16 de enero de 2009
Palacio real Bacher- Blumer. Londres, Inglaterra.
Desde muy pequeña, a Selene le encantaban flores y las fiestas, sobre todo, le gustaba organizarlas. Al terminar la universidad se debatió entre que estudiar. Las opciones eran pocas, a las mujeres no se les permitían estar en cargos mayores, así que, tampoco podían estudiar la carrera que deseasen. Lamentablemente vivía en un mundo, donde, por más que gritaras, nadie te escucharía solo por el hecho de ser mujer. Era irónico cuando el gobierno del país daba declaratorias agradeciendo a la mujer por su trabajo ¿Qué trabajo? ¿El de ser una muñeca de trapo y títere de los hombres? Claro, con eso de que un hombre no podía mover un solo alfiler, si entraba a edad casera y no tenía una esposa. ¡Que chiste tan grande! ¿Quién le lavo el cerebro al que inventaba las leyes? Los imbéciles, obviamente. Eran una porquería. Gracias a Dios se encontraban en un tiempo donde los anticonceptivos y otros métodos para no quedar embarazada existían. Aunque esto, era tema de disputa y causante de muchos divorcios. En definitiva, vivía en un mundo machista.
El eco de sus tacones al andar se escuchó por los pasillos que dirigían a una sala de baile donde se festejaría el cumpleaños del príncipe Alexander. Ella, la organizadora de eventos reales, era quien realizaba todas aquellas fiestas y muchas más de la nobleza. Abrió las puertas y sonrió ante la belleza que veían sus ojos; todo estaba tal cual le hubiese gustado al príncipe, pues, ella lo había estudiado minuciosamente a pesar de todos los inconvenientes. Aunque, actualmente se encontraban en una tregua, y no es que ella fuera una acosadora, pero.... Venga ¿A quién no se le caería la baba ante tal espécimen?
A la hora de la fiesta, se encontró merodeando por toda la estancia pendiente de que todo fuera bien. Algunas personas la veían y la reconocían de inmediato, de hecho, hasta le pedían su número telefónico para llamarla. Acostumbrada a ese tipo de situaciones, se prevenía y siempre llevaba con ella tarjetas de presentación.
Después de conseguir varios posibles clientes, siguió caminando, hasta que, interceptada por la persona menos oportuna y más odiosa que había conocido. Sus ojos color avellana la examinaron de arriba abajo.
— Tengo que reconocer que, quien hizo ese vestido es un estupendo diseñador. Te ves hermosa. Y no es solo el vestido, eres toda tú —murmuro sonriendo.
Le colocó la mano en la parte baja de la espalda, obligándola a caminar por otro pasillo desviándose de la atención de ojos inoportunos.
— Debo decir que me siento halagada, su Majestad, pero ahórrese la palabrería. —bufó la muchacha notando la mano, pero sin decir nada al respecto—¡Estas borracho! No sabes lo que dices. — lo increpó.
— ¿No has escuchado por ahí lo de que "Los borrachos siempre dicen la verdad"?—dijo en tono burlón, mientras giraba a la derecha en dirección a sus aposentos—. Y solo han sido unas copas.
El ligero olor a alcohol fue notorio cuando Alex se detuvo girándose para estar frente a su rostro, lo cual, la hizo retroceder un poco.
— Ven aquí, tesoro...—murmuró acercándose más a ella mientras deslizaba las manos por su cintura.
El corazón de la chica dio un brinco inesperado al escuchar ese apelativo cariñoso, ese que hace años no había oído decir. Sin previo aviso, Alexander la pego a su cuerpo, y tomando su barbilla con poca delicadeza, la alzó para que ella lo mirara a los ojos.
—¿Te he dicho alguna vez cuanto me encantan tus ojos? —susurró mirándola fijamente—. No tienen un color específico, es como mirar el océano, tan hermoso, pero a la vez tormentoso. Los veo y quiero hundirme en ellos tantas veces como sea necesario para saber que hay dentro de ti.— susurró tocando con su nariz la mejilla de ella.
Como era de esperarse, ella cayó a sus pies totalmente derretida maldiciendo a la persona que filosóficamente creo aquel dicho: "el hombre se enamora por lo que ve y la mujer por lo que escucha".
Tan solo escuchar esas palabras bastó para ceder a todas sus peticiones, quería a ese hombre más que a nada en el mundo, siempre lo había hecho y nunca dejó de hacerlo. Por esa razón, no dudó cuando Álex se lanzó a sus labios y la besó con pasión. Fue ahí cuando perdió la batalla, de un momento a otro, su mundo colapso, y solo pudo sentir. No le importo nadie más, solo ella y el príncipe Alexander Macfiury.
Sus pies dejaron el suelo y sintió que estaba volando, pero no levitaba debido a ensoñación, era Álex quien la había agarrado por el bajo de su trasero y la había incitado a que envolviera con sus piernas sus caderas, ingresándola a sus aposentos.
— Tesoro...— murmuro entre besos—. Es un mar de deseo lo que siento por ti, pero tengo miedo de que mi barca se hunda. —volvió a besarla con pasión, para Selene aquello fue mas que una declaración y termino de ceder por completo.
Fue por ese mismo amor que sentía por él, que no dudo tampoco cuando comenzó a desvestirla.
Fueron las palabras bonitas que le susurró al oído, las que dejaron que se dejara acariciar y mimar.
Fueron sus manos y los besos, las que hicieron que ella lo desnudara.
Fueron las interminables noches de desveló pensando en él, que permitieron por fin, entregarse al deseó y el placer de lo que era sentir el acto de hacer el amor con la persona que amabas.
Y fueron los años de soledad, los cuales, no la hicieron dudar por ningún momento, entregándole la virtud que siempre guardo. Porque en el fondo ella sabía que nunca se había dejado tocar por un hombre, esperándolo a él.
Aquella noche mientras se escabulleron en la habitación de Alex, dispuestos a sucumbir a sus deseos, ambos se dieron cuenta de que aquello marcaría un antes y un de después en su vida.
Con ternura y pasión, el príncipe de Inglaterra, se convirtió en un amante pasional y dedicado. Recorrió el cuerpo de aquella mujer que lo volvía loco, con besos llenos de adoración y admiración, le encantaban sus curvas, sus gemidos. Le gustaba todo de ella, darle placer con sus labios y manos lo hechizó y maravilló, quería más, pero no estaba dispuesto a apresurar las cosas, por muy necesitado que estaba. Sus intentos fueron en vano teniendo a Selene en su cama.
Y así fue, como el breve tonteo que él pretendía que fuera, término en una noche de lujaría placentera.