CAPÍTULO CINCO
La cabina del avión resonaba con el sonido de los motores en marcha. Adele se reclinó en su asiento, saboreando la comodidad de la primera clase. Se estiró, arqueando la espalda mientras agarraba los apoyabrazos con las manos. Levantó la mano y ajustó la pequeña perilla que encendía el aire acondicionado y luego se apartó el cabello mientras el aire fluía a través de la cabina. Sin abogados sórdidos esta vez.
Lee había tardado cinco minutos en convencer a Adele de que fuera a París.
Su supervisora siempre sabía qué decir. Y, en este caso particular, no había dicho nada. Al menos, en su mayor parte.
Adele todavía podía sentir la mirada de su supervisora perforando su cráneo. Su propia mente había hecho la persuasión. A demasiadas personas se les daba un pase por el bien d
