Londres, 2018.
Eyleen.
A veces la vida da giros inesperados. Giros, que cambian muchos detalles de tu vida incluso nos hacen cuestionarnos si fuimos lo suficientemente capaces para lograr llegar a la meta.
A poco de cumplir mis veintiocho años, mi vida no era perfecta como imaginé que sería a mis veinte años.
Soñaba con tener una maravillosa casa en medio del campo rodeada de niños, corriendo por el jardín persiguiendo a los animales. Deseaba formar una numerosa familia, desde pequeña lo anhele; y estar por el resto de mis días con un hombre amoroso y admirable. Pero terminé quedándome sola.
Los planes organizados con la esperanza de realizarlos se esfumaron con el pasar del tiempo dándome cuenta que nunca debí planear mi vida con tanta minuciosidad ni intentar moldearme para pasar el resto de mi vida con un hombre que no me amaba. Jamás creía que al hacer toda una lista de planificación, llegaría a este punto, donde la vida pasa sin sentido alguno.
Muchas veces me detenía frente a un espejo y me preguntaba, si llegaría el día donde me aceptara por completo, sin ver mis defectos y cicatrices. Si pudiera quererme como soy, sin agregar o quitar cualquier deficiencia. Aunque era poco probable por qué la vida me dio golpes duros, obligándome a poner un muro disfrazando cada una de mis emociones para no mostrar cuando me afecta los estereotipos de una absurda sociedad.
Mi móvil notificó un nuevo mensaje.
Un suspiro cansado salió de mis labios.
Mi madre, había estado enviándome varios mensajes todos estos últimos meses, preguntándome cómo me encontraba, pero esta vez su mensaje me causó curiosidad. Me está pidiendo ir a casa para darme una noticia importante.
Aun no logro entender como una mujer llena de vida, ató su vida dejando atrás sus sueños por cuidarnos de nosotros. Destruyó sus sueños para moldearse y convertirse en una madre, cumpliendo las expectativas de este mundo.
Pero a veces soltar lo que te retiene puede llegar a ser lo correcto, o eso es lo que piensa.
*
En estos momentos del año, por las calles londinense, el viento sopla de norte a sur, permitiendo sentir la brisa helada chocar contra mi rostro.
Es cuestión de tiempo para entrar a una nueva estación dejando atrás el helado invierno. Antes odiaba esta estación, pero hace poco comencé a anhelar que permaneciera por muchos más meses, helando mi alma, y así dejar de sentir tantas emociones dando lastima a la vista.
Me detengo frente a la enorme mansión. Toqué el timbre dos veces deseando que abrieran la puerta porque me estaba helando, pero nadie se dignó a atender mi llamada.
Los minutos transcurrieron.
—Buenas tardes…
Escuché por el locutor. Presione el botón para poder hablar.
—Miguel, abre la puerta por favor. —Lo interrumpí.
Me abren las puertas. Entre abrazándome a mí misma.
Doy pasos cortos por el largo camino mirando el nuevo diseño de los jardines que mi propia madre creó. Cada decoración fue creada por esa mujer, es la mente maestra de esta estructura maravillosa.
Es un jardín enorme, donde cultivan todo tipo de flora, algo ostentoso, pero agradable a los ojos.
Los planos de la casa fueron hechos por mi padre, para complacer a mi madre, dándole la casa de sus sueños. El diseño de interiores lo realizó mi madre, porque para esa mujer nadie era la más indicada que ella misma para estructurar su propia casa.
Los dos son el completo perfecto, aunque a veces son todo lo contrario.
Ingreso a la casa.
Busqué en varias habitaciones, pero no logré encontrarlos y en medio de mi búsqueda encontré a mi nana, que me indico donde están reunidos. Toda mi familia se reunió en un pequeño salón, donde solo veníamos a encontrar calma o tranquilidad para leer, no es muy recurrida.
El diseño fue inspirado por las antiguas mansiones de la época medieval. Por eso cada vez que vengo a casa, quedó encantada detallando cada pintura o mirando la infraestructura glamorosa.
Esa mujer tenía esa magia de convertir lo viejo en algo agradable y pintoresco a pesar de todos esos colores opacos y aburridos, que se utilizaban en esa época.
En un rincón del salón note la presencia de mi cariñoso padre, con el ceño fruncido. Está sentado con la mirada perdida en algún lugar, y en su mano tiene un riedel, con whisky. Su favorito.
Nadie noto mi presencia, aproveche para acercarme en silencio porque están hablando en susurros con la mirada puesta en el escritorio.
—¿Qué está sucediendo? —pregunté sin rodeos.
Cada uno, tenso su cuerpo y segundos después se giraron esbozando unas enormes sonrisas, que más que tierno me pareció escalofriante. Bastante raro.
Ninguno pronunció una palabra, enarcó las cejas. Mi mirada pasa por cada uno de los miembros de mi familia. Resultó extraño no escuchar el parloteo de las revoltosas de mis hermanas gemelas, Eda y Eva. Y esa mirada de lastima en mi hermana mayor, Elisabeth.
Definitivamente, algo malo está sucediendo.
Mis ojos suplicantes se detienen en mi madre exigiendo una explicación, está negó con su cabeza y elevó sus hombros no dándole importancia a lo que ocurría.
—Todo este silencio me causa curiosidad —expuse divertida. —. ¿Nadie dirá nada?
A mi familia no se les conoce como personas silenciosas. Puse mis manos en mis caderas, entrecerré mis ojos en cada una de esas mujeres.
—Debemos hablar, no podemos ocultarlo para siempre, de una u otra manera se va a enterar—rompió el silencio Eda. —. No es de cristal para romperse. —anunció.
—Tienes razón, media naranja —le apoyó Eva. —. Tampoco es para que se fuera a suicidar.
—¡Eva! —Su chillido de Elizabeth me hizo sobresaltar. La mirada recriminatoria de Elisabeth está puesta en Eda y Eva.
—No mencioné nada malo. —se encogió de hombros.
Mire de un lado a otro tratando de entender el contexto de la conversación. La curiosidad me está carcomiendo.
—Quiero una explicación. —exigí impaciente.
Se miraron entre sí, ocultando algo importante. Menearon la cabeza al mismo tiempo, las miré incrédula por su sincronización. Mis hermanas pueden tener mucho en común pero nunca han logrado ser simultáneas.
Mientras Elizabeth es calma; Eda y Eva son tormentos.
Elizabeth es considerada como una mujer amable, educada y paciente. Dócil.
Eda y Eva son las pequeñas torturas de mis padres. Siempre diciendo lo primero que se les cruza por la mente, así sea vergonzoso lo dicen con espontaneidad. Incomodan con sus ocurrencias a las personas, no les importa si son personas mayores.
Nadie puede con esas adolescentes achispadas.
Tiene cada ocurrencia causando caos alrededor, y cuando todo llega a su fin, hacen como si nada hubiera sucedido. Son peligrosas cuando están juntas, eso quiere decir que ocurre casi siempre.
—¿Y bien? —Muevo mi pie. —¿No hablaran?
—No me apetece. —dice Eda.
—Me da mucha pereza. —le sigue Eva.
—Me resulta interesante ver cómo están en silencio, cuando son un par de revoltosas —las señale, me sonrieron con inocencia. —, además son muy chismosas, estoy segura que se están torturando mordiéndose su lengua para no decir una sola palabra.
—¡Eso no es cierto! —protestaron ambas.
Dirijo mis ojos a mi hermana mayor, su mirada mostró tristeza luego de apartarla negando con su cabeza, dándome a entender que por su parte, prefería el silencio porque esa información causaría un impacto en mí.
Comencé a frustrarme por su negación. Es como si no quisieran ser las causantes de mi desgracia, está claro que a toda costa no me permitirán descubrir lo sucedido, así suplique por información. Así de sobreprotectores está mi familia.
—Por favor, denme una explicación porque tanto silencio me está causando frustración —pedí tratando de no perder los estribos. —. No me hacen venir hasta casa solo para quedarse en silencio cuando me pidieron venir para darme una noticia importante.
—No siempre ocultaremos la valiosa información, mamá. —habló Eda en dirección de mamá, que tiene su mirada perdida.
—Mamá, es una mujer adulta capaz de lidiar con sus propios problemas deja de tratarla como una de tus niñas —intervino Eva. —. ¡No siempre podrás protegerla!
—Silencio niñas. —mandó a callar a ambas, agacharon sus cabezas.
Tanto misterio me desespera.
—Mamá. —mire a mi progenitora.
—Cariño, ¿Cómo te va en el trabajo? —preguntó desviando el tema.
Resople.
—Muy bien mamá y no intentes convencerme de volver a casa, no pienso retractarme de mi palabra. Ya no quiero depender de ustedes, soy una mujer adulta, necesito mi propio espacio para no sentirme incomoda. —anuncié con determinación.
—Mamá, las gemelas tienen razón. —ambas jadearon sorprendidas, Elisabeth desvió su mirada. ¡Dramáticas!
—¿Escuchaste Ada? —cuestionó Eva, conmocionada. Tiene su mano en su pecho mientras su boca forma una O.
—Sí —respondió Eda, igual de conmocionada. —, nos acaba de dar la razón por primera vez.
—Exageradas. —señalé divertida.
—No podemos dejar que se entere por otro lado, además, en cualquier momento llamaran para confirmar la asistencia. —expresó en un susurró Elisabeth. Por suerte pude escuchar sus palabras con claridad, ya que me encuentro a una distancia cercana de ella.
