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2845 Words
—¡Quizá! —contestó Luna sin saber a qué respondía. —No es suficiente, debes decir sí o no. En la mente de Luna se proyectaron todas las distintas posibilidades que la rodeaban y que antes ya había analizado. Lo que él le proponía no era la mejor alternativa, pero de algo estaba convencida: era la más segura. —Está… bien —dudó al responder, pero no quiso pensar más. Esta vez se dejaría llevar por las corazonadas que le gritaban que aceptara, así que mantuvo a la razón silenciada como pocas veces acostumbraba. Algo en su cabeza le decía que quería seguir conociendo esa vida tan seductora que se le presentaba y ya era hora de hacerle caso—. Acepto tu ayuda, pero antes debo advertirte que no soy buena fingiendo y si me descubren tú te irás conmigo. —Era necesario que él supiera a lo que se arriesgaba. El simple hecho de pensar en pretender tener esa clase de sentimientos por alguien le parecía aterrador, pero que ese alguien fuese León lo hacía todavía más difícil. —Es un riesgo menor y yo amo los riesgos. Créeme, con mi ayuda no tendrás de qué preocuparte —le aseguró pareciendo confiado. Sabía que en el arte del engaño contaba con un don incuestionable. Luna se apartó de él, la ponía tensa su presencia y la forma en que le hablaba no le terminaba de agradar. —Pero antes quiero saber, ¿por qué? No lo entiendo. Luna tenía presente que no se le ofreció cuando se encontraban en el bosque. Tal vez quería que primero buscara por su cuenta y guardarse como un último recurso, pero la pregunta que azotaba su mente era: ¿por qué le ayudaba si desde que se conocieron la trató como si ella fuera alguien indeseable? —Por supuesto que también voy a obtener algo a mi favor de esto. Debo confesar que no tenía intención de hacerlo, pero estoy cansado de cierta situación por la que atravieso desde hace un tiempo. —Un ligero rojizo cubrió sus pálidas mejillas y se giró un poco para seguir hablando—. Escucha, nunca ha sido lo mío eso de formar una familia —resopló con cierto desdén—, es algo que no va conmigo, ¿entiendes? Pero la gente aquí, y estoy seguro de que en todas parte, habla, murmura. Es mi oportunidad de quitar ese halo de chismorreo a mi alrededor con un compromiso que no tengo que cumplir. Ella no sabía si creerle o no. Presentía que León estaba muy inclinado a decir mentiras, aunque algo sí era cierto: él lucía joven, pero no tanto como para no tener por lo menos un prospecto. —¿Por qué hablarían? Alí es mayor que tú y tampoco está comprometido. A decir verdad debo confesar que jamás había visto a tantos solteros, en especial mujeres, conviviendo sin tener algo más, mucho menos bajo el mismo techo. ¿Que no les gusta casarse? En Isadora solo los vigilantes poseían la carta abierta para tomar una decisión así, ya que si se mantenían libres era algo considerado digno. Pasados los cuarenta años podían retirarse y vivir con comodidades haciendo actividades sencillas si se les apetecía. Muchos terminaban solos o sin hijos. —No lo creas un casto, y él ha cortejado a una que otra; cortejo que terminó tan rápido como comenzó… —confesó sonando divertido y volvió a acercársele de forma deliberada—. Pero ese no es el punto. Solo sabrás que nos va a traer beneficios a los dos. —Voy a ser sincera y te diré que sigo sin comprenderte, pensé que eras del tipo de persona que no le interesa lo que los demás digan sobre su vida. Seguro tienes tus buenas razones de peso —razones que no le cuestionó en absoluto—. Sin embargo, todavía quiero saber si ya has contemplado que al ayudarme voy a obtener lo que quiero y tal vez ya no me vaya, ¿pensaste en eso? Me aborrecías demasiado hasta hace unas horas. ¿Seguro de que no querrás correrme cuando caigas en la cuenta de que ahora este será también mi hogar? —¿Crees que soy tonto? —rebatió, pero su