Capítulo 6

1657 Words
A la mañana siguiente fui a la comandancia a ver a Nemesio. Un capitán me atendió muy solícito. -¿Usted es su familiar?-, me preguntó luego de invitarme a sentar frente a su escritorio. -No, soy su profesora-, no mentí. -Ah, lástima, solo lo pueden ver sus familiares y su abogado-, cerró su cuaderno de apuntes. -Pero él no tiene familiares-, intenté una última carta. El capitán me miró largo rato, sin pronunciar palabras. Leyó algo en mis ojos, en mi cara compungida. Cogió unas llaves y me pidió que lo siga. Fuimos por un pasadizo estrecho, oscuro y lúgubre, hasta un patio grande. Allí estaban los calabazos. Lo vi a Nemesio, sentado en un rincón, apagado, escondido en las sombras. Él me vio y se puso a llorar. -No debió venir, Miss-, trastabilló con sus lágrimas. -¿Qué pasó?-, pregunté metiendo mis manos por los barrotes. Me apretó mis deditos con fuerza, me los estrujó. -Me equivoqué-, fue lo único que me dijo. Un abogado designado, porque no tenía dinero, me dijo que debía pagar una fianza. En un papelito apuntó la cifra y era cuantiosa. Cerré los ojos y quedé entumecida, sin reacción mientras el letrado me hablaba un montón de cosas. Ni sabía lo que decía. Esa tarde saqué hasta el último centavo de mis ahorros y pagué la fianza. Firmé muchos documentos asumiendo responsabilidades. No entendía nada en realidad porque, además, estaba demasiado confundida y nerviosa. Lo liberaron al día siguiente. Lo esperé en la puerta y salió llevando una bolsita plástica con sus pocas pertenencias. -¿Por qué lo hace Miss?-, se molestó él. -Porque confío en ti-, le dije. Pensé que iría a clases pero no, no se apareció esa noche ni a la noche siguiente ni siquiera dos días después. Desalentada me tumbé en mi silla y encendí mi tablet. -Hoy veremos la conquista de América, chicos-, anuncié arreglando mis pelos. -Esa historia es apasionante-, dijo Freddy, un chico muy tranquilo y de una memoria prodigiosa. -A mí también me gusta y mucho-, sonreí y de repente, la puerta se abrió lentamente. -¿Puedo pasar, Miss?-, preguntó una figura taciturna, famélica, con la voz trémula y hasta fantasmagórica. Era Nemesio. Me puse pie de inmediato y le estiré la mano. -Por supuesto, te estábamos esperando-, estiré mi risita y lo llevé a su carpeta. Puso sus cositas en la mesa y abrió su cuaderno. -Hemos avanzando bastante, pero no te preocupes con la ayuda de tus compañeros te pondrás al día-, le di un caramelito de limón. Él puso la fecha con mucho cuidado. -Confío en ti-, le reiteré entonces y proseguí con mi clase. Nemesio jamás volvió a faltar a clase. No solo eso, fue el mejor en varios cursos, logrando excelentes calificaciones y obtuvo, con honores, su diploma, al final del curso no escolarizado. Cuando se despidió de mí, lo hizo con un besote en la mejilla. -Usted me cambió Miss-, me confesó llorando. -No, yo no te cambié. Tú cambiaste porque lo quisiste-, le dije orgullosa de sus logros. Hoy tiene un taller de compostura de celulares, tablets, computadoras e impresoras, con un numeroso personal, en su mayoría ex presos que pagaron su deuda con la sociedad, es casado, tiene tres hijos y es un hombre de bien. Cada vez que se malogra mi móvil (casi siempre, je), se lo llevo para que lo arregle y siempre sonríe. - Yo cambié, pero usted, Miss, no quiere cambiar su móvil-, se divierte conmigo. -Es que le tengo mucho cariño-, le sonrío, celebrando, por supuesto, verlo convertido en un hombre de bien. ***** Conocí a Florencio en el cumpleaños de una amiga. Alto, guapo, de espléndida espalda y muchos vellos en el pecho, se me acercó viéndome aburrida, oculta en un rinconcito, tomando agua mineral. -¿No se divierte?-, se interesó. -Sí, claro, me estoy tomando un respiro-, le dije divertida, pero lo cierto es que estaba cansada, casi no conocía a nadie en la reunión y quería irme a dormir. -Si desea la acompaño a su casa-, dijo solícito. Hummm, me dio desconfianza. -Voy a quedarme un rato más-, arrugué mi naricita. Fue un error decir eso. Florencio tomó mi mano y me sacó a bailar. -Mejor, entonces, dijo, vamos a divertirnos- No bailamos una ni dos ni tres piezas ¡sino toda la fiesta! Terrible. Me dolían los pies, tenía las pantorrillas hinchadas y estaba sin aliento, pero él quería bailar de todo: salsa, merengue, lo que sea, con tal de tenerme a su disposición. Y vaya que era buen bailarín. Se cimbreaba con acierto, meneaba muy bien las caderas y me llevaba, literalmente, como una pluma. Me sentía en las nubes bailando a su lado. Ya de madrugada, salimos de la fiesta, escondidos y detrás de un árbol nos besamos apasionadamente. Yo no estaba ebria porque no bebo licor, simplemente lo hice porque me gustaba Florencio. Su porte, su estampa, sus músculos pronunciados, la forma tan sensual y varonil que bailaba y porque me