Dorian de 7 años:
La tormenta rugía con fuerza fuera de la ventana atrapando pequeñas hojas secas en sus feroces corrientes de ventisca.
El niño cuyos ojos eran de un vívido azul dibujaba sentado en una pequeña mesa junto a esa ventana en su cuarto; la luz en su cuarto estaba apagada, pero la tenue iluminación grisácea que se filtraba le eran suficientes para ver.
Se suponía que debía estar durmiendo la siesta, pero a Dorian le aterraba las tormentas y le resultaba imposible dormir, con el correr del tiempo había aprendido a distraerse enfocando su atención en otras cosas.
—¡Es tu culpa! Te dije que no gastaras nuestro dinero en idioteces—gritaba la enojada voz de su padre desde la planta baja.
—¿Idioteces? ¡Compré los remedios para Dorian, lleva más de una semana con dificultades para respirar. Pero tú no podrías saberlo, si pasas todos tus días envenenándote con alcohol—gritó en respuesta su madre.
Era verdad, su padre solía ausentarse días y noches completas, cuando por fin decidía volver a su casa olía a vino rancio mezclado con orina y humedad. Su madre se ponía furiosa pero su enojo se apagaba cuando el de su padre se encendía.
En una ocasión, Dorian recordaba con claridad cómo había intentado defender a su madre cuando el enojo de su padre se despertó y superó el de su madre.
Aquel hombre de similar rostro pero con diferente cabello y ojos, lo había abofeteado tan fuerte que logró dejarlo inconsciente.
Al día siguiente su padre ya sobrio y de buen humor, se disculpó con él por la fuerza de su golpe, aún así se excusó en que los "hombres se hacen a la fuerza". También recordaba que lo había felicitado por defender a su madre, que era después de todo, su deber como hombre.
Ese día el pequeño Dorian se paseó por la casa sintiéndose un verdadero héroe, pero cuando su padre se volvió a marchar rumbo al bar, su madre lo regañó. Le prohibió volver a interferir en una pelea, y lo obligó a esconderse cada vez que su padre volviera ebrio del bar.
Aquel niño no lograba entender del todo la idea de su madre, pero aún así la obedecía. Por eso él permanecía encerrado en su cuarto "durmiendo la siesta" como su madre y padre creían.
—Sigue siento tu culpa, si te hubieras cuidado ¡Maldita sea! Ahora tendríamos dinero y no deberíamos cargar con Dorian—gritó su padre furioso.
—¡Si no bebieras como un maldito loco tendríamos dinero suficiente!—contestó su madre, elevando la voz de forma sorpresiva.
«Por favor mami no le grites» suplicó Dorian en silencio, sabiendo lo que podría ocurrir si la paciencia de su padre se acababa.
—Si nos deshacemos de Dorian podríamos tener dinero suficiente para hacer lo que queramos, yo podría beber todo el día y tú bueno… harías lo tuyo—contestó su padre fascinado con la idea.
El pánico invadió al pequeño niño, el cual comenzó a temblar en respuesta.
Si lo regalaban o lo tiraban a la calle como a los perritos que solía ver, no podría jugar más con sus compañeros de la escuela y extrañaría mucho a su mamá.
Tenía que hacer algo, no podía quedarse de brazos cruzados a la espera de que su padre lo echara.
Con cautela y en completo silencio, se incorporó de su lugar en la mesa, y comenzó su lenta caminata por la habitación rumbo a la puerta.
—¡Cómo demonios puedes decir esta barbaridad!—gritó su madre, la indignación apoderándose de su voz.
El cuerpo de Dorian se relajó al escuchar aquellas palabras, sin embargo no logró detener el curso de sus acciones y siguió su camino.
Con delicadeza giró el pomo de la puerta y salió al angosto corredor que conectaba la habitación de sus padres, con la suya propia y la escalera; está desencadenando en un living recibidor bastante amplio.
Sin emitir sonido alguno caminó por el pasillo hasta colocarse en la cima de la escalera, gracias a sus pies descalzos, sus pasos permanecieron mudos.
—¿Cómo puedo decir eso? ¡Cómo demonios te atreves a levantarle el tono a mi!. ¡A tu marido!—vociferó el hombre alto y de cabello castaño, al tiempo que tomaba un jarrón que se encontraba cerca de su alcance y lo lanzaba por lo aires hasta aterrizar en el suelo unos pasos más allá estallando en mil pedazos.
Dorian comenzó a temblar de miedo cuando los pedazos cayeron al suelo provocando un estridente sonido.
Sin darse cuenta, su boca lo delató y dejó escapar un bajo sonido ahogado; casi inaudible para otros, pero perfectamente audible para su padre.
El hombre cambió el enfoque de su rostro hacia Dorian, sus rasgos igual de definidos que los suyos parecían más tensos de lo normal; sus ojos color gris claro brillaron con odio salvaje.
—Maldita rata escurridiza ¿Que haces escuchando las conversaciones ajenas? Baja de inmediato—gritó aquel hombre, quien parecía convertirse lentamente en bestia.
El cuerpo de Dorian obedeció la orden implícita en sus palabras, no importa lo aterrado que estaba, su cuerpo no se detenía y seguía descendiendo, como si un comando silencioso lo controlara.
—No bajes más Dorian, vete a tu cuarto— contestó su madre con un tono amorosamente destructivo.
El cuerpo de Dorian se detuvo en seco, sus ojos se llenaron de lágrimas mientras observaba a aquella mujer hermosa de cabello lacio tan oscuro como la noche y tranquilizadores ojos color mar.
Él sabía lo que significaba desobedecer una orden de su padre, pero también sabía lo que implicaba alzar su voz y autoridad por la de él. Por lo que Dorian quedó inmutado a mitad de la escalera, observando todo.
—¿Qué demonios dijiste maldita perra asquerosa y desagradecida?—gruñó aquel hombre transformado en bestia mientras volteaba en dirección a su madre preparado para desatar el infierno.
Y así fué, el infierno se desató en aquella casa.
Aquella noche el corazón de Dorian se rompió por primera vez en una infinidad de pedazos, desde entonces se siguió rompiendo cada vez más sin chances de ser sanado.
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Aquella pesadilla se destruyó así misma y como humo desapareció de su inconsciente.
En su lugar el hermoso rostro de Elena se hizo presente, vestida en su traje de novia y sujetando un ramo de rosas rojas, le sonreía de forma hermosa, al igual que siempre.
—Me traicionaste Dorian—dijo Elena frente a él, su rostro volviéndose triste.
Dorian intentó correr hacia ella, pero la escalera donde aún se mantenía en pie comenzó a sacudirse, amenazando con derrumbarse y caer al vacío.
Quizá gritarle, negando su traición; pero de su boca solo salía música de piano clásico.
—Me engañaste Dorian—volvió a hablar Elena, de sus ojos salió una lágrima que recorrió su mejilla hasta caer en su mentón.
Él negó con la cabeza, pero al parecer Elena no lo lograba ver.
—Renunciaste a mi Dorian, por tu culpa estoy con Jackob ahora—habló finalmente Elena con tono afligido, antes de voltear para encontrarse con la figura de su mejor amigo.
Al instante comenzaron a besarse, sin perder tiempo Jackob deslizó la mano por el vestido antes de empezar a desvestirla de forma brusca.
—¡No! ¡Déjala por favor!—comenzó a gritar Dorian mientras sacudía su cuerpo con todas sus fuerzas.
Pero algo lo detuvo, una figura angelical con alas color crema, cabello oscuro como el de su madre y ojos de noche. Una paz instantánea lo envolvió sintiéndose nuevo y olvidándose de los problemas por un instante.
—Dorian ¿Me escuchas? Despierta—dijo Daphne, con esas hermosas alas de ángel.
El obedeció, no porque tenía que hacerlo, más bien porque quería ver su rostro en la vida real.