DUE

2416 Words
Hadriel observó a la mujer que yacía inconsciente en la cama del hospital donde llegó a mediodía tras recibir la noticia del accidente. Era su amiga, su confidente, su amante. Galia Pozo fue su hermana de crianza, un amor que mutó con los años a un enamoramiento entre ambos dando como resultado una relación llena de ternura, comprensión y bellos momentos. Con ella tuvo su primer real beso de amor, su despertar s****l y la real intención de formar un hogar muy diferente al que tuvo con la familia de su difunta madre Leila Envers. Para Hadriel Galia significó, negó de inmediato mentalmente, significaba todo. Se sentó en la silla al lado de la cama, miró los aparatos que sonaban manteniendo en alerta los signos vitales, colocó su mano sobre la de la mujer un año menor que él apretándola para transmitirle la fuerza que necesitaba, si Galia moría, se quedaría sin piso, perdería la estabilidad emocional que ella le brindaba, a pesar de ser su más grande secreto y ostentar el título oficial de concubina desde hace diez años. La mitad de tiempo que llevaba casado con Maia, pero si era sincero, con Galia su historia era más antigua. En ese instante quiso reclamarle por la situación en la que se encontraban, si ella no hubiese sido tan terca, ahora estarían juntos, no hubiese sufrido ningún accidente por ir a comprar los pasajes para ir a la fiesta que Maia preparó y donde invitaba a los Pozo por ser la familia que lo crio. Hadriel se acomodó pensando en esos días tan lejanos, a mediados del penúltimo grado de preparatoria Galia le dijo que se marcharía, que no deseaba estar más bajo la supervisión de sus padres, que Vila la quería casada y llena de hijos, algo que no estaba dispuesta a permitir, por eso, pasó una solicitud a una escuela en otra ciudad que, debido al historial que tenía en el equipo de Cheerleading y sus logros en gimnasia, le ofreció una beca completa. Envers recuerda como para él fue un balde agua fría, apretó la cajita que le daría ese día para pedirle que se comprometieran, y de ser posible, al finalizar sus estudios casarse, la discusión que siguió a la confesión de la decisión tomada por Galia generó una explosión de emociones que conllevaron a la finalización de la relación. Derrotado y dolido por no ser tenido en cuenta por quien era su primer y único amor, optó por mudarse a la residencia de la escuela, el ser huérfano y tener un fideicomiso ayudó para que no le negaran la estadía reservada únicamente para casos especiales donde los estudiantes carecieran de una estabilidad familiar. El segundo paso fue más sencillo, al estar próximo a su mayoría de edad y obtener el acceso a la herencia paterna, debía capacitarse en varias ramas que lo obligaban a tener tutorías y clases extracurriculares que antes no tomaba, lo más fácil para el coordinador académico fue sugerir un cambio de curso, que estuviese con jóvenes en condiciones similares a la de Hadriel, lo cual fue aceptado por el rector y el cuerpo docente, teniendo la vacaciones de invierno más aburridas del mundo, pero que le dieron el tiempo para pensar que iba a hacer con su vida. Para finales de febrero se había acoplado al nuevo plan de actividades y contaba con la asesoría de varios de sus “nuevos” compañeros, fue cuando la conoció, Maia Bazma Lacross, una inteligente rubia ceniza con unos espectaculares ojos grises y un cuerpo de ataque, inteligente, calculadora, leal con sus amigos, pero, sobre todo, que le permitió conquistarla con frases tontas y mostrándole una necesidad de su compañía de manera desmedida. En abril dieron a conocer su noviazgo, fueron felicitados por amigos y conocidos, menos por Román y Araceli, que le reclamaron por olvidar tan rápido a Galia. La respuesta de Hadriel fue una que ellos no esperaban, la carta de la menor de los Pozo donde le contaba que tenía un romance con uno de los chicos del equipo de futbol de su nueva escuela, y que, a pesar de la forma como terminaron su relación, le deseaba que siguiera con su vida porque ella era feliz y quería lo mismo para él. Nunca debió creer en la promesa de amor y amistad que ellos hicieron a Maia, la odiaban, y lo comprobaba con cada gesto y acciones como la ocurrida unos meses atrás con su hija Leila. Hadriel sacudió la cabeza, se levantó para servir un poco de agua e ir al baño, necesitaba comunicarse con Maia, escribió un rápido mensaje de texto y no esperó respuesta, sabía que ella respetaba su espacio laboral, así que no le interrumpiría creyendo que se encontraba en alguna reunión importante. Regresó a la habitación, la enfermera de turno hacía los chequeos correspondientes, al verlo le señaló que la llevarían a tomar unos exámenes que solicitó el especialista que llegaría en unas dos horas, eso les permitiría diseñar de manera más precisa el tratamiento a seguir. Envers le agradeció y salió de la alcoba, se dirigió a la cafetería donde halló a Araceli y Román, parecían siameses en vez de esposos, esa relación era tan asfixiante que podía rayar en lo tóxica, por lo menos no tenían hijos, su amiga de escuela no podía engendrar debido a un problema en su aparato reproductor. La charla giró en torno a lo dicho por los médicos generales y lo que le acababan de comentar, y tras unos minutos de incomodo silencio Hadriel preguntó por él. —Mandó un mensaje a mi madre avisando que había conseguido vuelo para mañana. —Debes darle tiempo para aceptar lo ocurrido con Galia, ella era su todo —agregó a manera de recomendación Araceli tras el anuncio de Román—. Cuando llegue pueden hablar y pasar tiempo con Galia, el apartamento de ella es hermoso y acogedor, una semana juntos les beneficiara. —Yo viajo mañana a las dos de la tarde, tengo que ir con Maia. El golpe en la mesa por parte de Román hizo temblar los vasos de cartón que contenían el tinto, espantando un poco a los más cercanos. Hadriel lo sabía, la odiaban y culpaban, después de tantos años, de que no estuviese con Galia. —Tu esposa te necesita, está en un coma que perfectamente puede terminar con la recomendación de que la desconecten, ¿Qué mierda te importa esa puta de Bazma? Hadriel respiró profundo y trató de contestar con el suficiente temple para calmar la ira de Román, si algo era verdad, es que Maia ignoraba por completo su relación con Galia, si estaban en ese brete era por culpa de la mujer que se debatía entre la vida y la muerte. —Mi esposa es Maia, no Galia —habló con calma Envers—, te recuerdo que tu hermana fue quien me dejó para irse a estudiar a otro lado, dos meses antes de graduarnos llegó a decirme que se iba fuera del país, y si no fuese por el licor y la maldita sustancia que Araceli echó en mi bebida —la mencionada tuvo la delicadeza de voltear la cara por lo que años atrás hizo aconsejada por su actual suegra Vila viuda de Pozo—, no nos habríamos acostado. —¡La preñaste! —¡Y no me dijo nada! —replicó Hadriel sosteniendo la mirada de Román—. Por favor amigos, saben que Galia me ocultó su embarazo, me lo contaste tú en la recepción de la boda, luego se escondió de mi hasta que Vila me llamó avisándome el día y la hora de la cesárea, desde entonces llevó persiguiéndola para que que me acepte en su vida como su pareja oficial, pero no quiere. Araceli intervino antes de que la respuesta de Román diese para un intercambio de palabras o de golpes. Para Hadriel ellos eran testigos de las veces que Galia lo dejó sin importarle avisar como estaba el niño que tuvieron juntos, como cada vez que regresaba le respondía que ella no quería establecerse en una casa a criar a su hijo, que necesitaba libertad y así educaría a su pequeño vástago. —Ella necesitaba que le mostraras que ibas en serio, es decir, quería que hicieras efectivo el divorcio. Hadriel rio con cansancio, eso era lo que ellos y Vila querían, no Galia. —¿Divorcio? Antes de cumplir el año de casado presente la demanda, se la mostré y ella se fue esa noche desapareciendo por seis meses, reportándose con una carta en la que le daba una cuenta de ahorros para que le consignara a mi hijo a través de un juzgado. Cuando regresó con Jared, este tenía cinco años, le propuse vivir juntos, volvió a negarse, y fue cuando Maia me dijo que estaba esperando a Leila. Araceli torció la boca mascullando que por el bien de la niña no debía continuar al lado de Bazma, que habían hablado con Leila y quería mudarse con ellos. —Fíjate que ni siquiera su hija la soporta —sacando el celular le mostró el mensaje enviado hacía unos treinta minutos por su pequeña, en ese hablaba de una discusión con “esa mujer” a la que odiaba por como la trataba—. Por favor Hadriel entiende que ya ha pasado demasiado tiempo, termina con la locura que cometiste por puro despecho, tienes treinta y ocho años, aún estas a tiempo de rehacer tu vida. Envers exhaló resignado, era verdad que desde hacía unos meses la relación entre madre e hija era tirante, Leila ponía quejas constantes del maltrato que Maia ejercía sobre ella, pero nunca vio una marca y con los entrenamientos de natación, cualquier señal de abuso doméstico le habría sido reportado. Sin embargo, lo que le pedían Román y Araceli era una prueba del amor que sentía por Galia. Enfrentó a la pareja para recordarles una vez más las desapariciones de la menor de los Pozo con Jared, una cuando nació Leila, después de que se metió a escondidas en la clínica donde Maia dio a luz; otra cuando, tras su deportación del país donde vivía ilegalmente, volvió a marcharse por tres años. —Hace mucho que no huye —dijo Román defendiendo a su hermana—, hace más de seis años que está radicada aquí, y prácticamente vive contigo, sólo es oficializarlo. —No huye porque Jared la amenazó con denunciarla, ¿Alguna vez se han preguntado cómo la encontré la última vez que huyó? —la pareja negó con la cabeza. Galia se acostumbró al juego de correr cuando veía que las obligaciones de establecerse la agobiaban. Su hijo era una herramienta para que la ayudasen en los lugares donde la contrataban como entrenadora o ejerciendo su profesión de periodista deportiva, no obstante, la falta de compromiso siempre terminaba con una carta de suspensión del contrato, y pronto se vio viajando de un lugar a otro, trabajando en lo que saliera y sobreviviendo, en ocasiones, en los resguardos para indigentes. El celular de Hadriel sonó mostrando el nombre de Maia en pantalla, vio la hora y tras el mensaje de Leila, supo que debía responder, la pelea debió ser peor de lo que esperaba. Parándose de la mesa, se encaminó a la terraza de la cafetería para conversar con algo de privacidad. Saludó a su esposa y la dejó hablar, la preocupación se filtraba por su voz al igual que la desesperación por el miedo de que Leila escapara en la noche. Por tal motivo, había activado las alarmas y los de seguridad vigilaban cualquier posible ruta de salida. —Exageras mujer, tratas a tu hija como una delincuente. «Hadriel ella dijo que me odiaba, que no quería vivir conmigo» —Y con lo que has hecho para mantenerla encerrada ¿Crees que te va a dejar de aborrecer? Maia repuso con otra pregunta tratando de comprender lo que quería decir su marido. Procuro explicarle que la decisión fue por la misma seguridad de Leila, estaban solas en la hacienda, la adolescente se mostraba demasiado rebelde, las conversaciones con sus amigos de escuela eran demasiado salidas de tono por los temas que trataban, sexo, drogas, y bares que, por los nombres, sabía eran frecuentados por personas que no les importaba causarle daño a una menor de edad. Hadriel empezó a sentir dolor de cabeza por las excusas de Maia, ver al médico que atendía a Galia ir donde Román y Ara con cara de preocupación no ayudó mucho a que razonara las palabras de su esposa. «Amor, entiéndeme por favor, Leila está creciendo y quiere probar todo lo que pueda, si te lo digo es porque, si recuerdas la tarjeta de crédito que se me desapareció de la habitación, ella la tiene, la sacó de mi caja de seguridad y la ha estado usando en compras de ansiolíticos y estimulantes». La última afirmación pareció traer a Hadriel otra vez a la conversación, soltó una risa de burla, haciendo que Maia pronunciara con duda su nombre, o por lo menos, eso fue lo único que oyó, ya que Román empezó a afanarlo para que fuesen a la habitación de Galia recordándole que su hermana necesitaba más de él que la zorra que tenía por mujer. «¿Acaso me has escuchado Hadriel? Te acabo de decir que tu hija me robó…» —¡Así que tu hija al fin mostró su sangre Bazma! —la mujer por el teléfono preguntó a qué hacía referencia con esa afirmación—. ¿Qué más podías esperar de la nieta de una rata como tu padre? Te salvaste de ir a prisión porque yo te apoye en el juicio, incluso yendo en contra de mi familia. Además, si no fuera por mi no hubieses podido pagar a los abogados cuando terminaron de repartirse la fortuna los acreedores. Aunque con estos últimos siempre he tenido una duda, ¿Fue sólo dinero, o también te acostaste con ellos fingiendo pureza y castidad? Hadriel escuchó un insulto y luego nada, retiró el celular de su oreja para ver la pantalla, la mujer había cortado la conversación, ¡maldita sea!, la había cagado y en grande. El sonido de dos mensajes llegando al móvil cuando se bajó del ascensor en el piso donde se ubicaba la habitación de Galia, le obligaron a sacar el equipo y leerlos. Definitivamente debía volver lo antes posible.
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