Capítulo 8

1414 Words
Recuerdo mucho el primer examen que les tomé a los chicos. Fue de matemáticas, el curso más difícil para todos. Yo estaba más nerviosa que ellos. ¡¡¡Era mi primer examen escrito!!! En el kinder, era, simplemente, una auxiliar, me preocupaba de los chiquitines y no tenía que tomarle un examen de nada. Ahora era diferente. Desde una semana antes estaba inquieta, con mi corazón bombeando de prisa en el pecho, sintiendo rayos y truenos explotando en mi cabeza, martillando mis sesos. Decidí hacerlas impresas para que ellos no perdieron el tiempo copiando los ejercicios. Seleccioné los menos complicados pensando para que todos sacarían buenas notas. Hice un cuestionario de veinte preguntas. Cada una valía un punto. Los muchachos ya estaban desde temprano, repasando ávidos lo que habíamos hecho durante esos días. Yo temblaba como una gelatina y hasta casi se me caen las hojas que había impreso en casa. Les expliqué la modalidad del examen y que lo que deseaba era el desarrollo antes que el resultado. -Quiero saber exactamente si tienen nociones de lo que hemos estado explicando, les dije, recuerden resolver primero los paréntesis y luego los corchetes- Los dejé repasar otros cinco minutos más y luego ordené que cierren sus cuadernos y les puse las hojas en cada carpeta. -Tienen una hora, tiempo suficiente para que desarrollen los ejercicios. No se copien. Estaré atentas mirándolos-, me sentí en la gloria. Me interesaba comprobar si yo era una buena profesora. Porque si todos o un gran porcentaje de ellos sacaban mala nota, entonces lo obvio era que no me entendían y por ende que yo no sabía llegar a a mis alumnos. Por el contrario, una gran cantidad de aprobados me daría la tranquilidad que, al menos, estaba haciendo las cosas bien. Creo que por eso eran mis nervios. Todos contaban con los deditos. Sin excepciones. Parecían chiquilines. Me dio gusto. Esa actitud demuestra interés, ganas de hacer las cosas bien, de no equivocarse y efectuar lo correcto. Yo pensaba que Guido terminaría primero el examen. Lo pensaba más hábil con los números, sin embargo fue Teresa la que entregó, antes que todos, la hojita, sonriente, satisfecha, soplando su angustia de resolver bien los ejercicios. Luego lo hizo Figueroa, Nemesio y Vilma y recién me entregó su examen Guido. -¿Estuvo muy difícil?-, le miré sonriente. -Muy difícil, Miss. Me hizo sudar-, sonrió, también, él. Al último entregó su examen Richi Mamani, el más maduro de la clase. Sumaba 61 años y quería, al fin, acabar sus estudios secundarios para que sus nietos se sientan orgullosos de él. Trabajaba en una carpintería y fallaba mucho en las sumas y restas. Con él me quedaba muchas veces hasta más de la medianoche repasando matemáticas. -¿Difícil el examen, Richi?-, también le sonreí. -Uyyy Miss, demasiado complicado. Creo que lo hice mal-, se decepcionó. Ya en mi casa, revisé con cuidado los exámenes y me llevé una gran sorpresa. La mayoría de las respuestas de los muchachos estaban bien, habían nociones de lo que les expliqué, fallaron sobre todo en las restas y las divisiones y se confundieron en algunas multiplicaciones de tres cifras, pero en líneas generales estaban bien. Richi, en cambio, había fallado en todo. Di un fuerte golpe a mi mesita de noche, fastidiada. El problema de Richi es que trabajaba de lunes a domingo, no descansaba, laboraba incluso hasta diez horas diarias, apenas almorzaba y dormía poco, después del colegio, incluso llevaba a casa trabajos pendientes. Entonces estaba demasiado cansado como para entender mis clases. Esa noche Richi salió apurado porque tenía pendiente entregar un ropero. Tuve que correr para alcanzarlo. -¿Puedo acompañarte?-, le pregunté coqueta, colgándome de su brazo. -Claro Miss, si desea le invito un café-, se mostró muy galante. -¿Café, a esta hora? ¿No piensas dormir?-, me di cuenta. -No, Miss, tengo que entregar un ropero. Voy a trabajar toda la madrugada-, me contó. -Es necesario que descanses alguito. El ser humano no es una máquina infalible-, sentí compasión. -Yo descanso trabajando, me gusta el trabajo-, me dijo sonriente, contento. No era cierto. Muchas veces en mis clases se derrumbaba por el sueño y lo veía demacrado, la cara ajada y los hombros caído como plomo. Al día siguiente lo busqué en la carpintería. Quería ver lo que hacía. Lo encontré pintando el ropero. Estaba lindo. Enorme, con finos acabados, con cajones y cerraduras. Me encantó. -Valió la pena las trasnochadas-, le bromeé. Richi me miró con la cara duchada de sudor. -Y voy a seguir así, Miss, me han encargado, ahora, tres puertas-, se entusiasmó. -Trata de descansar-, le recomendé. Richi enfermó seriamente al poco tiempo. Hugo Campos tenía la cara apagada y sin la sonrisa que siempre me esperaba cuando yo llegaba al colegio, por las tardes. -Mamani sufre de surmenage, está en cama, no puede moverse-, me aclaró. Todos los alumnos querían saber de Richi. -¿Qué es surmenage, Miss?-, estaba sobrecogida Teresa. -Surmenage es un agotamiento por exceso de trabajo, cansancio y trastornos de sueño-, les informé. -¿No dormía bien?-, también estaba asustado Guido. -Trabajaba de madrugada. No descansaba, no dormía-, dije seria mirándolos a todos. Lo peor es que, estando enfermo, sin poder trabajar y sin seguro social, Richi y su familia la pasaban muy mal. Tenía dos hijos aún en edad escolar y su esposa tenía que multiplicarse no solo para atender la casa, sino que trabajar, vendiendo menú, para pagar las medicinas. Así, decidí iniciar una cruzada con los muchachos. -Haremos y venderemos arroz con pollo, a todos nuestros conocidos y lograremos reunir una gran suma-, planteé a la clase. Todos estuvieron de acuerdo. -Tengo muchos amigos en el barrio, me ayudarán-, proclamó Eleuterio. -Yo puedo recorrer muchos barrios-, se comprometió Guido. Vanessa dijo que podía cocinar y Teresa conseguir el pollo a bajo precio. Maricarmen puso a disposición unas pailas enormes y Figueroa dijo que colaboraba con un dinerito. -Todo vale-, dije contenta y entusiasmada. Los potajes lo hicimos en la casa de Teresa que era amplia, con patio y contaba con varias cocinas porque un tiempo había brindado servicio de comedor popular. Fue una fiesta, con muchas risotadas, bromas de doble sentido, chismes por doquier y hablando, por supuesto, de hombres guapos. Yo me encargué de sancochar las papas, Maricarmen lavó las verduras y Vanessa hizo los pollos. Nos resultó exquisito. Tan solo el sabroso olor nos volvía hambrientas, deleitándonos hasta la saciedad. Los chicos llegaron a la hora acordada y cargaron con los tápers, Guido incluso se llevó cuarenta en su bicicleta. -¿Podrás vender todo?-, me sorprendí por su entusiasmo. -¡¡¡Ya están vendidos, Miss!!!-, coloreó su cara de felicidad y le di un besote en la mejilla. -Mejor hubiera vendido cien y me ganaba un mejor beso-, estalló él en risotadas. La cruzada fue un éxito. Se vendieron todos los tapers. Yo logré vender cincuenta gracias a la decidida ayuda de Willy que los despachó entre sus compañeros de trabajo. Lo recompensé con un sonoro beso en la boca. -Valió la pena el sacrificio-, rompió él en risas. Todos fuimos a darle el dinero a Richi. Eso también fue un carnaval. Se multiplicaron las risas, las bromas y hasta se pusieron a cantar, alborotando las calles. Yo me reía, dichosa de la unión y la confraternidad que había conseguido entre ellos. Richi lloró como una criatura cuando le llevamos todo lo que habíamos recaudado. -Gracias, amigos-, balbuceó apenitas. Estaba muy mal, sumido en el colapso, parpadeando y respirando con dificultad, los ojos extraviados y sin poder, siquiera ladear la cabeza. Con ese dinero, Richi inició un proceso de rehabilitación, la esposa compró medicinas adecuadas y al poco tiempo, ya estaba haciendo otra vez repisas y sillas, tratando de recuperar el tiempo perdido. Volvió a clases casi cuatro meses después. Yo estaba hablando de la conquista del Perú, hecho consumado por Francisco Pizarro, cuando apareció Mamani igual a una sombra, tocando la puerta. -Buenas noches Miss, disculpe la tardanza-, me dijo. No voy a mentir. Lloré. Las lágrimas me vencieron y lo hice pasar, le jalé una silla y lo acomodé. -Espero no hayan avanzando mucho-, bromeó y eso me hizo llorar aún más. Todos corrieron a abrazarlo. Richi superó el surmenage y logró recuperarse plenamente. Pero aprendió que no todo es trabajo en la vida. Primero es la salud. Ahhh, y aprendió a sumar, restar, multiplicar y dividir.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD