Decreto

4531 Words
El sol estaba por salir y Luna se preparaba para marcharse. No comprendía del todo por qué, pero le dolió tener que cerrar la habitación donde había dormido sin sentir una pesadez al despertar, y le partió el corazón no poder despedirse de quienes la acogieron sin saber más de ella que un nombre falso porque así se lo pidieron. Las personas de ese singular pueblo la trataron de una forma distinta, una que ella comenzó a amar y que seguro extrañaría. Pero su amigo se lo había pedido con esa dulce voz que la hizo obedecer enseguida; la forma en que le hablaba la doblegaba sin saber por qué. Quizá si Alí hubiese podido formar parte de Orión sin duda sería el dirigente porque era fácil hacerle caso. «Te tienes que ir cuando comience el amanecer y sin despedirte de nadie. Por favor, hazlo por mí. ¿Lo harías?», recordaba sus palabras con tristeza. Tomó la espada enfundada que Isis dejó sobre la cama y la colocó en su cintura, saboreando un aire que debía ser de libertad. —Te extrañé —le dijo al objeto que colgaba del cinturón. Entonces recordó que la última vez que la utilizó había sido esa noche que se enfrentó con León. Pensar en su nombre siquiera la llenaba de rencor. Se sentía segura de que él había sido el culpable de que ella tuviese que irse—. El muy cobarde ni siquiera dio la cara. Solo espero no volver a verlo nunca —pronunció en voz alta, suspirando con pesar mientras caminaba hacia el comienzo de la brecha por donde llegó cuando buscaba a sus compañeros, y la cual conducía al espeso bosque que rodeaba a Isadora. A su paso, un paso lento que dolía, fue admirando los bellos brillos del agua en las hojas de los árboles que ahora relucían por causa del frío que estaba por esfumarse. Escuchó atenta los sordos sonidos del aire y el peculiar olor que despedía. Comenzó a permitirse disfrutar de la naturaleza; algo que no recordaba haber hecho antes de toda esa aventura… Se mantenía concentrada, hasta que de pronto un ruido casi inaudible la despertó del estupor. ¡El sonido que advirtió entre las plantas se lo avisó! Alguien andaba tras de ella y parecía que demasiado cerca. —¡Una trampa! —musitó enseguida, intentando bloquear la idea de que Alí fuese cómplice—. ¡Sal de ahí quien quiera que seas! —gritó mientras sacaba la espada de la vaina—. Si pretendes atacarme por lo menos que sea de frente. —Se preparó para defenderse y sujetó el arma con fuerza—. ¡¿Qué no me escuchas?! ¡Sé que estás cerca! Ya no puedes esconderte. —Buscó con la vista entre los árboles y la maleza una y otra vez, dando vueltas con el cuerpo agazapado. De pronto, terminando con la incógnita, una mano rosó su hombro y ella amenazó al cuello al acosador con un giro veloz. —¡Wow! Tranquila, gatita. —León había hecho acto de presencia y no de la mejor forma. Ahora una filosa hoja rosaba con su piel, intimidándolo. A pesar de que era de día, el sitio donde se toparon se mantenía bañado en sombras gracias a los grandes árboles que los rodeaban. Así, usando también su capa, el hombre pudo mantenerse en la oscuridad cuando decidió salir de su escondite. —¿Qué es lo que quieres? ¡Cobarde! —Sus facciones endurecidas demostraban su determinación. No había más espectadores, si quería acabar con su vida, esa era la oportunidad. —¿Te vas sin despedirte de mí, cariño? Me temo que voy a tomar eso como un insulto. ¿Cómo es posible? —exclamó en su ya conocido tono de burla, aunque tuvo especial cuidado en no moverse. —¡Dame una buena razón para no cortártelo! —gruñó con verdadero rencor, refiriéndose a su cuello, y ejerciendo un poco de presión sobre él. —No vas a hacerlo. —El hombre parecía seguro de su afirmación. —Si no te callas esta vez no voy a perder, ¿entiendes lo que digo? —Empuñó con más fuerza el arma al desconocer por qué la perseguía si le habían permitido irse. —Está bien, relajémonos. —Levantó con lentitud las manos y se dio cuenta de que ella relajó los hombros—. Me tendré que ir antes de que pierdas por completo la cordura… Y yo que venía a darte una noticia —aseguró, dándose poco a poco la vuelta para retirarse y mostrando una sonrisa perturbadora. Luna solo resistió un instante, bajó la espada, la guardó y luego lo llamó. —Espera. ¿Qué noticia? La curiosidad que la dominó logró que cambiara de forma abrupta su comportamiento. Además, ¿qué podía ser peor que ser expulsada de allí sin una razón válida? León se giró un momento solo para darle evasivas. —Creo que ya no importa. Adiós emm…, bella dama. —Y le dio la espalda una vez más. En realidad Luna era incapaz de ordenar sus ideas y la duda hizo de las suyas al atraer su interés. —¡No! Detente. Dime qué noticia querías darme —le pidió y caminó detrás de él para alcanzarlo, respirando muy profundo para evitar desear herirlo de todas las formas posibles. Él se detuvo divertido, dio la vuelta y se acercó un poco a ella; lo suficiente para no tener que hablar tan fuerte. —Está bien. Tus súplicas me han convencido. —Antes de seguir hizo una pausa, como si buscara exasperarla—. Verás, mi desarrollado sentido de percepción me dice que tú no quieres irte. —¿Qué te dijo Alí con exactitud? —Supuso enseguida que ellos dos habían hablado después de su despedida. —¿Alí? Nada en realidad. Es algo que puedo notar a simple vista —exclamó, apuntándose a los ojos como si con eso supiera lo que pasaba por la mente de Luna. —¿Acaso escuchas los pensamientos o algo parecido? —habló sarcástica. —No, hago algo mejor —le afirmó, acompañando la frase con una mueca de regocijo—, puedo ver el futuro. Y ayer te vi llorando por los rincones al saber que no tenías cabida en ninguna parte. —Movió las manos como si hiciese algún tipo de truco. —¡Lo sabía! Solo te vienes a mofar. Tú fuiste quien hizo que me corrieran. ¡Has sido tú desde el principio! Ni siquiera me conoces y solo buscas molestarme, y no entiendo por qué. —Lo señaló con un dedo acusador. Quería con todas sus fuerzas saber el motivo del recelo que sentía hacia ella. Nunca lo había visto, pero parecía como si ese hombre guardara un gran rencor en su contra. —De eso justo venía a hablarte, pero tú me amenazaste con tu cuchillito. Luna dio dos pasos hacia adelante para poder encararlo mejor, pero él dio dos más para alejarse. —Entonces hazlo o lárgate, no tengo tiempo para regalártelo. —Se sentía demasiado molesta como para seguir soportando su presencia que toleraba muy poco. —Te lo diré, pero solo porque me das lástima. —Dio otro par de pasos hacia atrás, esperó unos segundos, se llevó las manos a la barbilla y luego comenzó—: Te habrás dado cuenta de que en nuestro pueblo no tenemos a nadie que nos diga qué hacer ni qué decir. —De pronto León cambió su actitud, anteponiendo una seriedad que le conoció muy poco—, y eso es porque todas las decisiones las tomamos juntos. Una de las tantas decisiones que se tomaron hace varios años atrás fue la de no aceptar a nadie que no perteneciera a nosotros. —¿Y cómo se supone que son ustedes, León? —lo cuestionó confundida y enojada por recibir aquel evidente desprecio. —Es por eso que no te decían nada, por eso nadie respondía a tus insistentes preguntas, ni siquiera Alí. No podemos decir nada de lo que tú quieres saber —le respondió, pero al decirlo dirigió su vista hacia otro lado; era como si no fuera capaz de encararla. —¿O sea que hay reglas? ¿Es un tipo de ley? —No con exactitud… Luna notó un leve tartamudeo en su voz y luego lo vio meditando un instante para después continuar, como si hubiera ordenado las ideas: —No somos tan rígidos, pero digamos que esa parte en especial es para nuestra propia protección y la que más respetamos. Podemos correr riesgos si alguno dice algo de más a un extraño. Y tú, mi querida damisela en apuros, eres una extraña. No debemos aceptar a ninguno que no esté en las mismas condiciones que nosotros, solo eso te diré. Pero, cuando yo determiné que tú podías quedarte, cometí una falta. No debí hacerlo, y