Se hizo costumbre, entonces, que todas las noches Perales me acompañara a mi casa. A veces tomábamos café y comíamos tostadas y otras tomábamos caldo de gallina en un restaurante cercano, incluso hasta pasada la medianoche.
A Perales le gustaba mucho hablar de sus clases, de los progresos de su alumnado, su rendimiento y que le había gustado, mucho, el turno de noche porque era tranquilo, sosegado, ameno, divertido y habían muchas vivencias entre ellos, casos muy humanos.
-Además tengo tiempo para hacer otras cosas en las mañanas. Estoy aprovechando, incluso, para ayudar a mi hermano en su tienda de abarrotes y eso me deja un buen sencillo para mis cigarritos-, acaparaba él las charlas.
Me preguntó si yo aprovechaba el tiempo libre para hacer otras cosas. -No, solo me dedico a preparar mis clases-, mordí coqueta mi lengüita.
Lo bueno de ser mujer es que tienes una intuición muy desarrollada y no me fue difícil descubrir que yo le gustaba, y mucho, a Perales, al extremo que, pensé, que se estaba enamorando.
Intenté entonces desanimarlo, hablándole de Willy, que estaba yo prendada de él y que estábamos haciendo planes para casarnos.
-Tiene mucha suerte de estar al lado de una mujer tan hermosa-, parecía no hacerle mella en absoluto mis indirectas.
Entonces quise evadirlo, pero por más que me apuraba en salir lo más rápido posible de salir del colegio, después de terminar las clases, y así no verlo, él ya estaba parado en la puerta, aguardando por mí, sonriente, entusiasmado, hecho una fiesta, haciendo brillar sus ojos y con una sonrisa grandota como un edificio. Jamás falló. Me ganaba siempre en esa competencia de carreras, yo para escaparme y él para esperarme.
Le pedí dejar de tomar café y comer tostadas porque me quitaba el sueño y llegaba muy tarde a mi casa. Eso tampoco el afectó. Era obvio que él disfrutaba estando conmigo, acompañándome hasta mi puerta. Sus ojos brillaban como luceros, relampagueaban con excitación y deseo, inclusive. Eso se veía en sus pupilas, convertidas en fuego apenas me veía.
No quería problemas de celos con Willy, tampoco. No le conté nada. Había pensado pedirle que me espere en la puerta del colegio y de esa manera frenar el ímpetu de Douglas, sin embargo, imaginé que podrían haber escenas, peleas y hasta me aluciné un reto entre ellos como lo hacían los cow boy en los años del far west, en Estados Unidos. Eso me hacía reír mucho.
Perales me hablaba de sus sueños, de metas, de tener muchos hijos, de ampliar el negocio de su hermano, convertirlo, incluso en un mall gigante, de viajar al extranjero, conocer el mundo y hasta de tener un yate.
-Es bonito soñar, pero también es bueno tener los pies sobre la tierra-, le decía yo. Era cierto. Duele mucho cuando, al final, cuando no se cumplen los sueños o las ilusiones desbordan a la realidad. Eso es lo que me parecía que estaba pasando con Douglas.
-Entonces ¿tú no tienes sueños?-, se incomodaba Perales.
-Sí, si tengo, pero no son viajes siderales-, le aclaraba riéndome.
A él le encantaba mi sonrisa. Se imantaba a su chasquido y también estaba hipnotizado a mis ojos. Se encadenaba a mis pupilas y se rendía a su magia y encanto. A mí me gustaba, lo confieso, que me deseara. Él mordía sus labios contemplándome, escuchaba su corazón rebotando en el pecho y me fascinaba, demasiado, que me viera con ansias, que me desnudara con los ojos, que soñara en hacerme suya. Encendía mis llamas, me provocaba un incendio en mis entrañas y me era gratificante sentir las llamas calcinándome.
Y pasó lo que tenía que pasar, como era obvio. Una noche él intentó besarme.
-Me gustas demasiado, Vanessa, eres muy hermosa-, me dijo. No le dejé.
-Eres muy lindo, Douglas, pero yo estoy enamorada de otro hombre-, le aclaré.
Él no pareció rendirse y al contrario, puso más encono en tratar de enamorarme. Empezó a regalarme peluches, perfumes y hasta joyitas.
-Es para la mujer más hermosa que han visto mis ojos-, me decía con sus ojos convertidos en luceros, fulgurando con brillos intensos.
Me sumí en la incertidumbre. Douglas me parecía gentil, apasionado, dulce y me sentía muy sensible y débil a su lado. Empecé a verlo muy atractivo y me seducía su sonrisa y sus ojos. Lo peor es que lo veía todas las noches y cada vez me parecía más guapo, irresistible y hasta deseable.
No sé si fue por instinto, por capricho, por coqueta o locura, pero empecé a ponerme muy linda para él, me arreglaba el pelo, me pintaba, empecé a usar jeans y leggins pegados, volví a aceptarle para tomar café y comer tostadas y trataba de hacer eterna las caminatas hacia mi casa.
Douglas, entonces, me veía cada noche, más y más apetitosa, irresistible, también, y sobre todo maravillosamente hermosa.
En el segundo intento de él por besarme... me dejé besar.
Yo no podía resistir más las ansias de que me tomara, me hiciera suya, disfrutara de mis labios, que ardiera en mis fuegos y disfrutara de la candela que me desbordaba en todos los rincones de mi cuerpo. Así, cerré los ojos, alcé mi tobillo derecho, descolgué mis brazos y dejé que me besara impetuoso, vehemente, encandilado, disfrutando del vino de mis labios, sorbiéndome por completo, dejándome entumecida y sin reacción, hecha una antorcha, ardiendo en fuego, calcinándome totalmente.
-Disculpa, me dijo, pero eres tan hermosa-
Yo no le dije nada. Pero esa noche, tumbada en mi cama, tratando de dormir, me sentí muy contradictoria. Disfrutaba del fuego intenso que me había provocado el beso de Douglas pero de la misma manera me sentía mal pensando en Willy.
Otra vez me apuñalaba el remordimiento.
La siguiente vez que quiso besarme, no le dejé. Tampoco me molesté.
-No quiero herirte, Douglas. Me gustas, también, pero ya sabes, mi corazón tiene dueño-, le dije tratando de ser convincente.
Perales felizmente decidió darme una tregua. Sin embargo él ya había cruzado el límite, traspasó la frontera, dio un paso decisivo y obviamente no iba a renunciar a tratar de conquistarme. Aquel fue un gravísimo error mío.