Capítulo 21

1025 Words
Fabricio me llamó eufórico y festivo, casi gritando, el domingo por la mañana. Me hacía mi desayuno cuando timbró en forma insistente mi móvil. Todos mis alumnos tienen mi número para cualquier consulta. -La estuve buscando Miss ¿a qué hora se fue?-, me preguntó hecho una fiesta. -Ay, me quedé hasta el final, te dieron una correa grandota, te subieron en hombros y el campeón te felicitó, pero luego todo se hizo un gran tumulto, la gente se empujaba, me asusté y me salí-, le conté lo que realmente había pasado. - No debió irse, así ocurre cuando un boxeador gana, hay mucho desorden, pero después todo se corrige-, su voz seguía siendo una fiesta. -Como te digo, me dio miedo la gente. Estaba enfervorizada-, le confesé. -Sí, pues, es que fue un peleón-, estalló otra vez festivo. -¿Seguirás peleando?-, le pregunté. -Claro mi objetivo, ahora, es ser campeón del mundo-, dijo al borde del delirio. -Guau, me sorprendí, eso sí que es todo un reto- -Me gustan y mucho los retos, Miss-, exclamó a todo pulmón. El lunes, en el salón de clases, pedí un fuerte aplauso para Fabricio por la obtención del título nacional de los medianos y todos puestos de pie, lo ovacionaron atronadoramente, alarmando incluso a Campos que llegó corriendo al aula asustado y con los pelos de punta. Yo me reí. ***** Fui a la playa con Willy y la pasamos muy bien, refrescándonos junto a las olas, disfrutando del Sol y de la tranquilidad del mar. Como aún no era temporada de calor, la playa estaba casi desierta. Trotaban algunos jóvenes, un arenero rugía lejos y las gaviotas flotaban tranquilamente en el límpido celeste. Yo me había puesto una diminuta tanga para conseguir un excelente bronceado. -Por suerte hay poca gente por que sino me estaría trompeando con todo el mundo-, me dijo Willy mirándome de pies a cabeza. Me extrañé. -¿Pelearte? ¿Por qué?-, me hice la inocente, sacando mi lengüita. -Porque todo el mundo estaría mirándote-, sonrió él besando mi boca. Willy, en realidad, estaba encantado y febril por la microscópica tanga que me había puesto, súper diminuta y que no ocultaban, en absoluto, mis encantos, que eran muchos. Yo me lo puse como les digo para obtener un buen bronceado, pero no imaginé que enervara tanto a mi enamorado. Y la verdad, me gusta que se ponga así, ansioso, deseándome con ansiedad y devoción. Incluso lo desafiaba, metiéndome a las olas y él no solo se recreaba con mis amplias caderas, el meneo de mi cintura, mi espalda armoniosa y lozana, sino también con mis piernas bien torneadas, suavecísimas y mi pelo largo, alborotado, resbalando por mis hombros. Fue un suplicio para él, verme tan hermosa, sensual, sexy y súper deseable. Se moría de ganas de conquistar todos mis rincones y dejar huellas de sus dedos y boca en todos los centímetros de mi curvilínea anatomía y descubrir los íntimos secretos de mi inmensa geografía. No dejaba de mirar mis curvas, mis sinuosos caminos y deseaba, con descomunal ansiedad, saborear mis pechos y encontrar, impetuoso, mis más preciados tesoros. Esas miradas prendieron todas mis hornillas y de un momento a otro yo ya era una antorcha, ardiendo en fuego, con deseos de ser tomada por mi enamorado y que me tome plenamente y que todo mi ser se convierta en suyo. Así nos fuimos a un hotel cercano y apenas entramos al cuarto nos lanzamos a la cama, besándonos, mordiéndonos, acariciándonos con embeleso y vehemencia, igual a dos fieras hambrientas o dos náufragos recién rescatados de una isla desierta, famélicos y angustiados, sumidos en el eclipse de los deseos y la pasión,. Willy al fin pudo deleitarse con mis curvas, la suavidad de mi piel y su tibieza, con locura e ímpetu. Yo no hacía más que gemir, suspirar excitada y echar fuego en mi aliento, ladeando mi cabeza, parpadeando con mucha dificultad y con mi corazón rebotando frenético en las paredes de mi pecho, convertido en una pelota de baloncesto. Víctima de esa fiebre de pasión, empecé a morder los brazos, hombros y cuello de Willy, más cuando empecé a sentir su caudal invadiendo mis abismos igual a un río caudaloso, arrasando con mis entrañas y llegando hasta mis más lejanas fronteras. Parecía un volcán erupción que me provocaba más candela, me hacía sentir alborozada y frenética y me volvía, incluso, una tigresa, arañando la espalda de él, abriéndole surcos porque yo estaba realmente eufórica, mientras él seguían avanzando hacia mis abismos más lejanos, haciéndome sentir sumamente sensual y sexy. Cuando él llegó al clímax de la pasión, grité satisfecha, excitada, sumida en una absoluto estremecimiento provocándome una enorme emoción. Cerré los ojos vencida, eclipsada por el ímpetu de él, luego de haber llegado a mis fronteras profundas. Quedé tendida en la cama, exánime, sin fuerzas, satisfecha, soplando las llamas en mi aliento, chisporroteando el fuego por todos mis poros, incluso echando humo por mis narices y los oídos. Mi corazón alocado intentó desacelerar su tamborileo y parpadeé angustiada aún por tanto fervor y pasión. -Lo que hace una diminuta tanga-, sonreí, recordando que toda esa efervescencia de Willy que me hacía delirar hasta llevarme a las estrellas, a correr por las nubes y hasta deslizarme por el arco iris, fue porque me puse esa diminuta prenda de baño que encendió los deseos y el fuego de Willy hasta conquistarme y dejarme así, convertida en una piltrafa. -Es que eres deliciosa-, dijo Willy también sudoroso, cansado, agotado, soplando candela, con su corazón alborotado y sin dejar de exhalar su excitación. -Así le habrás dicho a todas tus amantes-, lo miré con el rabillo del ojo. Él me tomó mi mentón y besó mi boca con mucho embeleso. -Sabes que eres la única en mi vida, Vanessa-, insistió romántico. -¿En toda tu existencia?-, lo desafié divertida. -La verdad, la verdad-, caviló bastante, y eso me molestó. -¿Qué?-, arrugué mi naricita. -La verdad que eres la mejor de todas-, rompió a reír y así, en medio de risotadas y carcajadas eufóricas y frenéticas, volvimos a entregarnos al amor.
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