mi gente me lo hizo saber. Al principio no sabían cómo decirme, ellos creen que yo soy algo más, pero nada de eso. Por ese motivo nadie me reprochó cuando debieron hacerlo… Pasaron los días, tú estuviste fuera de la vista pública y el asunto se calmó un poco, pero entonces Alí se entrometió. Bueno, supongo que al final tenía razón. Por fin un poco de compasión se asomaba en sus comentarios. —¿Tenía razón? —lo cuestionó incrédula. —Sé… que no debí tratarte… de esa manera, pero es que… —Se quedó pensando en silencio con las palabras amontonadas en los labios, luchando por no hablar de más. —¿Es que…? —indagó Luna con ojos entrecerrados. León se disculpaba, a su manera, pero se disculpaba. —Después te permitimos salir —prosiguió, ignorando la pregunta—, y la gente se fue encariñando contigo, cosa muy extraña… Por eso anoche me pidieron reunirnos; Alí no quiso asistir porque ya tenía una idea de lo que trataríamos. Allí se decidió que debías irte cuanto antes. Si no lo hacías, después sería más difícil para las dos partes una ruptura. No podías permanecer, era necesario que regresaras a tu pueblo. Fui yo quien eligió a Alí para que te diera la noticia porque sabía que él te haría prometer que no dirías nada de nuestra existencia, y estamos muy bien enterados de lo que son capaces los de tu pueblo con tal de cumplir una promesa. —Sus ojos brillaron con un destello de rencor con la última frase. —Entonces, ¿fue por eso? Pensé que tú… —Se detuvo porque permaneció reflexionando un momento. De nuevo no comprendía lo que sucedía ni lo que sentía, pero por lo menos apaciguó su enojo la explicación—. ¿Eso es lo que querías decirme? Un paso lento que él dio los acercó y bajó más la voz. —Estoy seguro de que quieres quedarte, lo puedo ver en tu rostro, en tus ojos… —Intentó mirarla, pero algo lograba hacerlo arrepentirse y bajó su rostro enseguida—. Y harías muy feliz al terco de Alí si así fuera. Él es mi amigo. —Y dime, ¿cómo puedes estar tan seguro de que quiero quedarme? Tal vez extraño mi vida, a mi familia. Suenas algo arrogante al asegurar algo que desconoces… Quizá hasta decida conocer qué hay más adelante, explorar nuevos terrenos. Ahora que sé que existe más civilización, es una alternativa interesante. —El hecho de que te topaste con gente sociable, no te asegura que no existan otros que sí te causen daño, uno real y terrible. La sombría expresión que él mostró le provocó un escalofrío. —Igual puedo correr el riesgo. Tu pueblo no debe ser el único como para que suplique por un espacio que me niegan. —¿Y por qué no te fuiste ayer por la tarde? —le rebatió confiado, logrando que la expresión de Luna cambiara por la impresión—. ¡Aah sí, lo sé! Yo dejé las puertas abiertas. Te vi salir, vi cuando caminaste y te acercaste a la salida, pero en cambio regresaste a la casa; eso me hizo estar seguro… Yo… —tartamudeó otra vez, era notorio que le costaba hablar con claridad—, conozco una forma para que te acepten. Toda la calma que mantenía se vio interrumpida por su confesión y de inmediato se sintió ofendida, aunque no lo externó. —¿Me pusiste una trampa? —Solo quería estar seguro —musitó un tanto avergonzado y, aunque quisiera negarlo, se encontraba nervioso—. Hay una manera de lograr que te quedes aquí. —¿Todo esto es cierto, o es solo una más de tus bromas insulsas? —No la convencía la idea de creerle a alguien que permitió que la trataran tan mal durante los primeros días. No le tenía confianza pero, si sus palabras eran ciertas, entonces contaba con una alternativa para poder quedarse. —Es cierto, pero… —¿Y por qué Alí no me lo dijo antes que tú? —interrumpió indignada al saber que su amigo le escondía más de lo que supuso. —Porque no lo sabe. Es una opción que no ha sido utilizada jamás, y él no sabe de su existencia. Yo apenas lo supe porque lo busqué en el libro de acuerdos que tenemos. Luna seguía confundida, pero tomó la decisión de prestarle atención. —Evitaré preguntar más a pesar de que quisiera saberlo todo, solo dime cuál es esa opción, ¿está bien? Pero en su mente las últimas palabras de él se quedaron clavadas: «Yo apenas lo supe porque lo busqué». «¿Para qué investigó? ¿Quiere que me quede? ¿Soy yo el motivo de su investigación? ¿Lo hace porque de alguna manera le causo pena?, ¿lástima?», se interrogó con desasosiego al sentirse como si fuera un animal herido que hay que salvar. —Escucha bien —comenzó con un casi inaudible tartamudeo—, si… si uno de nosotros llegara a… digamos a tomarte cariño… —¿Cariño? —El hartazgo de las vueltas que le daba al asunto se volvió obvio—. Has dicho que varios me han tomado cariño y se supone que por eso es que me voy, por eso es que me corren como a un ser indeseable. —No… ese tipo de… cariño. —Sus manos comenzaron a temblar y optó por cerrarlas en un puño para que ella no lo viera. —¡Explícate, por favor, hombre! —No lo comprendía ni intentaba hacerlo, quería que fuera conciso, como si estuviera dando un informe. —Mira… ¡Aah! —gruñó—, ¡lo haces tan difícil! —Requirió de un respiro para poder continuar—: Está bien, lo diré de nuevo. Sucede que si algún hombre del pueblo reconociera que siente algo por ti… Me refiero a que te quisiera como… pareja, y tú dijeras corresponder y su deseo fuese permanecer juntos, entonces las cosas cambiarían. Aunque ella no lo admitiera, le sorprendió lo que escuchó. —¿Cambiarían? —Sí. No podríamos privar de esa manera a uno de los nuestros, alejándolo de la persona que quiere. Es algo muy doloroso… supongo… Así que entonces tú serías recibida y formarías parte del nosotros. —¿Es tan sencillo? Solo porque alguien desea que me quede, ¿me quedo? —Sí —le confirmó. En la mente de Luna la figura de un hombre se dibujó, llenándola de esperanza. Advirtió una ligera mueca incómoda en León al terminar su discurso y quiso cuestionarlo. —¿Tú la has necesitado?, ¿esa opción? —Eso no te interesa —respondió evadiendo la pregunta—. En fin, ya te dije a lo que venía, allá tú con lo que hagas de tu vida —Se dio la vuelta con la intención de marcharse, pero sintió que Luna lo detuvo sujetando su capa—. ¡¿Qué?! —exclamó al sentir el tirón. —Voy a imaginar que caigo en esta treta —le dijo, logrando que volvieran a estar de frente, esta vez más cerca—, ¿cómo se supone que voy a hacer que alguien me quiera tanto como para pedir que no me vaya, y todo eso en menos de un día? La paciencia de aquel hombre se encontraba disminuida y ella no estaba ayudando a que la mantuviera. —Yo jamás dije que tenía que ser verdad. ¡Ay no, eres tan ilusa! Lo que mencioné fue que si los demás lo creían, te permitirían quedarte. ¿Es tan difícil de entender? —Quiero ordenar todo esto. —Movió una mano como si apuntara en el aire—. ¿Me propones que mienta?, ¿que engañe a tu gente? Las mentiras para León parecían ser poco importantes, pero, para Luna, la palabra “prohibido” resultaba ser su sinónimo. —No lo veas como mentir —argumentó sonando persuasivo—, sino como una forma de hacer que crean algo que te beneficia. —¡Pero…! —quiso alegar, pero fue interrumpida como solía hacerlo él. —Ya sé que viene después de ese pero. —Suspiró, relajó las facciones y dio inicio con su discurso—. No quieres hacerlo, ¿cierto? Piensas que cometes un error. Pero dime, ¿quién gana si no lo haces? Solo habrá una perdedora y serás tú. No cometes un delito, yo lo llamaría ayuda propia; ayúdate a sentirte bien. Deseas quedarte y esa es la única manera que existe. Lo que León dijo resultaba por completo cierto en varios puntos, pero Luna omitió informarle su aprobación. —Sería a base de algo falso —hizo hincapié—. Además, suponiendo que decido hacerlo, ¿quién va a ayudarme a sostener algo así? Necesito a alguien que esté conmigo. A ver, dime, ¿quién estaría dispuesto? —Eso vas a tener que buscarlo por tu cuenta, yo ya te di el método, no querrás que te haga todo el trabajo, ¿o sí? —Parecía que faltaba algo más por decir, pero decidió guardárselo—. Ya es hora de irme, estoy cansado y tengo que dormir. Suerte en tu romántica búsqueda. León se marchó con una sonrisa de satisfacción, siguiendo el camino de la negrura que había, escondiéndose con su ayuda, aunque fuese muy escasa. «¿Qué debo hacer?», se preguntó cuando estuvo a solas. Su prejuicio del engaño se iba empequeñeciendo con la necesidad de no sentirse sola. Pudo imaginar el rostro de sus nuevos amigos recibiéndola de vuelta, de Rey tan positivo, de Isis y su calidez y de Alí conmovido por tenerla cerca. Esas eran las personas con las que quería estar, a las que sí quería proteger aunque eso significase renunciar a Isadora, a su trabajo que muy en el fondo detestaba, y a su familia. Sus padres no la extrañarían demasiado, Camila ya podía cuidarse sola y resultaba perfecta para ocupar su cargo, además de que era algo que anhelaba. La lucha interna siguió por un largo rato, hasta que por fin se decidió. —Voy a intentarlo, y si no resulta, si no puedo hacerlo, entonces doy marcha atrás —habló para sí. Ese enigmático lugar la había seducido tanto que nubló su buen juicio. Regresó al pueblo con rapidez cuando por fin oscureció, después de permanecer arriba de un árbol donde aguardó. Entró a toda velocidad a aquella casa que la añoraba, descubriéndola abierta de manera deliberada. Sabía perfecto a quién buscaba y no fue necesario mucho esfuerzo para encontrarlo. Alí ordenaba documentos en la oficina de la casa. —¡Luna! —La impresión al verla lo hizo soltar al suelo un par de hojas que sostenía—. ¿Qué pasó? Creí que ya te habías marchado. ¿Qué haces aquí? ¿Está todo bien? —la interrogó, acercándosele para estar seguro de que no estuviese herida y, cuando la tuvo cerca, colocó sus manos sobre sus brazos. —Estoy bien. Vine porque tengo algo importante que decirte. Escucha… Alí comenzó a sentirse alarmado y la contempló confundido. —¿Qué es? ¡Dilo ya! —ordenó con urgencia. Un miedo extraño se dibujó en su rostro. Tal vez esperaba que Luna llevara consigo alguna noticia terrible sobre su regreso a Isadora y eso lo enardeció. Ella dudó un segundo, pero ese hombre poseía algo que le inspiraba una gran confianza. —Necesito de tu ayuda, ¿me la darías? —Por supuesto que sí y lo sabes —respondió sin dudar. —León me dijo que… —¡Espera! —exclamó y apretó un poco sus brazos—. ¿Dónde viste a León? ¿Hablaste con él? ¿Cuándo? —Su incomodidad fue obvia con solo conocer el nombre del autor intelectual. —En el bosque, justo en la salida. Ya me iba y nos encontramos, supongo que me siguió. Pero eso no importa… Pon atención a lo que voy a decirte, por favor. Él me dijo que hay una manera de hacer que me acepten y pueda quedarme a vivir aquí. —¡Eso no es posible! No sé por qué te dijo algo así. Alí echó un vistazo a la puerta, se encontraba deseoso de ir a buscarlo y reñirle por mentirle a Luna. —Mencionó que si un hombre de este pueblo se llegara a interesar por mí, la situación cambiaría. Después de escucharla, el joven sopesó con asombro la posibilidad de que aquello pudiese ser cierto. Un nuevo sentimiento de enojo nació en su interior; Leo no estaba contándole todo. —Supongamos que eso es auténtico, lo cual voy a confirmar lo antes posible, ¿cómo lograrías algo así? —Entonces, como si algo lo arrojara lejos, perdió el piso por un instante y su mente analizó las palabras de Luna a fondo hasta que encontraron el verdadero significado—. ¡Ah! Ya entendí. ¿Quieres mi ayuda con eso? ¿Estoy en lo correcto? Alí comenzó a reaccionar y a comprender a su amigo. Era obvio que quería que ella tuviera una alternativa, pero no había jugado bien sus cartas y ahora lo ponía en la última posición donde deseaba estar al entender por qué era él el primero al que se lo contaba. —En realidad… sí —confirmó con vergüenza—. León dice que no es necesario que sea real, solo con que los demás lo crean es suficiente, y hasta donde sé tú no tienes un compromiso, ¿o sí? —De ser así, lo hubiera sabido en algún punto. —¿Y tú quieres mantener ese embuste? —Su rostro mostró de pronto una preocupación; ella estaba doblegándose ante las ideas de alguien tan listo como Leo y eso no era algo que le gustase del todo. —No lo sé, es que ni siquiera comprendo por qué te lo estoy pidiendo y por qué hago esto. He sido egoísta, no debí. —Supo de inmediato que la propuesta no había resultado agradable para Alí y planeó enseguida una retirada. —Luna, yo… —dijo, mirándola con ternura y acariciando su hombro derecho—. Eres una mujer ideal para cualquiera. Cuentas con belleza, inteligencia y valentía, pero tengo que confesar que no puedo ayudarte. No es porque no me parezcas aceptable, al contrario, es porque te quiero, más de lo que imaginas. Por eso no puedo aceptar. ¿Podrías perdonar esta gran grosería? —Entiendo. —Quitó con suavidad la mano que él mantenía sobre su hombro y dio algunos pasos hacia atrás—. Fue una falta de respeto pedírtelo, te ruego me disculpes. Creo que es hora de que me vaya, y esta vez de verdad. Alí solo se limitó a darle la espalda cuando ella retrocedió para irse y, aunque se mantenía de pie, su cuerpo entero quería derrumbarse porque le había fallado dos veces en un mismo día. —Soy una tonta, ¡tan ilusa! —se decía mientras se dirigía hacia la salida de la casa, pero recordó que le faltaba algo por hacer y desvió el paso a otra habitación. Tocó la puerta con suavidad, pero nadie respondió. Dos segundos después volvió a tocar más fuerte y otra vez el lugar permaneció en silencio. Supuso que se encontraba vacía hasta que, como un rumor, escuchó las palabras que le indicaban que podía pasar. Movió la puerta y se adentró en la oscuridad que reinaba. ¡Allí estaba! Sentado sobre una silla puesta en una orilla, con un libro y una pluma entre las manos. No llevaba puesta la capa, algo muy extraño, aunque vestía de n***o. La piel de su rostro se veía de pronto más blanca y brillante que de costumbre. Sus ojos relucían como diamantes alumbrando la penumbra. León parecía atento y callado como quien espera. —He aquí a una alucinante mujer en mi puerta suplicando consuelo —recitó de entre las hojas. —¿Ahora eres poeta? —le preguntó confundida. Después de todo ese hombre le resultaba demasiado misterioso como para poder comprenderlo. —¡No! —Cerró de un golpe el libro y lo puso en la mesa que tenía a un lado—. ¿Qué te ha traído por estos rumbos? —Vengo a despedirme. —Su cortesía resultaba falsa, pero se sentía obligada a hacerlo. A pesar de todo él había intentado ayudarla muy a su manera y sabía que tenía la obligación de agradecerle. —Comprendo. Resultó un fracaso, ¿no es así? Parecía que León sabía lo que había pasado con Alí, pero Luna no le hizo ninguna pregunta sobre ese conocimiento. —Así es. ¡Puedes estar contento! Nada salió bien. Aunque de todos modos no mantuve muchas esperanzas. León se puso de pie con agilidad, la tomó por los hombros justo como lo había hecho su amigo minutos antes y la miró un breve instante. —Yo no te dije que fueras a buscarlo a él. Sus palabras sonaron tan directas que causaron en ella un escalofrío que nunca había sentido. —Te rechazó, lo sé —continuó con voz suave—, y lo hizo porque debe tener sus razones. No lo juzgues mal. —No lo hago, no podría hacerlo, es el hombre más bueno que he conocido en mi vida. La seguridad que le hizo falta a León en el bosque, esta vez conducía todas sus acciones. —La pregunta aquí es, ¿aceptarías la ayuda de alguien que no lo es? —soltó sin más. —¿Qué has dicho? —Luna sintió cómo su alma se iba y volvía de una sacudida—. ¡¿Tú?! —León se postulaba sin una buena razón y aquello no lo vio venir—. No bromees ahora, no, por favor. —¿Aceptarías eso? —le preguntó de nuevo sin un ápice de burla—. Esto es lo más serio que he dicho en mucho tiempo. Un silencio profundo cercenó la escena, congelando a los protagonistas por lo que parecieron dos minutos interminables.
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