Los cuatro jóvenes caminaron en dirección al bosque, pasando por las zonas comerciales. La zona de comida estaba abarrotada de gente, al igual que el área de los souvenires. Para no perder a Fernanda entre la concurrencia, el chico, casi por instinto, tomó su mano. Llegaron a una parte cercana al bosque donde unas treinta y cinco personas formaban una fila. La mayor parte eran turistas extranjeros cargados con cámaras de video, que mantenían conversaciones en una cacofonía de idiomas entre los que resaltaban el inglés, el italiano y el mandarín. Enseguida, un hombre delgado con shorts naranjas y playera blanca se paró frente a la fila, listo para comenzar su discurso.
—Welcome to “Peces Colibrí” —anunció el hombre con una sonrisa profesional.
—¿Quién es ese tipo? —preguntó Marcus, frunciendo el ceño.
—Es el guía —respondió Maya, sin apartar los ojos del hombre que gesticulaba ante el grupo.
—¡We will start the walk! —proclamó el guía en voz alta—. Please, questions at the end of the tour... —
—No puedo ir a este recorrido —señaló Marcus, cruzando los brazos—. No hablo inglés; no voy a entender ni una palabra.
—Tranquilo —Maya intentó apaciguarlo con una sonrisa que no llegaba a sus ojos—. Solo seguiremos al grupo hasta llegar al lado oriente del lago y luego… —Su voz se cortó cuando su mirada, por fin, se desvió hacia Marcus. El chico seguía agarrando la mano de Fernanda con una firmeza protectora. Los ojos de Maya se clavaron en ese punto de contacto, y su expresión se nubló de golpe. La intensidad de su mirada fue tan obvia que Marcus sintió el peso de ella. De pronto, consciente del calor en su propia mejilla, soltó la mano de Fernanda como si le hubiera quemado.
—Yo… es que… —tartamudeó, sintiendo la mirada de Fernanda sobre él, preguntándose qué estaría pensando.
Maya no dijo una palabra. Con el rostro endurecido, dio media vuelta y se pegó a Alicia, susurrándole algo al oído con vehemencia. Las dos chicas parecían urdir un plan.
—Alright, so let's get started! —El guía, al dar la señal, motivó a la multitud a levantar sus cámaras. Empezó a caminar adentrándose en el bosque, y la mancha humana lo siguió—. There are many theories about the creation of the wells, and even scientists have their own…
Los chicos se sumaron al flujo. Marcus, aún recuperándose del bochorno, indicó a Fernanda que caminara delante de él. Así podría vigilar que ninguna de sus compañeras se perdiera o se retrasara, o al menos eso se repetía a sí mismo.
El tour avanzaba con un paso lento, deteniéndose de vez en cuando para que el guía señalara algún árbol o formación rocosa. Marcus, ajeno al significado de las palabras, solo podía observar los gestos. De pronto, y sin previo aviso, Alicia se separó de Maya y se enganchó del brazo de Fernanda con una falsa cordialidad que hizo que Marcus se pusiera en alerta.
—Parece que sabes mucho del lago, más que yo —dijo Alicia con una voz dulzona que sonaba forzada—. ¿Qué te parece si comparamos notas?
La acción trasladó a las dos chicas por delante de Maya, quien desaceleró el paso hasta emparejarse con Marcus.
—¿Qué le pasa a Alicia? —preguntó él, confundido por el repentino interés amistoso.
—Eh, no estoy segura —mintió Maya, jugueteando nerviosa con el borde de su blusa—. Pero, en realidad, sabes… yo quería… —Su nerviosismo se hizo tan palpable que el aire a su alrededor pareció espesarse.
—¿Te encuentras bien? ¿Necesitas algo? —La preocupación de Marcus era genuina. No era normal ver a la segura y voluptuosa Maya reducida a un torbellino de inseguridades.
Ella se detuvo en seco, bloqueándole el paso. Los sonidos del bosque—el trinar de las aves, la voz lejana del guía, el murmullo de los turistas—se desvanecieron en un segundo plano.
—Sabes… —musitó, con un hilo de voz que recordó a Marcus la timidez de Fernanda. Él se inclinó ligeramente para no perder una sílaba. Maya inhaló hondo, como quien se prepara para un salto al vacío, alzó la mirada para encontrar sus ojos y, al ver la confusión en ellos, cerró los suyos con fuerza—. Tú me gustas —soltó las palabras junto con una bocanada de aire, un suspiro de alivio y terror. Al abrirlos, desvió el rostro, ruborizada—. ¿Por qué no podemos retomar nuestra relación? Yo quiero intentarlo.
Marcus guardó silencio. Su mente era un campo de batalla. Era cierto que, como pareja, habían pasado buenos ratos. Maya era atractiva, amable y, en el fondo, noble. Pero no era Fernanda. Su corazón, terco e insistente, solo latía con fuerza por la frágil chica de cabello oscuro que caminaba unos metros más adelante. Levantó la vista, buscándola inconscientemente entre la multitud.
—¿Por qué no contestas? Vamos, dime algo —la voz de Maya se quebró, la desesperación arañando cada palabra.
—Yo… no creo que debamos separarnos del grupo —fue lo único que logró articular, evasivo.
—¿Es en serio? —Un temblor recorrió su cuerpo mientras contenía una mueca que no era sonrisa—. ¿No tienes nada más que decir? —La vergüenza se transformó en humillación, y sus ojos se anegaron de lágrimas que no dejaron caer.
—Pero Fernanda…
—¡Así que es eso! —estalló, y su rostro se descompuso en una mueca de furia—. ¡Lo sabía! Todo es por… por esa cosa.
Antes de que Marcus pudiera reaccionar, Maya giró sobre sus talones y, con la furia pisándole los talones, se abalanzó sobre el grupo como un huracán. Él se quedó un momento paralizado, procesando la explosión. Demasiado tarde, comprendió el peligro. "¡Maya, espera!", gritó, y echó a correr tras ella.
Fernanda caminaba junto a Alicia, incómoda por el silencio forzado y el brazo enganchado al suyo. Su atención, absorta en la belleza del bosque, se quebró de la manera más violenta. Un tirón brutal en el cabello le retorció el cuello, detuvo su avance en seco y la arrojó al suelo con un grito ahogado. Al alzar la mirada, vio a Maya, cuyo rostro era una máscara de rabia pura, sujetándola del pelo.
—¡ZORRA DESCARADA! —aulló Maya, sacudiéndola como a un muñeco— ¡¿POR QUÉ SIEMPRE TIENES QUE SER TÚ?! ¡MOSQUITA MUERTA! ¡LAMEBOTAS DE ESA GORGOJA CORRUPTA!
Fernanda, con lágrimas de dolor y rabia asomando en sus ojos, intentó defenderse. Con un movimiento torpe, trató de golpear el brazo de su agresora. Maya, más ágil, lo esquivó y liberó el cabello solo para propinarle dos bofetadas secas y sonoras que dejaron sus mejillas marcadas con un rojo ardiente.
Cegada por un dolor que no era solo físico, Fernanda perdió el control. Con un grito gutural, se abalanzó contra Maya, y ambas cayeron al suelo, rodando en una maraña de golpes, uñas y cabellos, alejándose peligrosamente del sendero.
Marcus se abrió paso entre los turistas boquiabiertos que filmaban la escena con sus teléfonos.
—¡Maya, detente! —rugió.
Al ver la oportunidad, agarró a Maya por la cintura y la levantó en el aire, separando a las dos combatientes que se aferraban la una a la otra con uñas y dientes. Por el forcejeo, perdió el equilibrio y las soltó. Fernanda, quien llevaba las de perder, jadeante y con el rostro hinchado, no lo pensó dos veces. Con un último vistazo aterrado, se levantó y salió corriendo, adentrándose ciegamente en el bosque.
—¡Fernanda, no! ¡Es peligroso! —gritó Marcus, pero Maya, poseída por la misma fiebre, ya corría tras ella.
