—¡¿Acaso enloqueciste por completo?! ¿Por qué hiciste eso? —exclamó León, alzando de más la voz dentro de la habitación de Luna ese mismo día. Antes se aseguró de que la puerta se encontrara bien cerrada.
Alí acababa de marcharse para poder terminar con la cerca que quedó a medias y de paso ver lo que sucedía con las habladurías.
Ambos se mantenían de pie, recorriendo el lugar como si estuvieran enjaulados.
—¿No crees que es mejor que te vayas? No quiero que piensen que estoy teniendo algo más contigo —se quejó ella sin un ápice de ganas de hablar. No tenía intención alguna de hacerle caso, en su mente creía que había hecho lo correcto. Sin darse cuenta, mantenía su mano puesta sobre el mango de la espada que acababa de usar.
—Es mejor que me la des —le ordenó, deteniéndose frente a ella y levantó su mano para que le entregara el arma.
—De ninguna manera. —Se plantó, confrontándolo. No estaba dispuesta a ceder.
—Esta no es una petición.
En menos de un minuto, el León que Luna conoció y que aborrecía volvió a hacer acto de presencia.
Él se acercó un paso más, esperando que siguiera su instrucción, pero ella no se movió ni un centímetro.
—Tú no me das órdenes —le susurró cuando estuvieron tan cerca que su respirar chocó contra su rostro.
La tensión que los recorría se hizo cada vez más notoria y Luna permaneció en silencio, esperando a que él tomara la iniciativa. Se fueron acercando, tanto que imaginó las distintas formas de ocupar el lugar. Estando en esa situación y con ese halo de sensaciones nuevas su buen juicio se fue nublando. Sintió cómo poco a poco su mano atrevida comenzaba a rodearla, pero cuando advirtió que su cinturón era desabrochado con habilidad, todo se esfumó.
—Ya la tienes. —El aliento regresó a ella, se alejó, yéndose al extremo contrario, y León la imitó—. Déjame en paz, no tengo por qué escucharte más.
—Sí, ¡sí tienes! —rebatió, usando una voz más calmada—. Golpeaste a esa pobre mujer y si no fuera porque te detienen pudiste matarla.
—¡Pero no lo hice! ¿Estás contento? Además no es una pobre mujer… Y si tanto te molestó, ¿por qué no me detuviste? —lo cuestionó haciendo hincapié en ese detalle.
—Creí, tan iluso, que solo le gritarías, quizá algo de ofensas, ¡pero no, claro que no! ¡Tenías que lucirte! —Su cansancio era obvio y dejó mostrar que se sentía decepcionado.
—Ella me golpeó primero y, ¿sabes qué?, tú la defiendes porque seguro te da lo que quieres. Casquivano[1]. —En el fondo creía que ellos dos tenían algo más que una amistad y lo externó en cuanto tuvo oportunidad.
—¡Ay, no es cierto! —Su incredulidad creció gracias a lo que Luna pronunció—. No tengo por qué molestarme en escuchar las tonterías que estás diciendo.
—Tienes razón. Por mí revuélcate con quien quieras. Pero una cosa te dejaré clara: ¡no lo demuestres en público! ¿Cómo crees que quedo yo? ¡Qué bien sigue su papel el señor! —Sin reparar en ello, comenzó a subir el tono de voz porque el tema la molestaba más de lo que podía soportar y aceptar.
—¿Así que es por eso? Por lo que se diga. Es por lo que los demás piensen. Soy un tonto al creer otra cosa —al final sus palabras sonaron como para sí mismo, más bajas y personales.
—¡Por supuesto que es por eso! Se supone que tienes un compromiso conmigo, informal, falso y todo, pero compromiso después de todo y me debes respeto. Por lo menos finge más y no te exhibas con cualquiera que se te ofrezca.
—Eso pronto lo voy a arreglar. —Pareció que tomó una rápida decisión y luego la contempló directo—. No tengo por qué decirte esto, pero supongo que calmará tus nervios. Pon atención para que no te quede duda. —Se volvió a poner frente a ella, pero guardando distancia—. Yo no tengo a nadie, ¡a nadie! Ni a Christina, ni a la vecina o a ninguna otra. ¡No me interesan! ¡Entiéndelo!
—Es cierto, lo olvidaba, tú ya tienes dueña —Sabía que él tenía un amor de antaño que guardaba con recelo y que por alguna o varias razones jamás mencionaba, y aprovechó el momento para recriminárselo.
León se quedó pasmado.
—No hablaré de algo que no te incumbe —musitó luego de un breve instante, pareció que le afectó de alguna manera lo que ella le dijo—. Ese asunto no te interesa, mejor preocúpate en cómo vamos a arreglar esto. Estoy seguro de que ya todos saben de tu insolencia. Tienes que disculparte.
Al escuchar la palabra “disculparte”, Luna creyó que le jugaba una más de sus bromas. De ninguna manera estaba dispuesta a hacer algo así por defender lo que se suponía era suyo.
—¿Disculparme yo? —Se rio con bastante autenticidad—. ¡Es evidente que el loco aquí eres tú! ¿Has perdido la razón?
—Pues si no lo haces diré toda la verdad —dijo en voz baja para que solo ella pudiera escucharlo—. ¡Cada palabra! Creo que ya notaste que sé convencer bien a las personas y cuando lo haga te echarán fuera de aquí y esta vez no podrás volver.
—Vas a seguirme los pasos, querido. —La impresión que sintió por las palabras que fueron tan directas la dejaron sin más argumentos.
—¿Qué dices? Auxilié a una dama que pedía ayuda, seré un héroe y tú una mentirosa.
Era obvio que León sabía usar muy bien sus cartas y estaba logrando intimidarla.
—¡Eres un…!
La ira que mantenía sobre él, tiempo antes de conocerlo mejor, volvió aún más grande, provocando que se acercara e intentara agredirlo. Por suerte León pudo detenerla antes de que lo consiguiera y le sujetó el brazo para calmarla; fue allí donde se sintió afortunado por haberla desarmado antes.
—Debes aprender a controlarte o vas a terminar muy mal parada… o tal vez hasta muerta si no te fijas hacia quién diriges todo ese enojo que te consume. Y te voy a recordar que aquí no tienes autoridad, intenta no olvidar tremendo detalle.
Luna recordó entonces que él supo, desde que la vio por primera vez, que ella tenía un rango en Isadora; uno mayor que los demás guardias que habían retenido.
—¿Cómo sabes que yo tenía autoridad antes? —indagó y dirigió su vista sobre el rostro de ese hombre que tanto la confundía.
—¿Crees que soy un ingenuo? —Todavía la sujetaba del brazo y levantó su mano izquierda para señalar el anillo púrpura que llevaba puesto.
Lo raro fue darse cuenta de que, desde que llegó y fue acoplándose a su nuevo estilo de vida, Luna sintió que el anillo que antes pesaba con rigor ahora parecía ya no estar tan presente en su dedo.
—Ahora decide: pedirás una disculpa pública o te lanzo a los lobos del pueblo de donde vienes como carnada —continuó—. O tal vez quieras explorar los alrededores y comprobar si existen esas bestias que tanto mencionas. Tú tienes la última palabra.
Los ojos de Luna se abrieron de par en par. Lo que él soltó fue un acto de traición.
—Bien sabía ya en qué me metía contigo, ¡cobarde! Cometes perjurio sin parpadear. Dentro de mí estaba segura de que pronto me darías la espalda y ahora quieres que me humille con esa… mujerzuela. ¡No! No voy a hacerlo.
—Está bien, tú lo decidiste. —Pero en su mente apareció Alí. Él nunca le perdonaría que hiciera algo así, ella era muy importante para él. Supo enseguida que tenía que hallar la forma de convencerla porque estaba seguro de que habría consecuencias a corto plazo—. Piensa en todo lo que vas a perder, en Alí, piensa en ti, en mí… —Al decir lo último se sonrojó porque salió sin pedir permiso.
De pronto la puerta sonó con dos fuertes toques. Varias voces resonaban afuera y Luna abrió rápido para evitar que se creyera algo indebido.
—¡Ya supimos! ¿Cómo estás? —la cuestionó Lili y la exploró con rapidez.
Isis iba detrás y se le acercó para preguntarle sobre la situación; ellas dos casi siempre estaban en casa porque se encargaban del hogar. Entró también una vecina llamada Loísa, conocida por ser una comunicadora asidua.
—Platicábamos sobre las necesarias disculpas que debe pedir —añadió León, quien se mantuvo cruzado de brazos a un par de metros de las muchachas.
—No intentes chantajearme. ¡Dije que no!
Isis la observó con ojos tristes y luego le habló:
—Yo pienso que es lo mejor que puedes hacer.
Con esa corta frase, Luna confirmó que sí se trataba de algo serio. Conocía muy bien los daños colaterales que su decisión provocaría. Esta vez tenía que pensarlo mejor, pensar en ella y lo que ahora tenía: una vida que le gustaba más y que podía perder por algo que en realidad no era importante.
—Es que… no…, no quiero hacerlo —balbuceó dudosa.
—Solo tienes que decir: «Te ofrezco una disculpa», pero recuerda no pronunciar un “ramera” después —dijo León, sonando un tanto divertido.
—¿Por qué tengo que hacer algo así? Ella me faltó al respeto, la ofendida tendría que ser yo. Tal vez pueda tratarlo con alguna autoridad, deben tener aunque sea a alguien que esté por encima.
