CAPÍTULO III ROSA CHILLÓN Y FALSAS ESPERANZAS

9191 Words
ANN Estaba harta del interrogatorio al cual mamá me sometió después de encontrar sangre en el piso el miércoles. Me preguntó si Alex se había peleado con alguien o si habíamos roto uno de sus jarrones finos y nos cortamos recogiendo los trozos que quedaban. Después de rendirme y notar que no era una buena idea decirle todo respecto a la intromisión de Peter en la casa, para su posterior «maltrato» de Alex y de mi parte; decidí decirle que el periodo me tomó por sorpresa y se me olvidó limpiar. No era la mejor mentira del mundo, pero al menos luego de eso dejó de preguntarme y me obligó a limpiar los mocos y sangre de Peter. Mi mamá no tenía idea de las tutorías, porque no le mostraba mis calificaciones y estaba usualmente ocupada con el trabajo. Se me hacía muy sencillo evitarle ese problema. Ahora, aburrida en casa durante un viernes, solo podía pensar en una cosa. Nutella. No recuerdo cuando fue la última vez que comí un poco de ese manjar de dioses, pero ya la extrañaba y necesitaba un poco de mi bebé para poder llevar bien estos días. Me dirigí a la cocina para ver si quedaba un poco en el pote que oculté en el refrigerador, pero no me llevé una grata sorpresa al ver que el pote estaba completamente vacío, con una nota de «te lo debo» pegada en la tapa. Saqué rápidamente mi celular de mi bolsillo y comencé a escribir furiosa. Ann: Tráeme una ahora. Ya sabes de qué estoy hablando, Alex. Frustrada, no tuve más remedio que volver al sofá. Cuando iba aprender el televisor mi trasero vibró, indicando que Alex había captado mi mensaje. Saqué el celular de mi bolsillo y vi que había un mensaje… pero no era del idiota de mi hermano. Desconocido: ¿qué tal?, ¿ya me extrañas;)? Tenía el presentimiento de saber quién era, pero tenía que confirmar si era el mismo desesperado de siempre o algo mucho peor. En el fondo deseaba que fuera alguno de mis amigos, pero no tengo muchos que se atreverían a mandarme un mensaje así. Ann: ¿Quién eres…? Desconocido: ¿Ya me has olvidado? Vaya… sabía que no era el único en tu vida. Agendé el nombre de Peter como se lo merecía y rodé los ojos. A veces era una total reina del drama, pero ese puesto era demasiado grande para él. Sospeché que Rose le había dado mi número, así que tendría que hablar seriamente con ella respecto a sus jueguitos. Ann: ¿Tan temprano por la mañana molestando? Ann: ¿Que no tienes nada mejor que hacer? La respuesta no tardó en llegar. Princesa: La verdad no he podido dormir sin que estés a mi lado… Sí, le puse Princesa porque literalmente lo era. Viviendo en su castillo, con una madre a la cual trataba de empleada, además en su rostro se veía que era dormilón como la bella durmiente. Por otro lado, ya me veía un día teniendo que salvarlo de un dragón. No volví a responderle y él tampoco me mandó otro mensaje, pero poco me importó. Después de todo, él volvió a cancelar nuestras tutorías porque se le había hecho tarde en uno de sus entrenamientos y el entrenador le obligó a limpiar las pelotas de básquet hasta que quedaran relucientes. No me quejé, pero lo llamé irresponsable y me burlé de él por no cumplir con sus promesas. Me lanzó un balón en la cara, pero ya no me duele al menos. Quizás Peter no era tan malo como parecía, pero seguía siendo un pervertido, acosador, mentiroso y despreocupado. En el fondo, creo que estaba buscando al chico con el que hablé en la fiesta. Aquél que me distrajo del mundo y me divirtió con sus comentarios ingeniosos. Era frustrante en parte, porque parecían dos personas diferentes en estos momentos. Me pasé la mano por el cabello suspirando, a la vez que me dejaba caer pesadamente en el sillón de la sala. Después de un rato viendo dibujos animados, decidí mandarle un mensaje a Rose para que me llevara al súper a comprar la crema de avellanas, ya que había perdido la esperanza de que Alex me hubiera hecho caso. También tengo que hablar con ella por intentar juntarme con Peter. Le decidí mandar un mensaje de texto: Ann: Llévame al súper. Tenemos que hablar. Me levanté para ir a mi habitación y poder cambiarme el pijama que llevaba puesto. Apenas crucé la puerta me llegó la respuesta de Rose. Rose: Oki, besos : Pasó a las 9? Miré el reloj del celular, son las ocho en punto. ¡No puedo esperar tanto! Ann: 8:30. Tengo hambre y me la debes. Rose: tan poko para arreglarme??? pense que me conosias Sonreí un poco ante su respuesta y saqué ropa interior limpia junto a una playera y mi short blanco favorito. Me iba a hacer una coleta pero el chupón de Peter era morado, demasiado grande y muy notorio a pesar de que ya habían pasado unos cuantos días. Pero el calor que había afuera podía hacer que un ave se cociera en medio vuelo. Ya no podía ocultarlo con maquillaje, se me había acabado el poco que Rose me había dado, así que no tuve más opción que ponerme una venda alrededor del cuello. Parecía como si alguien hubiera intentado ahorcarme y ocultara las pruebas, pero esto era mejor que mostrar lo que es idiota me había hecho. No le iba a dar esa satisfacción. Bajé rápidamente después de tomar mis llaves y mi billetera, para así salir a esperar a que Rose llegara en su Jeep. No me esperé que al abrir la puerta Alex se apareciera con una cara de estúpido y un ojo medio cerrado. Ahora que lo pienso no creo que haya llegado a dormir. Lo primero que noté fue un fuerte olor a alcohol y arrugué la nariz inevitablemente. —¡Anni! ¡¿cómo está mi hermana preferida?! —gritó mientras me abrazaba. —Soy tu única hermana, idiota —dije mientras trataba de sacármelo de encima con una mueca—. Alex, me asfixias. —Lo sien-hip-to… pero es que te quiero como las vacas —me soltó y estiró sus brazos lo más que pudo a ambos lados de su cuerpo—, muuuuuuuuuucho… y creo que debemos hablar—sonrió, pero en seguida entrecerró sus ojos hacia mí. Vaya, su cambio de humor fue rápido. —En la tarde, cuando estés sobrio. Tengo que encontrarme con Rose —dije mientras me volteaba y lo empujaba hacia dentro de la casa. No quería que los vecinos lo vieran así y le dijeran a mi mamá. Todos eran unos chismosos sin vida propia y prefería dejarlo en la casa para que se durmiera en alguna parte. Cerré la puerta con llave y salí corriendo por el patio, pero los gritos de mi hermano me obligaron a voltearme en medio de mi cruzada. —¡Anni! —gritaba mientras golpeaba el vidrio del lado de la puerta. Rodé los ojos y me llevé una mano a la cabeza. De pronto desapareció de mi vista y pensé que se había desmayado, así que me preocupé un poco y comencé a acercarme a la casa lentamente. Antes de darme cuenta, noté como estaba trotando torpemente en dirección a la ventana de la sala. Oh no… —¡Alex no lo ha…! Fue demasiado tarde. Su cara chocó contra el vidrio y cayó de trasero al piso mientras se tapaba la cara y se movía como un bebé haciendo una pataleta. Mi primera reacción fue reír y tirarme al suelo con lágrimas en los ojos. Parecía una foca con un ataque epiléptico. Mi ataque de risa era tan grande, que no había oído al auto de Rose estacionándose frente a la casa. —Ann… ¿Qué te pasa? —su tono de preocupación me trajo a la realidad. —Alex… ventana… nariz —traté de explicar, pero no podía parar de reír. —¿Pero qué…? —Rose se comenzó a reír cuando vimos que Alex golpeaba con un dedo el cristal. —¡Soy Divergente! ¿¡Por qué no puedo romper el jodido cristal!? —gritó dándole énfasis al golpe. Toda la seriedad del momento se esfumó y comenzamos a reírnos como dos maniáticas. Ambas estábamos tiradas en el suelo tratando de respirar. Cuando por fin nos calmamos nos paramos con algo de dificultad. —¿Crees que esté bien dejarlo solo? —preguntó aún con una sonrisa. —Sí —miré a la ventana y creo que se había quedado dormido, porque estaba en el piso chupándose el dedo—. Espera, ve al auto, ya vuelvo. Rose se fue y yo me acerqué a Alex para poder sacarle una foto. —¡Soborno! —dije con una sonrisa mirando la belleza que saqué. Me dediqué todo el camino a decirle lo que había pasado a Rose. Ella parecía no escucharme del todo, pero cuando le dije que Alex había golpeado a Peter en el estómago me miró sorprendida. Le indiqué que mirara al camino y ella me hizo caso después de que le prometiera contarle después lo que había pasado. Llegamos al supermercado y partí corriendo a la sección de azúcar, dulces y esas cosas. Tomé unos regaliz, unos chocolates y a mi preciosa no la solté hasta que llegamos a las cajas. Rose me dio el dinero para pagar mientras el empaquetador le coqueteaba descaradamente. Me estaba hartando de sus frases típicas, así que cuando terminé, tomé del brazo a mi amiga y fijé mi vista en el chico. —Oye, tú —miré su credencial para saber su nombre—, Steven. Deja de coquetearle a mi amiga y déjala en paz. Tomé las bolsas y tiré del brazo a Rose para sacarla de ahí lo más pronto posible, pero vi de reojo que le hacía señas para que el chico la llamara. Le di un zape en la nuca y ella comenzó a quejarse porque según ella fui muy bruta. —¡Oye!, ¿quieres que me quede soltera y con gatos? —me preguntó mientras se soltaba de mis manos y caminaba a mi lado. —¿De verdad quieres que te conteste eso? —le pregunté con una ceja alzada y una sonrisa—. Rose, ese chico trabaja aquí desde hace tiempo y siempre lo veo coqueteando con cualquier cosa que tenga piernas y trasero. Además, el otro día lo vi metiéndole mano a una chica en pleno estacionamiento. ¿Necesitas otra razón para que lo aleje? Iba a decir algo pero al parecer prefirió callarse. Subimos a su auto y saqué la Nutella. Ella me golpeó en la mano cuando intenté abrirla y la guardó en su bolso. —Después, como venganza por no dejarme hablar con Esteban —irguió su cabeza, tratando de parecer indignada. —Steven —la corregí. —Lo que sea —puso los ojos en blanco y se revisó el labial en el espejo retrovisor—. Oye, creo que tus problemas se acabarían si te acuestas con Peter —dijo distraídamente. —Ugh, no… ¿Siquiera escuchas lo que te digo de él? —la observé con una ceja alzada. —¿Qué dijiste? Lunes. La palabra más odiosa, agotadora y puta del diccionario. No, si fuera así entonces el lunes sería fácil. Iba caminando hacia la escuela cuando me detuve enfrente de una tienda de regalos. Un llavero me llamó la atención y una voz comenzó a decirme «cómprame, cómprame». Era un elefantito con diamantes pequeños de patitas y uno grande rosado de cuerpo. No era mucho mi estilo, pero no podía negar que me parecía un detalle bonito. Entré a la tienda y apenas cerré la puerta una anciana se asomó desde otra habitación. Parecía amable, y me ofreció té y galletas mientras echaba una ojeada en el lugar. Al final, la simpatía de la abuelita y la culpabilidad de irme sin comprar nada me ganó. Lo compré, no lo necesitaba pero era muy lindo… Así que supuse que valió la pena. Bueno, quizás no tanto ya que llegué diez minutos tarde a Biología. El profesor me reprendió, pero en seguida me mandó a sentarme al fondo de la clase con el único alumno que quedó sin pareja. Apenas me senté noté que Jasper estaba dormido y su cuaderno se encontraba todo baboseado. —Despierta, dormilón —le pegué en la espalda y pasé mi mano de abajo hacia arriba. Bostezó exageradamente y el profesor nos echó una mirada a ambos. Me disculpé con una mueca. —Buenos días—dijo estirándose y frotándose los ojos—. ¿Cuándo hacemos el trabajo? ¿Qué? —¿Qué trabajo? —abrí mucho los ojos. —El trabajo de Biología, boba —su sonrisa me decía que no era broma. —Demonios… ¿para cuándo es? —Para el miércoles… tal vez podríamos hacerlo mañana, si no te molesta —me sonrió y apoyó su brazo sobre mis hombros—. Ann y Jasper, juntos contra Biología. —Claro —reí un poco y el profesor nos mandó a callar. Todo pasó normal… hasta que la hora del almuerzo llegó. Después del entrenamiento, Félix sacó toda la ropa del casillero de Peter y se la llevó lo suficientemente lejos para que tuviera que salir desnudo a buscarla. Salió corriendo tras Félix pero se detuvo detrás de un negocio al notar