Capítulo 3: El príncipe de Río Alto

1666 Words
Me dirijo a la cocina en busca de Franklin. Nadie por aquí le ha visto. Recorro medio castillo y finalmente me lo tropiezo en una de las salas de estar. −Llevo un buen rato buscándote –digo agitada. −¿Ha pasado algo? –pregunta. −No, solo quiero pedirte un favor. Miro a mi alrededor para asegurarme de que no hay nadie cerca que pueda escucharnos. −Tengo un invitado especial esta noche, necesito que prepares para él la mejor habitación y un buen banquete. Franklin asiente. −Pero, hay algo más. Yo no estaré en la cena. Él no puede saber que soy la princesa. −¿Por qué no? –pregunta confundido. −En nuestra conversación nunca mencioné quien soy. Y no me habló precisamente bien de la princesa; así que prefiero que me conozca mejor antes de revelar mi identidad. Él sonríe. −¿Me dirás el nombre del joven afortunado? −Se llama Karlos. Es el príncipe de Río Alto. −Si, claro, el príncipe Karlos. Desde que lo vi, supe que podía ser de tu agrado. Es muy apuesto –dice con una sonrisa sagaz. −No estoy diciendo que vaya a ser el futuro rey. Solo me gustó hablar con él y quisiera conocerlo mejor. −Como digas –añade sin parar de sonreir−. ¿Algo más? –pregunta. −No, iré a mi habitación a prepararme. Que me suban la cena. Él asiente y yo subo las escaleras dando brincos. −¿Cuál crees que me quedará mejor? –pregunto a Aurora. −¿Entre el rosa y el n***o? Por supuesto que el rosa –asegura. −Me gusta más el n***o. −¿Por qué te empeñas en usar esos colores fúnebres con tantos vestidos hermosos que hay en tu guardarropas? −Porque tengo una parte oscura en mi interior –digo y abro los ojos para intimidar a mi amiga. −Basta que das miedo con esos ojazos verdes y penetrantes –se burla ella−. ¿Por qué tanto interés en la ropa que usarás hoy? –pregunta. −Por nada, ¿no puede una vestirse bien? −Vamos Elena, que te conozco –dice. Me encojo de hombros. −Hoy he conocido a alguien –asegura ella−. Era uno de tus pretendientes. No se su nombre pero es un chico bastante apuesto. Lástima que nunca miraría a nadie como yo. −¿Alguien como tú? –pregunto. −Si, alguien como yo. Sin un título, ni riquezas, ni belleza, ni gracia. −Qué diferentes te vemos tú y yo –le digo−. Eres la chica más hermosa, agraciada y buena amiga que conozco. −Lo dices porque me quieres. −No, lo digo porque es verdad. Nos quedamos viendo y sonreimos a la par. −Ahora que lo mencionas yo también he conocido a alguien –señalo. −Lo sabía. ¿Quién es? –demanda entusiasmada. −Se llama Karlos, es el príncipe de Río Alto. Siento que tenemos bastantes cosas en común. −¿Será este chico el futuro rey de Anturias? –pregunta Aurora. −Aun no puedo asegurar eso. Vamos cuéntame de tu chico –le pido para cambiar de tema. −No se mucho sobre él. Estuvimos toda la tarde hablando en el jardín, pero al terminar nos marchamos sin siquiera preguntar nuestros nombres. De todas maneras no importa, seguro nunca lo vuelvo a ver. −No pierdas la esperanza. Aurora se marcha, me preparo para mi encuentro en la noche. Creo que desde hacía mucho tiempo no me vestía para una ocasión con tanto entusiasmo. Luego de la cena me dirijo a la habitación donde había sido instalado Karlos. Irrumpo en ella sin llamar a la puerta. −Que gusto que estés aquí –me dice−. Creí que no volvería a verte. −Te dije que vendría ¿Ya has cenado? –le pregunté. −Si, un señor muy amable preparó una enorme cena para mí. La verdad me sentí extraño. Solo en una mesa tan grande. −¿Cómo acostumbran a cenar en tu casa? −Pues todos juntos a la mesa. Mi padre, mi madre, mis hermanos y yo. −Pues aquí ceno yo… quiero decir… la princesa cena sola, no tiene familia, ¿recuerdas? −Si, es cierto. Hay un silencio prolongado. −Aurora –me dice. ¡Oh se refiere a mí! −Príncipe Karlos –digo. −Solo Karlos, por favor. Yo asiento. −Demos un paseo –propone. −He preparado algo para nosotros –añado. Caminamos juntos sin decir una palabra. Llegamos a la fuente donde coincidimos por primera vez. −¿Tú sola hiciste esto? –pregunta. −La verdad tuve un poco de ayuda –sonrío. Franklin realmente se ha esmerado. Tendré que agradecerle más tarde. Creó un camino de velas alrededor de la fuente y dispuso otra buena cantidad de estas sobre el suelo empedrado junto al jardín. Colocó una mesa con dos sillas y una vasija colmada de un delicioso vino que se cultiva aquí mismo en Anturias. −Sentémonos –me pide él. Me encuentro algo nerviosa. Nunca antes había visto a nadie como se le ve a un hombre. ¿Estaré empezando a enamorarme de él? −¿En qué piensas? –pregunta. −En que nunca me he enamorado de nadie. ¿Cómo se cuando eso pase? −Yo tampoco lo he estado −confieza−. Pero supongo que se sabe. Dicen que te pasas el día en las nubes, tampoco puedes comer porque le pierdes hasta las ganas a la comida. Y que las cosquillas en la barriga son permanentes mientras pienses en ella. −Suena igual a la tristeza. −Amar puede ser doloroso también. Imaginate que ames a alguien que no sienta lo mismo por ti. −O que aunque se amen no puedan estar juntos por algún motivo –añado. Él afirma con la cabeza y vierte un poco de vino en cada una de las copas de plata. Bebe un sorbo e insiste en que era una bebida exquisita. Yo sonrío y le cuento que se fabrica en Anturias, señalo la dirección en la que se encuentra el viñedo y por un segundo pareciera que deja de escucharme. Me mira fijamente a los ojos y yo no me atrevo a decir una sola palabra. −Tienes unos ojos hermosos –me dice mientras acaricia mi mejilla. Siento mi rostro acalorarse. Libera la mano que sostenía la copa de vino y pone ambas en mi cara. Se está acercando lentamente, yo sigo inmóvil. Se detiene cuando sus labios rozan los míos. Lo está pensando demasiado. Noto su respiración entrecortarse, la mía también hace estragos. Esto me está matando. Quiero besarlo. Me inclino hacia adelante y nuestras bocas se encuentran. Nunca antes he besado a nadie, pero me sale tan natural. Abre su boca e inclina un poco la cabeza. Yo hago lo mismo en dirección contraria. Nuestras lenguas no paran de tocarse. Por un instante somos uno. Nos fundimos en un beso, que parece durar una eternidad. Al cabo de unos minutos nos reponemos. Se me queda mirando y sonreimos a la par. Nadie dice una palabra, ha sido un momento mágico, no se debería arruinar con comentarios torpes. −¿Lo has sentido? –pregunta. −¿Si te refieres a las cosquillas en el estómago? Pues si. Él sonríe aliviado. −Podía besarte toda la noche. −Podría dejar que lo hicieras –digo. Se lanza sobre mí. Esta vez con más seguridad. Me pasa una mano por detrás de la cintura y la otra la coloca alrededor de mi cuello. Me besa con toda la pasión que ha estado guardando a lo largo de su vida. Nos tomamos de la mano y caminamos en silencio hasta su habitación. Entramos en ella. Los nervios se apoderan de mí. ¿Qué será lo siguiente? ¿Estoy realmente dispuesta a dejarme llevar del todo con él? Pues si, quiero explorar mis límites, ver hasta donde soy capaz de llegar. Me siento asustada y confiada al mismo tiempo. Lo sé ¡qué extraña mezcla de sensaciones! Lo noto un poco torpe, no me cabe duda de que los nervios lo consumen también. Me besa, derrocha pasión. Sus besos no son torpes, sabe muy bien que hacer con la boca. −¿Te sientes bien? –pregunta. −De maravillas –contesto. Me toma por la cintura y recostado a mi espalda comienza a besarme el cuello. La piel se me encoge, no puedo mantener los ojos abiertos. Se me escapa un jadeo, siento que puedo explotar en cualquier momento. Comienza a desabrochar las interminables tiras de mi vestido. Está tardando demasiado, pero está bien así, no quiero apresurar nada. Llega a la última, ¡finalmente! −¿Segura de que quieres continuar con esto? –consulta. Asiento con la cabeza. Vuelve a besarme mientras mi vestido va cayendo al suelo. Mis senos están al descubierto, pero no me preocupa. Me siento libre en lugar de avergonzada. Me dejo caer sobre la cama y lo invito a hacer lo mismo. Comienza a sacarse la camisa. Se acuesta a mi lado y se detiene. Por un momento el tiempo se congela. Me mira fijo. Ni siquiera parpadea. ¿Qué estará pasando por su cabeza en este instante? −No puedo hacerte esto –afirma. −¿Hacer qué? –pregunto. −Hacer el amor contigo –contesta. Lanzo una risita. −¿Por qué no? –digo. −Porque eres una excelente mujer y te mereces el mejor de los futuros, ¿quién se casará contigo sabiendo que ya no eres virgen? −¿Y quién dice que aun lo soy? –pregunto a sabiendas de que me infiltraba en terrenos peligrosos. −¿No? –pregunta sorprendido. −Antes que llegaras, ya tuve una vida. Aun así decide no continuar. Me besa con exquisita ternura pero luego se aparta. Me ayuda a colocarme la ropa y me mira directo a los ojos para decir: −Quiero volver a verte. Sonrío, disfruto muchísimo sus palabras. −Yo también –afirmo y me doy la vuelta para marcharme a mi habitación. Él me toma de la mano para impedirme avanzar. Me da la vuelta y me besa en los labios.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD