Primer encuentro
La puerta de la sala de reuniones se abre de golpe, interrumpiendo el murmullo de voces que llenaba el aire. Mi corazón se detiene un segundo cuando Eduardo Peldaños, el dueño multimillonario de la empresa, cruza el umbral. Es como si el mundo entero hubiera contenido el aliento al verlo aparecer. Su presencia es abrumadora. Alto, impecablemente vestido con un traje n***o que parece estar hecho a su medida, cada paso que da resuena con una confianza que solo alguien como él podría tener.
Mis manos tiemblan ligeramente, pero las mantengo debajo de la mesa, fuera de la vista. Es la primera vez que lo veo en persona, y no puedo evitar sentir una corriente eléctrica recorrer mi cuerpo. Sabía de su fama, de su poder. Todo el mundo hablaba de Eduardo Peldaños, de su capacidad para controlar cualquier situación con una sola palabra. Pero nadie me advirtió que verlo de cerca sería como enfrentarme a una tormenta inminente.
Sus ojos, oscuros y penetrantes, escanean la sala como si estuviera evaluando a cada persona con solo una mirada. Y entonces, su mirada se cruza con la mía. Un latido ensordecedor retumba en mis oídos, como si el tiempo se hubiera detenido entre nosotros. No debería sentir lo que estoy sintiendo. Es peligroso, lo sé. Pero no puedo evitarlo. La atracción es instantánea, feroz. Siento que me desnuda con la intensidad de su mirada, como si pudiera ver más allá de mi fachada tranquila, directamente a mi interior vulnerable.
Me obligo a respirar, a mantener la compostura, pero mi cuerpo me traiciona. El calor sube por mi cuello, alcanzando mis mejillas. Eduardo no aparta la vista. Su mirada no es casual ni desinteresada. Es como si supiera que me tiene atrapada en su órbita, como si estuviera probando cuánto puedo resistir antes de quebrarme. Y lo peor es que... parte de mí no quiere resistirse.
"Señores," su voz es grave, autoritaria, cargada de una fuerza inquebrantable. "Espero que estén preparados."
Mi corazón late con fuerza mientras su voz resuena en la sala. El ambiente, que antes era tenso, se ha convertido en algo más denso, más cargado. Todos parecen estar bajo su control, y yo no soy la excepción. Estoy paralizada, atrapada en una mezcla de fascinación y alarma.
Cuando Eduardo toma asiento en la cabecera de la mesa, la reunión comienza oficialmente. Pero todo lo que puedo pensar es en él, en esa mirada que me hizo sentir como si fuéramos los únicos en la sala. Mi mente está en conflicto. Sé que debo mantener la distancia, que hombres como Eduardo Peldaños no son más que problemas envueltos en atractivo y poder. Pero una parte de mí está deseando acercarse más, arriesgarlo todo.
Y ese es el peligro.
Eduardo se inclina ligeramente hacia adelante, con la atención fija en los documentos que tiene frente a él. Su expresión es imperturbable, fría y calculadora, como si cada palabra y gesto estuvieran perfectamente planificados para mantener el control absoluto. Los demás en la sala comienzan a hablar sobre los números del último trimestre, sobre estrategias y proyecciones, pero mis pensamientos están atrapados en un solo punto: él.
Intento concentrarme, enfocarme en los gráficos que se proyectan en la pantalla, pero cada vez que mis ojos se desvían hacia Eduardo, siento esa misma chispa, esa conexión inexplicable que me tiene al borde de perder la concentración. Y entonces, algo sucede.
En un momento imperceptible, siento su mirada de nuevo sobre mí. Es sutil, pero la percibo. Es como si mis sentidos estuvieran afinados solo para él. Mi piel se eriza bajo su atención silenciosa. ¿Se ha dado cuenta de mi nerviosismo? ¿De que no puedo apartar los ojos de él?
—Señorita, —su voz retumba de repente, rompiendo el silencio. Su tono es firme, y todos los ojos se vuelven hacia mí. Me congelo. ¿Me ha estado observando todo este tiempo?
—¿Su opinión sobre el nuevo enfoque de marketing? —pregunta. No hay espacio para vacilación en su voz. Mi mente corre en todas direcciones, tratando de recordar en qué momento de la conversación nos encontramos. Todos los ojos en la sala están puestos sobre mí, pero la única mirada que importa es la suya.
Eduardo inclina la cabeza ligeramente, esperando mi respuesta. Su expresión es inescrutable, pero sus ojos, esos malditos ojos, brillan con una curiosidad silenciosa. ¿Está probándome? ¿O simplemente disfruta viéndome luchar bajo su escrutinio?
Trago saliva, intentando calmar el temblor en mi voz. —Creo que… el enfoque que se ha mencionado es sólido —comienzo, mi tono más firme de lo que esperaba. —Pero podríamos mejorar si consideramos integrar una estrategia más orientada hacia las r************* . El público objetivo ha cambiado, y ahora están más presentes en plataformas digitales. Si no nos adaptamos, corremos el riesgo de quedarnos atrás —
Mi voz suena mucho más segura de lo que me siento. Puedo notar algunas cabezas asintiendo en la sala, pero lo que realmente espero es la reacción de Eduardo. Durante un breve segundo, sus labios se curvan en una sonrisa apenas perceptible. Pero es fugaz, tanto que me pregunto si realmente lo vi o si lo imaginé.
—Buen punto — dice con aprobación, su voz baja, pero lo suficientemente clara como para que todos la escuchen. "Implementaremos esa idea."
Mi respiración se libera en un suspiro silencioso. No solo he logrado responder, sino que he recibido su aprobación. Pero, aunque debería sentir alivio, lo único que siento es el calor que se acumula en mi pecho. Esa conexión, esa tensión que continúa creciendo entre nosotros, es innegable.
La reunión continúa, pero mi mente está a kilómetros de distancia. Eduardo ha vuelto a enfocarse en los detalles financieros, pero en algún nivel, sé que algo ha cambiado. Esa mirada que compartimos, ese instante en el que nuestras almas parecieron tocarse, no puede ser ignorado.
Cuando la reunión finalmente termina, todos comienzan a recoger sus cosas, preparándose para salir. Yo también me levanto, tratando de pasar desapercibida, pero justo cuando estoy a punto de salir de la sala, siento una mano firme sobre mi brazo. Me giro y ahí está, Eduardo, tan cerca que puedo oler su colonia, una mezcla de especias y algo profundamente masculino.
—Nuestra conversación no ha terminado — dice en un susurro que solo yo puedo escuchar. Su mano permanece en mi brazo, suave pero inquebrantable, como si me estuviera asegurando que no hay escapatoria.
Me quedo sin palabras, mi corazón latiendo con fuerza contra mis costillas. Lo único que puedo hacer es asentir, sabiendo que lo que sea que esté a punto de suceder entre nosotros será el comienzo de algo que no podré detener.
Mientras suelta mi brazo y me deja salir de la sala, un pensamiento me consume: este es el inicio de un juego peligroso, uno en el que ambos estamos destinados a perder… o tal vez, a ganar algo mucho más grande.
La puerta se cierra detrás de mí con un suave clic, pero no logro dar un paso más. Algo en mi interior me dice que esta no es una salida sencilla, que ese "adiós" momentáneo no será definitivo. Y antes de que pueda seguir mi camino, la mano de Eduardo vuelve a detenerme, más firme esta vez.
— Nuestra conversación no ha terminado. — Su voz es profunda, baja, y tiene ese tono autoritario que me hace estremecerme, aunque no lo desee.
Me giro lentamente, encontrando su mirada fija en mí, tan penetrante como antes. Los demás ya se han dispersado, y ahora, en la quietud del pasillo, somos los únicos dos que importan. Mi mente corre en direcciones opuestas, luchando por encontrar una respuesta coherente, pero mis labios parecen no querer colaborar. ¿Qué se supone que debo decirle? ¿Qué quiere de mí?
— ¿De qué hablas? — Logro articular con esfuerzo, mi voz apenas un susurro, pero lo suficientemente clara para que él pueda escuchar la duda que se esconde en ella.
Él da un paso hacia mí, tan cerca que puedo sentir el calor de su cuerpo a través de la camisa perfectamente ajustada. Cada fibra de mi ser se tensa, y un hormigueo recorre mi piel. Mis pensamientos se disuelven en la nada, dejándome completamente vulnerable ante su presencia.
— Sabes perfectamente a qué me refiero. — Su respuesta es directa, casi como un desafío. — Tu análisis fue acertado. Y, aunque no soy de mostrar demasiada gratitud, he de admitir que me impresionó. — Su mirada se suaviza brevemente, pero lo que viene después es más intenso, más personal. — No he podido dejar de pensar en ti desde que llegaste a la sala.
Mi respiración se corta, mi cuerpo tenso en una lucha interna. La manera en que dice esas palabras… es como si quisiera desnudarse de todas las barreras que le rodean, mostrarme algo que no debería ver. O tal vez, solo tal vez, sea yo quien esté interpretando mal todo esto.
— Eduardo... — Mi voz se quiebra al pronunciar su nombre. No sé si me atrevo a dar el siguiente paso, si debo ceder a la corriente que ya me ha arrastrado hacia él.
Él parece percatarse de mi vacilación, porque su rostro se acerca aún más al mío. Los centímetros entre nosotros se hacen más estrechos, y todo lo que puedo ver son sus labios, su mandíbula perfectamente esculpida, su respiración calmada pero firme.
— No tienes que decir nada, cariño. — La palabra "cariño" sale de su boca con una suavidad peligrosa, como si hubiera estado esperándola todo el tiempo. — Solo quiero saber si estás dispuesta a seguirme hasta el final.
El aire en la habitación se espesa, y mi mente entra en un torbellino de emociones contradictorias. Parte de mí quiere dar un paso atrás, recordar que esto es un error, que nada bueno puede salir de este encuentro. Pero otra parte de mí, una parte que ha estado esperando un desafío como este, quiere perderse en lo que está comenzando a surgir entre nosotros.
Su mano se extiende lentamente, tocando la curva de mi brazo, como si fuera la cosa más natural del mundo. Pero lo que siento en su contacto no es nada natural. Es una electricidad que me recorre, me consume. Mis palabras se quedan atrapadas en mi garganta.
— Estoy dispuesto a esperar el tiempo que sea necesario. — Sus ojos son dos pozos oscuros de deseo, y en ese instante, me doy cuenta de que lo que sea que suceda después no depende solo de él.
Una pequeña sonrisa se dibuja en su rostro, y antes de que pueda reaccionar, sus labios se acercan a mi oído, susurrando las palabras que me hacen temblar.
— Te voy a tener, no importa cómo.
Un escalofrío recorre mi cuerpo, y sé que el peligro está apenas comenzando. Y, sin embargo, no puedo dejar de preguntarme: ¿seré capaz de resistirlo?