Punto de vista HELENA
Volver al buffet fue una decisión tan personal como estratégica. No iba a mendigar explicaciones a quien prefería esconderse tras silencios pulcros. Si Gaspar había elegido la distancia, ella optaría por recuperar su terreno.
Pidió la reincorporación directa a Salazar, quien levantó una ceja con sorpresa, pero no objetó. Helena era demasiado buena como para perderla.
—¿Estás segura? —preguntó él con tono bajo—. El ambiente aún está… enrarecido.
—Lo limpio con trabajo. Y si no se puede limpiar… que reviente —respondió, sin pestañear.
Lo que no dijo es que cada rincón del despacho olía a él. Que cada documento le recordaba lo que no se dijeron.
Pero eso, como todo en su vida, lo guardó bajo llave.
Punto de vista GASPAR
Gaspar no pidió que lo cubrieran. No fingió una reunión urgente. Simplemente fue.
Volver a su oficina era más un acto de reafirmación que de necesidad. Él no dejaba cabos sueltos. Ni emociones a medias.
La empresa seguía funcionando. Samuel le entregó un informe con movimientos recientes y añadió con disimulo:
—Helena ha vuelto al buffet.
Gaspar levantó la vista. Ni sorpresa ni reproche. Solo una sombra fugaz en los ojos.
—Bien —dijo—. Es lo suyo.
Pero luego, en privado, se quedó en silencio más de lo necesario. Porque a veces, aceptar lo correcto dolía más que luchar por lo equivocado.
Punto de vista HELENA
Lautaro la encontró ordenando papeles, como si nada hubiera pasado.
—¿Y si algo sí pasó? —le dijo, sin rodeos.
Helena no levantó la cabeza.
—Pasó que me equivoqué. Como siempre.
Lautaro suspiró, cruzándose de brazos frente a su escritorio.
—No lo echaste por orgullo, Helena. Lo empujaste porque te dio miedo que fuera real.
Ella lo miró. No con enfado. Con un cansancio que se parecía demasiado al dolor.
—No quiero hablar de él.
—Lo entiendo. Pero no pienses que él huyó. A veces… ceder es la única forma de no destruir lo que se quiere.
Punto de vista GASPAR
La invitación llegó como un susurro estratégico. Una de las empresas de Lautaro organizaba un evento. Y Helena también estaba invitada.
Gaspar lo supo antes de tiempo. Sabía que Lautaro lo hacía para que se vieran, para forzarlos a hablar.
—Iré —le dijo a Samuel.
—¿Solo?
Gaspar lo miró de reojo.
—Con mi hermana. Necesito que alguien me recuerde que no todo en mi vida gira en torno a una mujer que no sabe si quiere quedarse.
Punto de vista GASPAR
Gaspar entró en el evento con su hermana del brazo. Ella, sobria y elegante. Él, con el gesto de quien ha dormido poco y sentido demasiado.
No buscaba impresionar a nadie.
Pero la vio.
Helena estaba allí, junto a Lautaro. Hablaban con un grupo de empresarios, sonriendo con esa media expresión que usaba cuando se obligaba a estar bien. La mirada de Gaspar se cruzó con la suya.
Y en ese instante, supo que lo había malinterpretado todo.
Ella caminó hacia él. Su perfume, su voz, su fuego.
—¿Otra? —espetó sin saludar.
Gaspar no reaccionó enseguida. La miró, perplejo.
—¿Perdón?
—No hace falta que te justifiques —dijo ella, helada—. Es evidente.
Gaspar bajó la mirada un segundo. Respiró hondo. Le dolía, sí. Pero no iba a entrar en ese juego.
—Piensa lo que quieras —susurró. Y se giró, sin añadir una palabra más.
Caminaron en silencio hasta la terraza exterior. Alicia, confundida, le apretó el brazo mientras lo seguía.
—¿Otra, Gaspar? —soltó con una risa incrédula—. ¡Si soy tu hermana!
Gaspar no respondió. Solo miró al cielo, como si allí pudiera encontrar la paz que no hallaba en la tierra.
Porque a veces, el orgullo ajeno duele más que los propios errores.
Punto de vista HELENA
Desde el otro lado del salón, Helena lo vio llegar.
Gaspar. Con otra.
Iban del brazo, como si el pasado no pesara. Como si la nota, la pluma, el beso… no hubieran significado nada.
Sintió cómo la sangre se le subía al rostro. Lautaro le estaba hablando de negocios, pero sus palabras se desdibujaban. Solo podía ver a ese par avanzando por la alfombra con la seguridad de quienes tienen todo bajo control.
O al menos, eso parecía.
Cuando se acercó, ni siquiera se presentó. No podía.
—¿Otra? —le soltó a Gaspar, sin filtros.
Él se giró, lento. Su expresión no era de sorpresa, ni de enojo. Era… decepción.
—¿Perdón?
—No hace falta que te justifiques —murmuró, con el tono más frío que encontró—. Es evidente.