tono de voz no se escuchó agresivo—. Eso ya lo he pensado bastante. Se nota que tienes muchos defectos, pero… seguro debes poseer, en alguna parte, una pequeña gota de pureza. —Para romper la tensión que existía entre los dos le dedicó una sonrisa, aunque a Luna no pareció caerle como una broma. —Una gota de pureza… —susurró para sí misma intentando buscarla en ella, sin tener mucho éxito. —Entonces, ¿es un trato? Seremos dos locos que, sin buscarlo, supieron que se atraían y quieren seguir conociéndose. Después de que pase un tiempo diremos que nos equivocamos y nos separaremos. Yo te ayudo y tú me ayudas, ¿de acuerdo? —Le extendió la mano para sellarlo. Luna movió la cabeza afirmando. —Otro trato con un mangurrián[1]. Yo no escarmiento, ¿cierto? —Aceptó su mano para confirmar que ahora ambos estaban puestos en el mismo tablero y pintados de un mismo color. El acuerdo fue pactado. León la observó por un breve momento y luego se adelantó a salir de la habitación, apartándola a un lado con suavidad. —¿A dónde vas? —indagó temerosa. —Tengo que dar la noticia cuanto antes, mientras más pronto sea, ¡mejor! —¿Debe ser ahora? ¿No puedes esperar un poco? ¿Tengo que ir contigo? ¿Qué vas a decir? —dijo aturdida lanzando un montón de cuestionamientos porque las cosas estaban sucediendo demasiado rápido y sentía que se quedaba atrás. —Sí, debe ser ahora y no, no tienes que ir. Ya te llegará la hora de hacerlo. Por ahora puedes regresar a tu recámara. Creo que es mejor que comas allí, le pediré a alguien que te lleve los alimentos. Ah, y contempla el darte un baño, créeme, lo necesitas —rio entre dientes—. Daré la buena nueva de que por fin alguien ganó mis afectos. —Al salir le brindó una mirada furtiva y se alejó veloz de allí hasta que sus pasos dejaron de escucharse por el corredor. A Luna nunca le había gustado el teatro a pesar de que en Isadora montaban cada aniversario de su fundación una excéntrica representación de cómo habían encontrado aquel lugar. La invitaban más seguido de lo que deseaba a ser parte de la obra, pero ella siempre se negó a participar; pensaba que no podía ponerse la piel de alguien más y ahora, por azares del destino, no era solo una obra en la que debía transformarse. Su nombre, su actitud, su forma de comportarse y pensar estaban cambiando de manera drástica y se sentía bien poder desprenderse de todo aquello. Resultaba más fácil de lo que pensó poder mostrarse débil, cambiar los papeles y poder ser una simple mujer que necesitaba ayuda, olvidar que llevaba consigo la encomienda de siempre ser valiente y proteger a todos, porque, ¿quién la protegía a ella? Su mente voló por algunos minutos, desdeñando todo lo que sentía, hasta que un sueño cálido la rodeó y la llevó consigo para poder regalarle una noche sin pesadillas; una que seguro jamás olvidaría. —Luna, ¡despierta! —pidió Isis con insistencia cuando apenas estaban dando las seis de la tarde y el sol se encontraba todavía visible sobre las montañas. —¡¿Qué pasa?! ¿No ves que estoy muerta en este momento? —masculló, sabiendo que tardaría demasiado en acostumbrarse a esa vida nocturna. —Tienes que levantarte ¡ahora! Date prisa. Todos lo saben y están por llegar. —¡¿Todos?! ¿Quiénes son todos? —Tembló al escuchar la palabra y se sentó sobre la cama algo exaltada. Fue allí donde cayó en la cuenta de que la función acababa de dar comienzo, pero una masa acusadora era peor de lo que esperaba. —Pues los que vivimos aquí. ¿Piensas que alguien va a perderse esto? ¡No puedo creerlo! —le brindó una sonrisa pícara a Luna y la vio mantenerse atónita—. Pero te confieso que estoy algo molesta contigo, ¿por qué no me mencionaste nada? La amistad con Isis había crecido mucho en muy poco tiempo, la chica era tan dócil como un ave encantadora que se deja acariciar y disfruta de eso; fue fácil tomarle cariño —Es que… —quiso