LIAM
Las sirenas aúllan como perros salvajes hambrientos. El interior de la patrulla huele a plástico viejo, sudor rancio y resignación. El cuero de los asientos me aprieta los brazos, las esposas me rozan las muñecas y cada bache en la calle es un recordatorio de que no me importa una maldita cosa.
Ni Nicholas, ni su sangre empapando mis nudillos.
Ni Blake gritándome que me calme.
Ni los policías recitándome mis derechos como si de verdad importara.
Y mucho menos Saanvi.
No he pensado en ella desde que le reventé el primer golpe en la cara a ese bastardo. Ni una sola imagen suya cruzó mi mente mientras lo pateaba en el suelo, mientras su boca escupía dientes y su cuerpo se retorcía como un cerdo degollado. En ese momento no había espacio para dulzura. No para ternura. No para nadie
