La profesora que enseñaba amar

Capítulo 23

Estuve casi seis horas metida en el mercado siguiéndole a Arturo, dando vueltas, comprando algunas cosas, confundiéndome entre la gente, preguntando precios, mirando los cerros de limones o las naranjas, probándome algunas camisetas, adquiriendo algunas cositas para mi tocador y hablando con los vendedores de temas de actualidad o simples como el clima loco, el frío intenso en las noches y que había una preocupante ola de resfriados. A mediodía tuve hambre y cuando me dirigía a un puesto del mercado donde había menú, lo vi a mi alumno, charlando muy acaramelado con una chica, besándose incluso, entusiasmado, feliz, prendado, y con sus ojos tan o más brillantes que los luceros. La sonrisa le brillaba como el oro.

Ahora lo entendía todo. ¡¡¡¡Arturo estaba enamorado!!!!

¿Y qué hago, entonces? Me sentía tonta después de descubrir los amoríos de Arturo con esa mujer muy linda, agradable, joven, delgadita y que también estaba muy entusiasmada de mi alumno. Sin ideas para saber cómo manejar esta situación, me sentí ente la espada y la pared, embobada y desconcertada. Era obvio que ahora el mundo de Arturo le pertenecía a esa chica y por eso su rendimiento en la escuela había desmejorado tanto, al extremo que sus calificaciones eran bajísimas y pobres. Sin embargo tenía que hacer algo, porque él debía mejorar en sus calificaciones para avanzar al siguiente nivel. De eso me convencí entonces, cuando los vi, irse a los dos, tomaditos de las manos, riéndose sin dejar de mirarse, felices, escribiendo deliciosos versos de amor en sus miradas radiantes y coquetas.

Estuve el día entero metida en el internet buscando nuevos tips, esta vez para manejar una situación romántica en personas con autismo y volví a encontrar muchas recomendaciones valiosas que apunté con cuidado en tarjetitas. Y una vez más me convencí que la cibernética es la mejor ayuda para alumnos y profesionales porque es una enciclopedia gigante donde hay de todo, je.

Estudié los tips y luego, contenta fui al colegio.

-¿Podemos hablar, Arturo?-, le pedí, entonces, al final de las clases convencida y resoluta que debía apoyar a mi alumno. Tampoco se trataba de quedarme con los brazos cruzados y esperar un mejor rendimiento. Él necesitaba un empujoncito. De eso estaba segura.

-Por supuesto, Miss-, estaba Arturo, como siempre, entusiasmado, distendido, con sus ojitos brillantes, la sonrisa larga, inquieto, moviéndose en su silla con mucho ánimo. Guardó sus cuadernos y lápices en su mochila que colgó en el brazo y fuimos a tomar café a un restaurante cercano al colegio, en una avenida muy transitada e iluminada y pedimos hamburguesas. Estaban deliciosas. Él chorreó mucha mostaza en su pan.

-La vida, Arturo, está llena de vicisitudes, retos y desafíos. A veces es un todo y en otras forman aristas pero que al final se concatenan unas y a otras, se encadenan. Esto quiere decir que una cosa se vincula con otra, es imposible separar las cosas-, empecé diciéndole. Él me escuchaba atento tratando de captar lo que le intentaba decir.

-Pero hay un centro de todo. En el cuerpo humano es el corazón y en la vida es el amor-, le dije finalmente sonriéndole con ternura. Arturo lo entendió de inmediato.

-Es verdad, Miss, estoy enamorado-, reconoció parpadeando. No esperaba que la cosa se hiciera tan sencilla. En realidad, él lo hacía bastante fácil.

-Exacto. El amor siempre copa nuestros sentidos. Y eso afecta o vincula los otros quehaceres de nuestra existencia. Como se dice, popularmente, una cosa lleva a la otra-, sonreí.

-¿Es malo enamorarse?-, se extrañó Arturo por lo que le venía diciendo.

-No, para nada, al contrario, el amor es lo más lindo del mundo. Yo también estoy enamorada y mucho, mi mundo es él, mi enamorado, incluso, pero, ya ves, intento no mezclar las cosas. El amor es para él, con ustedes son mis clases. Y es lo que debes hacer. Imagina tu vida a una naranja, debes partir los trozos y cada parte hacer lo suyo aunque el centro seguirá siendo el amor. Tú debes seguir amando, amar con toda tu pasión si ella es una buena mujer, pero paralelamente debes cumplir con tus obligaciones, persistir en tus metas y tratar de hacer realidad tus sueños-, subrayé.

Arturo me abrazó emocionado y se puso a llorar sobre mi pecho. Era una reacción lógica. Él tenía dudas en sus sentimientos porque era la primera vez, en su vida, que estaba enamorado y no quería equivocarse, ilusionarse o sufrir.

-Ama y mucho, Arturo ,disfruta de esa pasión pero de la misma manera yo espero que no descuides tus responsabilidades, tus estudios, tu afán de ser cada día mejor y sacar buenas notas-, besé su cabecita conmovida por su llanto.

Y de la noche a la mañana, Arturo volvió a cambiar, mejoró en sus calificaciones, nuevamente se concentró en las clases y otra vez fue el número uno en todo. Teresa, que todo lo sabía, me contó que además, iba de maravillas en su relación con su enamorada.

-Ya le propuso matrimonio-, me dijo Teresa mientras nos peinábamos en el baño.

-¿Tan pronto?-, me sorprendí-

-Es lo mismo que le dijo ella-, sonrió Teresa.

Pensé que otra vez Arturo sufriría otra caída anímica y volvería a estar distraído y apático.

-¿Y qué pasó?-, m e interesé sobremanera.

-Acordaron casarse cuando Arturo termine sus clases, postule a la universidad y consiga estudiar ingeniería-, me relató.

Cuando Arturo terminó la secundaria, lo encontré recabando sus certificados. Me alegré mucho porque había sacado estupendas notas.

-Voy a postular a la universidad, Miss-, me anunció resoluto.

Le arreglé la camisa que la tenía mal abrochada.

-Acuérdate de la naranja. Cada trozo es un reto en tu vida-, le dije sacándole las pelusitas de sus hombros.

-No, Miss. La naranja se ha convertido en mi ejemplo de vida-, echó a reír.

Arturo no solo ingresó a la universidad con uno de los mejores puntajes, se recibió de ingeniero y festejó su licenciatura casándose en una sencilla pero bonita ceremonia con la novia de toda su vida. Y tuve la dicha inolvidable de ser la dama de honor de la pareja en ese momento sublime de consumar el inmenso cariño que se profesaban.