Cumplirás tu promesa

1500 Words
(Punto de Vista de Valentina) El sonido fue lo primero que escuché, ue pitido plano, cortante, que atravesó mis oídos y llegó directo al alma. Lo había oído antes en películas, pero nada te prepara para el sonido real. El sonido de que el corazón de tu padre ha dejado de latir. Lo miré, y su cara estaba tranquila, demasiado tranquila. Ya no había dolor, ni preocupación. Nada, todo lo contrario a lo que yo sentía. —Papá? —mi voz sonó débil, de niña, asustada— papá, despierta —sentía que podía escucharme donde quiera que su alma estuviera. Le sacudí el hombro, suavemente al principio, luego con más fuerza, pero no huno reacción alguna, seguía inerte, sin moverse. —¡Despierta! ¡Esto no es gracioso! ¡DESPIERTA! —Grité, queriendo que se levantara. Pero él no se movía, su mano estaba muy fría, helada, en ese momento fue como si la realidad se me clavara en el pecho. Mi padre se había ido. Realmente se había ido, me había abandonado. Algo se rompió dentro de mí, un grito que no reconocí como mío, salió de mis labios, explotando desde lo más profundo de mi ser, fue un sonido desgarrador, lleno de una angustia que me vació por completo. Me abracé a él, enterrando la cara en su pecho, esperando oír un latido, sentir un suspiro, pero sólo sentí el frío y la quietud. —¡No! ¡No! ¡Vuelve! ¡Por favor, no me dejes sola! ¡PAPÁ! Lloré como nunca había llorado, con una desesperación que sentía me quitaba el aire, que me sacudía entera. El mundo desapareció a mi alrededor, en ese momento sólo existía yo, el cuerpo frío de mi padre y un dolor tan inmenso que no sabía cómo cabía dentro de mi cuerpo. No sé cuánto tiempo pasó, pero en un momento, unas manos suaves me separaron de él. Era Luca, sus ojos estaban rojos, escuché su voz, era un murmullo ronco. —Valentina, ya basta. Déjalo ir, se fue en paz. —Me dijo, bajando con pena el rostro, mi padre lo había criado desde pequeño, sabía que también estaba sufriendo. No quería soltarlo, me aferré a la sábana, pero no tenía fuerza, Luca me llevó, casi a rastras, lejos de la cama. Mis piernas no respondían, y todo mi cuerpo temblaba, no podía apartar la mirada del cuerpo inerte de mi padre. Fue entonces cuando lo vi a él, Elías, estaba parado junto a la puerta, inmóvil como una estatua, su rostro era una máscara que no mostraba sentimiento alguno, pero sus ojos, esos ojos grises me miraban con una intensidad que no entendía. No me miraba con lástima, pude sentirlo, era otra cosa, resignación, fastidio, como si el espectáculo de mi dolor fuera un inconveniente más en su día. Su mirada me hizo sentir una profunda rabia, él lo había visto, había estado ahí, y lo peor es que había prometido, esa horrible promesa que había sido la última voluntad de mi padre era ahora una cadena que me ataba a este hombre que me miraba como si yo fuera un problema, no entendía a mi padre, era como si pensara que yo no era capaz de buscarme un buen marido. La puerta principal de la habitación se abrió, Gabriel Navarro había llegado, lucía impecable con su traje oscuro, pero se le notaba el cansancio del viaje, a su lado estaba Sylvia, su mujer, una mujer elegante con una expresión preocupada. . Y detrás de ellos... Julián. Julián Navarro, sus ojos miel eran tan diferentes a los grises glaciales de su hermano, su mirada me encontró inmediatamente. En ellos vi conmoción, y una pena real, sin pensarlo, sin importarle la escena, cruzó la habitación y me envolvió en un abrazo. —Valentina... Lo siento mucho —susurró, su voz era cálida, humana— lo siento tanto —necesitaba tanto ese abrazo reconfortante. Me dejé abrazar, estallé en sollozos, él me apretó más fuerte, recordé, de repente, la última vez que me abrazó. Hace siete años, en Sicilia, cuando me torcí el tobillo corriendo por el jardín de la villa. Él me cargó en brazos hasta la casa, bromeando para que no llorara. Yo, con once años, ya estaba perdidamente enamorada de él, lo seguía a todos lados, le dije que me casaría con él cuando fuera grande. Él se rió, y me dijo "cuando seas grande, princesita". Sylvia se acercó y puso una mano suave en mi espalda. —Pobrecita mía —murmuró, con una dulzura que