Capítulo 1: La coronación

1530 Words
Hoy desperté más temprano de lo habitual. Serían los nervios por la coronación los que me impiden descansar en paz. Volví a soñar con ella, mi madre, desde hace diez años tengo la misma pesadilla ocasional. La veo en mis sueños, me pide que la rescate. −Pero, ¿rescatarla de qué? ¿Acaso tanto ella como papá no han muerto ya? En mi sueño me aparece con el mismo manto n***o que llevaba cuando entró en mi habitación esa mañana en que se apagaron las hogueras. Tiene los ojos verdes encendidos y el cabello desprendiendo bolas de fuego. Pronuncia siempre la misma frase: −Necesitamos ayuda, ambos reinos necesitan tu ayuda. ¿Ambos reinos? ¿A qué se refiere? Cada vez que se lo pregunto desaparece. He intentado hablarle de mil maneras pero no contesta. La busco siempre que cierro los ojos para dormir pero solo aparece cuando quiere. Debo levantarme, en cualquier momento entrarán por esa puerta mis sirvientas para someterme al habitual ritual de belleza. No me acuerdo que mamá tuviera que pasar por estas cosas cuando yo era una niña, pero no me sorprende, en Anturias ya nada es como solía ser. Aun no me he presentado, mi nombre es Elena, soy la princesa de Anturias. Tengo veintidós años y hoy es uno de los días más importantes en mi vida, o al menos eso me han hecho creer. Ya están aquí, las personas más importantes de todos los reinos cercanos. Han venido en barcos y por la vía segura. Tuvimos que empedrar un nuevo camino para llegar al palacio desde la playa, uno libre de matones y bandalismo, pues los mismos niños causantes de que el reino se hubiese separado en dos, ahora eran hombres y mujeres jóvenes con ideas aun más retorcidas y sanguinarias que antes. Me pongo de pie y observo por la ventana el desfile de caballos y carrozas entrando en áreas de palacio. Empiezo a sentir los nervios, no se si quiera ser coronada. Desearía que hubiese otro descendiente para ocupar el puesto, así yo me libraría de esta carga. Tocan a la puerta, debe ser Aurora, mi dama de compañía, que viene a darme los buenos días. −¡Adelante! –digo. La puerta se abre lentamente y ella irrumpe en la habitación. No deja de sonreir, nunca lo hace. Se acerca a mí y con una dulzura infinita en la voz, me dice: −¿Estás lista para tu gran día? Yo hago una mueca de asco, con Aurora no tengo que fingir, es mi única amiga y me conoce mejor que nadie. −Nunca lo estaré –confiezo. Llegan las sirvientas y me meten a la bañadera, lavan mi cuerpo y me cepillan el cabello. Odio que me traten como si no tuviera manos. Finalmente el calvario ha terminado, estoy parada frente al espejo, no logro reconocerme dentro de tantas telas. −Sonríe –me pide Aurora. Yo la complazco y lanzo una sonrisa fingida al espejo. −Solo quiero que este día acabe pronto –vocifero. −Ven, quiero mostarte algo –dice ella. Me toma de la mano y me conduce al balcón de mi alcoba. −Mira abajo –me pide−. Todas esas personas confían en ti –dice señalando al pueblo amontonado en la plaza principal−. Están aquí desde muy temprano solo para verte y celebrar juntos este glorioso momento. Asiento con la cabeza, el pueblo es mi responsabilidad, siempre lo he sabido. Quizás sea eso lo que me hace temer. No podría perdonarme hacerlo mal. Mi mirada se pierde más allá de los muros del palacio, donde viven los desterrados. Aurora lo nota. −Lo lograrás –dice y me pone una mano en mi hombro. −¿A qué te refieres? –pregunto como si no supiese la respuesta. −¿Recuerdas lo que me prometiste once años atrás? Niego con la cabeza pero ella insiste. −Dijiste que cuando fueras la reina, lucharías por la vida de esas personas también. Suspiro. −¿Cómo quieres que ayude a quien no quiere ser ayudado? –añado. −Si que lo quieren, solo que aun no se enteran. Sonrio. Estoy tan nerviosa que los labios me tiemblan. −Estarás bien. Ya verás –dice Aurora y me abraza. −Gracias por permanecer a mi lado. No podría hacer esto sin ti –digo y me aparto para besarla en la mejilla. Siento que llaman a la puerta, Aurora se acerca para descubir de quien se trataba. Franklin, mi mayordomo asoma la cabeza. −Princesa, ¿estás lista? –pregunta. −Deme solo un segundo. Ahora bajo –contesto. Aurora, seguida por mis sirvientas y Franklin abandonan la habitación. −¡Por fin sola! –suspiro aliviada. Vuelvo a pararme frente al espejo. Fijo la mirada en mis ojos. Están tan verdes como los de mi madre. El rojo de mi cabello también se ha intensificado con los años. Cada día que pasa siento que me parezco más a ella. −¿Qué? –pregunto anonadada mientras mi reflejo se transforma en el suyo. Me froto los ojos con la idea de que es una mala pasada de mis pensamientos y que cuando los abra, ella desaparecerá. Pero no es así. Aun está ahí, me mira fijo. Ahora está sonriendo. Levanto una mano y ella también lo hace. Me acerco al espejo y la toco. Puedo sentir el calor de sus dedos. ¡Los labios, se mueven! Intenta decir algo, pero no logro escuchar. −¡Ayuda! –logro leerlo en sus labios. −¿Cómo? –grito asustada. Desaparece en ese instante. −¡Mamá! –la llamo con todas mis fuerzas pero no regresa. Vuelvo a ser yo en el espejo. Tengo las manos empapadas de sudor y el corazón agitado. Lágrimas comienzan a brotar de mis ojos. Las seco con especial cuidado para no estropear mi maquillaje. −Ha llegado la hora –me digo y abandono mis aposentos. Escucho una algarabía en cuanto pongo un pie en el salón principal. −¡Estás preciosa! –me dice Antonia, la jefa de las sirvientas. Le agradezco y camino a la plaza guiada por mis escoltas. Aurora me toma de la mano y yo sonrio. Me hace sentir segura. Me subo a una tarima de madera que han puesto para la ocasión y enseguida el pueblo empieza a vitorearme. La verdad no sé por qué lo hacen yo no he hecho nada que merezca admiración. Intento sonreir mientras un m*****o de la corte lee un panfleto enorme. −¿Cuándo acabará? –susurro a Aurora y ella sonrie entre dientes. Franklin me abre los ojos en señal de regaño. Tiene enormes ojos negros y mirada autoritaria, es imposible contrariarlo. La lectura del documento finalmente ha acabado. Doy un paso al frente, me piden que me siente sobre el trono. Me quedo inmóvil por un segundo, nadie desde mi padre se había sentado allí. El chico que sostenía la corona se queda a dos pasos de mí. Franklin me susurra: −¿Está bien, princesa? −Si –digo con la cabeza y continuo caminando. Me siento sobre el trono y una lágrima furtiva recorre toda mi mejilla. El chico se va acercando mientras el jefe del parlamento va narrando sus pasos. Se para frente a mi y hace una reverencia. Todo indica que ha llegado mi hora. Agacho la cabeza y cierro los ojos. La corona ya debe estar en el aire, en cualquier momento podré sentirla sobre mi cabello. −¡Deténganse! –grita un señor regordete que acababa de bajarse de una lujosa carroza. −¡Tío Andrés! –digo al notar que era él. −La princesa Elena no puede ser coronada. No así. −¿Así cómo? –pregunta Franklin −Sin un esposo –contesta él. Los hombres del parlamento comienzan a susurrar entre ellos, luego se acercan a su jefe y este dice en voz alta: −El rey Andrés tiene razón, en los estatutos está muy claro: Ninguna mujer podrá ser coronada sin estar casada. −En otras palabras no hay reina sin un rey –dice él−. Yo como pariente más cercano vengo a ofrecerme para fusionar ambas Islas. −¿Estás ofreciéndote a ser nuestro rey? –pregunto confundida. −No tan rápido –reacciona Alberto (jefe del parlamento)−, la princesa aun tiene posibilidades de convertirse en reina. No pensará que entregaremos nuestro reino a un oportunista como usted. Andrés tras la ofensa tensa el rostro y pregunta furioso: −¿Cuál sería esa vía? −Aquí dice que si contrae matrimonio en los próximos quince días a la coronación, aun puede conservar el título y su futuro esposo convertirse en rey. −Déjame ver –Andrés se acerca y lee el estatuto que lo esclarece−. Bien, regreso en quince días, si aun la princesa no ha contraido matrimonio tomaré esa corona con mis propias manos. ¿Casarme? ¿Con quién? Nunca he pensado en compartir mi vida con un hombre y el tener que hacerlo por la fuerza no me sienta nada bien. Andrés se monta en su carroza y emprende el camino de vuelta a la Isla Marlin. Los habitantes de Anturias celebran la victoria y la corona por fin está sobre mi cabeza.
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