Capítulo 4

1545 Words
Lía "El rumor en el bar." El bar estaba lleno más de lo habitual, y no solo por el mercadillo. Había un murmullo distinto en el aire, como si las mesas susurraran algo que yo no quería escuchar. Mientras limpiaba vasos, escuché un comentario suelto en la esquina: —Ese tipo de la moto… ¿no estuvo aquí otra vez anoche? Me tensé. Fingí que no escuchaba. Julia, la nueva, se inclinó sobre la barra para dejar una bandeja vacía. Sus ojos brillaban con ese nerviosismo curioso de quien todavía no sabe guardar silencio. —Oye, Lía —susurró—. Ese hombre no viene solo a beber, ¿verdad? Me giré despacio hacia ella, arqueando una ceja. —Viene a lo mismo que todos: a gastar su dinero. Julia sonrió, como si no me creyera. —Pues entonces paga muy caro por un whisky que casi no toca. Me mordí el interior de la mejilla, molesta conmigo misma. No con ella, no con los clientes… conmigo. Porque tenía razón. Él no venía por el whisky. Miré la puerta una vez más. El ruido del bar era normal, pero mi cuerpo esperaba lo que mi boca negaba. No lo quería aquí. Y sin embargo, lo esperaba. Lo que niego frente a todos… me quema por dentro. Gael. "Saber esperar." Abrí la puerta del bar y el ruido me golpeó de lleno. Caras conocidas, vasos chocando, humo en el aire. Todo igual que siempre. Pero yo no había venido por el ruido. La vi detrás de la barra, erguida, recogiendo vasos con ese gesto seco que ahuyentaba a cualquiera. No me miró. O fingió que no lo hacía. En otra ocasión me habría sentado justo frente a ella para provocarla. Hoy no. Hoy me acomodé en una mesa al fondo, en la penumbra, donde podía observarla sin invadir todavía su espacio. Saqué un cigarrillo y lo encendí sin pensar. La primera calada apenas rozó mis labios cuando sentí la mirada clavada en mí. No de ella. Del dueño. Ese tal Héctor, apoyado en la barra con los brazos cruzados. —Aquí no se fuma —dijo, sin necesidad de alzar la voz. Lo sostuve un segundo más entre los dedos, sin apartar los ojos de Lía. Luego lo apagué despacio en el cenicero, dejando que el gesto hablara por mí. No era obediencia. Era paciencia. Y eso era lo que más me irritaba: yo nunca había sabido esperar. Hasta ahora. Porque había algo en esa mujer que me obligaba a frenar, a resistir el impulso de acercarme de golpe. Como un galgo antes de saltar, disfrutando de la tensión previa a la carrera. Me dejé caer contra el respaldo, el humo aún en mi garganta, y seguí observándola. Cada palabra seca que le lanzaba a un cliente, cada mechón rebelde que se le escapaba del moño. Y en medio de todo ese ruido, lo supe: si por ella tenía que aprender a esperar, lo haría. Pero cuando me lanzara, no habría escapatoria. Lía "Demasiado cerca." El bar estaba lleno, bandejas en equilibrio, vasos chocando, risas demasiado altas. Me abrí paso entre las mesas, acostumbrada a esquivar manos y cuerpos. Hasta que choqué con la única presencia que no quería encontrar. El de la moto. De pie, justo en mi camino, sin intención de apartarse. —Muévete —dije, seca. Él dio un paso, pero no hacia atrás. Hacia adelante. Lo justo para que mi hombro rozara su pecho cuando intenté pasar. El calor me recorrió de golpe. Me odié por sentirlo. —Si quieres molestar, busca otra víctima —escupí, manteniendo la bandeja firme aunque los dedos me temblaban. Él inclinó la cabeza, con esa calma peligrosa que parecía un reto en sí misma. —Ya encontré la mía. Me giré apenas, lo suficiente para clavarle la mirada. Su cercanía era insoportable, como si cada centímetro de distancia entre nosotros estuviera en llamas. —Tú no eres el tipo de hombre con el que se sobrevive —le solté, con veneno. Su sonrisa torcida apareció despacio, como una amenaza velada. —No vine a que sobrevivieras. Tragué saliva, apreté la mandíbula y seguí caminando, fingiendo que no me había afectado. Pero el pulso en mi cuello latía tan fuerte que hasta yo podía escucharlo. Gael "Choque con Héctor." El vaso estaba a medio beber cuando lo sentí acercarse. No hacía falta girarme para saber quién era. El dueño. —No me gustan los clientes que se instalan demasiado —dijo, apoyando las manos en mi mesa. Levanté la vista con calma. Atlético, seguro de sí mismo, con los ojos de quien había visto de todo en noches como esta. Un hombre que imponía respeto en su terreno. —No me gustan los bares que se aburren tan rápido —respondí, girando el vaso entre los dedos. Su gesto no cambió. Solo la mandíbula tensa y esa media sonrisa seca de quien no piensa ceder. —Con tu actitud, no creo que tardes en aburrirte. Dejé el vaso sobre la mesa, despacio. No me levanté, no alargué la voz. No hacía falta. —Tranquilo. Si me canso, me iré solo. Nuestros ojos se midieron en silencio. Él marcando su territorio. Yo dejándole claro que no reconocía otro dueño que no fuera yo mismo. Al fondo, escuché la risa de un cliente y el golpeteo de vasos contra la barra. La vida del bar seguía como si nada, pero en esa mesa había un pulso invisible. Héctor se incorporó al fin, sin romper la calma. —Espero que tu interés en este bar no sea lo bastante caro como para costarnos clientes. Lo vi alejarse hacia la cocina. Yo seguí sentado, sin moverme un centímetro. No era un héroe. No era un cliente cualquiera. Y tarde o temprano, él iba a entenderlo. Lía "El pulso nocturno." Me tocaba a mí. El maldito turno de limpiar los baños. Nadie lo quería, pero Héctor lo organizaba por turnos y yo no era la excepción. Guantes de goma, cubo en la mano, fregona lista. Era el lado menos glamuroso de trabajar en un bar, aunque nunca nadie hablaba de ello. Empujé la puerta del baño de mujeres y empecé a fregar, con la mente en otra parte. O mejor dicho, en alguien que no quería recordar. El chirrido de la puerta detrás de mí me heló la sangre. No era Julia. No era Héctor. Me giré. El de la moto estaba ahí. Apoyado en el marco, mirándome como si la escena no tuviera nada de ridícula. Como si no me viera con guantes y fregona, sino desnuda de todas mis defensas. —No deberías estar aquí —escupí, la voz más baja de lo que pretendía. No contestó. Entró un paso más, y el espacio ya reducido se volvió asfixiante. Me cercó sin tocarme, solo con su presencia. —¿Qué quieres? —pregunté, clavando los ojos en los suyos, negándome a retroceder. Se inclinó apenas, lo suficiente para que su sombra se mezclara con la mía. Su voz fue un susurro grave, casi un roce contra mi piel: —Tu coraje me gusta más cuando no tienes salida El corazón me golpeó en el pecho. Apreté la fregona con tanta fuerza que crujió el palo de madera. —Vas a aburrirte rápido, porque yo no me doblo —dije, cada palabra un veneno que me ardía en la lengua. Su sonrisa torcida apareció de nuevo, lenta, peligrosa. —Entonces recuérdalo… yo tampoco me doblo. Se giró entonces, con la misma calma con la que había entrado, dejándome en medio del baño con los guantes puestos, el cubo a un lado y la respiración descontrolada. Apoyé la frente contra el azulejo frío y cerré los ojos. Lo odiaba. Lo odiaba porque hasta limpiando baños me hacía temblar. Gael "Cambio de planes." Me quedé apoyado en la moto, frente al bar, con el casco colgando del manillar. La noche olía a humo y a lluvia lejana. Saqué el móvil del bolsillo y marqué un número. No tardaron en responder. —¿Ya terminaste con lo que tenías que hacer? —preguntó una voz al otro lado. Encendí un cigarro, esta vez sí, bajo el cielo abierto. —Cambio de planes. —¿Otra vez? —el tono sonaba molesto. Exhalé el humo despacio, con la mirada fija en la puerta del bar. —Voy a quedarme más tiempo aquí. Un silencio corto. —¿Algún motivo? Sonreí para mí mismo, esa sonrisa torcida que no se me quitaba desde hacía días. —El único que importa. Colgué antes de que siguieran preguntando. Me guardé el móvil, me ajusté la chaqueta y me quedé ahí, observando la entrada. Porque aunque no quisiera admitirlo en voz alta, ya lo sabía: me había quedado por ella. Y como si el destino me estuviera probando, la puerta del bar se abrió de golpe. Ella salió con paso firme, el delantal aún atado a la cintura y el cabello suelto cayéndole en desorden. La luz cálida del interior quedó detrás de su espalda, dibujando su silueta contra la noche. Se detuvo un segundo en el umbral, respirando hondo, como si necesitara aire para sobrevivir. Y entonces, sus ojos se cruzaron con los míos. No había vuelta atrás.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD