Capítulo 2: El desfile de pretendientes

1918 Words
−¡Tiene que haber otra vía! –digo en alta voz. −Lo siento princesa, es la única forma de mantener a Anturias bajo su mandato –contesta Alberto. −Y, ¿si dejamos que el tío Andrés fusione ambas Islas? –pregunto. −Esa no es una opción –dice indignado. −¿Por qué no? ¿Qué podría pasar? −pregunto−. Estoy segura que cualquier persona será mejor rey que yo. Alberto toma una bocanada de aire y se sienta en la silla que está frente a mi. −Princesa –me dice−, una de las cosas más valiosas que tiene un pueblo es su libertad. No podemos entregar la nuestra. Hay mucho dictador disfrazado de rey por estos días. −Entiendo –digo. −Tengo toda mi fe puesta en que usted será tan buen reina como su madre. Hasta se parece a ella. −Gracias Alberto –digo mirándolo a los ojos−, pero yo no estoy tan segura. −La ayudaremos, lo prometo. Anturias estará bien mientras permanezca bajo nuestro cuidado. Asiento. −Una cosa más −añado−. Quiero elegir yo a mi futuro esposo. Haga la convocatoria desde hoy. De seguro tendré muchas entrevistas que hacer por estos días. −Así lo haré. Agradezco y abandono la habitación. No quiero casarme, al menos no ahora. Pero si el futuro de mi país depende de ello, no me quedará otra opción. ¿Por qué no puede una mujer reinar sola sin necesidad de tener un hombre a su lado? Y ¿por qué son ellos los que ponen las reglas? −¿Hablando sola princesa? −¡Aurora! –digo sorpendida−. Estaba pensando en lo que me espera en estos días. −¿Te refieres a la boda? −pregunta−. En el reino no se comenta otra cosa. −Pienso en la boda, en cómo será mi futuro esposo. −¿Lo elegirás tú? –pregunta. −Por supuesto −añado−. ¿No seré yo quien compartirá una vida a su lado? Ella asiente −Entonces es mi derecho elegir al menos con quien casarme. Aunque en solo quince días no creo que me de tiempo a hacer una buena elección. −Mantén tus pensamientos positivos y verás como conocerás a alguien digno de ocupar ese puesto. Suspiro. −Espero que así sea. Llega la noche y con ella mi hora de irme a la cama. Me pongo el vestido de dormir, sin ayuda, necesito estar sola. Me acuesto boca arriba y cierro los ojos. −¡Mamá! –digo en voz alta−. Donde sea que estén papá y tú ayúdenme a encontrar las soluciones. Indíquenme el camino a seguir para reinar con bondad y hacer las cosas bien, justo como lo hacían ustedes. Pongan también en mi destino a un buen hombre, a alguien digno, no solo para mí, sino para el pueblo de Anturias. Gracias mamá, gracias papá. Nunca olviden por favor, cuanto los amo. Acabo de entrar en un estado de total calma, parece que me estoy rindiendo ante el cansancio.  −Princesa Elena –escucho una vaga voz.  Abro los ojos. No se trata de un sueño. Es Aurora dándome los buenos días. −¿Qué pasa? Aún es muy temprano –me quejo. −Debe levantarse. Hay una larga fila allá abajo esperando por usted. −¿Qué dices? –me siento de un tirón. −El comunicado ha hecho su efecto, tiene a casi cincuenta hombres esperando ser entrevistados. −¡No puede ser! –me quejo−. Solo han pasado unas horas. −Muchos matarían por casarse con usted. −Pero yo no quiero casarme con nadie –añado y vuelvo a acostarme. −Elena por favor –me dice Aurora−. No me lo pongas más difícil−. Me ordenaron tenerla lista en menos de una hora.  −No quiero –digo. −Quieras o no, lo harás –me dice. Llama de un grito a las sirvientas, quienes entran en fila a mi habitación. La última de ellas sostenía una bandeja con el desayuno. Entre todas me sacan de la cama. Yo en lugar de protestar sonrío. Me causa mucha gracia la situación. −¡De acuerdo! –añado−. Cooperaré con ustedes, pero por favor el corsé hoy no. −Pero… −dice una de las chicas. −Déjala –contesta Aurora−. Está bien, no habrá corsé hoy. −Y otra cosa, yo elijo el vestido. Ya que estoy caminando hacia mi tumba al menos debo elegir que llevaré puesto. −Me parece bien –contesta Aurora y sonríe entre dientes. Bebo mi café y como algunos panecillos mientras me bañan y lavan el cabello.  −Quiero llevarlo suelto –digo. −Pero, princesa. Hoy verá hombres, lo correcto sería peinarlo –dice la misma chica que había protestado antes. −Es una orden –añado−. Además usaré el vestido n***o de mi madre, el de las mangas anchas. −¿No es muy ajustado? –pregunta Aurora. −No, es perfecto –aseguro sonriente. −De acuerdo –dice ella. Terminan de maquillarme, camino hacia el espejo. Me parezco tanto a ella. Aurora se para a mi lado. −Son idénticas –me asegura. −Lo se –digo con añoranza. Bajo las escaleras. Aurora me pide entrar a la sala de reuniones donde los hombres del parlamento esperaban mi llegada.  −Princesa, queríamos hablarle de… ¡Dios mio! Alteza –dice Alberto y hace una reverencia−. Eres igual a… −A mi madre –lo interrumpo−, ya lo había notado.  −Estaría muy orgullosa si pudiese verla ahora mismo. −Es todo lo que quiero –digo. −Bien, continuemos con la reunión –dice y se pasa las manos por el rostro para secarse las lágrimas−. Aquí están los registros de todos los pretendientes –dice y lanza sobre la mesa un puñado de hojas apiladas. −Quiero verlos –digo−, uno a uno y leer sus historias viéndole a la cara. −Como ordene mi reina. −¿Reina? –pregunto confundida. −Si, ¿no habrá olvidado usted que ya fue coronada? –añade Alberto con una sonrisa en los labios. Es cierto, ya soy reina y a penas me había percatado de ello. Me siento sobre el trono que era de mi madre, pues Alberto insiste que debo dejar el lugar del rey vacío, aunque sea ahora mismo yo, la máxima autoridad. −Que pase el primero –anuncian con altavoz. Un joven regordete de al menos treinta años es el primero en atravezar la puerta. Aurora me mira y yo niego con la cabeza al instante. −Reina mia –dice y hace una reverencia−. Vengo a ofrecerle la oportunidad de ser mi esposa. ¿Oportunidad? ¿Qué se ha creido este? −Tengo mucho que ofrecer. Mi reino, Gandías, está a solo dos Islas del suyo. Tenemos muchas riquezas, animales y sembrados, nuestras tierras son realmente muy productivas. −Lo siento pero no estoy interesada –digo. Alberto me susurra: −Mi reina, son realmente ricos. −No me importa –contesto−. Será con él con quien deba compartir cama y no con su dinero –digo furiosa−. Siguiente –grito. Ahora entra un señor todo estirado.  −Es algo mayor para mi –añado al instante−. Siguiente. Un niño que no pasaba los quince años irrumpe en la habitación muy horondo. −Tiene que ser una broma –digo y estallo en risas−. Siguiente. −Siguiente –vuelvo a decir. −Ha despachado a más de cuarenta hombres ya. Solo nos quedan diez, se han reducido drásticamente las opciones –insiste Roberto, el más viejo integrante del parlamento. −Pues esos diez tendrán que esperar a mañana. Necesito descansar –digo bostezando. −Pero no podemos hacerlos marchar –protesta Roberto. −Que sea lo que ella decida –dice Alberto. Le agradezco y antes de levantarme añado: −Les ahorraré trabajo. Lancen un nuevo comunicado, donde diga que solo podrán pretender mi mano, los jóvenes apuestos entre los veintidós y veintinueve años de vida. Que tengan buenos modales, sean atentos, de buen corazón, valientes, con aptitudes de líderes. No me importa las riquezas materiales que puedan ofrecer. Busco un buen esposo y más que eso un buen rey, no un procurador. −Entendido –añade Alberto. −¿Qué hacemos con los que quedan ahí fuera? –pregunta Roberto. −Si no cumplen con los requisitos que he pedido, despacharlos. Los hombres asienten. Yo me levanto para marcharme y todos hacen una reverencia. Camino por los pasillos sin compañía. Voy directo a los jardines traseros, quiero pensar un poco y estar ahí me hace sentir en calma. Me siento sobre la fuente del ángel. Hundo los dedos en el agua y mi mano resplandece. −¿Qué está pasando? –pregunto en voz alta. Saco la mano rápidamente. Está helada. La reviso con detenimiento, pero no hay nada extraño en ella. Vuelvo a sumergirla, nada pasa esta vez. Estoy imaginando cosas. Ha sido un día muy estresante. Me pongo de pie y camino de vuelta al palacio. Voy mirando al suelo, contando las piedras del camino. Me fijo en cada grieta que el tiempo ha puesto en ellas.  −Lo siento –dice un joven de cabellos rubios que acababa de tropezar conmigo. −Disculpame a mi, no estaba atendiendo el camino –añado y sonrío. Él también me muestra una sonrisa. −Por cierto, me llamo Karlos. −Un gusto, Elen… Aurora –miento−. ¿Estás aquí por la princesa? −En realidad, vengo por mi padre. Él insiste en que esta unión puede hacerle bien al reino. −¿De dónde vienes? –pregunto. −Rio Alto –contesta. −Está un poco lejos –observo−. ¿Por qué tan desmotivado con la idea de ser rey? −Aun no me siento preparado para ello –contesta. −Te entiendo −aseguro−. Quiero decir, que puedo imaginar como te sientes. Pero cómo voy a entenderte si soy solo una dama de compañías –sonrio avergonzada por hablar con tanto enredo. Ahí está otra vez su sonrisa. Tiene unos dientes bonitos. −¿Es tan bella la princesa como dicen? –pregunta. −Nah –contesto. −De seguro tú eres más hermosa. −Me sonrojo. Espera, ¿es esto un cumplido o una ofensa? −He escuchado sobre los estándares que acaba de poner hace unas horas. Son muy altos, dudo que algún hombre pueda cumplirlos. −No estoy de acuerdo. Ella solo está pidiendo un corazón puro no un cofre de tesoros. −La pureza no existe –asegura él−. Incluso cuando obremos con buenas acciones, en algún momento por nuestras cabezas ha pasado hacer algo malo. −Tienes razón –le digo−. Pero el hecho de no hacerlas es lo que nos hace ser buenos. −O cobardes. −También tienes razón, pero nada es tan absoluto. A veces somos buenos por cobardes, otras porque es nuestra naturaleza hacer el bien. −Me rindo –dice y sonrie. −Creo que puedes ser un buen rey –le digo. −Quizás, pero no será esta mi oportunidad. −¿Por qué no? −Ya te lo he dicho, he venido solo por mi padre. No está en mis planes ser el rey de Anturias, ni casarme por deber con alguien que no conozco. Pienso en el amor como un acto sublime y desinteresado. Cuando encuentre a la indicada algo en mí me lo dirá. Entonces no me importará su título ni de qué familia provenga, me casaré con ella a contra de toda corriente. Me quedo en silencio. Puedo entenderlo mejor que nadie. −Quédate esta noche –le pido−. Te mandaré a preparar una habitación. −¿Puedes hacer eso? −Si –contesto−. Te sorprendería lo cercanas que somos la reina y yo. −Me encataría quedarme solo por verte un poco más. −Así será –le aseguro y me adentro al palacio con una sonrisa de oreja a oreja.
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