2. Un fantasma...

1575 Words
Capítulo 2. Un fantasma del pasado… Regresando al presente… -- Sol Valetta – repitió Enzo como robot. ¡No puede ser! Pensó. Él había soñado muchas veces con la pequeña de cinco años que había intentado proteger, Sol Rossell, la hermanita menor de su mejor amigo, pero ¿Cómo era posible? Esa pregunta lo comenzaba a enloquecer. El rostro de Enzo se endureció. La niña que creyó muerta, la pequeña que intentó salvar y que pensó había perdido, ahora estaba ahí, viva. Y no solo estaba viva, sino que llevaba el apellido de los asesinos de toda su familia. -- ¿Sucede algo, Signore Parodi? – le preguntó de pronto una voz a su lado, haciendo que regrese a la realidad. Enzo parpadeó y giró la cabeza. Un hombre lo observaba con curiosa expresión. Él sabía muy bien de quién se trataba, habían pasado casi veinte años y no había podido olvidar aquel rostro… Giancarlo Valetta, uno de los cabecillas de la familia, un primo lejano de Alexander Valetta, el mismo hombre que le disparó al padre de los Rossell aquella maldita noche. -- Nada importante – le respondió Enzo, sonriendo con frialdad. Él observó su mano cuando la levantó para beber de su copa y pudo notar el mismo anillo que había visto de niño. En ese momento su rostro se sombrío al darse cuenta de quien fue el encargado de realizar la masacre. -- Solo me sorprendió la belleza de la señorita Valetta. No se parece en nada a sus hermanos, ellos son más bien… diferentes – le dijo y notó como Giancarlo asintió, luego giró levemente para mirar a Sol y comentar. -- Mi sobrina es una copia de su padre, sus hermanos son más parecidos a su madre, ¿no te parece signore Parodi? – le preguntó señalando el lugar donde estaba el patriarca de los Valetta, y aunque sus ojos eran azules como los de Sol, Enzo no veía la misma belleza de la joven en él. Giancarlo rio, al ver como Enzo miraba a su primo y a su sobrina a la vez. Él mejor que nadie sabía cómo había llegado la niña a la vida de los Valetta, no fue por caridad ni por lástima. Fue una decisión calculada. Alexander Valetta la adoptó oficialmente y se convirtió en su tutor legal por una razón muy clara… la fortuna de la familia Rossell. Siendo la única sobreviviente de aquella catástrofe, su nombre era la llave para apoderarse de todo lo que alguna vez le perteneció a su padre. Al principio, ella solo era un medio para un fin, una pieza más en el tablero de ajedrez de Alexander. Pero con el tiempo, algo cambió. La pequeña Sol no era como sus hijos varones, unos buenos para nada que vivían a la sombra de su apellido. ¡No! La niña se volvió una sobreviviente, ella era fuerte, inteligente y, lo más importante, su estaba puliendo a su imagen y semejanza. Cada vez que la ponían a prueba, superaba las expectativas. Cada vez que sus "hermanos" intentaban hundirla, ella salía a flote con más fuerza. No le importaba la trampa ni el desafío, siempre encontraba la forma de ganar y salir airosa. Fue así como pasó de ser solo un nombre útil en un documento a convertirse en la princesa de papá. La única que realmente merecía el apellido Valetta, olvidándose por completo del día en que despertó en aquella casa, sin recordar quien era ni cómo llegó ahí… Giancarlo hubiera querido tenerla como pupila, desde que la vio correr hacia el fuego supo que sería una triunfadora, pero su primo quien la acogió bajo su abrigo y no le quedó más que aceptar. Ahora observaba a Enzo con suspicacia, él también sabía que el joven Parodi era el voceado para conseguir el trono si su familia no hubiera desaparecido años atrás. -- ¡Oh!, parece que nuestra Sol lo ha deslumbrado, pero créame, no es la única sorpresa que esconde – Enzo apenas escuchó esas últimas palabras. Sus ojos habían vuelto a posarse en Sol. -- ¿Qué demonios le habían hecho? – suspiró para sí mismo. La niña temblorosa que intentó proteger ahora llevaba el apellido de los asesinos de su familia. Y lo más importante… ella no lo recordaba, incluso ahora defendía la mercancía y los negocios de los asesinos como si fueran suyos, porque eso lo descubrió horas atrás. Enzo había pensado que los Valetta estarían ocupados en los preparativos de su fiesta y decidió hacer una incursión por sus bodegas, nunca espero encontrarse con la guardiana de la familia, la mismísima Sol Rossell o Sol Valetta como la llamaban todos. ¿Qué iba a hacer ahora que sabía que la única heredera de la familia Rossell y de todos los bienes incautados por los Valetta estaba con vida? Enzo cerró los ojos tratando de pensar. Comprendía que Sol no debía saber quién era en realidad… pero él sí lo sabía y necesitaba hacer algo. Esta vez, no iba a permitir que los Valetta ganaran… no esta vez. Enzo se alejó de Giancarlo. No podía dejar de mirar a Sol, en ese momento observó un pequeño enrojecimiento en sus labios, sabía muy bien a que se debía. De pronto se detuvo en una esquina del salón, se dedicó a observarla con una mirada llena de fascinación, y furia. Porque ahora lo entendía todo. Porque ahora sabía quién era ella y ¿Por qué de esa conexión en aquella bodega?, de querer besarla siendo una desconocida y, sobre todo, porque lo único que podía pensar en ese momento era en querer hacerlo otra vez. La música se escuchaba por el gran salón con una elegancia calculada, un vals que marcaba el ritmo de la noche. Las sombras de la mafia bailaban junto a los trajes impecables y los diamantes relucientes. Pero Enzo Parodi no tenía ninguna intención de bailar, él solo tenía un objetivo. Y ese era ella, Sol Valetta. Desde su posición en esa esquina, junto a la mesa de vinos, observó cada uno de sus movimientos. Sol Valetta era la imagen misma de la perfección. Con su Postura impecable, su sonrisa medida, y su mirada de hielo, nadie que la mirara imaginaría que alguna vez fue una niña aterrada en medio de una masacre. Los Valetta la habían moldeado a su imagen y semejanza. Alexander Valetta lo había hecho, pero Enzo no se dejaría engañar. Él quería creer que sabía lo que había debajo de aquella máscara de frialdad, quería seguir pensando que la niña a la que le había dado su cruz de oro seguía existiendo en algún lugar dentro de esa fría y calculadora mujer. Y él estaba dispuesto a encontrarla, quería despertarla y calentarla. Necesitaba una aliada para su venganza contra los poderosos y estaba seguro de que la conseguiría de cualquier manera posible. -- Signore Parodi – otra voz interrumpió sus pensamientos. Enzo giró la cabeza y se encontró esta vez con la mirada de Alexander Valetta. El patriarca de la familia lo observaba con una sonrisa de cortesía, pero sus ojos oscuros eran de advertencia. Lo había visto hablar con su hermano, pero eso no le preocupaba, lo que lo tenía en alerta era la constante atención que había puesto en su hija Sol. “No olvides dónde estás" se dijo para sí mismo Enzo, sabía muy bien que se había metido a la cueva del lobo, y debía tener mucho cuidado si no quería salir metido en un cajón, asi que Enzo giró levemente y lo miró con hipocresía, la misma que había practicado frente al espejo desde hacía dos décadas. -- Es un placer verlo después de tanto tiempo, Alexander Valetta, era un niño cuando mi familia se mudó del país – le dijo sin darle mucha importancia al hecho, y el patriarca de los Valetta se lo agradeció. No era bueno recordar detalles que no venían al caso, pero ambos sabían muy bien quien debía ser el verdadero sucesor en el trono. -- El placer es mío hijo. Me sorprendió mucho enterarme de tu regreso. Tu familia ha estado demasiado tiempo desaparecida entre las sombras – comentó Alexander intentando parecer jovial. -- ¿Y cómo no? Si ustedes mataron a la mitad de los que decidieron quedarse – pensó Enzo, pero él no era ningún estúpido, debió morderse la lengua y sonreír. No había sobrevivido veinte años para morir por una reacción impulsiva. No cuando estaba dispuesto a reclamar lo que por derecho le correspondía. -- Los Parodi nunca desaparecen – le respondió con voz tranquila, observando como el rostro de Alexander se iba transformando sin querer. -- Nos mantenemos entre las sombras, pero salimos solo cuándo es el momento de actuar – Alexander entrecerró los ojos, intentando analizar sus palabras, intentando saber cuál era su plan al haberse aparecido esa noche ahí, frente a él, después de veinte años de ausencia y silencio. Pero Enzo ya no era un niño escondido en un armario, era un hombre y estaba esperando su momento, tanto que logró sostenerle la mirada. Finalmente, el viejo sonrió. -- Espero que disfrutes la velada. Mi hija se encargará de que no te falte nada – y con esas palabras, se apartó, dejando a Enzo con un propósito claro. Llevaría la guerra hasta su hija, dejaría que sea Sol quien se encargue de él, como siempre lo hizo, con todo aquel que lo estorbaba.
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