Capítulo 6

1302 Words
Gael "El reclamo." El taller olía a grasa y metal caliente. Tenía las manos manchadas de aceite, ajustando un par de piezas de la moto, cuando escuché la puerta cerrarse de golpe. No hacía falta mirar. —¿Qué juego estás haciendo, Gael? —la voz de Nico cortó el aire, seca, con filo de cuchillo. Me incorporé despacio, limpiándome las manos en un trapo. —No tengo tiempo para sermones. Él avanzó entre las motos como si fueran suyas, el eco de sus botas resonando contra el cemento. —Te llamé ayer. Tenías que estar ahí. Y no estabas. Me encogí de hombros. —No era el momento. —¿No era el momento? —Nico rió sin humor, acercándose demasiado—. Trabajo es trabajo. Tú lo sabes mejor que nadie. —Lo sé —dije, mirándolo a los ojos sin pestañear—. Pero esta vez dije que no. El silencio se tensó como un cable a punto de romperse. Nico ladeó la cabeza, estudiándome. —¿Una falda? —preguntó al fin, con desprecio. —No te metas. Sus labios se curvaron en una sonrisa helada. —El negocio no se detiene por nadie, Gael. Menos por una mujer. —Cuida lo que dices. Por un instante pensé que iba a soltar un golpe. En vez de eso, dio un paso atrás, levantando las manos como si no valiera la pena. Pero sus ojos, oscuros y afilados, dejaron claro que había entendido demasiado. —Ya veremos —murmuró antes de girarse hacia la salida. El portazo que dio al salir hizo vibrar las paredes del taller. Me quedé quieto, con los puños cerrados, sabiendo que lo último que necesitaba era a Nico husmeando en lo que no era suyo. Lía "Ojos extraños." El bar estaba lleno de voces y humo de cocina, el mismo caos de siempre. Me movía detrás de la barra con la rutina de cada noche: servir, cobrar, sonreír lo justo. Los espejos frente a mí me devolvían el reflejo de las mesas, un truco viejo para no girar nunca la cabeza. Y ahí estaban. Primero, sus ojos. Los del de la moto. Clavados en mí como un ancla. Eran iguales a los de esos chicos que se hacen los valientes para que les fíes una copa, creyendo que con una sonrisa nerviosa pueden engañar a alguien. Solo que en ellos hay juego, torpeza. En este no. En este había peligro. Me ardió la piel. Odiaba que pudiera distinguirlo ya sin verlo de frente. Odiaba reconocer que su mirada me aceleraba los latidos aunque no quisiera. Y entonces sentí otra cosa. Otro reflejo, más atrás. Unos ojos distintos, más fríos, más calculadores. No era él. Era otro. No aparté la vista del espejo, pero un escalofrío me recorrió la espalda. Ese segundo par de ojos no tenía torpeza ni máscara. Eran ojos de alguien que evaluaba. Que medía. Seguí atendiendo, la sonrisa clavada en los labios, como si nada pasara. Pero lo sabía: no solo tenía una sombra detrás. Eran dos. Gael "El rival." Me encontraba ahí, en el bar, en mi mesa de siempre desde que llegué a este sucio local. Desde ese rincón tenía una visión perfecta de ella: de sus movimientos, de sus tatuajes, de cómo su cuerpo se doblaba detrás de la barra con una seguridad que irritaba y atraía a partes iguales. Vi la confianza con algunos clientes, las bromas, los gestos que compartía. Los observé uno por uno. No me gustaba tanta cercanía. Tarde o temprano tendría que poner límites, cuando me dejara entrar en su vida. Por ahora solo podía estudiar el terreno. A otros los cortaba con una sola frase. Muchos se molestaban, pero siempre volvían. Ese era su filtro, y funcionaba. Hasta que lo vi entrar. Nico. No sé por qué, pero lo esperaba. Era su jugada de siempre: buscar donde nadie lo llama. Se detuvo en la puerta un tiempo largo, escaneando el lugar. Parte de nuestro oficio. Hasta que la vio. Y sonrió. Esa sonrisa de medio lado que siempre usaba cuando se sentía ganador. No me gustó nada. Si ella ya fuera mía, no tendría dientes con los que reír. ¿Por qué digo estas cosas? Ni yo lo sé. Volvió a barrer con la mirada y me encontró. Se acercó despacio y se sentó a mi lado como si el lugar le perteneciera. —Ahora entiendo por qué rechazaste el trabajo anoche —murmuró. —Ni la mires —le solté sin pensarlo. Y me odié por ello. Porque ya era tarde. Tomó mi birra y se la bebió como si nada. Luego Julia se acercó y el muy canalla pidió dos cervezas más. Siempre igual: tratando a las mujeres como trofeos. Pero lo odié más cuando vi que miraba a Lía así. Como un premio. Como si ella no fuera todo lo contrario: intocable. Lía "Refugio roto." Entré en el piso y cerré la puerta con dos vueltas de llave. El silencio me recibió, pesado, como si las paredes supieran lo que traía conmigo. Me dejé caer en la cama sin quitarme ni los zapatos. No podía sacarme de la cabeza lo que había pasado en el bar. El de la moto estaba distinto. Lo noté en sus ojos, en la tensión de su mandíbula. Era la primera vez que lo veía así desde que apareció en mi vida: como si algo lo hubiera descolocado de verdad. Y si él, que siempre parecía tan seguro, se había puesto tenso, era porque había una razón. La encontré pronto. El otro. Ese no me gustó nada desde el principio. No fue solo su mirada fría, fue el modo en que el aire se volvió más denso cuando entró. Había algo en él que no olía a cliente ni a casualidad. Había algo que encendió en mí una alarma roja. Esa alarma que descubrí que tenía cuando conocí el mundo de Manuel: frío, etéreo, nocturno… y lleno de problemas. Una vez aprendes a reconocer ese olor, nunca lo olvidas. El de la moto me encendía la piel, me hacía sentir viva aunque lo odiara por ello. Pero este otro no. Este otro me ponía en alerta. Y yo sabía, mejor que nadie, que cuando mi radar se activaba así, nunca terminaba bien. Me tapé la cara con las manos y solté un suspiro largo. No había refugio posible si incluso dentro de mis paredes ya sentía que la noche estaba esperándome. Gael "El error." La noche se tragaba las calles cuando encendí otro cigarro, apoyado en la moto. El humo me raspó la garganta, pero no me calmó. No necesitaba que Nico hablara más. Su sonrisa al mirar a Lía lo había dicho todo. Lo conozco demasiado bien. Sé cuándo está eligiendo una presa. Y esta vez no la encontró solo. Fui yo quien lo puso en su camino. Yo, que nunca repetía sitios. Yo, que siempre mantuve las reglas claras. Fui el que decidió quedarse. El que rechazó un trabajo. El que se creyó capaz de doblar sus propias normas sin pagar el precio. Y ahora ella estaba en su radar. Apreté los dientes hasta que sentí el sabor metálico de la sangre. No era la primera vez que Nico convertía a alguien en un trofeo. Pero era la primera vez que me importaba. La primera vez que dolía. Odiaba a Nico por mirarla como un objeto. Pero me odiaba más a mí mismo por haber abierto esa puerta. Apagué el cigarro contra mi propia mano, dejando que la brasa quemara la piel. Necesitaba recordarlo. Necesitaba marcarme a fuego que ya no había marcha atrás. Yo la expuse. Yo la puse en peligro. Y si Nico da un paso más, esta ciudad no será lo bastante grande para los dos.
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