2. | Tal vez no deberías haber inventado una novia. |

2462 Words
| ALANA YAMADA | Aprieto los dientes y golpeo el fondo de una botella de vino en la cubitera de hielo. El gigantesco trozo de hielo que había allí se deshace bajo el embate del cristal, pero la botella no se rompe. No es que quisiera que así fuera. En realidad no, porque entonces habría chardonnay y tal vez también sangre por todas partes, y estaría causando un escándalo, pero Dios, quiero romper algo ahora mismo y esta botella de vino es la mejor candidata. Pero no, ni siquiera obtengo esa satisfacción. La botella permanece obstinadamente entera, así que todo lo que puedo hacer es cargar más botellas de vino en el cubo para venderlas a 5 dólares la copa a personas que miran obras de arte y pujan por pasteles. —¿Todo bien?— pregunta Anaya, que se materializó detrás de la barra conmigo. No pensarías que alguien tan ruidoso todo el tiempo podría ser tan astuto, pero Anya contiene multitudes. —Genial— digo, y hago algo con mi cara que se supone que es una sonrisa. Podría ser más bien una mueca. —Todo va muy bien— —Uh huh— dice, y se detiene inclinando la cabeza hacia un lado, sus rizos rubios se reorganizan. Suspiro, respiro profundamente y trato de recomponerme. Afortunadamente, el bar está en la parte trasera del teatro, así que al menos no siento que me estén mirando. La subasta de pasteles, por otro lado, esta justo al lado del escenario y hay luces, mesas y carteles y, oh Dios mío, ¿para qué me inscribí? —Ha pasado una semana— le digo a Anya, quién ya sabe que ha pasado una semana. —Yo solo. Ya sabes— Anya deja su portapapeles sobre la barra y me envuelve en un gran y cálido abrazo de oso. —No tienes que quedarte— me dice en lo alto de mi cabeza. —Vete a casa. Que se jodan los pasteles, se subastaran ellos mismos— —No quiero volver a casa— murmuro en su hombro. —Si vuelvo a casa, simplemente me tumbare en el sofá y pensaré, y eso es aún peor— Ella responde abrazándome más fuerte. —El trabajo era lo único que iba bien— digo, estoy diciéndole a Anaya las cosas que ya sabe, pero siento que tengo que decirlas de nuevo o podría romperme en un millón de pedazos por los nervios. —Y ahora incluso eso me ha sido arrebatado cruelmente— Ella acaricia mi cabello. —Me envió un correo electrónico hoy— le digo, no por primera vez.—Quería asegurarse de que pudiera dejar de lado mis sentimientos personales y seguir siendo profesional ya que compartiré su oficina— —Maldito imbécil— dice Anya. —¡El me escribió eso! Su oficina es mi oficina, duende imbécil engreído— —¿No pueden ponerlo en otra oficina?— pregunta, amo Anya pero ella es el tipo de persona que no puede resistirse a ofrecer una solución —No lo intenté— admito. —Solo llevo allí seis meses y no quiero ser difícil, ya sabes. Especialmente cuando las cosas iban bien en el trabajo— Anya solo hace un sonido tranquilizador y afortunadamente no ofrece más soluciones, aunque puedo decir que quiere hacerlo. —Y le grité a Henry Roberts sobre la puerta contra incendios y todos me escucharon y ahora todos piensan que soy una lunática—digo —Entonces ya sabes— Alanna, te juro que todos en este edificio le han gritado a Henry por una cosa u otra— dice y solo resoplo. —Es un idiota— —Mmm— Finalmente me retiro, ya que estamos abrazadas detrás de la barra y probablemente se ve raro, luego me ajusto las gafas en la cara. —¿por que le agrada a la gente?— me quejo. —¿No saben lo idiota que es? ¿O simplemente no les importa?— —Tu problema con Henry es algo único— dice muy diplomáticamente. —¡Me hizo llorar delante del decano!— Anya simplemente me lanza una mirada que dice, muy claramente, que eso sucedió hace más de una década y no estamos discutiendo eso ahora. —¿Necesitas mas hielo?— ella pregunta en su lugar. Respiro hondo y miro a mi alrededor, las diversas hieleras y cubiteras que he colocado detrás de la barra, llenas de vino, cerveza, refrescos, agua y un puñado de cajas de jugo par los niños. Me recuerdo a mi misma que estoy aquí porque estoy siendo sociable, haciendo amistades y lidiando con mi ansiedad de una manera sana y normal, no para poder explotar contra la gente por usar la puerta equivocada. —Creo que estamos bien por ahora— digo, perfectamente neutral. —Gracias— Debo de lucir rara, porque Anya me abraza de nuevo y aunque en general es una abrazadora, son muchos abrazos. Me pregunto si alguien más en el edificio le parecerá extraño, especialmente después de que le grite a Henry acerca de una puerta porque hay un letrero enorme en ella que dice "Puerta de fuego, No abrir" Por supuesto, pensé que todas las alarmas y aspersores iban a asonar. —Es una mierda tener que compartir oficina con tu ex durante un mes entero— dice Anya, con su voz mas validadora. De hecho, me siento validada. —Tu jefe debería de haberlo manejado de otra manera, y si quieres que entre en su auto y ponga pasta de camarones debajo de las alfombras, lo haré — Ese es el tipo de amistad que necesito. —En agosto, nada menos— digo. —¿puedes imaginarlo?— —No quiero— —La compañera de cuarto de mi prima dijo que alguien le hizo eso una vez cuando dejó su auto en algún lugar durante todo un fin de semana, y olía tan mal que llamó a la policía porque pensó que tenía que haber un cadaver allí—dice, reconfortante. —Wow— digo, mi barbilla hundiéndome en su hombro. —Uno de los policías vomitó . Tuvo que vender el auto como chatarra. Oye, gracias por colgar todo el arte, se ve genial— —No hay problema— dice la voz de Henry Roberts detrás de mi, porque no puedo tener paz y tranquilidad durante mas de cinco minutos. Libero a Anya de su abrazo solidario y comprensivo y veo a Henry abriendo casualmente una hielera y tomando una botella de agua. —Es un dolar— le digo —Soy un voluntario— dice, sacudiendo el hielo. —Eso no significa que sea gratis— Henry se endereza, todavía sosteniendo la botella y con una media sonrisa en el rostro. —Hey, ¿qué es eso de ahí?— pregunta, inclinando vagamente la cabeza hacia la izquierda. —No se puede simplemente robarles a los perros y gatos sin hogar— digo, sin dejarme engañar. —Vamos,Yamada. Tengo sed. Es una botella de agua— Mis brazos estan cruzados frene a mi pecho. El sudor nervioso pica en la parte posterior de mi cuello y en ese lugar justo entre mis senos. Mis gafas se han deslizado un poco hacia abajo, pero resisto la tentación de volver a subirlas porque creo que podría estar jodiendome, y eso me molesta incluso mas que la idea de que sea demasiado tacaño parar gastar un dolar. —Hay una fuente de agua cerca de los baños en el vestíbulo de entrada— digo, sin moverme un centímetro. —Esa es gratis— Henry me mira. Miro a Henry. Todavía tiene una leve sonrisa en su rostro y la, aw-mierda-solo-estoy-bromeando-no-puedes. dejarme-salirme-con-la-mía-solo-esta-vez expresión de la que gente de esta ciudad siempre parece enamorarse. Cuanto más permanecemos aquí, más se desvanece esa expresión, hasta que Anya finalmente suspira. —Es un dolar — dice. —¿No eres abogado o algo así?— Eso provoca una risa y otra sonrisa fácil de su parte, aunque esta no llega a sus ojos. Creo. Tal vez. ¿Quién diablos conoce a Henry, un hombre que cree que ha convertido su encanto en un encanto? —Tienes razón— dice arrastrando las palabras, buscando su billetera, el pone el agua aún sin abrir en la barra, saca un billete, me da una mirada indesifrable. —¿Tienes cambio de veinte?— Por supuesto que no puede hacerla fácil y pagar con el cambio exacto. Si decir palabra, se lo entrego. Me da esa mirada otra vez mientras lo guarda en su billetera y esta vuelve a guardarse en su bolsillo. —Entonces_ dice, girando la tapa. —Anya, ¿qué harás mañana por la noche?— —No ire a tu noche de micrófono abierto— dice apoyándose en la barra, con las manos junto a las caderas. —O tu grupo de improvisación. O tu noche de micrófono abierto de improvisación— Eso hace que Henry muestre una sonrisa real y honesta, todo su rostro se ilumina y una mano se pasa por el cabello. El problema de Henry; uno de muchos, seamos realistas, es que es técnicamente atractivo. Si existiera un kit para crear un hombre guapo. Henry seria lo que tuvieras en el paquete White Guy. En otras palabras, es alto, ancho, de ojos azules y mandíbula cuadrada, con una bonita sonrisa, bonitos dientes y pómulos que son casi demasiados bonitos y un cabello castaño medio, que siempre tiene el grado exacto de casi-pero-no bastante rebelde. Está claro que hace ejercicio y probablemente estaría encantado de aburrirte con los detalles de su rutina. Hay muchos músculos. Se ve bien con los trajes que usa para trabajar, lo cual me veo obligada a saber porque nuestras oficinas están en el mismo piso del edificio. —¿Qué tal una cena?— dice, todavía sonriendo. —¿cena de quién?— —Emory— —Emory, ¿tu jefe?— —Conoces a otros Emorys?— —Tenía un tío abuelo—dice Anya. —Aunque murio antes de que yo naciera. Creo— —Si, Emory, mi jefe— confirma Henry. Anya entrecierra los ojos. —¿Me estás invitando a salir?— dice finalmente, como si le acabara de presentar un bicho extraño en un frasco. —¿A una cena con tu jefe? ¿Por qué?— Henry simplemente se ríe de eso. Su risa es total: su cabeza se echa hacia atrás y su rostro se ilumina y puedo ver las líneas de los tendones de su garganta, la forma en que pasa una mano por su cabello y sus biceps hacen algo agradable de bajo de su camisa. Me giro hacia el cubo de vino para dejar de mirarlo. —Wow, está bien— dice, luego mira por encima de la barra y hacia todos los demás en el teatro. —Porque necesito un favor— —¿Un acompañante para una cena de trabajo?— pregunta, Anya todavía sospechosa. —Más o menos— dice y suspira. —Es posiblemente que accidentalmente le haya dicho a Lyla Ballard que tengo novia— —¿Cómo le dices accidentalmente a alguien que tienes novia?— pregunto, fingiendo ajustar una botella de vino. —Es una larga historia— —Así que necesitas que alguien venga a ser tu novia en la cena de Emory mañana por la noche— dice Anya. —Esa no es una situación de un acompañante— —No tiene que ser gran cosa— afirma. —Ven a una cena, nos tomaremos de la mano o algo asi, podemos separarnos el domingo por la mañana— —Definitivamente no—dice ella. Henry tiene el descaro de parecer sorprendido, porque por supuesto que lo hace. —¿Soy tan malo?— dice, ya ocultandolo con esa sonrisa tonta y arrogante que tiene. —Vamos— Resople. Ambos me ignoran. —Mira, estás bien—dice Anya. —Gracias— —¿Sabes qué pasaría si la gente pensara que estamos saliendo y no se lo hubiera dicho a nadie?— pregunta Anya. —Nunca volvería a dormir durante las llamadas telefónicas. Mi abuela lloraría de alivio. Mi madre comenzaría a planificar la boda— —¿Soy tan popular?— —Bueno, eres hombre—dice. Henry simplemente suspira y se pasa una mano por el cabello, de alguna manera haciendo lucir a un mejor. Puaj. —Eso es un buen punto— admite. —Por supuesto que es un buen punto, yo lo hice— dice Anya, medio sonriendo. —Si, si—dice. —Tal vez no deberías haber inventado una novia— continúa . —Te dije que es complicado— dice, pero ahora sonríe. —Diles que está en Canada— —¿Cómo lo hiciste en séptimo grado?— Anya se ríe y casualmente da la espalda. —Logan, mi canadiense novio, fue el amor de mi vida— dice Anya. —Y no es alguien a quién invente para que la gente pensara que era genial— Se abren las puertas de entrada del teatro y Anya mira su reloj. —Es hora— entona mirando a su alrededor. —Alanna, ¿todavía estas bien para la subasta de pasteles?— Empujo una sonrisa muy normal en mi cara. —Por supuesto— digo. —Buena suerte esta noche—dice Henry, retrocediendo hacia donde se supone que debe de estar. —Y si piensas en alguien...— —Les advertiré que necesitas favores extraños— Anya termina su frase, sonriendo, y el se aleja. —Uf—digo en voz baja, una vez que esta fuera del alcance de su oído. —Esta bien—dice Anya, pacientemente, con el portapapeles en la mano una vez mas. Hago una mueca porque no estoy de acuerdo. —Sabes, podrías dejar de enojarte por la universidad en algún momento de esta década— señala, todavía repasando la lista. —Sólo un pensamiento— —O podría seguir enojada para siempre—respondo. —Si realmente quieres— dice encogiéndose de hombros, porque esta no es la primera ni la quinta vez que tenemos esta conversacion. Ella empuja la lisa de verificación de nuevo en su bolsillo y pone sus manos en mi hombro. —Está bien. Te amo y respeto tus elecciones incluso cuando pienso que son malas y te hacen daño— —¿Pero como te sientes realmente?— digo inexpresiva. —Como si fuera hora de que subastes algunos pasteles—dice, señalando la mesa de pasteles mientras me da una última sonrisa y luego se aleja. Respiro hondo, me preparo y me dirijo hacia unos pasteles.
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