que la directora estaba fuera de su oficina sentada «admirando» el paisaje. Corrección, fumando mientras espiaba al entrenador con ojos lascivos. Félix aprovechó la oportunidad para poder correr y esconderse, mientras que Peter estuvo media hora esperando que se fuera la directora. O eso es lo que me acababa de contar Félix, porque llegó conmigo para esperar que Peter saliera. Nos sentamos en el pasto juntos a mirar cómo Peter tapaba sus partes nobles con una toalla diminuta. Y que conste, cuando digo diminuta es diminuta literal. —¿Cuánto crees que puede estar en el negocio? —preguntó Félix con los ojos entrecerrados. —Espero que ya salga, no creo que la toalla le agrade estar allí—hice una mueca fingida y enseguida sonó el timbre que indicaba que el descanso había terminado. —Ojalá —Félix lanzó una carcajada y movió las cejas—. Ven, te acompaño a tus clases. Se levantó y me ayudó a ponerme de pie. Comenzamos a caminar hacia mi clase de arte tranquilamente. Félix me estaba contando que las cosas estaban yendo bien con el equipo, y que pronto un representante de la universidad a la cual quiere ir, viene a buscar nuevos talentos. De los tres, al parecer el rubio siempre ha sido el más responsable y consciente de su futuro, pero eso no evita que se divierta con mi hermano y princesa. Empezamos a reír después de que a Félix se le ocurriera la idea de colocar sus ropas en el techo de la escuela, pero un grito de Peter hizo que nos detuviéramos en seco. Me volteé y noté que el muy idiota venía corriendo como si el mismo diablo lo persiguiera; en un segundo mi acompañante estaba en el piso y la ropa de Peter se encontraba volando por los aires. La tomó desesperado y comenzó a correr de vuelta a los camerinos. No sin antes decir que se vengaría. Me acerqué a Félix y creo que estaba medio inconsciente… o medio muerto. Traté de levantarlo pero el muy gorila era pesado. Suspiré, saqué mi celular para ver la hora y noté que llegaría tarde a clases. Me mordí el labio inferior. Mmm… no creo que pase algo malo, ¿o sí? Lo miré por última vez y corrí hacia la clase. Por suerte llegué a tiempo. Me senté en la mesa del fondo tranquilamente, para después comenzar a sacar mis materiales y ponerme pronto a dibujar. Pude notar cómo alguien tapaba mis ojos y apreté los dientes. Odio.que.hagan.eso. Di un golpe hacia arriba y las manos salieron de mi cara, junto con un quejido que logré reconocer. —Odio que hagan eso —dije mientras abría mi cuaderno de dibujo y lo miraba con falso enojo. —Lo siento, no me resistí —se quejó Jasper con una sonrisa—. ¿Me puedo sentar aquí? —preguntó señalando el asiento que estaba a mi lado. —Si quieres —sonreí sin prestarle mucha atención. El profesor no tardó en llegar, así que después de que diera las instrucciones terminé el trabajo sin problemas después de media hora. Siempre me ha gustado la pintura y obvio que se me hace fácil esta clase, ya que mi papá nos solía llevar a Alex y a mí a museos de arte o a exposiciones y me enseñó muchas cosas que hoy recuerdo con cariño. Mi hermano se aburría y se burlaba de muchas de las pinturas, pero aún así yo lo ignoraba e inventaba mis propias historias sobre cada cuadro. Después de recorrer casi todo el lugar nos invitaba a comer un emparedado al restaurant que eligiéramos. Siempre pedía lo mismo, el emparedado de pollo, una gaseosa y de postre helado de arándano. Eran bonitos tiempos. Estaba tan aburrida que decidí hacer rayas sin sentido dejándome llevar por lo que fuera que rondara mi mente en esos momentos. Solía hacer esto para relajarme, pero después de un rato comencé a darme cuenta de que las líneas estaban creando un rostro sin darme cuenta. Tenía solo la forma la cara y el cabello, así que empecé a dibujar las facciones que creía se verían bien con esos rulos desordenados. Inicié con la nariz, los labios y las cejas, para terminar finalmente dibujando unos iris más oscuros que la córnea. Cuando me alejé para observar lo que había hecho, mi corazón dio un vuelco y me asusté. Terminé cerrando cuaderno rápidamente para que nadie lo viera. Había dibujado a Peter. ¡¿Por qué lo acababa de dibujar?! Respiré agitadamente y me levanté a entregar el trabajo al profesor. Le pedí si me dejaba salir antes y por suerte me dio permiso. —Ehh… señorita Berries —me di la vuelta y noté como el profesor me mostraba el dibujo lleno de trazos. Reí nerviosamente y me acerqué a él. Con un movimiento rápido, cambié los trabajos y le sonreí tiernamente. Agarré mis cosas, bastante sonrojada y salí del salón de clases. Fui a mi casillero para tomar mi patineta y me dirigí a mi casa. Uh, martes. Ayer me quedé dormida viendo Mi novio es un zombie en el sofá y mi espalda me está matando porque nadie se dio el detalle de despertarme y mandarme a dormir a mi cómoda cama. Apenas desperté, sentí un tirón en mi cuello y me tuve que quedar quieta durante unos minutos, porque ya parecía que me iba a morir por hacer un movimiento muy brusco. Lo siguiente que hice fue subir a mi habitación arrastrando los pies a cada paso que daba. Llegué finalmente a mi habitación, pero recordé que en las mañanas el agua caliente a veces no servía. Decidí ir al baño de visitas para no arriesgarme, aunque a penas entré y abrí la llave me di cuenta de que no salía agua caliente. Estornudé una vez y me asomé por la puerta, con solo la toalla. —¡Alex! ¿Te acabaste el gas? —grité hacia su habitación para que me escuchara. —Tal vez sí, tal vez no —se asomó desde la puerta. —¿Por qué no me dijiste antes? —le reclamé mientras mi cuerpo se encontraba tiritando. Cerré la puerta y miré el chorro de agua que salía, casi retándome a enfrentarlo. Suspiré, entrando rápidamente a la ducha y chillando exageradamente al principio. El agua estaba más fría de lo que esperaba y terminé tiritando una vez me salí para secarme el cuerpo. No estaba acostumbrada a bañarme con agua helada, la verdad nunca en mi vida lo había hecho y no paraba de tiritar. Así que me fui corriendo a mi pieza para poder vestirme lo más apresuradamente que me permitieran mis brazos. Estornudé muchas veces seguidas, así que si terminaba con un resfriado fuerte por culpa de Alex… lo dejaría durmiendo afuera. Salí mi habitación ya lista y vi como Alex estaba afuera del baño con una toalla rodeando su cintura. Me sacó la lengua y entró rápidamente al baño. Observé la puerta con una ceja alzada y luego escuché como sonó el ruido de que estaba prendido el gas… esperen, ¿qué? Me acerqué furiosa y golpeé la puerta bruscamente. Sentía mi cara roja de la rabia. —¡Alex! —le grité desde el otro lado de la puerta. —¡Tenías que salir rápido del baño, Ann, no iba a esperar, así que apagué el gas! —me gritó de vuelta. Agh. Por estas razones a veces quería dejarlo debajo de un puente a merced de los lobos. Fui a mi habitación, tomé mi celular, mi mochila y salí de la casa dando un fuerte portazo. Estornudé apenas llegué a la parte de atrás de la casa para buscar mis patines, así que ahora por culpa de este voy a estar todo el día con mocos en la nariz. Una vez me los puse, oí como el tono de mi celular sonó, mostrando que tenía un mensaje. Rodé los ojos al ver quién era. Princesa: Hola, ¿llegarás tarde? La verdad, mi mañana no había sido la más agradable, y podía explotar con cualquier cosa. Para no dar problemas, simplemente ignoré el mensaje. Me levanté del suelo y empecé a dirigirme a la escuela lo más rápido que podía. Sentí como mi celular vibraba de nuevo y bajé la velocidad para ver qué me había escrito. Princesa: ¿Qué pasa? ¿Ya hice algo malo? Volví a meter mi celular en la mochila y llegué a la escuela en tiempo récord. Como aún era temprano, me tomé mi tiempo para ir a mi casillero y sacar mis cuadernos de Física y un bolígrafo. No necesitaba más que eso, así que cuando llegué al aula no había nadie más aparte de Jasper y unas chicas que no conocía del todo, pero parecía como si les cayera mal. No sé porque era eso, pero tampoco quería (ni necesitaba) ser amiga de ellas. El asiento junto a Jasper estaba ocupado, así que me senté dos puestos detrás de él y me observó con carita de cachorro herido. Me encogí de hombros con una sonrisa y me despedí de él con un movimiento de mi mano. De nuevo no había desayunado porque estaba molesta con Alex, pero por suerte recordé que tenía unos cuantos dulces en mi mochila. Estaban desde hace más de una semana, pero no creí que me fueran a hacer daño. Cuando saqué uno de fresa del bolsillo pequeño sentí algo raro, y cuando lo saqué encontré el elefantito que había comprado y comencé a jugar con él. Lo había olvidado por completo, pero debo admitir que me hipnotizaba verlo. Jasper, de pronto, se apareció a mi lado y me quitó el elefantito de las manos en menos de tres segundos. —¡Oye! —arrugué un poco la nariz y él se rio de mi cara. —¡Tranquila! —me sonrió y me hizo un gesto para que me calmara—. Mi tía tiene uno igual y te quiero enseñar algo. Lo dejé que se quedara con el llavero, por ahora. Cuando vio que me relajaba, se acercó a la ventana que estaba a mi lado y corrió la cortina dejando entrar la luz del sol. Me observó con expectación y yo lo miré con curiosidad. Acercó el elefante a la luz y un montón de pequeños círculos de arcoíris se reflejaron en el techo y parte de la pared. —¡Wow! —mi mirada estaba pegada en el techo. Era algo tan bonito y colorido. Al parecer solo algunos de los alumnos lograron notar lo que ocurría sobre sus cabezas, pero yo me encontraba jugando con las luces que llegaban a mis dedos. Estaba tan concentrada que no noté como alguien se apoyaba en mi mesa y me observaba con una sonrisa. —No le muestres eso al profesor, te dará una clase completa sobre los prismas dispersivos —me desordenó el cabello—. ¿Qué haces, frutita? Odio ese sobrenombre. Mi apellido puede tener que ver con frutas y esas cosas, pero no es para ese tipo de burlas. Estuve a punto de reprocharle el que me llamara así, pero Jasper giró un poco el elefante y un pequeño arcoíris se posó en su entrepierna, justo en el medio. Traté de aguantar la risa, pero me estaba resultando un tanto difícil. —Oye, Félix —le dije soltando una risita, ya calmándome—. Mira tu entrepierna. Él me miró confundido y dirigió su mirada a su animada parte baja. Abrió mucho los ojos y una extraña sonrisa apareció. Algo me decía que estuvo hablando con Alex esta mañana, porque pude ver cómo su modo infantil —que aparecía cada dos semanas más o menos— se hacía notar. Lo único que escuché antes de casi caerme de la silla fue algo que nunca olvidaré. —¡Mi amigo! ¡Mi pene está en modo party! Con Jasper estallamos en carcajadas mientras Félix lo señalaba como si fuera algo digno de exhibición. Había levantado sus brazos y cuando me fijé de nuevo en el punto arcoíris, noté algo más interesante y divertido todavía. —Félix —dije tratando de respirar—. ¿Desde cuándo tú tienes ropa interior rosa? Me observó con una ceja alzada y paró de celebrar por unos momentos. —Es roja —me corrigió como si no supiera lo que son los colores. —Es rosa, solo mira —contraataqué. —Roja. —Rosada —reí. Su sonrisa desapareció, pero no parecía dispuesto a creerme. Siempre había sido un cabeza dura y con el ojo morado y la nariz parecida a la de Peter, no podía tomarlo nada en serio. —Es roja, mira —se bajó un poco los pantalones sin mirarse. Algunas chicas de la clase ahogaron la respiración y otras simplemente se dedicaron a ver con diversión porque sí era rosa. Jasper se rio por lo bajo y se puso la mano tapándole los ojos, fingiendo que estaba avergonzado. —Félix, es un rosa chillón —alcé una ceja y lo miré algo divertida. Se puso algo pálido y miró rápidamente hacia donde estaba su ropa interior. No parecía creerse lo que veía, aunque enseguida su cara se volvió roja y se levantó los pantalones de un movimiento brusco. Por suerte, el profesor estaba retrasado, sino preguntaría por qué un alumno de último año estaría dando tal espectáculo en su clase. —Era roja —dijo en un susurro pero su cara pasó de vergüenza a enojo—. Peter… Escuché solo eso porque se fue corriendo a no sé dónde. Jasper y yo nos quedamos en silencio y comenzamos a oír unos gritos. —¡Tú fuiste! —era la voz de Félix. —¡No me hagas nada, fue algo inofensivo! —…y Peter. —¡Ahora sí que te mato! —¡No, tengo sueños que cumplir! No se oyó nada más, hasta que vimos a Peter correr con cara de película de terror y a Félix como toro enfurecido. Comenzamos a reír como maníacos y noté que Peter se había subido al techo de la escuela y trataba de subir las escaleras al techo para que Félix no lo alcanzara. Después del numerito que habían hecho, el profesor no tardó en llegar. Se excusó con que a su auto le había fallado la batería, pero ninguno de nosotros le recriminó o mencionó la marca de labial en el cuello de su camisa. La clase se me estaba haciendo más larga de lo que debería, pero aún así antes de darme cuenta ya habían tocado el timbre para salir. Quise preguntarle a Jasper si querría acompañarme a la cafetería a comprar una soda, pero vi como unos cuantos chicos se le acercaban y lo saludaban con ánimo. Parecían ser sus amigos, así que guardé mis cosas en mi mochila y me dirigí sola a la cafetería, sin pensar en que era un poco triste. Cuando me estaba acercando a la máquina, tuve el impulso de comenzar a fijarme en las mesas que estaban alrededor. Una chica con coleta me pareció vagamente familiar, y luego recordé que era la que me había ayudado con el chocolate ese día. Pensé que sería correcto devolverle el favor comprándole algo, así que cuando me estaba acercando noté que estaba sobre las piernas de un chico. No lograba verle la cara, pero una vez se dio la vuelta me quedé parada en mi sitio. El chico del supermercado… ¿Era su novio? Era aquel que coqueteó con Rose el otro día y lo había visto varias veces con otras chicas. Me dio rabia y pena ver que estaba con ella, y coqueteaba con más chicas. Elizabeth me parecía una buena chica y no podía permitir que Steven se quedara con ella en una relación con poco compromiso. Seguí caminando hasta su mesa, más decidida que antes, y el primero en percatarse de mí fue el mismo traidor. Lo observé con desprecio y él alzó una ceja en mi dirección, sin saber por qué lo miraba así. —Ehh… Elizabeth —llamé su atención y se volteó hacia mí con una sonrisa—. Soy Ann, me ayudaste el otro día con lo de la máquina. —¡Claro! ¿Leíste mi sección del periódico? —me habló animadamente. —No…, pero necesito hablar contigo un momento —dije sin apartar mi vista de odio de Steven. —De acuerdo —se despidió de Steven con un largo beso, lo que provocó que mi poco desayuno de dulces quisiera salir a la fuerza. Cuando se separaron y se levantó de las piernas de él, le dediqué una última mirada asqueada y tomé a Elizabeth de la muñeca para llevarla a un lugar más privado. Cuando llegamos a unos árboles que estaban cerca de los basureros, la solté y verifiqué que no había nadie cerca. Suspiré tratando de tranquilizarme y comencé a juguetear con mis manos en un acto de nerviosismo. —Elizabeth, necesito hacerte unas preguntas y quiero que me contestes sinceramente —le dije en tono serio. —Es raro que me pidas eso considerando que casi no nos conocemos —me reprochó con los brazos cruzados y un poco de desconfianza—. Normalmente yo hago las preguntas. —Lo sé, pero créeme que las preguntas que te voy a hacer van a ser importantes —dije con la misma seriedad de antes. Al notar que no me reprochó y me dio paso para hablar, comencé a pensar en cómo iba a decirle la noticia. Tal vez sea mejor decirle de una vez, o hacer una broma para matar la tensión… Ugh, decirle la verdad a alguien no es fácil. Sería buena idea comenzar con lo básico, para ir viendo cómo avanzan las cosas. —¿Ese chico de antes es tu novio? ¿O solo es algo para el rato? Empezar por algo sencillo, muy bien. —Es mi novio —dijo con una sonrisa. —¿Cuánto llevan? —pregunté esperando que no fuera mucho. —Once meses, el próximo fin de semana cumplimos un año—me contestó con una sonrisa tonta en su rostro. Ugh… la cosa se estaba complicando más de lo que era debido. No quería tener que terminar su ilusión de una relación perfecta, aunque también pensaba en la falta de compromiso por parte de Steven y las promesas que nunca se cumplirían. —¿Por qué me preguntas sobre mi relación? —me preguntó un tanto preocupada. —Quiero que sepas que todo lo que te diré es absolutamente verdadero y tengo testigos que lo demues… —Steven me ha estado engañando, ¿no? —su mirada se volvió triste y me dedicó una pequeña sonrisa. —Tú… lo sabías —hablé extrañada y sorprendida a la vez. Asintió y sus ojos color verdes se cristalizaron, cuando creí que iba a comenzar a llorar una débil risa se escuchó de su parte. Era un tanto incómodo tener que consolar a alguien, así que no sabía si esta era una reacción normal o debía preocuparme de algo. —Gracias por aclarar mis sospechas —su voz se fue apagando y poco a poco fue cayendo hasta quedar sentada en el piso con las rodillas dobladas. Unas lágrimas comenzaron a salir por sus ojos y la verdad me sentí un tanto entrometida. Sentía una opresión en el pecho y no tenía idea qué mierda hacer, así que simplemente me agaché junto a ella y comencé a pasar mi mano una y otra vez por su hombro. Quería preguntarle porqué seguía con alguien como él si en el fondo sabía cómo era, pero decidí callarme y dejar las preguntas para después. De verdad se sentía mal, porque de pronto se acercó a mí para que la abrazara. No me sentía muy bien de estar así, porque quizás sus amigas harían un mejor trabajo para consolarla. Al parecer no había nada que pudiera hacer, así que me dediqué a devolverle el abrazo y a acariciar su cabeza. El timbre para entrar a clases sonó, pero no le hice caso ni tampoco ella. Así que nos quedamos ahí un largo rato, hasta que se separó de mí y se acomodó, apartándose las lágrimas de los ojos. —Si quieres me respondes. ¿Por qué estabas con él si sabías que te engañaba? —saqué unos pañuelos que tenía en la mochila y se los ofrecí. —No lo sé —me agradeció y enseguida se sonó la nariz—. Siempre estuvo ahí cuando era menor y como somos vecinos comencé a sentir algo por él. Aceptó salir conmigo y éramos como amigos, pero me encerré en una burbuja y dejé de ver a otras personas. Para mí solo existe él, así que me negué a creer lo que mis amigas decían y me peleé con todas ellas —se quitó una lágrima de la mejilla. Hablaba sin mirarme, como si ella tratara de explicárselo a sí misma—. Ahora no sé quién es, ya no como antes. —Las personas cambian, no puedes estar con alguien que casi te ama por obligación —la miré a los ojos. Estaban rojos—. Tienes que salir de la burbuja y conocer a más personas, no es el fin del mundo. Le sonreí para tratar de animarla, y al parecer funcionó un poco porque me sonrió de vuelta débilmente. Siempre sabía qué decirle a los demás, pero era una pésima auto-consejera. —Gracias, nadie me había dicho que estaba mal… Solo que yo no me esforzaba lo suficiente —se encogió de hombros. —No te eches la culpa, hombres y mujeres así están en todas partes —le acaricié el cabello—. Son solo piedras en el camino. Y además creo que es un puto —dije tratando de animarla. —Y de los que cobran barato —dijo con un asqueroso sorbido de mocos. —No me sorprende que tenga que trabajar en otra cosa para poder comer —le dije mientras secaba sus lágrimas con mi manga. Una pequeña risa escapó de sus labios y luego se puso seria. —Voy a terminar con él, lo había intentado antes pero nadie me apoyaba —me miró fijamente, esperando algo. —Pues, ahora yo te recordaré que no vale la pena —sonreí dulcemente y me levanté, para luego extenderle la mano—. Vamos, hay que limpiarte esa cara de ogro. Apretó los labios e hizo una pequeña sonrisa con estos. Tomó mi mano y cuando despegó su trasero del piso, comenzamos a caminar platicando de cualquier cosa que se me viniera a la cabeza para poder distraerla. Le empecé a narrar muchas de las anécdotas que había sobre mi familia, como cuando la tía Amber se tragó un hueso de pollo y cuando llegaron los paramédicos comenzó a coquetear con el más joven de ellos. Ella se reía de la forma en que los contaba, exagerando los hechos. Algo me decía que para llevar una relación de casi un año, en el fondo estaba esperando que alguien le diera el apoyo para terminar esa relación tóxica, porque se le veía más calmada que antes. Llegamos al baño después de un rato y cuando entré primero, me encontré con Rose. Estaba retocando su maquillaje y cuando se percató de nosotros, fingió que no me conocía, como siempre. Dejé que Elizabeth se limpiara la cara en uno de los lavabos y comencé a sacar papel para que se secara el rostro después. —Hola, Ann —Rose me susurró—… ¿y esta quién es? —preguntó al ver a Elizabeth con la cara en el agua. Era incómodo para mí tenerlas a las dos juntas, porque yo sabía muy bien que Rose coqueteó con Steven esa vez en el súper. —Una amiga, ¿podrías dejarnos a solas? —dije señalando a Lisa—. Te explicaré después. Sí, desde ahora le diré Lisa porque me sonaba más lindo. —No hace falta —puso su cartera en su brazo y cuando pasó por nuestro lado le pegó un codazo a Lisa, quien acababa de sacar la cabeza del lavabo—. Oops, perdón —habló un tanto sarcástica a mi parecer. Apenas salió, Lisa me miró con una cara de confundida. —¿No es contigo así, cierto? —preguntó Lisa cuando Rose salió. —No —dije algo triste y le pasé el papel higiénico—. Bien, sécate el rostro y te espero afuera —comencé a acercarme a la puerta pero me tomó del brazo. —Oye, gracias de nuevo —me dijo algo sonrojada—, por todo. —No es nada —le dediqué una pequeña sonrisa y ella me la devolvió. Salí del baño y choqué con algo bastante duro. Unos brazos me tomaron por la cintura y al levantar lo cabeza me encontré con Peter. Puse una mueca de desagrado y mis ojos se pusieron en blanco. —¿Qué quieres ahora? —le pregunté con voz cansada. Me sentía un poco mal. —Vaya… Mira a quién tenemos aquí —sonrió de lado y me observó de pies a cabeza—. Te gustan los encontrones conmigo, ¿no? —Qué gracioso —dije sarcástica entre risas—. ¿Puedes soltarme? Su sonrisa se amplió y se alejó un poco de mí. Creí que por fin me haría caso, pero de pronto pasó ambos brazos por mis hombros y me abrazó fuertemente, dejándome apegada por completo a su cuerpo. Me tomó por sorpresa, así que el olor de su colonia me dejó un poco atontada. Era una esencia suave, pero que no dejaba de ser masculina. Sentí que me derretía por unos momentos. —No quiero —respondió con voz de niño haciendo un puchero. Por un momento creí escuchar su corazón un poco acelerado. —¿Pero sí quieres un golpe mío en tu entrepierna? —traté de alejarme de él empujándolo por el pecho. —Quiero ver que lo intentes… —se burló, pero por fin me dejó libre. —Como quieras —le di un fuerte golpe con la rodilla pero él ni se movió, en cambio una sonrisa se asomó en su rostro. ¿Pero qué?… Claro, debe de estar usando protección para su amiguito. —Te odio —iba a golpearlo en el rostro, pero justo cuando se cubrió me detuve. El mundo pareció volverse difuso y de repente me sentí mareada. Apoyé mi frente en una de mis manos y me sentí que me caía de espaldas, pero Peter alcanzó a tomarme ambos hombros, evitando que cayera. Sentí que yo era la princesa en apuros esta vez. —¿Estás bien, Ann? —me preguntó rápidamente. Parecía preocupado, pero me concentré más en que nunca me había llamado así antes. Se oía raro, pero de alguna forma no se sentía como si estuviera mal. De pronto, me fijé más en nuestro alrededor. Algunos alumnos se habían detenido a ver qué pasaba, y otros susurraban entre ellos cosas que alcanzaba a escuchar. ¿Por qué Peter la sostiene así? Apuesto a que está fingiendo para llamar la atención. ¿Estará enferma? Puede que sea la nueva novia de Peter. Imposible, él es demasiado para ella. Basta. —Estoy bien —me logré soltar con un movimiento brusco y lo miré a los ojos, por lo cual me miró extrañado. Noté que Lisa ya había salido del baño y observaba la escena un tanto asombrada. Fui apresuradamente hacia ella y la tomé del brazo para poder apoyarme bien. Seguía un poco mareada. —Ann, ¿te pasa algo? —preguntó Lisa preocupada cuando ya estábamos lejos de Peter—. Estás pálida —tocó mi brazo— …y muy fría, ¿pasa algo? —Ayer no dormí bien, tal vez solo esté cansada —no podía pensar en otra cosa. —Quiero preguntarte qué pasa entre Peter y tú, pero lo dejaré para después —me sonrió con comprensión y yo le agradecí con la mirada. Seguía sintiendo el olor de la colonia de Peter. PETER La vi alejándose hasta que la perdí de vista entre los demás alumnos. No sabía muy bien por qué, pero verla en ese estado me dejó un tanto inquieto. Justo después de soltarla, noté cómo me miró, era una especie de resentimiento diferente a los otros que en broma solía dedicarme. No le di más vueltas al asunto y decidí marcharme a mi clase con los demás alumnos, pero de pronto los altavoces emitieron un sonido molesto, lo que indicaba que la directora haría un anuncio. «Atención alumnos, se les informa que un partido de tenis se va a realizar en exactamente diez minutos, los que quieran ir están invitados… Solo por esta vez». Al instante, todos salieron de sus clases como una multitud poco organizada. Claro, después de todo nadie quiere ir a concentrarse en la materia que les deben pasar. Decidí que sería bueno ir a distraerme un poco, ya que no se me daba mal estudiar y tampoco pasaría nada si me saltaba una clase a la cual nadie iría. Caminé hacia la entrada de la escuela como los demás, pero unas chicas me detuvieron preguntando si me podía ir a sentar con ellas. No me importaba acompañarlas, pero desde lo lejos vi a Ann con la otra chica riendo. Mi concentración se quedó con ella, porque noté que se veía peor que antes. Apenas podía reír con normalidad. Rechacé amablemente la invitación de las chicas y ellas se observaron decepcionadas. Comencé a seguir a la morena disfrazándome con la multitud que salía y continué así hasta que se sentó en la penúltima fila de asientos. No sé por qué la seguía, pero no encontraba una buena idea dejarla así. El partido pasó lento y muchos alumnos se marcharon, entre ellos Alex, que me dijo que al fin las cosas iban a cambiar. No comprendí del todo su frase, pero al menos noté que ya no continuaba tan enfadado. Las gradas empezaron a vaciarse poco a poco, así que pude ver como Ann se había quedado dormida con el gorro de la chaqueta puesto y recostada a lo largo de la tabla. Su amiga le habló cerca del oído y vi cómo Ann le asentía levemente. Le dijo otra cosa y se levantó para irse corriendo al interior de la escuela. Llegó el momento en que solo quedábamos ella y yo, porque todos habían vuelto a clases. Me acerqué para tratar de levantarla: la llamé, le tiré piedritas y la sacudí, pero nada pasó. Estaba comenzando a preocuparme seriamente, así que le di la vuelta y noté que sus mejillas estaban de color rojo, sus labios estaban un poco morados y respiraba con dificultad. Toqué su frente y estaba ardiendo. Pensé en llamar a una ambulancia, o algo más sencillo como llevarla a la enfermería de la escuela. Rápidamente la tomé modo princesa y la llevé hacia el interior del edificio. Me estaba apresurando para llegar luego a la enfermería, y en el camino me encontré con su amiga, que traía medicamentos en la mano y una botella de agua en la otra. —¿A dónde crees que la llevas, Harrison? —me observó con precaución. —A la enfermería. ¿Por qué la dejaste sola? —hablé con tono tosco. —Le ofrecí llevarle medicamentos y me dijo que sí. Lo entendía, pero si yo no hubiera estado ahí se hubiera quedado completamente sola. Suspiré y seguí mi camino hacia la enfermería, escuchando los pasos de la chica detrás de mí. Cuando por fin llegamos, la enfermera se levantó de su asiento de golpe y se acercó rápidamente. Me indicó que la dejara en la camilla que estaba al lado de la ventana y le hice caso sin hacer muchas preguntas. Nos indicó a mí y a Lisa que fuéramos a clases, pero los dos nos negamos y no siguió insistiendo después de la segunda vez. Saqué mi teléfono y llamé a Alex para decirle que su hermana estaba en la enfermería, pero no contestó a la primera. Tuve que llamarlo por segunda vez y cuando contestó, sentí que pude respirar normalmente. —Alex, necesito que… —Peter, no es el momento, estoy ocupado —oí unas risitas el fondo. —Si no te importa que Ann esté en la enfermería, entonces quédate con quien quiera que sea y diviértete —le dije con excesiva frialdad antes de cortarle la llamada. Escuché unos quejidos detrás de mí y me volteé enseguida para ver cómo Ann se movía un poco, con el ceño fruncido. Me acerqué a ella y metí mis manos en los bolsillos, viendo cómo la chica de antes se sentaba en la camilla y le quitaba unos mechones del rostro. —¿Qué está pasando? —dijo Ann un poco confundida y con la voz apagada. —Tranquila, enana. Estás en la enfermería —le sonreí a pesar de que no me podía ver. La enfermera le puso un paño frío en la cabeza y nos dijo que se trataba de solo el inicio de un resfriado bastante fuerte, pero que no debíamos preocuparnos. Aún así, le iba a dar antibióticos y un permiso para que faltara los próximos días. Le pidió a su amiga si podía ir donde la directora para que firmara el permiso y le avisara a la madre de Ann para que la buscase. Apenas se fue, la enfermera comenzó a abrir los cajones buscando algo y yo me quedé observando a Ann. Se veía más tranquila que antes, y eso me hacía sentir mejor a mí también. —Tu novia tiene mucha suerte de tener a alguien tan fuerte para cargarla —rio suavemente y cuando me giré para verla me señaló el último cajón de arriba—, ¿puedes pasarme el termómetro? —No es mi novia —aclaré a la vez que me acercaba al mueble y agarraba el termómetro. —Oh… —me miró confundida y luego fijó su mirada en Ann—. En ese caso… tiene suerte de que seas su amigo —dijo en tono sarcástico y tomó lo que le estaba tendiendo de mis manos. Le eché una ojeada a Ann, que seguía sin recuperar la conciencia del todo. Solté una pequeña risa. —No creo que ella me considere su amigo —fruncí los labios. Me golpeó con el termómetro en la nariz y me quejé un poco. Seguía doliendo, a pesar de que estaba un poco mejor. Se acercó a Ann y puso el instrumento en su boca después de agitarlo. —¿Ves? Entonces, no hay razón para no ser novios —dijo alegre y me guiñó un ojo. —Creo que es un tanto imposible lo que está diciendo —reí—. No lo dije en ese sentido de todas maneras. —Entonces, ¿por qué estabas tan preocupado por ella hace un rato? —sonrió. —Es la hermana de mi mejor amigo —me encogí de hombros. No sonaba como una respuesta convincente. —Terco… —rodó los ojos—. Tienes unos hermosos ojos, y brillan mucho cuando me estabas hablando de ella. Mírate al espejo de vez en cuando. La nariz no es lo único que sobresale —rio y cerró la puerta, desapareciendo detrás de ella. Me quedé solo en la sala con Ann. Brillan mucho cuando me estabas hablando de ella, la frase me daba vueltas en la cabeza. ¿Un brillo?… No, claro que no es como si sintiera algo por esta golpeadora enana. Observé a Ann otra vez. Sus ojos estaban cerrados y su labio tiritaba levemente. Acerqué una silla a su camilla y me senté en ella para después quedármela viendo como un acosador. Se veía tan tranquila durmiendo que casi parecía inofensiva. De pronto, me encontré acercando mi mano para tocar su mejilla, pero me detuve en el último instante. No sabía por qué, pero quería saber qué tan suave era su piel, sus cabellos, sus labios. La otra vez no pensé mucho en lo que hacía, así que no tenía la seguridad de cómo era. No noté lo cerca que estaba de su rostro hasta que escuché cómo la puerta se abría. Retrocedí como si una fuerza invisible me hubiera tirado y me quedé quieto en mi lugar. —¡Hermanita! —el grito de Alex me provocó aguantar mi respiración. —Shh… la vas a despertar —le susurré mientras agitaba mis manos. Iba a decir algo más, pero Ann comenzó a murmurar cosas incoherentes. —Peter… —sonreí, mostrando todos mis dientes al oír mi nombre saliendo de sus labios—. Aléjate de mí, pervertido. Me congelé en mi lugar y me comencé a voltear lentamente en dirección a su hermano. —¿Por qué dijo pervertido? —preguntó Alex con una ceja alzada y una sonrisa macabra. —No tengo idea —me reí nervioso—… creo que será mejor que me vaya a mi casa —comencé a acercarme a la puerta tratando de hacer el menor ruido posible. Alex me miraba como un animal a punto de a****r a su presa, pero me dio la espalda para acercarse a su hermana. Antes de salir, dirigí la última mirada hacia Ann y cerré la puerta con delicadeza. ANN Desperté por unos gritos de Alex y por el olor a desinfectante. Odiaba ese olor… Esperen… el campo de tenis no huele así. —Ann… —escuché levemente. Me dolía la cabeza y sentía el cuerpo un poco acalorado, pero aparte de eso no podría decir que estaba peor que antes. Comencé a abrir mis párpados poco a poco, segándome por la luz que entraba desde alguna ventana. Cuando logré ver bien, noté que Alex estaba a mi lado mirándome con una sonrisa aliviada. Me pregunté dónde estaba, pero algo me decía que era la enfermería de la escuela. —¿Alex? —mi voz sonaba rara y cansada. —¿Cómo te sientes, hermanita? —dijo, acercándose y observándome con detenimiento. —Como si… —hice una pausa—, ¿cómo llegué aquí? —Peter te trajo porque te vio casi muriendo en el partido y blablablá… la cosa es que tenías la fiebre muy alta y la enfermera me dio esto para que te lo tomaras apenas despertaras —me entregó un medicamento y un vaso de agua que estaban en la mesa a mi lado. Me senté con cuidado en la cama y noté que la cabeza aún me daba un poco de vueltas, así que tuve que esperar un poco antes de tomar lo que me estaba ofreciendo Alex. Tomé rápidamente la pastilla y me terminé toda el agua que había en el vaso. Tenía mucha sed. —Me pregunto quién habrá sido el imbécil que me dejó en el sofá durmiendo —le miré con el ceño fruncido y dejé el vaso vacío a mi lado. —Tú fuiste esa, idiota. —Alex, estoy enferma, no puedo pensar bien. Aunque hay un idiota que me hizo bañarme con agua fría —le miré con una ceja alzada y se comenzó a rascar el cuello. —También fuiste tú —rio y me sacó la lengua—. Llama a mamá, está trabajando pero no ha parado de llamar para ver si estabas bien cada cinco minutos. Me tendió su teléfono y yo lo tomé con sumo cuidado. Marqué el número y a los dos pitidos la llamada fue atendida. —Hola, mamá… —hablé lo mejor que pude, pero de un momento a otro no pude contener un estornudo que delató mi estado de salud. —¡Hija! Me dijeron que te habías desmayado, ¿estás bien? —preguntó mamá una vez me quedé en silencio. —Sí, mamá, fue un resfriado pequeño —dije, mintiendo un poco. —No me mientas, Annabella —hice una mueca de dolor ante su tono maternal—. Hablé con la enfermera y me dijo que debías descansar estos días —se calló durante unos segundos y luego retomó la llamada de forma que no esperé—. También me dijo que un chico te trajo en brazos… —¡Mamá! —chillé—. No espíes la vida de tu hija. —Ann, cariño, puedes tener novio pero quiero con… —¡No es mi novio! —la interrumpí, eufórica. Escuché su risa al otro lado y noté como Alex reía un poco también. Ninguno de los dos me había visto hacer este tipo de escándalo, así que supuse que les parecía divertido por eso. —Está bien, está bien… —su risa se volvió más leve—. Hoy trabajo hasta muy tarde, las salas de urgencias en estas fechas están llenas por culpa de las fiestas y el alcohol. —Okey, ¿nos vemos mañana? Tal vez podamos ver una película o… Comencé a escuchar murmullos al otro lado y estuvo así un buen tiempo. —Te tengo que colgar, llegó un paciente de un choque en auto —parecía que iba corriendo—. Te amo, cariño. —Yo tam… —los tres pititos sonaron, me había colgado. —¿Nos vamos? —me dijo Alex con una mueca triste. Mentiría si dijera que no me lo esperaba.
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