El juego de la tentación

2307 Words
El sonido de su voz susurrando a mi oído es como una caricia que me hace temblar, pero la amenaza en sus palabras no pasa desapercibida. La forma en que me mira, tan seguro de sí mismo, como si ya me hubiera reclamado, me hace cuestionar mi propio control. Un nudo se forma en mi estómago mientras lucho contra la tentación de ceder a lo que, a todas luces, no debería ser. Intento dar un paso atrás, pero mi cuerpo parece no responder. Las piernas se me vuelven de gelatina, como si la cercanía de Eduardo pudiera derretir mi determinación. Él lo nota, claro. Un brillo oscuro cruza sus ojos, y por un momento, me pregunto si lo está disfrutando. — ¿Te asusta? — Su voz es suave, pero con un toque de desafío que no puedo ignorar. Sus palabras me invaden, me penetran, como si estuviera tocando una parte vulnerable de mí que no sabía que existía. No quiero ceder, no quiero admitir que este hombre tiene el poder de desarmarme con tan solo mirarme, pero una parte de mí desea rendirse. Mi respiración se acelera y me siento atrapada entre el deseo y el miedo. — No me asusta. — Mi voz suena más firme de lo que realmente me siento, y por un momento, me engaño a mí misma creyendo que puedo mantener el control. Pero él no se detiene. Da un paso más cerca, y esta vez, es su aliento el que me roza la piel, tan cercano que siento cada palabra como una ola cálida y peligrosa. — Mentira. — Su voz se desliza a través de mi cuello, y la sensación me estremece. — Sabes que te atraigo. Y sabes que es solo cuestión de tiempo antes de que... No termina la frase, pero sus ojos lo dicen todo. Siento que me quema la piel, que el fuego en su mirada me consume lentamente. Y en ese instante, algo dentro de mí cede. No puedo seguir resistiendo. Un impulso irracional me obliga a acercarme un poco más, a enfrentarme a la marea de emociones que me está ahogando. Él lo nota inmediatamente. Sus ojos se iluminan con algo peligroso y excitante, como si hubiera ganado la partida, como si todo lo que había estado esperando hubiera ocurrido. — Eres una mujer complicada, — dice, su voz tan grave que resuena en mi pecho. No sé si es un cumplido o una advertencia, pero de alguna forma, me siento halagada y aterrada a la vez. — No soy complicada. — Trato de defenderme, aunque sé que mi voz traiciona la calma que intento mostrar. — Solo sé lo que quiero. Sus labios se curvan en una sonrisa sutil, esa que hace que mi estómago se revuelque. No es una sonrisa amistosa, ni gentil. Es la sonrisa de un hombre que sabe exactamente lo que está haciendo y que está disfrutando del control que tiene sobre mí. — ¿Lo sabes? — pregunta con suavidad, pero con una autoridad que me hace sentir pequeña y, al mismo tiempo, increíblemente atraída. — Porque yo sí sé lo que quiero. La tensión entre nosotros es palpable. Cada palabra, cada mirada, cada gesto está impregnado de una promesa implícita: que esto no quedará aquí. Que esta interacción, este roce peligroso, no se puede detener sin consecuencias. Pero, a pesar del miedo que se ha instalado en mi pecho, la curiosidad me consume. Quiero más, quiero saber hasta dónde llegará este juego, hasta dónde me llevará. — Y ¿qué es lo que quieres? — Pregunto, mi voz temblorosa pero decidida. Él da un paso más cerca, casi como si quisiera apresarme entre sus brazos, pero se detiene justo antes de hacerlo. Sus ojos no se apartan de los míos, y la presión de su mirada me hace sentir como si estuviera al borde de un precipicio, incapaz de retroceder. — Lo que quiero, querida, es exactamente lo que crees que quiero. — La intensidad de sus palabras me deja sin aliento, y aunque no sé qué va a pasar después, sé que estoy atrapada. Y no puedo evitarlo. Este primer encuentro, esta chispa que ha prendido un fuego imposible de apagar, es solo el comienzo. Algo en mí sabe que nada será lo mismo después de este momento. Que Eduardo Peldaños no dejará de perseguirme hasta obtener lo que quiere. Y lo peor, o lo mejor, es que yo tampoco quiero que lo haga. La distancia entre nosotros desaparece en un instante, y el aire se vuelve espeso, cargado de una energía palpable que me hace temblar. No hay nada más en el mundo que importe en ese momento, solo él y