1. El Príncipe...

1419 Words
Capítulo 1. El Príncipe Perdido Las balas surcaban la oscuridad como relámpagos de plomo. El estruendo de los disparos resonaba entre los muros de hormigón, pero en medio del caos, solo había una certeza: ellos dos. Enzo la tenía contra la pared, su pecho subía y bajaba con la adrenalina de la batalla. La silueta de la mujer frente a él era un misterio cubierto de n***o, un traje ajustado que ocultaba todo menos lo esencial. Solo sus labios, entreabiertos y jadeantes, y sus ojos, dos llamas encendidas en la penumbra, eran visibles. -- ¿Quién demonios eres? – murmuró él, con la voz aún impregnada de peligro. Ella no respondió. Solo alzó la barbilla, desafiándolo. La luz intermitente de los disparos reflejaba el brillo de su mirada, esa chispa que encendió algo primitivo en Enzo. No era miedo. No era furia. Era excitación. Un segundo más y ella podría haber escapado. Pero no lo hizo. En cambio, con un movimiento letal y calculado, acortó la distancia y selló su respuesta en su boca. Fue un beso feroz, de choque, de guerra. Labios que reclamaban, que devoraban, que hablaban en un idioma más antiguo que el odio y más intenso que la venganza. Enzo la sujetó por la cintura, sintiendo la firmeza de su cuerpo bajo el traje. Ella dejó que la atrapara, que creyera que tenía el control, hasta que, con la misma rapidez con la que lo había besado, lo empujó y desapareció en la penumbra. Él se quedó inmóvil solo un instante antes de reaccionar. -- ¡Maldición! – susurró, pasando la lengua por su labio, donde aún ardía el rastro de ella. Horas después Las luces del gran salón resplandecían con un brillo dorado, reflejándose en las copas de vino y en las joyas de las mujeres que reían con delicadeza, como si el mundo más allá de esas paredes no existiera. El evento donde todo lo mejor del bajo mundo se hacía presente solo era una muestra de poder. La familia Valetta no celebraba cada año por puro placer, ellos lo hacían para recordarles a todos quién gobernaba entre las sombras. Hombres vestidos de trajes oscuros y mujeres con vestidos y joyas de diseñador se paseaban entre murmullos y brindis. Entre ellos, los herederos de distintas familias mafiosas buscaban sus alianzas, analizando bien a sus enemigos, fingiendo una amistad inexistente, mientras las jovencitas intentaban atraer la atención de los jóvenes más atractivos, tratando de que sus familias se conecten y consigan más beneficios en ese mundo de mafia y corrupción, sin embargo, alguien todavía no había llegado. Pero cuando lo hizo, todas las miradas giraron hacia ella. Sol Valetta. La enigmática y poderosa hija de Alexander Valetta. Los murmullos llenaron el aire al notar su retraso, pero a ella no pareció importarle. Sol caminó con la altivez de quien sabe que el mundo le pertenece, su vestido blanco ceñido a cada curva, su cabello dorado recogido en un moño alto con una precisión letal, dejando su cuello al descubierto. Nunca le gustaba llevar joyas encima, muy de vez en cuando solía usar una pequeña cruz dorada en una delgada cadena que tenía guardada desde que tenía uso de razón. Su porte era impecable, su expresión calculada. No era una simple hija de la mafia italiana. Ella era una Valetta, la luz de los ojos de su padre. Y todos sabían lo que eso significaba. -- ¡Damas y caballeros! – la voz de Alexander Valetta, su padre adoptivo, resonó en toda la sala. -- Para quienes no la conocen aun, les presento a mi hija, Sol Valetta – Los aplausos llenaron la estancia. Sol sonrió con cortesía, un gesto ensayado y perfecto. Había aprendido desde niña que en este mundo la apariencia lo era todo, aunque en realidad le importaba muy poco. Pero entre la multitud, un par de ojos no estaban llenos de admiración ni de deseo, sino de shock, de incredulidad, de una furia contenida que nadie podría explicar, solo él y esos ojos completamente confundidos pertenecían a Enzo Parodi. Él no aplaudió. Ni siquiera se movió de su lugar. Puedo notar por lo rojo de sus labios, y aquella mirada