encantaba la forma cómo me miraba, con sus ojos grandotes, muy masculinos, conquistadores y dominadores a la vez. No me resistí a la tentación de disfrutar sus labios que se veían deliciosos y provocativos. Y no me equivoqué. Su boca fue un manjar que me estremeció por completo. Las llamas se encendieron como una gran antorcha y en contados segundos yo era cenizas acobijaba en su pecho, sin dejar de besarlo, saboreando su boca, rendida a sus labios, eclipsada por su afán y vehemencia. Él se aprovechó, además, del momento. Sus manos fueron y vinieron por mis sinuosas carreteras, empalagándose de mis curvas, la lozanía de mi piel y se deleitó con mi espalda, mis muslos, incluso mis sentaderas que estrujó con encono y afán, rendido a sus redondeces y firmeza. Apenas me vio quedó hipnotizado por ese encanto natural mío y fue lo primero que conquistó para comprobar tanta exquisitez y atractivo. Enfervorizados y afanosos como estábamos, convertidos en llamas, fuimos a una hostal y él desesperado me arranchó el vestido igual como si le sacara las cáscaras a una fruta, desesperado de embriagarse conmigo. Yo estaba eclipsada, entumecida, completamente obnubilada y no hacía más que gemir, suspirar, morderle los brazos y besarlo, convertida en una muñeca en sus manos, sin opción a defensa ni a resistencia. Me desarmó por completo, me derretí como un cubo de mantequilla y quedé sometida, por completo, a sus deseos que, además, eran muchos y que se desbordaron por completo hasta el último rincón de mi geografía. Fue conquistando cada pedacito de mi cuerpo con mucho encono e ímpetu, dejando su bandera en todos mis rincones, hasta los más lejanos límites. Sentía sus huellas marcadas en mi piel, como tatuajes, y eso me provocaba más fuego, calcinándome, volviéndome carbón por la pasión. En apenas un segundo yo ya era una tea inmensa de candela ardiendo por completo mientras él seguía desbordándose en mis entrañas como un caudaloso río arrasando mis entrañas, llegando hasta mis máximas profundidades. Grité como una loba cuando Florencio alcanzó el clímax y provocó que yo lo mordiera y hundiera mis uñas en su espalda, abriéndole surcos y provocándole hilos de sangre. Quedé rendida, sin aliento, exánime, parpadeando con insistencia, soplando fuego en mi aliento, completamente vencida y doblegada por el afán desmedido y desbocado de Florencio. Me encantó tanto la velada, que volvimos a juntarnos dos noches después y otra vez fui suya sin contemplaciones ni misericordia. Grité como loca, me jalé los pelos, desorbité mis ojos y me sentí en las nubes cuando alcanzó mis límites con una fuerza incontrolable, dejándome otra vez extenuada, sudorosa, sin aliento, sintiéndome súper sensual y sexy, la mujer más femenina del mundo. Pero Florencio era casado. No me lo había dicho. Lo descubrí cuando timbró su celular. Tuvimos una velada íntima muy ardorosa, apasionada y vehemente, que él quedó dormido, exánime, tumbado en la almohada, sin fuerzas, incluso roncando como un paquidermo. Levanté el móvil y decía esposa. Era un mensaje de texto y le decía que llegase a la casa llevando pan y leche. No le dije nada. Me levanté con cuidado, de puntitas, me puse el calzón y mi sostén y me calcé mi jean y la camiseta. Los botines los llevé en la mano y colgando mi cartera de un hombro, salí sin hacer bulla del cuarto, incluso cerré la puerta sigilosamente. Florencio me timbró varias veces al día pero no le contesté. Incluso me mandó continuos mensajes de texto y tampoco respondí. En su desesperación, fue donde mi amiga que hizo la fiesta donde nos conocimos y ella le dio la dirección de mi casa. Esa tarde, cuando me iba al colegio para mis clases, lo encontré delante de mi puerta con los brazos cruzados, el rostro fruncido, visiblemente molesto. -¿Qué pasó?-, me preguntó iracundo. Me pareció muy hipócrita. -Tu esposa quería que le lleves pan y leche y te dejé el camino libre-, le dije. Lo arrimé con mi brazo y seguí mi camino meneando las caderas. Él se molestó aún más. -Lo nuestro solo era un juego, tú lo sabías-, me dijo. -Me gusta jugar con hombres sinceros que no tienen vínculo ni relaciones ni están comprometidos con nadie. No me gusta hacer a nadie lo que no quiero que me hagan a mí-, le dije y le mostré el dedo medio. Tiempo después la amiga en común de los dos, sí, la que organizó la fiesta donde nos conocimos, me contó que se había separado luego que su esposa descubrió en su móvil mensajes de una amante. -Debería quemar su celular-, le dije divertida. Ella no me entendió. -No me hagas caso-, solo le dije. Es verdad que yo le fui infiel a mi amigo cariñoso, sin embargo, con él aún no somos enamorados ni novios y como le dije a Florencio, parte de los juegos es, también, la sinceridad.
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