hablar, pero no logró decir más. —Debo decir que siempre los vi muy distanciados, hasta llegué a creer que no lo soportabas… ¡Ah! —suspiró y miró al techo, como recordando—, pero después de escucharlo anoche no me queda duda de que deben estar juntos. —Sí…, así es —balbuceó sin saber qué más decir para sostener su mentira ante Isis, quien era muy afectuosa con ella. —Estoy tan feliz de que por fin Leo encontrara a alguien que le dará todo el amor que se ha negado a disfrutar —Lució su característico rubor gracias a la emoción. —Sí, yo… haré… lo que esté en mis manos para lograrlo. —Luna comenzó a ponerse de pie, era urgente cambiar el rumbo de la conversación ya que no se consideraba capaz de seguir con el embuste por más tiempo. —Y estoy segura de que lo conseguirás, no debe ser tan complicado, él es fácil de querer… —Hizo ademanes con las manos al reaccionar—. ¡Pero ya! Mejor apresúrate y sal en cuanto puedas, ya te está esperando. La chica se retiró a toda prisa y Luna soltó una bocanada de aire que logró darle alivio. Luego se puso de pie y se preparó lo mejor que pudo. Su vestimenta no cambiaba mucho, seguía manteniendo el mismo estilo que a varios no convencía. Sujetó su cabello de nuevo y respiró aún más ante la salida de su habitación; era la hora que León le había dicho, solo que no la esperaba tan pronto. Intentó calmar los nervios y salió decidida hacia la puerta principal. Sabía bien que las costumbres en ese pueblo eran muy diferentes a Isadora, pero no terminaba de comprender por qué tenían que reunirse todos los habitantes para avisar que dos personas comenzaban una relación. «¿Será como pedir la aprobación de cada uno? ¿O van a cuestionarnos todo lo que sea posible porque de pronto resulta que sentimos algo el uno por el otro?», se preguntó insegura. Cuando dos jóvenes anunciaban un noviazgo en su antiguo pueblo solo los padres de ambos intervenían, advirtiéndoles de los peligros de tener intimidad antes del matrimonio. Un hijo no deseado era lo último que podían permitir y si alguna chica desobedecía se tenía que casar lo antes posible para ocultar su vergüenza, pero fuera de eso no pasaba nada más. Supo de casos donde la mujer en cinta huía porque prefería eso a unirse a un hombre por el mero compromiso, pero aquello era algo que se mantenía reservado a los pobladores. Su pecho casi la arroja hacia atrás cuando se dio cuenta de que un tumulto de personas aguardaba fuera de la casa. Más gente de la que había podido ver en toda su estancia se mantenía a la espera. Había un espacio libre y grande de lado izquierdo, adecuado para darles libertad de deambular y hablar a su placer. Avanzó unos cuantos pasos y la luz del decadente día que se iba la cegó por un instante. Pronto se percató de que todas las miradas se volvieron hacia ella y no pudo hacer más que quedarse petrificada con la duda y el pánico de si lo podría hacer lo bastante creíble. León, quien la esperaba por completo tranquilo, se acercó aprisa hacia ella queriendo calmarla y detener sus crecientes nervios. Notó enseguida que él se había tomado la molestia de ponerse ropa más pulcra y se sintió intimidada por su aspecto desaliñado. La tomó con torpeza de la mano y percibió que su piel era áspera pero acogedora y pronto asimiló tenerla pegada a la suya. Esa era la primera vez que un hombre entrelazaba sus dedos con los suyos y no intentó ocultar el rubor que se pintó con rapidez en sus mejillas; tal vez el mostrarlo ayudaría a que pareciera ilusionada. En ese instante eterno, Luna advirtió un liviano movimiento debajo de sus pies que se volvía irritante con cada segundo; ¡alguien tenía que dejar de mover el piso pronto! Los suspiros y algunos cuchicheos se hicieron presentes al verlos sujetados así y ella buscó con la vista a Alí, a quien no vio desde su desafortunado encuentro, pero no logró ubicarlo. Un hombre que parecía muy mayor y tenía en el rostro una enorme cicatriz que iba desde su pómulo hasta la barbilla, subió las escaleras del pórtico, se colocó a su lado y tomó la palabra. —No creí poder ser partícipe de tan agradable anuncio. Por fin uno de nuestros más queridos jóvenes y al cual creímos que se había condenado a sí mismo a vivir en la soledad ¡ha encontrado a una persona que sabrá quererlo como se merece! Jovencita, en verdad esperamos que sepas brindarle toda la dedicación que él necesita —dijo, apuntando hacia Luna y rio a carcajadas con una voz rasposa. Los espectadores le brindaron a la falsa pareja un aplauso sincero y Luna comenzó a sentir más rápido y fuerte aquel temblor debajo de sus pies. Fue allí donde se dio cuenta de que era ella quien temblaba, eran sus propias piernas las que no paraban de vibrar. Tenía la seguridad de que esa sensación provenía del miedo de no saber aparentar y trató de calmarse como pudo; León apretó un poco su mano para infundirle valor. —Creo que ya debemos retirarnos para que mañana podamos tener todo listo —indicó el anciano, despidiendo a la concurrencia cuando el bullicio terminó. —Gracias a todos por venir —pronunció León. Las personas se marcharon, algunos se acercaron para saludarla y con eso comenzar a conocerla con más confianza. Pasaron algunos minutos hasta que por fin se quedaron por completo solos, y él tomó con más fuerza a Luna de la mano y la condujo al interior de su casa. Una vez dentro de su habitación cerró la puerta y la soltó indiferente, cambiando el semblante por uno menos agradable. —¡Si dejaras de temer tanto sería más fácil! —Era visible su molestia y fue directo al reclamarle. —Te dije que no podía, estoy esforzándome, pero no es sencillo —alegó subiendo la voz al notar que él se ponía pesado. —Supongo que al final si eres tan cobarde como pensé —farfullaba dando vueltas por el cuarto como el animal que su nombre honraba. Luna quiso distraerlo, no le convenía que se desesperara y quisiera abandonarla apenas comenzado el espectáculo. —¿Qué pasará mañana? ¿Qué es lo que tiene que estar listo? —preguntó para cambiar el tema y porque en realidad sí quería saberlo. Antes de responderle, León caminó hasta la ventana y contempló el oscuro panorama. —Hay que festejar. Porque la felicidad de uno, es la felicidad de todos —murmuró para sí, perdiéndose en la noche. Luego relajó las facciones.—. Además de que les encanta malgastar los recursos en juergas que, créeme, se prolongan más de lo que me gustaría. —¿Una celebración? —recriminó impactada—. ¡No dijiste nada de eso! —Pero nunca dije que no pasaría algo así. Además, todo está en marcha, si decides desertar me llevarás contigo, ¿lo olvidas? Y eso quedaría en tu conciencia. —Se alejó de la ventana y se dirigió hasta la cama donde ella se sentó, quedando frente a frente. —¡No voy a decir nada! Solo no olvides que esto me cuesta mucho, aunque… por lo visto tú eres un experto —su frase final salió como un reproche. —Se tiene que aprender de todo para sobrevivir. Una expresión sombría y su voz lenta hizo que a ella se le erizara la piel. León, a pesar de su frialdad y esa especie de maldad intermitente, comenzaba a mostrar una parte oculta de su carácter. Era evidente que por algún poderoso motivo se mantenía resentido con la vida, y la curiosidad de Luna incrementaba con cada frase que él decía. «¿Qué pudo haber sucedido para que este hombre oculte cómo es en realidad?», se cuestionó sin externarlo. Y es que sucede que los golpes del destino a veces nos hacen fuertes, o crueles, incluso insensibles; aun así todos tenemos en el interior una pequeña gota de pureza. [1] Mangurrián. Qué significa este antiguo insulto del castellano: Dícese de la persona poco civilizada, de formas toscas y asilvestradas.
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