Confesión

2639 Words
—Me siento en la necesidad de pedirte disculpas —suplicó León cuando se encontraron a solas en el despacho donde citó a Luna la noche siguiente. Ambos estaban sentados frente a frente, solo el escritorio los separaba, aunque no se miraban directo a los ojos. —¿Pero qué dices? —preguntó confundida por la contrariedad de sus palabras. —Creo que fui demasiado lejos… Tú sabes. —A él le costaba un esfuerzo mayor el hablar de lo sucedido. No sabía qué rumbo tomaría ahora su relación porque temía sufrir un desprecio o alguna acusación que lo señalara de forma negativa. Un abusador, para la gente de allí, era considerado uno de los peores delincuentes. —¿Podemos no hablar de esto? —Ella parecía incómoda y dedicaba su atención a ordenar los cordones de sus botas. —Preferiría aclararlo... —Los dos fuimos muy lejos. Yo te seguí —dijo sin más, deseando que con eso quedara cerrado el tema. Sin embargo, en su rostro no se asomó ningún atisbo de preocupación o arrepentimiento de lo que compartieron. —¡Aun así no debí! —Es cierto, no debías, pero ya ha sucedido. Se pronunciaron las promesas de casamiento y su consumación antes de la ceremonia está permitida, ¿o no es así aquí? —le preguntó y él le afirmó. Su gesto la hizo pensar que recordarle ese punto le proporcionó un poco de alivio—. ¿Podemos pasar a otros asuntos? —La urgencia de cambiar la conversación era obvia. —¿Sigues segura de todo esto? —indagó con el rostro afligido y la mirada baja. —Por supuesto que sí. —Verlo tan preocupado fue algo que no esperaba porque lo creía más duro de doblegar—. Supongo que podría pasar alguna vez, y pienso que… —¡Luna, tu vestido llegó para la prueba final! —La interrupción de Brisa cortó toda posibilidad de proseguir—. Oh, creo que fui imprudente, debí tocar antes —musitó avergonzada. La mujer llevaba consigo un paquete que parecía pesado. —Nada que no pueda arreglarse. —León sonó más optimista. Se levantó y luego sostuvo la mano de Luna para despedirse. —Lo dejaré en tu habitación si prefieres probártelo más tarde. Llámame si necesitas que veamos si requiere más ajustes, ¿está bien? Estaré por aquí porque tengo el día libre. Aunque debo mencionarte que tienes público esperándote. Pero yo me encargo… —Creo que es mejor que lo revisen ahora, no quiero que llegues con una cortina puesta —intervino él, usando un tono bromista para romper la tensión que de pronto apareció. Luna le siguió el juego y se puso de pie de inmediato. El librarse de esa charla la hizo sentirse aliviada. —Y yo espero que vayas a lo tuyo, más te vale que elijas algo decente y te quites ese trapo horrendo —refiriéndose a la capa que detestaba y que solo cambiaba gracias a la posición de la capucha. —Lo que mande, mi líder. Démonos prisa entonces, me encantaría conocer tu veredicto final —pidió con interés y un par de mejillas sonrojadas lucieron en su rostro. Al salir, León comenzó a sonreír al recordar lo que había sucedido la noche anterior. Revivió en un instante los besos, la piel de ella en sus manos, su cabello suelto que bailaba entre sus dedos revoloteando con la brisa de la noche, la forma en que lo miraba, la manera en la que él la tocaba y Luna respondía. Suspiró al rememorar cómo se abrazaba con pasión y frenesí a su espalda desnuda; ambos sudando de éxtasis a pesar del frío, rompiendo la quietud del lugar con los brotes del momento… Sonrió aún más al volver a ese instante cuando por fin se vencieron y ella tomó su pecho como abrigo y lo sujetó con fuerza hasta dormirse. Al volver a casa se estrecharon de las manos y en esta ocasión con ganas de hacerlo; sin hablar pero sin tener la necesidad de hacerlo porque aquel era un silencio que sentían como sublime. No tenía idea de lo que pasaría entre los dos, pero una cosa era segura: Esa mujer era ya alguien importante en su vida, lo que le preocupaba era saber si para ella, él lo era también. Brisa caminó con una emoción evidente. Frente a la puerta se encontraban Lili, Isis y para su sorpresa la señora Loísa acompañada de una de sus hijas, Dalia. —Lo sé, lo siento, se acercaron cuando vino el mensajero con el vestido. Solo dale por su lado, ¿sí? —se excusó Brisa porque sabía de sobra que a Loísa solo le interesaba tener las exclusivas. —Anda, niña, que nos comen las ansias —las apresuró con su sonoro timbre de voz. Todas entraron a la habitación y al abrir el paquete comenzó un tipo de celebración. El vestido fue elegido con ayuda de la misma Brisa, quien, según los integrantes de la casa, contaba con el gusto más refinado si de vestimenta se hablaba. Al extender la prenda un suspiro unísono se les escapó. —En realidad no mentían cuando recomendaron tu consejo. —Luna se sentía conmovida al saber que ella era la dueña de tan bella pieza. —Te agradezco. Cuando era niña soñaba con ser costurera. —Veo que los sueños cambian, pero el talento sigue allí. Por un momento creyó que su compañera tampoco pudo aspirar a seguir sus anhelos. —Ser encargada de una botica es bastante agotador y debo aprender mucho, pero en verdad quiero eso. Aunque siempre podré dar consejos para vestidos de novia si los necesitan. —Mucha plática y nada de acción. —Loísa intervino para alentarlas a darse prisa—. Y espero enterarme pronto de tu compromiso —se dirigió a Brisa—. Los años pasan y un vientre fuerte y joven da hijos fuertes. A mi Dalia la han pedido ya, pero vamos a esperar un año más porque apenas tiene quince. Yo dedico mi tiempo a nutrirla para que mis nietos sean unos robles. La acusada se mantuvo callada ante las palabras de su vecina. Era la mayor de todas, pero no parecía que la idea de seguir libre fuera un suplicio. Lili se apresuró a cambiar el tema para que no comenzara a sentirse tensión en un momento así. Por más de una hora conversaron y rieron, dándole a Luna la confirmación de que ese lugar podía ofrecerle todo lo que una vez le hizo falta. —Debemos definir unos detalles para después de la ceremonia…, a solas —avisó León cuando terminaban de comer para que los demás se percataran de la privacidad que necesitaban. Esta vez no quería interrupciones. —En cuanto termine de recoger todo nos reunimos. —Luna parecía intimidada. Toda la confianza que solía mostrar se le había escapado. —¡No! Mejor vayan ya. Yo lo hago, tú estás muy ocupada. Atiende lo que te haga falta —mencionó Isis levantando las manos para recibir los platos que ella llevaba. —¡Pero…! —quiso discutir. —¡Pero nada! Ve, después me devuelves el favor. —La joven siempre se desvivía en ayudar. Su constante sacrificio la hizo merecedora del cariño de todo aquel que la conocía, incluida ella. —Hazle caso, no queda mucho tiempo —reafirmó León con apremio. Alí se encontraba en la mesa y solo se limitó a sonreírles después de levantarse. La amistad con León todavía seguía afectada porque el orgullo los superaba y ninguno se había acercado para limar las asperezas que quedaban. —De acuerdo, vamos —accedió y le dio los platos a Isis para luego seguirlo. En esta ocasión él la condujo hasta su habitación, donde en muy contadas ocasiones dejó pasar a alguien. Estando dentro le pidió sentarse sobre la silla que acostumbraba usar para reposar y escribir un montón de cosas que nadie leía. Una vez que la vio acomodada permaneció de pie frente a ella. —Tengo dos asuntos que tratar. El primero es que me gustaría que me dijeras qué debo hacer con tu dote. Y el más importante es que tenemos que decidir qué aposentos vamos a ocupar —le dijo señalando el lugar como para ofertarle lo que tenía. Quedarse allí fue su idea y ella accedió con la única condición de que el cuarto donde la encerraron cuando llegó fuera destinado a otros fines. No deseaba seguir viviendo arriba de una mazmorra. —¿Ahora? —respondió con extrañeza. —Sí, ahora. Tú decide. Puede ser en la que te sientas más cómoda. La tuya… la mía… u otra que no esté en uso. Quedan tres disponibles, si quieres podemos ir a verlas. Quiero que para el día de la ceremonia ya esté lista con todo lo que desees. —No… no sé, yo preferiría la mía, es más… mía. —¡Qué bien! Supongo que no estás muy interesada en esto, ¿cierto? —La decepción al verla con los ojos clavados en la piel del respaldo de la silla fue evidente. —Lo que sucede es que… hay algo dentro de mi cabeza que me limita a pensar —susurró acariciando el descansabrazo de madera. —¿Qué es lo que pasa? —Ya lo sabes, tú sabes… Anoche… yo… —No logró decir más por la vergüenza que le provocaba hablar de lo que pasó. —Te he pedido disculpas, no sé qué más hacer. ¿Tan terrible fue? Porque creo que ya notaste que no puedo regresar el tiempo —al declarar aquello se dio media vuelta dándole la espalda y llevó una mano hasta su barbilla como para calmarse o pensar. —Es que no se trata de eso… Creo que no me estoy dando a entender. —Dio un respiró hondo antes de continuar—: Mira, fue algo nuevo para mí y pasó con quien menos imaginé, pero no creo que haya sido malo… En realidad estoy segura de que para nada fue malo. —Todo el rubor que su rostro podía mostrar corrió veloz y él se dio media vuelta en cuanto acabó de decirlo. —¿Eso crees? ¿Que no fue malo? —acentuó las últimas palabras con desconfianza. —Voy a tratar de ser más clara. Pienso… que ha sido algo que no podré olvidar por lo mucho que ha significado. ¿Ahora sí entiendes? —Por dentro rogaba que él lo interpretara de manera correcta. León dio dos pasos rápidos, hizo que se levantara y la sujetó entre sus brazos al conocer su impresión acerca de su encuentro. Era como si pudiese respirar por fin después de haber guardado el aire por demasiado tiempo. —¡Para mí también lo ha sido! —mencionó aún sujetándola—. Yo… no puedo adivinar lo que sientes, pero sí sé que algo dentro de mí me exige preguntarlo para saber si tiene permiso de seguir su camino. —Es que… no lo sé. —La desesperación nació en su interior porque no podía responderle como deseaba. Sus sentimientos siempre habían sido arrojados a lo más profundo de su alma; decirlos en voz alta la atemorizaba por completo. —¡Mírame! —Tomó su barbilla antes de que se volteara—. Yo sí sé lo que me pasa. —Tenía que pronunciar lo que sus labios ansiaban sacar antes de que terminara explotando en un arranque de impaciencia. Su voz comenzó a sonar segura y dulce—. Es algo que no creí poder experimentar de nuevo, pero ha pasado y tengo que decírtelo. Te amo, Luna —soltó sin más esas dos palabras difíciles para quien las dice, y en ese momento aún más difíciles para quien las escucha—. No me causa temor decirlo, se vuelve imposible negarlo y más cuando es de esta manera. —¿Y si no es así? —cuestionó ella con la duda a flor de piel, afligida porque le daba miedo que alguien la amara. Pensaba que tarde o temprano acabaría haciéndole daño de alguna forma y no quería hacérselo a él, ni a nadie más—. ¿Si en este momento hablas por la emoción de ayer? No quiero que me engañes haciéndome creer algo de lo que no estás seguro. —Estoy por completo seguro. Es amor —musitó tocándose el pecho con la yema de los dedos—. Lo sé porque lo conozco, y ahora necesito saber si es correspondido para decidir qué sigue. —¿Qué pasa si no siento lo mismo? —Lo miró con ojos oscuros. —Aunque me digas que tú no lo sientes por mí o incluso me rechaces en este instante, yo seguiré amándote. —Su susurro tan cerca logró hacerla vibrar—. Al corazón no se le puede ordenar que deje de sentir, es así de sencillo. El mío es terco y torpe, lo sé, pero en raras ocasiones toma las mejores decisiones; esta es una de ellas. Luna se hundió en sus deseos más íntimos, buscando una respuesta que le sirviera a los dos. A León el tiempo que pasaba lo consumía como el agua que se hierve por largo rato hasta que casi no queda nada. Ella, por su parte, se permitió disfrutar del contacto de sus dedos que no vacilaban, del aroma natural que despedía y que le parecía tan magnético, de su voz cálida que le acababa de decir que la amaba. ¡Entonces eso que tanto anhelaba llegó! Todo el recelo que mantenía sobre él quedó eclipsado por el sentimiento más peligroso que tienen los seres humanos. —Esta es la oportunidad que Rey dijo que buscara —exclamó con énfasis, pero posó su mirada lejos de la suya, bajando el rostro para que fuese más fácil hablar—. Tenía razón, encontré el brillo en el diamante en bruto. Cuando nos conocimos lo último que imaginé es que cedería a tus encantos… —Sobre eso, yo… me equivoqué tanto. No sé cómo compensar los errores que come… Antes de que siguiera, Luna puso un dedo sobre sus labios para tranquilizarlo. —Hablas mucho, hombre. Deja que termine. —Tomó su rostro y sus ojos lo contemplaron—. Debes saber que lo que tú sientes por mí es correspondido. Todavía desconozco la intensidad de tus afectos, pero los míos son cegadores. Apenas terminó de hablar él abrió tanto los ojos que, si fuera posible, saldrían rodando fuera de sus cuencas. Decidido la condujo hasta el borde del escritorio donde la impulsó a sentarse y le dio un abrazo de satisfacción. —¿Yo soy el diamante? —Una sonrisa autentica le iluminó todo el rostro. —¡No! Eres el bruto. —Juntos rieron mientras se estrechaban con ternura—. Tonto, claro que lo eres. Mi diamante. —Acarició con lentitud su espalda con la palma de sus manos y cerró los ojos para sentirlo. Era verdad, ahora él era suyo porque se pertenecían—. Sabes que ya no hay vuelta atrás, ¿cierto? —¿Para qué quiero volver atrás? El presente es mil veces mejor —le aseguró tocando su mejilla. —Sobre la dote, eso es lo más anticuado que he escuchado. —Lo dice la persona que se hizo de un anillo y me recitó su compromiso para poder aceptar el matrimonio. —Oye, aprécialo, tuve que escribirlo varias veces, no a todos se nos da eso de las palabras bonitas. Pero cada una fue real. Mi promesa es real, muy real. Sus labios volvieron a unirse, esta vez con el placer de hacerlo sin reservas, sin miedos. Ambos corazones latieron al mismo ritmo, destilando el amor que acababan de confesarse.
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