Él bajó la mirada. No discutió. No se defendió. Solo respondió con una frase que la descolocó.
—Piensa lo que quieras.
Y se fue.
Así, sin más.
Helena se quedó plantada en medio del salón, sintiendo que el aire pesaba más que su vestido. Lautaro la miró de reojo, pero no dijo nada. Porque ni él se atrevía a tocar esa herida abierta.
Minutos después, desde una esquina, Helena vio cómo la mujer —la “otra”— reía con él en la terraza.
Y entonces algo se rompió dentro.
Pero no era celos lo que sentía. Era algo peor.
Una duda, como una espina:
¿Y si no era lo que parecía?
¿Y si esta vez… la que lo había arruinado todo era ella?
No entendía por qué, pero lo sabía.
Lo había embarrado.
Y ya era tarde para recoger las palabras que no dijo, los impulsos que no frenó, y el silencio que convirtió en reproche.
Punto de vista LAUTARO
Lautaro nunca había sido fanático de las fiestas empresariales. Mucho brillo, poco contenido. Pero esa noche, algo en el ambiente se sentía aún más falso de lo habitual.
Observó a Helena desde su rincón. Ella intentaba fingir que nada le afectaba, pero su postura la delataba. Tenía el mentón alto, sí, pero las manos temblaban apenas al sostener la copa. Y los ojos… los ojos no buscaban negocios, sino respuestas.
Entonces Gaspar apareció.
Y no lo hizo solo.
Lautaro lo miró avanzar con aquella mujer del brazo. Elegante, sin duda. Pero lo que a él le llamó la atención no fue ella, sino la expresión del joven CEO.
No había orgullo. No había provocación.
Había… dolor.
Cuando se cruzaron, Helena estalló. Su frase fue un disparo al aire:
—¿Otra?
Y ahí, Lautaro lo supo. La herida no era nueva. Era acumulativa.
Gaspar se detuvo. La miró, sin rastro de arrogancia. Solo le dijo:
—Piensa lo que quieras.
Y se fue.
Lautaro frunció el ceño. Esa no era la respuesta de alguien que busca justificar nada. Era la respuesta de alguien que está al límite. Que no tiene fuerzas para explicarse. Que ya no espera ser entendido.
Siguió con la mirada a su amigo hasta que se perdió entre la gente. Luego miró a Helena. Había bajado la cabeza. La máscara se le había resquebrajado.
No dijo nada. No aún.
Pero en su cabeza, ya tenía claro lo que debía decirle… cuando estuviera lista para escucharlo:
“Esta vez, fuiste tú quien le falló.
Y él, en lugar de castigar tu orgullo, eligió marcharse con dignidad.”
No lo decía con crueldad. Lo pensaba con tristeza. Porque amaba a Helena. Como amiga. Como familia elegida. Pero también sabía reconocer cuando alguien —como Gaspar— había intentado hacerlo bien, y lo habían empujado lejos.
Así que esa noche, decidió guardar silencio.
Porque a veces, el verdadero amor no está en defender… sino en dejar que el otro descubra solo en qué momento empezó a perder algo que sí valía la pena.
Punto de vista ALICIA
Alicia Doménech era muchas cosas. CEO de su propia marca, mujer de mundo, y hermana mayor de un terco con alma de niño.
Pero esa noche descubrió que su hermano no estaba jugando a ser adulto.
Estaba amando por primera vez.
—¿Quién es ella? —le preguntó a Lautaro, mientras ambos observaban el desastre emocional desde la distancia.
—Alguien que le da miedo sentir —respondió él, con sinceridad serena.
Alicia enarcó una ceja, intrigada.
—Entonces tal vez mi hermano… haya encontrado a alguien capaz de encontrar ese corazón que él mismo creía perdido.
Lautaro sonrió, cómplice.
—Y capaz de romperle un poco el ego también. Que falta le hace.
Ambos brindaron en silencio, mientras el mundo seguía girando… y Gaspar, por fin, se detenía a sentir.
Punto de vista HELENA
Esa noche, Helena se miró al espejo.
No buscaba respuestas. Ya no.
Solo intentaba reconocerse.
Porque algo había cambiado. Lo notaba en la forma en que sus dedos temblaban al tocarse el cuello, en ese silencio que ya no era paz… sino ausencia.
Y entonces, el móvil vibró sobre la mesa.
Número desconocido.
—¿Sí?
Del otro lado, una voz que no esperaba oír tan pronto. Grave. Exhausta.
—Helena… soy yo. Gaspar.
Un nudo le apretó el estómago. No dijo nada.
—No quiero más notas. Ni más silencios —añadió él—. Necesito que hablemos. En serio.
Solo eso. Sin adornos. Sin dobles intenciones.
Un “necesito” que sonaba más vulnerable que cualquier “te quiero”.
Helena tragó saliva, cerró los ojos un instante.
Y su voz, cuando salió, no tembló.
—Dime dónde.