Las tres mujeres la contemplaron y de inmediato recordó que, si había alguien que influía, era el mismo que ahora le pedía que se rebajara. Si él no podía parar lo que sea que viniera, era porque las cosas se salían de su control.
—La madre de Christina es muy querida entre la gente y muy reconocida por ser bondadosa con sus cosechas —comentó Loísa—, por eso su malcriada hija logra que no la pongan a ganarse su comida, prefiere andar buscando esposo. Si no la contentas, no sé lo que podría pasar.
Loísa era una señora de unos cuarenta años que era tan blanca que se le apreciaban las venas, en especial las de la frente. Regordeta y de estatura baja. Parecía que sabía de lo que hablaba y las demás tenían presente que le gustaba intervenir sin que se lo pidieran.
—Acabas de ser aceptada hace poco y Christina es una tonta, pero creo que estás en desventaja —apuntó Lili, luciendo una expresión de preocupación.
—Es normal sentir celos, pero por ella no debes preocuparte.
Luna conocía muy poco a Loísa, pero ya la estaba incomodando a tal grado que esquivó su vista de León. Él no pudo evitar sonreír porque en el fondo sospechaba lo mismo, y convencido se encaminó al círculo que la rodeaba. Las tres mujeres le dieron espacio para que pudiera acercarse. Cuando estuvo a su lado tomó su mano con delicadeza.
—Hazlo como un favor, un favor para mí —pidió casi suplicando. Logrando con su acción que las espectadoras suspiraran.
Luna lo miró confundida y en su interior algo la hizo cambiar de idea, aunque no sabía si iba a ser capaz de hacerlo.
—Pero sería blanco de mofas —exclamó con desasosiego. Se imaginó al centro de un montón de personas señalándola y riendo sin parar.
—No, claro que no lo serás —intervino Isis.
—No vas a estar sola, yo te voy a acompañar. Quedarás como una persona justa, y bueno, de paso me ayudas a que esa mujer me deje en paz de una buena vez…
León le dijo entre líneas que recordara que se la debía.
Los argumentos que le dieron se volvieron convincentes. Por una parte se mostraría como una buena persona y con eso dejaba la cuenta pagada con su salvador.
—¿Y cuándo tendría que ser? —No quería pensar más en lo que acababa de aceptar y soltó la pregunta con frialdad.
—¡Pienso que lo ideal es que hoy! Si supieras lo comunicativo que es don Alejo, le falta lengua para contarles a todos sus clientes de la verdulería de lo que se va enterando —se atrevió a añadir Loísa.
—Dejemos que se pongan de acuerdo. Nos avisas, Leo —dijo Lili, y luego acompañó a la señora para que salieran.
Isis le dio un cálido abrazo a Luna antes de seguirlas.
—Mientras más pronto pase, será mejor. —León todavía la sostenía de la mano y habló con voz baja. Quería acelerar las cosas porque no podía darse el lujo de esperar y deseaba mantenerla tranquila para que no cambiara de opinión—. Permite que arregle unas cosas y nos vemos dentro de tres horas. Estate preparada, enviaré a alguien por ti. —Apenas se asomaba un atisbo de confidencialidad, él buscaba la manera de cortarlo—. Ah, y te aconsejo que duermas un poco, puede que así se te baje ese humor tan irritante.
Salió de la habitación aprisa y Luna se dejó caer sobre la cama, pensando en lo que estaba a punto de hacer. Ni por lo más increíble en el pasado se habría imaginado que sería capaz de pedirle disculpas a alguien, y menos a quien consideraba que no las merecía, pero las cosas eran distintas y tenía que adaptarse. De un momento a otro entró a un sueño profundo que calmó sus ansias, hasta que el sonido de un toque en la puerta la regresó a la realidad.
—¿Puedo pasar? —pidió una voz que Luna adoraba escuchar. Alí llamaba después de que transcurrieron las tres horas pactadas.
—Por supuesto —le respondió desanimada, todavía recostada.
Brisa entró primero.
—¿Todo bien? —Su amigo lucía preocupado.
—Sí…, creo que sí —pronunció titubeante.
—Leo nos dijo lo que harás —añadió la joven, quien se acercó a la cama para acariciarle el cabello—, y te agradezco. Sé que es difícil, pero saldrá bien, ya lo verás.
Brisa era una de las chicas más maduras de la casa. Era tan solo un par de años mayor que ella pero parecía ser la madre de todos en esa casa. Siempre calmada y conciliadora. Llevaba su cabello suelto todo el tiempo y era tan largo y rizado que los mechones parecían ser ramas de un bello n***o azabache. De estatura alta, piel pálida, cuerpo delgado y un rostro dulce con facciones armoniosas: ojos cafés oscuros enormes con pestañas gruesas y largas, nariz mediana y labios delgados. Luna se preguntaba por qué no había sido desposada todavía y pensó que tal vez esperaba una declaración en especial, porque una mujer así era difícil de dejar pasar; al menos en Isadora se consideraban joyas invaluables. La joven había tomado el banderín de sobreprotectora y era su turno el estar presente y darle su apoyo.
—Pensé que vendría Isis, ella siempre está aquí. —Tenía ya entablada una estrecha amistad con su joven compañera y le extrañó el no verla cerca.
—Fue a cumplir un favor que le pidieron —comentó Alí sin dar más explicaciones.
—Déjame felicitarte —exclamó Brisa—. Va a sonar horrible, pero Christina ya necesitaba que alguien la pusiera en su lugar. No es mala persona, solo está enamorada, pero puede volverse muy insistente si se lo propone.
—Fue todo un placer. —Una sonrisa malévola que estaba aprendiendo a usar se dibujó en su rostro.
Sin desearlo, algo estremeció a Luna como un latigazo. Sus pensamientos volaron hacia Isis, ella le recordaba mucho a Camila. Eran casi de la misma edad y un leve parecido asomaba en su rostro, o al menos eso creía. De una forma u otra añoraba poder ver a su hermana otra vez y sonreírle como tantas veces le negó, y se entristeció al saber que algo le haría falta siempre en cualquier lugar al que fuese.
Luego de que se preparara sin tener ganas de hacerlo, los tres partieron a casa de Rey, que era la que tenía el patio más amplio. Se ubicaba en los límites del pueblo, del lado contrario de la entrada que daba a su antiguo hogar. Al llegar, la misma cantidad de gente que estuvo en la celebración de hacía más de un mes se encontraba dentro del lugar. A un costado de la puerta de la casa, sobre las escaleras de piedra, estaba Christina acompañada de su madre. Tenía la cabeza baja, el rostro amoratado y unas pequeñas marcas en los brazos por los piquetes de la alambrada, luciendo como una perfecta víctima.
León la esperaba a un lado de las sufridas mujeres, guardando una distancia de más de un metro, y con una discreta señal le indicó que se acercara, dejando atrás a sus acompañantes. Mientras avanzaba por el camino que se abrió ante ella, pudo sentir las miradas de recelo de los pobladores, quienes chismorreaban entre ellos sin poder creer lo que otros decían. Era difícil de digerir todo aquello, pero por ninguna parte el temblor que antes la atacó apareció. Cuando por fin llegó a su lado él la sostuvo de la mano.
—Sé rápida y clara, intenta lucir sincera. Todo saldrá bien y después de esto voy a recompensarte —le murmuró al oído.
Sin esperar más, Luna se preparó para dar inicio.
La multitud guardó silencio en cuanto la vieron avanzar un paso hacia adelante.
—Sé que el día de hoy he cometido una falta que debe resarcirse —exclamó con voz fuerte y segura. Después de todo el dar discursos no era nada desconocido, solo que en Isadora si lo hacía era para presentar informes de Orión o darle una buena reprimenda a algún vigilante—. Perdí por un breve momento el juicio y permití que la ira me controlara, por eso he venido a repararlo. —Se silenció por un breve momento para tomar aire y poder continuar—: Porque estoy segura de que es algo imprescindible, te pido una… disculpa, Christina, esperando que la aceptes sin rencor alguno. Esto no volverá a ocurrir jamás «si no se te ocurre volver a provocarme» —pensó al terminar.
Las miradas fueron directo a la agraviada, quien se mantenía quieta con los ojos enrojecidos.
—Tus disculpas son aceptadas —respondió apenas, gimoteando.
Antes de que alguien pudiera decir algo más, León tomó la palabra para asombro de todos.
—Yo también tengo algo importante que decir —pidió y aclaró su garganta—. Luego de este lamentable suceso me he dado cuenta de algo y deseo compartirlo con todos ustedes, mi gente que tanto espera de mí. Descubrí que tengo a mi lado a una mujer ejemplar, ¡a una capaz de reconocer sus fallas y eso es de admirarse! Por eso me ha parecido innecesario alargar más esta espera. —Su discurso tomó por sorpresa a cada persona que se encontraba allí, en especial a su acompañante que comenzó a abrir los ojos de forma exagerada—. ¡Mi amada! —le dijo observándola y le sostuvo ambas manos—, no puedo aguardar más el día en que tú y yo pasemos a formar un hogar. Por eso quiero pedirte, ante toda nuestra familia, que seas quien se convierta en la madre de mis hijos.
Sacó de su bolsillo una pequeña caja de piel negra y la abrió, dejando al descubierto un deslumbrante anillo que presumía en su centro un hermoso diamante blanco.
[1] Casquivano. Que coquetea y establece relaciones de forma pasajera, sin ningún compromiso serio.