Capítulo 40. El eco de una verdad no dicha Sol volvía del mercado, con una bolsa de frutas y medicinas. Cuando entró, Enzo dormía sobre el sofá, el brazo herido vendado de nuevo y el control del televisor apenas sostenido entre los dedos. Se acercó y le quitó el control con delicadeza. Enzo entreabrió los ojos. -- No te muevas – le susurró. -- Solo estoy acomodándote esto – -- ¿Fuiste por algo de comida o te detuviste por armas? – bromeó él, con voz ronca. -- Esta vez traje jugo de naranja – le respondió ella, mostrando la bolsa. -- También compré vitaminas, vendas nuevas y más antibióticos. Eres mi rehén Enzo Parodi, así que quiero que sobrevivas hasta el final del plan – Enzo sonrió, más relajado. -- ¿Y si no quiero sobrevivir? ¿Y si quiero quedarme en este sofá para siempre, c