me partió el corazón de nuevo— ven, vamos a sentarnos, pediré que te traigan un té, necesitas calmarte. Pero yo no podía moverme, me aferré a Julián como si fuera un salvavidas, él talló su mano por mi espalda, tratando de que me calmara. Y entonces, sentí otra mirada, era fría como el acero, levanté la vista por encima del hombro de Julián. Allí estaba Elías, sus ojos no estaban puestos en mí. Estaban clavados en su hermano. En los brazos de su hermano alrededor de mí, su expresión no mostraba nada, pero en la tensión de su mandíbula, en el leve parpadeo de sus ojos, leí algo peligroso. Algo que era claramente... disgusto. Gabriel se acercó a la cama, contempló el cuerpo de su viejo aliado por un momento con una cara triste, y luego se giró hacia Elías. Con un gesto de cabeza, lo llamó a un rincón de la habitación. Los dos hombres empezaron a hablar en voz baja, pero sus tonos se elevaron rápidamente. —¿Por qué no trajiste a los mejores médicos? —preguntó Gabriel, su voz era áspera, estaba enojado. —Llegaron demasiado tarde, la herida era profunda, perdió mucha sangre —la voz de Elías era fría, defensiva. —¡Era necesario salvarlo, Elías! —Gabriel casi gruñó— su muerte desata el caos en Italia. Tenemos negocios muy grandes allí. Sin él, todos los chacales pelearán por su territorio y nosotros saldremos perdiendo. ¡Era un pilar! —No hago milagros, padre. Sólo soy el verdugo. No el médico. Fue entonces cuando Luca se acercó a ellos. Se veía pequeño entre los dos Navarro, pero no se achicó. —Don Navarro —dijo, con respeto— Don Silvestri antes de irse hizo prometer a su hijo que se casaría con Valentina. Para protegerla, y para que él tomé el control de nuestro territorio hasta que la situación se estabilice. Elías lanzó una mirada a Luca que podría haber derretido hierro. ¿Cómo coño sabía él? Claro. Mi padre y Luca lo habían hablado. Me habían vendido entre ellos. Gabriel asintió lentamente. —Bien, lo prometiste, entonces lo harás. Elías se volvió hacia su padre, sus ojos brillaron con furia. —¿Estás de broma? No me voy a casar con esa niñata caprichosa. Es un desastre andante. Una bomba de tiempo. ¿Cederle el control de Italia? Es una niña asustada que llora por su papá. Sus palabras me atravesaron como cuchillos. "Niñata caprichosa". "Bomba de tiempo". "Niña asustada". Cada insulto alimentó el fuego de mi rabia, secando las últimas lágrimas. Me solté de Julián, y enderecé la espalda. Gabriel no cedió, su voz se volvió cortante, era la voz del capo, no la del padre. —Le hiciste una promesa a un hombre moribundo, Elías. Nuestra palabra es lo único que tenemos en este mundo. Y además, es lo más inteligente, nos da un clain legítimo sobre su organización. La estabilizaremos desde dentro. Tú la controlas a ella, y tú controlas Italia. Es la única manera de salvar nuestros intereses. —Puedo controlar Italia sin tener que casarme con ella —replicó Elías, con desprecio. —¡No! —la voz de Gabriel retumbó en la habitación, haciendo que hasta Sylvia se estremeciera— ¡Necesitamos la legitimidad! ¡Necesitamos el nombre Silvestri! Y tú necesitas una esposa para parecer un hombre estable, no un lobo solitario. ¡Lo harás, Elías! Es una orden. Elías lo miró fijamente, vi cómo sus puños se apretaban a sus costados. La tensión entre ellos podía sentirse, finalmente, Elías desvió la mirada hacia la pared, fue una rendición silenciosa, pero amarga. Gabriel asintió, satisfecho. —Bien, ahora, arregla esto —señaló con la cabeza el cuerpo de mi padre— tu madre y yo nos ocuparemos de consolar a la niña. Pero yo ya no necesitaba consuelo, me sequé las lágrimas con el dorso de la mano. La niña asustada se había quedado en el suelo, abrazando el cuerpo frío de su padre. La que se irguió ahora era otra. La hija de Don Silvestri. Elías se giró para salir de la habitación, estaba enojado. Al pasar a mi lado, nuestras miradas se encontraron. La rabia en sus ojos grises encontró la mía, que era igual de tensa, igual de fría. Sin decir una palabra, salió, la guerra entre nosotros acababa de empezar. Y nuestro campo de batalla no sería Italia. Sería este matrimonio.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD