El aire estaba cargado de una tensión insoportable cuando Sofía se acercó más, buscando, como siempre, el control de la situación. Pero esta vez, Eduardo ya no era el mismo. El hombre que tenía frente a mí no era el de antes, aquel que una vez dudó y vaciló entre el amor y la manipulación. Ahora era alguien decidido, fuerte, y firme en sus decisiones.
—Ya sé lo que no me has querido decir, Sofía. —La voz de Eduardo sonó clara, implacable. Miró a Sofía, quien lo observaba con un gesto de sorpresa, algo entre incredulidad y miedo—. Sé que no puedes tener hijos.
Sofía intentó reaccionar, pero antes de que pudiera articular una palabra, levanté mi mano, posándola suavemente sobre su brazo. La miré a los ojos, sin titubear. Sabía que Eduardo había dicho lo que debía decir, pero no quería que
