Cualquier persona que estuviese mirando al hombre del otro lado del escritorio diría que estaba viendo al mismísimo presidente del país. La mirada era idéntica a la del presidente y eso era algo que sabía cómo usarlo a su favor en dado caso de que fuese necesario en su momento. Las personas que estaban en su despacho, fueron saliendo poco a poco dejando a las tres mujeres solas con él. Si Ian era de temer su hermano también lo era. — Sólo te di una maldita orden y no la sabes cumplir como se debe — dijo, con voz neutra —. Tenías que ofrecerle un buen sexo al idiota de Zaid y punto —ladeó el rostro —, ¿Es que acaso ya ni para eso sirves? — No es nada de eso, señor. Es solo que Zaid tiene a alguien más — jugó con sus dedos —. Cada vez que llegaba a la casa que ambos compartimos llegaba c