penetrante que ella era la misma mujer con la que se cruzó hacia solo unas horas atrás. Pero eso no era lo que le había impactado, él la miraba, como si estuviera viendo un fantasma. Porque eso era ella para él, un fantasma del pasado. Un recuerdo de hace veinte años atrás… Recordando el pasado El aroma a pólvora y sangre impregnaba el aire. El fuego crepitaba a su alrededor, devorando cortinas, muebles, paredes. La mansión Rossell era un infierno en la Tierra. Enzo tenía diez años de edad y no debía estar esa noche ahí, nadie debía hacerlo. La pólvora quemaba en el aire y el olor a muerte lo impregnaba todo. Sol Rossell tenía cinco años de edad cuando el infierno consumió su hogar. Los gritos aún resonaban en sus oídos, las súplicas ahogadas por las balas que perforaban la noche. El sonido de los casquillos cayendo al suelo se mezclaba con el crujir de la madera incendiada, con el eco de los cuerpos desplomándose sobre la alfombra empapada de sangre. Su madre la había escondido detrás de un viejo piano, en el salón del segundo piso mientras iba en busca de sus otros hijos. -- No salgas, pase lo que pase. No hagas ruido, amor mío – esas fueron las últimas palabras que escuchó de ella. Su pequeño cuerpo encogido contra la pared mientras los disparos retumbaban en la planta baja de la mansión Rossell. Enzo había corrido junto a su amigo, el hermano mayor de Sol, pero el niño se desvío al ver como su madre corría hacia otra habitación luego de dejar a su pequeña hija, Enzo vio a la niña y aterrado la levantó en sus brazos, vio un armario y se escondió con ella ahí. No supo si buena idea, pues desde donde estaban podían ver mejor toda la habitación, podían ver como los hombres de la familia Rossell iban cayendo uno a uno defendiendo a su jefe, al padre de su amigo. Desde su escondite, Sol vio cómo su mundo se desmoronaba. Su hermano, su madre, sus tíos, sus primos. Uno a uno fueron cayendo. La familia Valetta había llegado con un solo propósito, exterminarlos de la faz de la tierra. No hubo piedad. Ni para los hombres, ni para las mujeres. Ni siquiera para los niños. Una sombra se alzó entre la humareda. Un hombre de traje oscuro, con la insignia de los Valetta en el anillo, él se acercó a su padre. Enzo cubrió los ojos el de la pequeña con sus manos, mientras le susurraba al oído palabras llenas de compasión. El niño se sacó la cadena de oro con la cruz que recibió en su bautizo y se la puso en la mano de la pequeña, --Esto te protegerá, no tengas miedo… yo siempre te protegeré Sol. Solo escucha mi voz, nada más debe ser importante para ti – le dijo en el momento que se escucharon unos disparos. La pequeña soltó un jadeo ahogado, no pudo soportar y liberándose de su salvador salió corriendo hacia el caos, impulsada por el miedo más puro. Los hombres armados se giraron al escuchar sus pasos, Enzo estaba aterrado, sin darse cuenta la puerta donde estaba oculto se había vuelto a cerrar, -- ¡Una niña! – gritó uno de ellos. El corazón de Enzo se detuvo, abrió sus ojos aterrados sin saber lo que pasaría con él, pero la puerta estaba cerrada. Y Enzo vio cómo la niña desaparecía corriendo despavorida hacia el fuego. Nunca supo si había logrado escapar, él sufrió un desmayo de la impresión… el niño Parodi fue encontrado por su familia al amanecer, cuando los Parodi luego de enterarse del ataque a la mansión de los Rossell. Salieron en busca de sobrevivientes, ese era un pacto de lealtad, sin embargo, nunca esperaron encontrar a su propio hijo entre los escombros. Ese día al sentirse amenazados la familia Parodi se dividió, el padre de Enzo junto a su esposa y algunos miembros cercanos se alejaron del país, huyeron buscando protección, no querían ser los siguientes en la lista de los Valetta, su hijo era quien debía asumir el mando de la mafia al desaparecer los Rossell, y ahora luego de ver lo que la ambición de Alexander era capaz, decidió alejarse… pero nunca olvidaron aquella traición… Hasta ahora.
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