—¿Confirmar que? —cuestione, ninguna de miró.
—Elisabeth no te entrometas. —advirtió mi madre.
—Mamá, ella puede sobrellevar esta situación. No es una muñeca de porcelana, no es necesario ocultarle asuntos de la familia—espetó Elisabeth, con un tono áspero. —. No es una niña.
Respiré hondo, calmándome.
En cualquier momento explotaría por tanto misterio. No podían mantenerme al margen de todo, no era débil, pero sí sensible aunque ese detalle no debe ser un obstáculo para ocultarme las cosas. Para mis padres siempre sería su niña, por eso me protegen de todo lo que me hace daño, me cuidaban o cuidan como si fuera a destruirme, y aunque los ame con todo mi corazón, a veces su sobreprotección me abruma y agota. Es por ese motivo que me fui de casa para empezar una nueva vida.
—Mamá, ¿Qué está sucediendo? —reitero la pregunta, opacando mi molestia.
—Lo siento amor, pero es necesario que te ocultes para no lastimarte. —me informó, sus ojos llenos de amor me miraron con ternura y protección.
—Pero eso no quiere decir que pueden ocultarme las cosas. —recrimine, a poco de perder el control.
El silencio llenó los espacios vacíos de cada rincón. Las expresiones en sus rostros son evidentes y como muestra nerviosismo me hace entender que esta situación me afectará más de lo imaginado.
Las gemelas se mordían el labio, moviendo sus pies de un lado a otro, intranquilas. Elisabeth se mantiene callada, cabizbaja, pero su postura la delata. Mi madre sigue mirándome con ternura, sin embargo, noto la perturbación en sus ojos.
Pase mis manos por mi rostro frustrada.
El único que no ha mencionado ninguna palabra es mi padre, así que aprovecho esa oportunidad para sonsacarle la verdad.
Iré a jugar mi última carta.
Me encamine a mi padre, es el único que puede decirme la verdad y ayudar a entender porque todas no quieren decirme ni una palabra. Es fácil hacer hablar a papá, con tan solo una mirada consigo lo que quiero, esta vez no será la excepción y lo haré para saber la verdad.
—Papá, ¿Me puedes decir que sucede? —pregunté llegando hasta él.
Apretó sus labios y pasó una mano por su cabellera, donde ya es evidente su cabello blanco. Su expresión cambió al instante, cerró sus ojos y volvió a abrirlos hundiendo su entrecejo, molesto.
—Lo siento…
—¡DÍGANME QUÉ SUCEDE! —grite alterada interrumpiendo a mi padre. Todos se sobresaltaron al escucharme. —No traten de protegerme, no lo necesito porque soy una mujer adulta.
—Amor…
—No mamá —levanté mi mano deteniendo sus palabras. —. No me digas que lo haces para no lastimarme, has hecho esto desde hace mucho tiempo, esta vez no lo hagas.
Mi padre se levantó, tomó mi mano y caminamos directo al escritorio. Nadie pronunció una palabra ni mucho menos nos impidieron avanzar interponiéndose en el camino. Nos detenemos, dejó el riedel sobre el escritorio, tomó un sobre y me entrego. Puedo sentir las miradas de todos sobre mí.
Agache mi cabeza clavando mis ojos en la bonita tarjeta. Es delicada, con una combinación de colores a la perfección, me gusta el diseño. Le di la vuelta encontrándome con nuestros apellidos y una pequeña nota.
Abro la tarjeta con cuidado de arruinarla.
Y no esperé encontrarme con algo tan importante que me hiciera abrir una cicatriz que, aún no se cerraba, tampoco pensé que me destruiría al mismo tiempo.
Me puse firme. Apreté mis labios y tragué saliva, traté de no parpadear mucho para no derramar ninguna lágrima y disfracé mis emociones con intención de no preocupar a mi familia por mi estado emocional.
Meto la tarjeta y la entrego a mi padre, actuando como si nada sucediera a pesar de que algo en mí se rompía.
—Pensé que era algo más importante. —digo mostrando desinterés.
Todos me miraron a la expectativa.
—¿Y mis sobrinos? —pregunté mirando a mi hermana.
Aferré mi mano a mi abrigo, sintiendo como mis piernas tiemblan. Es preferible ignorar ese hecho y actuar de la mejor manera para no mostrar mi dolor, así no los preocuparé. Implore que no me preguntaran si estoy bien, y si lo hacen, terminare por quebrarme y se derrumbara esa capa de dureza sacando a flote mis grietas.
—¿Estás bien? —cuestionó Eda.
Cerré mis ojos, dejando salir algunas lágrimas. No tuve el valor de mirar sus expresiones, retrocedí dándome media vuelta y comencé a correr, y a pesar de sus gritos seguí mi camino sin importarme nada, solo necesito una cosa: huir.