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Profesor seamos amantes. Aunque me cueste la vida

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Blurb

Un romance prohibido se inicia cuando Filomena, a quien su marido le cambió el nombre, acude a la universidad para abogar por su hijo que fue expulsado por desleal. Entra en una calurosa discusión con el profesor, que ha surgido el inconveniente y lo intenta abofetear, pero él detiene la mano, la pega contra la pared y le planta un beso largo y profundo. Desde allí empiezan a surgir sentimientos que aunque tratan de ocultarlos salen a la luz. Ambos son casados; ella con el banquero más importante de la ciudad y él con la rectora de la universidad para la que trabaja. 

Todo se complica cuando el esposo descubre la infidelidad y por venganza a todo lo que ha hecho por su familia, hace algo que le desgracia la vida para siempre a Filomena y tendrá que aprender a llevar una marca en su rostro que no la representa.

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Un grito de la conciencia
Un grito de la conciencia. —¡Oh, si Francisco, sí, sí! —Salió de mi boca justo antes de despertarme consciente al lado de mi esposo, el Señor Roberts, quien tenía sus ojos fijos en mí y su nariz se expandía conteniendo el enfado. Seguro debió sentarse, apenas me escuchó pronunciando aquel nombre. —¿Quién es Francisco? ¿Por qué lo mencionaste con tal excitación? ¡Exijo una explicación! —ordenó, quitando de su cuerpo con furia el edredón con el que se cubría. El pecado debía marcarse en mi rostro, sin duda alguna. Y él estaba cuál fiera esperando justo el momento de atacar. —¡Buenos días, Míster Roberts! ¿Cómo amaneció? ¡Por lo menos me puede saludar! —exclamé con un frágil hilito de voz. —¡Estoy esperando! —ordenó bastante enfadado. —Tuve una horrible pesadilla, es lo único que recuerdo. Me perseguía un animal… Y de pronto apareció alguien que se llamaba Francisco, él me salvó. —Esto solo era una simple comparación, en el fondo estaba hablando con la verdad. El señor Roberts, mi flamante esposo, se había convertido en un ogro. Cualquier detalle le colmaba la paciencia. Me había ido cercando el grupo de amigas y nada más me dejaba hablar con unas señoras recatadas que lo más interesante que encontraban era hablar del cuero de los demás. Tenía cuarenta y dos años, me sentía joven y bella. Siempre me dediqué a cuidarme comiendo sano, haciendo ejercicios, y como el dinero de mi esposo abundaba, no salía del spa, de salones de belleza, o de las tiendas de marca, y solo así lograba soportar el mal humor de aquel hombre. Lo hacía para sentirme bien, porque para el Señor Roberts ni que cambiará el color del tinte del cabello de n***o a rubio se fijaba. Inclusive, te estarás preguntando ¿Por qué me refiero a mi esposo con tanta pleitesía? Bueno, el tipo es un egocéntrico que jamás me permitió tratarlo con confianza, ni en público o privado. Al principio me costó muchísimo adaptarme a sus costumbres y exigencias. Pero ya que le agarré gusto al dinero, todo cambio. No me permitía ejercer mi profesión, porque decía que él ganaba lo suficiente para mantenerme a mí y a toda mi familia. Era un banquero muy exitoso, y por eso cuidaba mantener su prestigioso nombre impoluto. Hasta mis r************* eran administradas por él, y si deseaba compartir un meme o una que otra imagen debía consultárselo. Ya se estarán cuestionando de nuevo ¿Por qué sigo con un hombre así? Pues sencillo, tengo dos personalidades, si han visto la película de Jim Carrey “Irene, yo y mi otro yo” me entenderán. Y no es porque esté desquiciada o algo parecido, es porque fue la única forma que encontré para sobrevivir a la vida tan sosa que yo misma elegí. Mi familia nunca ha sido adinerada y estaba atravesando una complicada situación por la enfermedad de mi hermana mayor. Desde que tenía dieciséis años padece esquizofrenia e insomnio severo. La han llevado a cuánto médico les han aconsejado, pero esa enfermedad en vez de detenerse sigue avanzando y cada vez las crisis son más fuertes. El señor Roberts me conoció en un semáforo mientras pedía limosna a los transeúntes para comprar los medicamentos. Quiso ayudarnos y me exigió, le llevará a ver a mis padres. Les hizo un importante donativo, ellos quedaron tan agradecidos que lo invitaron a casa y a la tercera visita ya me estaba proponiendo matrimonio, era muy joven y no tuve oportunidad de pensarlo. Acepté y entonces él se encargó desde ese día de que a mi familia no le faltara nada. Estaba joven y no tenía experiencia. Me dejé moldear a su antojo, incluso estudié administración de empresas porque él seleccionó esa carrera… A los pocos meses de casarnos ya estaba embarazada. Tuvimos a nuestro primer hijo y decidió que sería el único, porque no soportaba los llantos del bebé en la noche. Yo hubiese querido tener uno más; una niña. Pero ya la decisión estaba tomada. Los primeros años de mi hijo me mantuve ocupada y no me percataba de que estaba dejando de ser feliz. Fue cuando él cumplió los doce años y empezó a ser independiente. Tenía mucho tiempo libre porque ya me había graduado y no sabía en qué ocuparme, así que hacía ejercicio, iba de compras y aún me sobraba disponibilidad. En la casa el Señor Roberts me tenía empleadas de servicio. ¡No hacía nada! Más que abanicarme y tomar cócteles tropicales… Me estaba volviendo alcohólica. Mi hijo Damián ha sido un poco flojo para los estudios, así que le teníamos una maestra exclusiva para qué le explicará lo que no entendía, por ende, ni de eso me ocupaba. Como dice el dicho “Solo me faltaba sarna para rascarme” pero yo quería un poco de acción. Mi verdadero nombre es Filomena Pérez. A mi marido le pareció muy simple y decidió cambiarlo legalmente por el de María Elena, como su abuela materna. A nivel personal yo era su creación. Intentó modificar toda mi esencia y me llevó a ser una mujer que no existía. Pero desde hace cinco años he empezado a vivir a mi antojo. Tengo r************* alternativas y allí expreso mi sentir. Soy una mujer sin complejos, ni tabúes. —María Elena, eso no es creíble. Investigaré por mis medios ¿Quién es ese tal Francisco? He sido muy bueno, con usted y su familia. No creo que tenga los ovarios para manchar mi inmaculado apellido. —dijo entrando a la habitación de baño y cerrando la puerta con toda su furia. La chica de hace algunos años hubiese corrido detrás de él a implorar disculpas. Pero ahora no, podía hacer todo lo que le diera la gana y no iba a causarme miedo, porque jamás encontraría algún indicio que demostrará mi culpabilidad. A menos que el implicado me delatara. Estaba enredada con un profesor universitario, diez años menor que yo. ¡Era una locura! Me había sacado del lado aburrido donde estaba sumergida. Pero, mi consuelo es que él tampoco sería capaz de delatarme porque también estaba casado con una señora mucho mayor que yo, que era la rectora de la universidad en la que trabajaba.

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