Él los sigió, con el corazón en un puño, ignorando las súplicas del guía que intentaba en vano contener al grupo. Marcus, más rápido, encabezó la persecución y fue el primero en verlo: Fernanda, después de esquivar unos arbustos, se detuvo en seco al borde de un claro. Giró, con los ojos desorbitados por el pánico, extendió los brazos y gritó con toda su alma:
—¡ESPERA! ¡¡NO, NO, NO, NO, NO!!
Pero Maya, impulsada por una furia ciega, saltó sobre ella. En un fugaz y silencioso abrazo, ambas figuras desaparecieron de la vista. Marcus corrió, y sus pulmones se colapsaron cuando frenó justo en el borde de un pozo de metro y medio de diámetro que se abría en la tierra como una boca oscura. Un velo de polvo se alzaba desde su interior.
—¡Fernanda! ¡Maya! —gritó, arrodillándose en el borde. La nube de tierra le impidió ver nada—. ¡Contesten!
Se inclinó, arriesgándose a caer, y escuchó. Por fin, un quejido.
—Sí… —toseó Maya—. Aquí estoy.
—¿Estás bien? —preguntó, con la voz ronca por el polvo y el miedo.
—Sí —respondió ella, con un dejo de triunfo macabro—. Al fin Fernanda sirvió de algo y amortiguó mi caída.
—¿Y Fernanda? —la voz de Marcus se quebró—. ¡FERNANDA!
Un silencio aterrador se extendió por unos segundos hasta que, desde las profundidades, llegó un susurro cargado de amargura.
—No se preocupen… por desgracia, sigo viva —susurró Fernanda desde las profundidades, con una voz que era más un hilo de aliento que un sonido, pero suficiente para que un alivio agridulce inundara a Marcus.
El grupo, hasta entonces paralizado, se agolpó alrededor del pozo. El polvo comenzaba a asentarse, revelando la boca oscura de la tierra. El guía se abrió paso entre los curiosos, apartando brazos con una urgencia repentina. Se asomó y clavó la vista en el abismo con una mezcla de terror y fascinación científica.
—¡Esto es único! —exclamó, más para sí mismo que para los demás—. Este pozo es nuevo. Estoy seguro de que en esta área no había ninguno. —Su mirada recorrió el borde irregular, como si estuviera memorizando cada grieta.
—¿Y qué pasará con mis amigas? —cuestionó Marcus, poniéndose de pie y plantándose frente al guía. Su voz temblaba, pero su postura era desafiante.
—No te preocupes —intentó tranquilizarlo el hombre, aunque su propia nerviosismo era evidente. Se echó pecho a tierra y volvió a gritar hacia el interior—: ¡Chicas! ¿Están bien? ¿Alguna fractura?
Dos "sí" débiles, pero claros, emergieron de la oscuridad.
—Muy bien —dijo el guía, incorporándose y sacudiendo la tierra de sus rodillas—. Ahora mismo voy corriendo por ayuda y por sogas. Pero les voy a pedir a todos —anunció, alzando la voz— que esperen en el sendero. Es una orden.
—¿Y dejarlas aquí solas? —La voz de Marcus sonó pávida, casi infantil. La idea le resultaba inaceptable.
—¡No puedo dejar a este grupo deambulando por aquí! —replicó el guía, con la paciencia quebrada por la emergencia—. Si hay un pozo, puede que existan más. ¿Quieren que alguien más caiga? ¡Es por su seguridad!
Marcus contuvo la réplica que ardía en su lengua. Sabía que el hombre tenía razón, por más que le pesara. Clavó la vista en el guía, desafiante.
—Bien. Adelante —cedió, con rabia contenida—. Entonces yo me quedo.
El guía lo evaluó por un segundo, comprendiendo que era una batalla que no ganaría. Asintió de mala gana.
—No se mueva de aquí. —Fue lo único que dijo antes de arrear al resto del grupo, cuyos murmullos y miradas curiosas se fueron desvaneciendo entre los árboles, de regreso hacia la seguridad del sendero.