mucho, fue eficiente y rendidor, responsable y aprendió rápido. Hoy es jefe de su área, Elvira culminó sus estudios, aprendió a leer y escribir, a sumar y restar y ayuda a sus hijitos en las tareas de colegio. Siempre me llama y me dice, emocionada, feliz. -¡¡¡Eres un ángel, Miss!!!-
Bueno, yo soy muy llorona, ya lo saben y lo único que hago escuchándola, es ponerme a llorar de felicidad, je.