LIAM Salí de la ducha, aún con la piel ardiendo. No por el agua caliente, sino por la rabia que tenía dentro. Rabia inútil. Estúpida. Y dirigida a mí mismo. Me tiré al piso de madera, estiré los brazos y empecé a hacer flexiones. Uno, dos, tres, cuatro… Contar era mejor que pensar. Pero a la flexión número treinta, ya no contaba. Pensaba en ella. En Saanvi. En su boca, en la forma en la que me regresó el beso como si le fuera la vida en ello… y luego su mirada confundida cuando me separé. Maldita sea. Me puse de pie, respirando agitado. Seguí con abdominales, con lagartijas, con todo lo que pudiera hacerme olvidar. Pero no funcionó. Lo que sí funcionó fue el maldito teléfono. Vibraba como si tuviera vida propia. Lo tomé, miré la pantalla. Adeline. Fruncí el ceño. ¿Desde cuánd

