Uno

1623 Words
La secretaria del señor Envers entregó las invitaciones a la elegante esposa de su jefe, que revisaba la lista de las comidas. Para nadie era un secreto que Maia deseaba una gran fiesta porque ese año celebraban su vigésimo aniversario y quería que todo saliera perfecto. Maia Bazma de Envers, sonrió a la chica que pidió permiso para irse con la cabeza gacha y cierto rubor en sus mejillas, la actitud sumisa de la mayoría de las empleadas se debía a los rumores de su mal carácter y lo humillativa que podía ser con quienes consideraba menos que ella, por esa razón, prefería laborar con hombres. Menos dados a los chismes, respetaban a Hadriel y se desenvolvían con mayor soltura en el momento de comprar o vender a los animales que para Maia eran su fuente de ingresos desde que inició con el proyecto en su último semestre de universidad. Bazma suspiró y continuó con el trabajo autoimpuesto, miró la hora y se quitó las gafas para guardarlas en el estuche, no podía seguir esperando a Hadriel. Su marido había prometido llegar a las tres de la tarde y ya iban a ser las cinco, a duras penas podría presentarse a la floristería si salía de inmediato, no quería fijar una nueva cita porque era seguro que la iban a rechazar, con esta sería la tercera vez en reagendar. Marcó el número de Hadriel y fue enviada de inmediato al buzón, por lo visto, la reunión se extendió más allá de lo deseado. Dejó el mensaje, recogió su chaqueta y salió del despacho despidiéndose de Cristobal que le deseó buena tarde y mencionando que al día siguiente irían los del cátering a las diez de la mañana a la mansión para arreglar lo del buffet. Maia arrugó el ceño, luego con un puchero indigno para su edad, le anunció a su asistente que le daba la tarde libre siempre y cuando, mañana estuviese a las nueve en Port Prince. El gesto de resignación del hombre fue la respuesta que esperaba, así que colgándose del brazo del apuesto mulato le dio quince minutos para empacar sus cosas, luego irían juntos a la floristería y de ahí, a cenar en el restaurante que él eligiese. Un beso en la mejilla fue la respuesta de Cristobal que de inmediato se puso en marcha, ese sería un atardecer de “chicas”. A las nueve de la noche, cuando Maia llegó a la casa, Hadriel no se encontraba y un mensaje en su celular le avisaba que se demoraría más de lo que creía porque había tenido que viajar, pero que sin falta estaría en la mansión antes de la celebración del aniversario para entregarle el regalo que tanto deseaba. Maia sonrió con tristeza, si Hadriel la conociera lo suficiente, sabría que el regalo que más quiere es que se den unas vacaciones lejos de todo, incluso, poder renovar los votos matrimoniales. No obstante, parecía que con los años que llevaban juntos, el despistado de su marido seguía sin entender indirectas, así que Maia supuso que recibiría una joya, un vestido o un caballo. Lo único que pedía al cielo es que Hadriel no hubiese solicitado la colaboración de Araceli “Ara” de Pozo, para la elección, la mujer tenía un gusto horrible. Exhaló cansada, entró a la cocina para servir un té y dirigirse al estudio. Una vez allí extrajo de la biblioteca el álbum de fotos que contenía las imágenes de su compromiso y boda. Colocándolo en el escritorio de madera, bebió de la taza observando el libro, abrirlo era reconocer lo sola que desde hace años se sentía. Cualquiera de los que le veían a ella, a Hadriel y a Leila, aseguraría que eran una familia ejemplar, y no estaban lejos de la realidad, pero con los años, los viajes de negocios, las juntas y cenas de Hadriel hasta bien entrada la noche, las veces que necesitaba de que él la acompañará en las actividades de las fundaciones o de Port Prince y que no asistía porque estaba ocupado con algo importante de Envers Company, pesaban hoy a vísperas de su aniversario de bodas número veinte. Irónico, ya que al ver su vida matrimonial, no podría quejarse. A pesar de haberse casado tan jóvenes, Hadriel de veinte años, y ella con recién cumplidos dieciocho, habían sabido equilibrar el rol de padres con los estudios universitarios, el manejo de la herencia Envers, y la investigación por malversación de fondos que tenía a Abraham Bazma en prisión. Para el momento en que la pequeña Leila nació, cinco años después del matrimonio, gozaban de una estabilidad económica sólida y, sobre todo, el apellido de sus padres estaba limpio, ella contaba con un capital propio, y Hadriel hacía pública las capitulaciones que firmaron en la ceremonia con el fin de callar de manera definitiva los rumores y habladurías de que Maia era una arribista y manipuladora arpía que lo atrapó quien sabe con qué “porquería”, afirmación absurda que se unía a la que decoan que lo quería por el dinero. Dejó la taza en la mesa y dio inicio al recorrido que le permitió vivir con el hombre que amó desde que lo vio en una de las prácticas de fútbol mientras ella ensayaba con el grupo de porristas. Deslizó los dedos por la imagen en la que ella y Hadriel reían en el baile de graduación, el mismo en el que se comprometieron. Luego estaban las del día de la boda, el vestido blanco sencillo, similar a una túnica medieval, con el adorno de flores en su cabeza a juego con las del bouquet, se hallaba mirando por la ventana de la capilla. Maia recordó que Hadriel llegó tarde a la ceremonia, por eso, no había la clásica foto del novio a solas antes de la boda. Las otras eran de la fiesta, el brindis, la partida del ponqué y una con los padrinos y las damas de honor. Maia por primera vez se detuvo a ver esa en particular, el gesto de Hadriel era de disgusto, el agarre en su cintura se veía tenso, y los ojos verdes que tanto le gustaban, miraban en dirección a alguien y no a la cámara. Maia desprendió la foto para detallarla, Hadriel observaba al padrino que era el mejor amigo de él desde niños, Román Pozo, quien también se mostraba disgustado, trató de recordar lo que sucedió después, pero nada fuera de lo normal en una fiesta de bodas, sucedió Volvió a ponerla en su lugar, y se dedicó a las fotos de la luna de miel, en esos días Hadriel la hizo sentir la mujer más especial del planeta, fue una semana cargada de amor y pasión. Maia se entregó a él con total confianza de que nunca le defraudaría, ya que durante el año y medio que fueron novios, Envers respetó su decisión de llegar virgen al matrimonio, soportó las visitas vigiladas por su madre y las salidas con chaperon, sin quejarse. ¿Quién diría que el chico más popular terminaría casado con quién consideraban la más sobreprotegida del colegio? Sin embargo, contra viento y marea, permanecen juntos, amándose como el primer día que se vieron. La puerta se abrió de repente dando paso a Leila que buscó a alguien, seguramente a Hadriel, en la estancia, arrugó el ceño al darse cuenta que no se hallaba en ningún lado. —¿Dónde está papá? —Viajó con tu tío Román a firmar unos papeles del negocio de la textilera —repuso Maia guardando el álbum—. Si necesitas algo, puedo ayudarte. Leila negó con la cabeza, entró pidiéndole que le dejara ver las fotografías, la actitud desafiante de su hija no le gustó, actualmente esa era la constante en su comportamiento para con ella. La adolescente de quince años que era la mezcla perfecta entre ella y Hadriel revisó una a una las páginas del libro, de pronto arrancó una de las páginas rompiéndola tan rápido que Maia no alcanzó a detenerla. —¿Por qué lo hiciste? Esa foto era única. —¡No me gustó! —prácticamente gritó. Maia la vio tirar el álbum y salir corriendo, aunque no oyó los pasos en el pasillo, creyó que Leila fue a esconderse a su habitación encerrándose con llave para prender el reproductor de música a todo volumen. Con cuidado recogió los pedazos de la imagen de ella mostrando los seis meses de embarazo, y Hadriel abrazándola desde atrás con las manos sobre la barriga. —Tan pronto pase la estúpida fiesta que organizarte, me voy con el tío Román y la tía Ara. ¡No quiero estar aquí contigo! —¡No vas a ningún lado Leila Gisselle Envers Bazma! —respondió Maia encarando a su hija que no se había movido de la puerta de despacho—. Aunque te duela, eres menor de edad, y como tu madre decido si darte permiso o no. La adolescente entró furiosa, a pesar de la diferencia de estatura logró levantar la mano para lanzar una bofetada a la mujer que la miró asombrada al lograr esquivar el golpe. Leila una vez arremetió contra Maia que la agarró de las manos intentando calmarla y saber que le sucedía a su hija. Cuando la niña se quedó quieta la soltó. Por la mejillas de Leila resbalaban gruesas lágrimas que dejaron confundida a Maia. —Nena, ¿Qué sucede? Por favor, cuéntame. —¡Te odio! Ojalá no fueras mi madre. Esta vez sí la vio irse, y en su corazón quedó el dolor del rechazo, la cabeza de Maia señaló de inmediato los culpables, la pregunta era ¿Qué ganaban ellos con eso?
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