la sensación de estar al borde de algo que no puedo controlar. La intensidad en sus ojos es casi insoportable. Mi corazón late más rápido, y cada nervio de mi cuerpo está alerta, esperando su siguiente movimiento. — No sé si eres un reto... o un peligro. — La voz de Eduardo se desliza por mi oído, arrastrando cada palabra como un veneno dulce que me embriaga. Siento que mi mente se nubla, mis pensamientos se disuelven mientras intento mantenerme firme, pero es inútil. Cada centímetro de mi cuerpo está gritando que me acerque más, que me deje llevar por la corriente que él ha creado entre nosotros. Mi respiración se vuelve más pesada. Quiero decir algo, quiero reaccionar, pero mis palabras se quedan atrapadas en mi garganta, ahogadas por la fuerza de su presencia. Cada palabra suya parece ser un tirón, un imán que me atrae hacia él sin remedio. Un vistazo a su rostro me confirma lo que ya sé: está dispuesto a todo para conseguir lo que quiere, y yo no soy una excepción. — No tienes que saberlo todo ahora. — Sus labios se curvan en una sonrisa que, aunque parece amistosa, tiene algo oscuro, algo peligroso. — Solo tienes que saber que esto... — se detiene un segundo, como si estuviera eligiendo sus palabras con cuidado, y luego susurra con esa seguridad que me hace arder por dentro: — esto acaba de comenzar. No puedo evitar que un estremecimiento recorra mi espalda. Su cercanía me está anulando, y lo peor es que no quiero que se detenga. Quiero saber más, quiero explorar esta conexión de una forma que nunca imaginé que sería posible. Mi cuerpo traiciona mis pensamientos, y sin darme cuenta, doy un paso hacia él, acercándome un poco más. Él lo nota al instante. Sus ojos se iluminan, y hay una chispa de triunfo en su mirada que no me sorprende, pero me molesta profundamente. Sabe que estoy cediendo, que lo que parece ser una batalla entre mis deseos y mis miedos está siendo ganada por él. — Eres impredecible. — Su voz es suave, casi como un elogio, pero hay una mezcla de fascinación y peligro en ella. — No puedo dejar de admirarlo... ¿Es una advertencia o un desafío? No puedo estar segura, pero mi cuerpo responde antes que mi mente. La atracción es tan fuerte que me siento perdida, incapaz de dar un paso atrás. — No me hagas más preguntas. — Mis palabras salen con más fuerza de lo que pretendía, y cuando los digo, sé que estoy cruzando una línea que no tiene vuelta atrás. Él sonríe, un gesto que es a la vez cálido y sombrío, como si estuviera disfrutando de cada segundo de este juego peligroso. Su mano se mueve lentamente hacia mi rostro, tocando mi mejilla con una suavidad desconcertante, como si estuviera buscando confirmación de que todo lo que está sucediendo es real. — Te prometo que este juego acaba de empezar. — Sus palabras son una sentencia, y aunque mi mente grita que esto es un error, una pequeña parte de mí no quiere que se detenga. No quiero que se detenga. Eduardo está tan cerca ahora que puedo sentir su respiración, tan perfecta como su presencia. El mundo entero parece desaparecer, y solo existimos nosotros dos en este rincón apartado del universo. Él se acerca aún más, y esta vez no me detengo. Mis ojos se cierran por un segundo, y cuando los abro de nuevo, nuestros rostros están tan cerca que el contacto parece inevitable. — ¿Sabes que podríamos dejarlo todo aquí? — Pregunta, su voz grave acariciando mi oído con una amenaza deliciosa. — Podríamos parar, y seguir como si nada hubiera pasado... Mi corazón late fuerte, acelerado. ¿Qué quiero hacer? ¿Qué debo hacer? La tentación de ceder es abrumadora, y aunque hay un nudo de miedo en mi estómago, la curiosidad, el deseo, la necesidad de probar lo prohibido, me consume. — No... — Digo, con una determinación que no sé de dónde sale. — No quiero que lo dejemos aquí. Él se detiene, y por un segundo, la quietud en el aire es insoportable. Entonces, su sonrisa crece, llena de una mezcla de satisfacción y anticipación. — Perfecto. — Su voz suena victoriosa, como si hubiera alcanzado un objetivo. Y en cierto modo, lo ha hecho. Todo cambia en ese momento. Lo que antes era una batalla interna se convierte en una aceptación silenciosa. El juego ha comenzado, y no hay vuelta atrás. La tensión entre nosotros se siente como un cable al borde de la ruptura, y mientras sus ojos no se apartan de los míos, la atracción se intensifica, se vuelve más peligrosa. Eduardo, siempre tan seguro de sí mismo, parece disfrutar de cada segundo, saboreando el poder que tiene sobre mí. Pero hay algo en su mirada, algo más allá de la simple atracción, como si estuviera jugando un juego mucho más grande que solo seducción. — Así que no quieres que lo dejemos aquí... — Su voz es más suave ahora, como si estuviera midiendo mis palabras, evaluando cada reacción mía. Da un paso hacia mí, lo suficientemente cerca para que su presencia me envuelva, y por un momento, siento que me falta el aire. Un impulso irracional me impulsa a retroceder, pero me doy cuenta de que ya he cruzado una línea invisible. Este no es solo un juego de miradas o palabras. Hay algo más en juego aquí. Algo que, aunque me aterra, también me atrae con una fuerza que no puedo explicar. — ¿Qué vamos a hacer entonces? — Mi voz suena casi como un susurro, y aunque intento sonar desafiante, no puedo evitar que el miedo se mezcle con la curiosidad en mis palabras. La sonrisa que se forma en sus labios es peligrosa, como si hubiera alcanzado una victoria, aunque aún no haya dado el siguiente paso. Sus manos se mueven hacia mi rostro, tocando mi mejilla con la misma delicadeza que antes, pero esta vez, hay una intensidad renovada en su toque. — Lo que hagamos dependerá de ti, querida. — Su aliento cálido se mezcla con el mío, y la cercanía se vuelve insoportable. — Solo tú decides hasta dónde quieres llegar. Mis pensamientos se nublan nuevamente, y aunque sé que no debería estar aquí, en este momento, a este nivel de proximidad, algo en mi interior grita que esto es inevitable. No quiero ceder, pero la realidad es que ya lo he hecho. — No sé si quiero ir tan lejos... — Digo, pero mi voz tiembla, y sé que no lo estoy convenciendo ni a mí misma. El miedo sigue presente, pero la atracción es más fuerte. Mi cuerpo, como si tuviera voluntad propia, responde a la cercanía de Eduardo, y mi corazón late a un ritmo acelerado, anunciando lo que mi mente aún se niega a aceptar. Él percibe mi indecisión, pero no se detiene. De hecho, parece encontrarlo aún más intrigante. Un destello de desafío brilla en su mirada. — Pero sé que te atraigo. Y no solo por el hecho de ser tu jefe. — Su tono es más bajo ahora, más personal, y aunque sigue siendo seguro de sí mismo, hay algo en él que se ha suavizado, como si la interacción hubiera adquirido un significado más profundo para él también. El calor que se ha instalado en el aire entre nosotros parece espeso, y la distancia entre nuestros cuerpos se reduce aún más. En ese momento, soy consciente de cada respiración, de cada pequeño movimiento, de cómo mi cuerpo reacciona a su presencia, aún sabiendo que todo esto está mal, que todo esto es peligroso. — ¿Qué quieres que haga? — Pregunto, sintiendo que mis palabras ya no son solo una pregunta, sino una invitación. He dejado de luchar. Quizá por un instante, o quizá por algo más profundo que no quiero admitir, pero ya no tengo fuerzas para resistir. Eduardo se acerca aún más, y esta vez no hay dudas. No hay palabras de advertencia, solo la conexión palpable entre nosotros, el deseo de seguir adelante, de explorar lo prohibido, de sumergirnos en lo que está destinado a destruirnos. — Lo que quiero... — Sus palabras son casi un susurro, pero tienen el peso de una promesa peligrosa. — Es que tú elijas. Pero no te equivoques, lo que empieces conmigo no tendrá marcha atrás. Su confesión me paraliza, y por un segundo, el mundo exterior se desvanece. Solo existe él, su promesa y yo, atrapados en la inevitable tentación de lo prohibido. No puedo escapar, ni quiero. — Entonces, no habrá marcha atrás... — Repito, mis palabras flotando en el aire, y aunque sé lo que implica, hay algo liberador en decirlo en voz alta. Eduardo sonríe, su expresión ahora llena de una satisfacción peligrosa. Un fuego parece encenderse entre nosotros, y en ese momento, no hay duda de que todo lo que ha pasado hasta ahora ha sido solo el principio de algo mucho más grande, algo que ninguno de los dos puede detener.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD