LIAM Desperté ese lunes con la mandíbula entumecida y el recuerdo punzante de mis propios puños desatados. El reloj marcaba las 6:48 a.m. y el mundo seguía en pie, aunque yo apenas estuviera sosteniéndome. Me senté en la cama, los huesos protestando por la paliza que le había dado a Nicholas… y por la que recibí de vuelta. Todavía tenía los nudillos inflamados, y el lado izquierdo de mi rostro lucía como una maldita obra de arte abstracto: morado, hinchado y con una vena de rabia palpitando justo en el pómulo. No me importaba. El cabrón retiró los cargos. Lo supe por el mensaje del abogado, pero no me hacía falta confirmarlo. Blake tuvo algo que ver. Lo leí entre líneas. Ese imbécil fue, chantajeó, amenazó, movió hilos… lo que fuera. Me limité a escribirle: “Gracias.” Él respondió con

