Mis dos vidas

No sé cómo explicarles. Soy una mujer pero en mi otra vida fui hombre. Me reencarné de él, je. ¿Cómo lo descubrí? A través de una hipnosis. Fue complicado porque yo no quería, pero tenía tantas imágenes en mi cabeza que mi enamorado Maicol me llevó a rastras para que un especialista me tratara y descubriera el extraño mundo en que a veces me sumergía, embobada, viendo calles, casas, personas, situaciones, parques, playas e infinidad de coincidencias de que había estado allí y conocido a esa gente que, en realidad, no conocía. Por eso digo que es complicado, porque es como una novela de ciencia ficción o una película como las de Bruce Willis, mi actor favorito (qué churro). Sin embargo, fue lo que me descubrí y me sucedió. Y rehacer la historia de mi vida siendo hombre, fue aún más extraña. Descubrí que se llamaba Miguel, había nacido en 1926 y que fue un mujeriego de buenas a primeras. Tuvo hasta cinco enamoradas en su azarosa existencia, una enfermera, una policía, una profesora, una campeona de atletismo, que fue su locura más grande porque le puso el mundo de cabeza, y una actriz. Después tuvo hijos con otras tres mujeres diferentes. ¡Qué bárbaro! Yo con las justas he tenido cuatro enamorados (je), y ahora estoy con Maicol que es súper lindo y creo que me ha hecho poner los pies sobre la tierra. Es controlador, muy seguro de sí mismo, paciente y me siento segura a su lado. O sea, mi vida romántica no es como la de él, Miguel, quien era yo en mi existencia pasada je je je, ay qué complicado. El hipnotizador descubrió, además, que siendo hombre era un gran borracho, tramposo, engatusador, vividor y todo lo malo que se puede pensar de un hombre y que se murió, finalmente, porque llevó una vida desenfrenada, apegado a lujos, despilfarrador y demasiado bohemio. Por eso, seguro, el destino me eligió para reemplazarlo, porque yo soy una buena chica (modestia aparte), recatada, alegre, divertida, sí, pero con límites y me he convertido en buena profesional, periodista, en la web de un diario de circulación nacional. En resumidas cuentas, yo me encargo de lavar los pecados de Miguel. Bueno eso pienso. A Maicol, sin embargo, no le hizo mucha gracia descubrir que había sido hombre antes, por el contrario arrugó toda la cara y me miró desalentado y furioso a la vez. - Dime la verdad, Roxana, ¿te gustan las mujeres?-, me disparó furioso. -¡¡¡Noooo!!!, protesté molesta, también, por su impertinencia, a mí me gustan los hombres, me gustas tú y no cambio a un hombre por nada en este mundo- Eso lo tranquilizó un poco (casi nada), sin embargo su misma pregunta también me la hacía yo. Peinándome frente al espejo, alisando mis rulos, me miraba tan hermosa, cautivante, con mis ojitos destellando ternura y mi boca, rojita como una manzana, pensaba si es que Miguel pudiera haberse enamorado de mí. Y así, navegando en esas días, me interrogaba qué sentiría él estando enamorado de una mujer o, en todo caso, lo que sentiría yo al lado, por ejemplo de mi mejor amiga, María Fernanda. Ella es divina, mágica, voluptuosa y chiflada. Y me gusta como es Martifé, compartiendo siempre todas mis cuitas, convertida en mi cómplice, contándome sus locuras y yendo y viniendo a todas partes, bailes, playas, parques, fiestas y diversiones a granel. No solo eso, me gusta su cuerpo de ella. Es muy curvilínea, tiene sus pechos grandes, bien formados, sobresaliendo, siempre, de sus escotes amplios y sus caderas anchas que se desbordan en sus vestiditos súper cortos, bien entallados, revelando sus carreteras prominentes y sus piernas bellísimas, torneadas y suavecitas. Entonces, ¿me hubiera enamorado de Marifé? ***** Pedí un café muy caliente, tostadas con mantequilla, y desenrollé el diario de la mañana. Quería saber el resultado del partido de anoche. Había tenido una velada realmente frenética en casa de la Maruja, celebrando el nacimiento de su primer hijo, y me amanecí tomando y bailando como trompo. Bebí tanta cerveza que se me salía por las orejas. Y estuve toda la noche con Nancy. Ufff, estaba hermosa con su vestido de lunares, todo apretado y se le notaban sus prominencias. Deliciosa. La acaparé ganándole a Juan y Tobías que también le habían echado el ojo. -Eres la más deseada de la fiesta-, le dije a Nancy, mientras balábamos una guaracha. -Es parte de ser hermosa-,se divirtió ella con ese chasquido de olas que es su sonrisa. Quería besarla en la fiesta, pero había mucha gente. Estaba, además, Carolina. A ella la veía demasiado celosa. Dice que soy ególatra, que solo me preocupo en mí, que no respeto su trabajo (ella es policía) y que pienso que las mujeres son objetos, que solo me divierto con ellas. -Yo te respeto como a nadie en este mundo-, le aclaré molesto. -No es cierto, Miguel, crees que soy un objeto que usas cuando te da la gana-, me reclamó. No me gusta que me regañen. En ese sentido soy muy orgulloso. Estrujé mi boca y no le contesté. A Carolina la conozco desde niños. Vivimos en el mismo barrio, jugábamos a las escondidas, estudiamos juntos y luego ella postuló a la policía y yo hice de mi vida lo que me dio la gana. Una tarde que llevaba abarrotes a vender en el mercado en una camioneta destartalada, me detuvo. -Sus papeles-, me dijo seria, alzando su gracioso sombrero. La reconocí de inmediato. -¿Carolina?- Ella se azoró. Sus mejillas se colorearon de rojo y parpadeó muchas veces. -Miguel. Miguel Escobedo-, refunfuñó, chirriando sus dientes. Carolina era cabo, dirigía el tránsito y estaba más hermosa que nunca, con su uniforme impecable, su mirada dulce pero firme y su pelo amarrado en moño. Me gustó, además, sus aretitos chiquitos, como botones. -Estás divina-, le dije convencido. -Y tú sin papeles, como siempre-, movió la cabeza furiosa. Estallé en risotadas. La esperé frente a la comandancia hasta muy tarde. salió cambiada, exhalando cansada. Estaba con jean, una casaca negra ajada y se soltó sus pelos. Me cautivó de inmediato. Cenamos, la llevé a bailar y terminamos besándonos frente al mar, como tortolitos. Descubrí la delicia de los besos de ella, su fragancia tan sutil y cautivante y que sus piernas eran majestuosas, en todo el sentido de la palabra. Hicimos el amor como locos, devorándonos mutualmente. Fui descubriendo muchísimos encantos en ella, tesoros escondidos que no había imaginado y conquisté hasta el último pedacito de su vasta geografía, llegando hasta sus fronteras más lejanas. Carolina quedó encantada, rendida a mis brazos, saboreando mis besos, obnubilada por mi vehemencia y pasión. Yo me equivoqué al pedirle que deje la policía. La necesitaba a ella y quería tenerla siempre para mí. Por eso me dijo que era ególatra. -Quiero que tengas todo el tiempo para mí, pasarla bien, disfrutar de lo nuestro, y creo que la policía te quita mucho tiempo, eso no es ser ególatra, ¿qué tiene de malo?-, intenté defenderme, pero ella tenía otras ideas. -A mí me gusta ser una buena policía, es el trabajo que me apasiona, en cambio tú solo buscas diversión, pasar el rato, debes tener las cosas más claras, pensar en una relación seria-, se defendió. La discusión siguió muchos días hasta que me convencí que ella estaba demasiado interesada en mí, que deseaba una relación formal. Ahora ella me miraba furiosa y yo estaba empalagado abrazado a Nancy, queriendo descubrir sus bondades que rebosaban en su vestido tan pegadito. Carolina tomó su cartera y se marchó sin despedirse, culebreando a las otras parejas que también bailaban fervorosas y febriles. Su actitud fue evidente. Ella estaba decidida a formar un hogar. A mí no me gusta lastimar a nadie, menos a una amiga al que conocía bien. Pero pensaba que si iba tras ella podría equivocar las cosas. Insisto: mi idea es divertirme, quizás en veinte años recién formar un hogar o posiblemente nunca, pero Carolina quería algo serio, que yo me dejara de jugar con sus sentimientos. Con Nancy bailamos hasta la madrugada que, vencida por el sueño, se dispuso a marchar a su casa. Cuando salimos a buscar el taxi, no resistí la tentación y le besé la boca. Fue delicioso. Sus labios eran un deífico vino que terminó por embriagarme. Ella no dijo nada. Solo sonrió y se marchó en el taxi. Yo volví a la fiesta y seguí bebiendo, hasta quedar dormido, tumbado en un mueble, hablando disparates y roncando como motor de camión. Probé las tostadas con deleite y en el diario encontré un aviso que me interesó mucho: se necesita personal de limpieza en el Estadio Nacional. Para variar, andaba con las justas, apenas con unos cobres en bolsillo, y necesitaba una paga fija para mejorar mi vida económica, así, en un solo instante, decidí pedir el empleo. Y palabra que, en ese instante, fue la mejor decisión de mi vida...