Perales, de todas maneras, pasó al turno noche, pese a su enfado y protestas. Al final, tuvo que resignarse, tanto que se me presentó muy solícito cuando llegué al colegio, apurada, revisando mis tarjetas y repasando mis clases de esa noche. Se me cuadró delante, sin dejarme pasar, sonriente, haciendo brillar sus ojos, incluso estiró su mano pese a que yo sujetaba un lapicero, mis libros, el morral y las tarjetas.
-Señorita La Torre, gusto conocerla. Me llamo Douglas Perales. Yo estaré en la otra aula. Seremos colegas en el turno noche. He escuchado mucho de usted, no solo que es una magnífica profesora sino una gran persona-, se anunció haciendo un gesto virreinal, incluso. Le estreché como pude la diestra y me imaginé que Campos le había hablado sobre mí. Lo veía entusiasmado por empezar un nuevo reto en su trayectoria como profesor, además que no dejaba de reír.
-Un gusto Douglas-, le dije, riéndole y él, de improviso, me besó la mejilla. Perales era alto, de ojos pardos, con una barbita muy linda rodeándole el mentón, manos grandes, como a mí me gustan, espalda gigante y con buenos músculos. Se le notaba deportista y se mantenía en excelente forma.
-¿Podríamos tomar un cafecito terminando las clases? Yo te llevo, después, a tu casa-, se ofreció distendido, sonriendo con la mirada, tratando sin duda de agradarme. Era obvio que quería estrechar vínculos y llevar en armonía el turno de la noche.
-Claro, encantada-, me entusiasmé también, viéndolo tan atractivo.
Así, después de las clases, él ya me esperaba en la puerta conversando animadamente con Campos. Se conocían buen tiempo. Perales ya tenía trabajado algún tiempo en el colegio y aunque era de un carácter fuerte, por lo que había visto en su discusión con Surco, resultaba, al parecer, muy amiguero.
-¿Nos vamos?-, hizo Perales un pase, cual torero, lo que me dio mucha risa. A Campos también. -No se extralimiten, muchachos-, se divirtió Hugo con nosotros cuando nos fuimos caminando por la vereda, bajo los focos amarillentos del alumbrado público. Había mucho viento, fuerte, y crujían los árboles que rodeaban la calle. También corrían muchos autos y la gente se apuraba para llegar a su destino.
-¿Por qué estabas molesto con el director?-, me interesé cuando estábamos tomando café y comiendo tostadas. Estaban deliciosas.
-Es un idiota. Está atrapado en el pasado. La educación ha cambiado. Ahora todo se rige por la modernidad, hago mis clases con tablet y ellos usan sus celulares, interactúo con mis alumnos, a veces hago las tareas con ellos por zoom y él no quiere, es tradicionalista, desea que los móviles estén prohibidos, lo que pasa es que no hay un adecuado uso de los celulares. Peleamos mucho-, me contó.
Algo me había dicho Campos, cuando le conté lo de la afiebrada discusión que tuvo con el director.
-Perales quiere imponer a sus alumnos el uso de celulares para las tareas. Y el director dice que eso los distrae, que los chicos muchas veces lo usan para ver páginas prohibidas o chatear-, me dijo arrugando la frente.
-Surco tiene mucha razón, faltan más filtros en el internet-, le increpé a Campos.
-Estamos en tiempos modernos, Vanessa. Hay que sacarle provecho a los tiempos de cambios, de modernidad. Hoy todas las empresas se manejan con el celular, los tablets, las laptop, debemos preparar a nuestros alumnos a esa tecnología para adecuarse al mañana, el mundo será manejado, en breve por la cibernética, aunque, claro, con supervisión de adultos-, estaba Campos convencido.
-Pero los celulares, en efecto, distrae mucho a los chicos-, le remarqué.
-Es verdad, pero es deber de los profesores advertirles del daño que podría provocarles su abuso, controlar su empleo, hay muchas mecánicas para ello. No sé cómo será en otros países, pero es lo que creo-, se sintió Campos triunfador.
Perales, en realidad, tenía mucha razón en cuanto a la modernidad, los tiempos actuales y los requerimientos del futuro. Yo, por ejemplo, usaba en mis clases el tablet y también la laptop, son libros abiertos. No consulto mucho el celular porque tiene letras chiquitas, je, de lo contrario también me ayudaría y mucho.
-El cambio debe hacerse paulatinamente-, subrayé convencida.
-¿Cuando sea tarde?-, me disparó Perales.
Alcé mi hombro. No lo sabía. -Creo que eso debe estudiarse mucho-, arrugué mi boquita.
-Hoy, en mi primer contacto con mis alumnos, se divirtieron mucho, exploramos la maravilla del internet, allí hay todo: sinónimos, resultados de ecuaciones, historia precisa, datos geográficos, novelas completas. La clase fue muy rápida, amena y lo mejor los muchachos aprendieron-, volvió él a entusiasmarse.
-Pero tus alumnos son hombres y mujeres mayores de veinte años, quizás de treinta o más. Son más responsables que los adolescentes-, fui enfática.
Perales se quedó pensativo. Lo que yo pensaba es que el cambio no puede darse tan repentinamente.
-Por eso te digo, el cambio debe darse ya, sin embargo, como bien dices, en forma paulatina, empezando con los chicos más grandes-, me porfió.
Era un tema delicado. Podría llevarnos toda la madrugada discutiendo. Yo también cedía a mis alumnos encontrando respuestas en sus celulares. Es una gran ayuda. En ese sentido, pensaba que Surco debía flexibilizar sus posturas.
Después de terminar el café y las tostadas, nos fuimos caminando hacia mi casa. No está tan lejos del colegio.
-¿Eres casado?-, intenté saber más de él.
-Divorciado, sopló él su desilusión, no resultó. Peleábamos mucho, no estábamos de acuerdo nunca. Decidimos que mejor era tomar caminos diferentes-
-¿Tienes hijos?-, escarbé más.
-Uno. Tiene tres años. Vive con ella. Está conmigo los fines de semana-, sonrió.
-Debe ser difícil-, arrugué mi naricita.
-Bastante. No es lo mismo. Pero como te digo no hacíamos una buena pareja. A la larga, creo, le haríamos daño al pequeño. Ahora sé que ella está saliendo con un tipo, se llevan de maravillas y me dijo que espera no cometer el mismo error que conmigo-, su voz se hizo trémula.
-¿ Y tú? ¿Estás saliendo con alguien?-, fue al ataque. Él me miró dubitativo. Caviló un buen rato.
-Estoy en búsqueda de una mujer buena, dulce, cariñosa, que me acepte cómo soy, eufórico y demasiado entusiasta-, estiró una larga sonrisa.