LIAM El golpe me lo dio con una sola pregunta. —¿Fue verdad, Liam? ¿Fuiste tú quien le hizo esa cicatriz a Adeline? El mundo se me detuvo. No fueron sus palabras solamente. Fue la forma en que las dijo. Directa. Sin titubear. Como si hubiera puesto sobre la mesa el cuchillo exacto que corta hasta el hueso. Sentí cómo mi espalda se tensaba, cómo los músculos de mi cuello se ponían de piedra. El aire cambió de peso. Era como si de pronto el apartamento se hubiera encogido, como si las paredes se hubieran acercado y yo estuviera acorralado. Por dentro, un rugido empezó a empujar desde el fondo de mi pecho, un monstruo viejo, dormido, que nunca desaparece del todo. La miré. Tenía los brazos a los lados, rígidos, la mandíbula firme, los ojos oscuros fijos en mí. No había miedo en su mirada

