Punto de vista HELENA
La lluvia golpeaba los ventanales del buffet con una cadencia casi terapéutica. Como si el cielo también necesitara soltar lo que guardaba.
Helena no.
Ella ya se había prometido demasiadas veces que no iba a quebrarse otra vez.
Pelo recogido. Traje oscuro. Dignidad por delante, aunque por dentro cada silencio de Gaspar era una g****a que dolía.
Desde aquella noche… nada.
Ni una llamada. Ni un mensaje. Solo el silencio. Ese maldito silencio que dolía más que cualquier palabra dicha con rabia.
Samuel apareció en la puerta, con su impecable sobriedad. No dijo nada. Solo extendió un sobre beige, con el logo de la Fundación Doménech en tinta dorada.
Ella lo tomó sin mirarlo a los ojos.
—Gracias.
Samuel asintió y se marchó. Como si entregar aquello hubiera sido una sentencia.
Helena respiró hondo. Abrió el sobre con cuidado.
Una invitación.
"Será un honor contar con su presencia en la Gala Anual de la Fundación Doménech. Esperamos pueda asistir."
Ninguna firma. Ninguna nota personal. Solo la invitación, impresa en papel grueso, con bordes marcados…
Como las distancias que Gaspar estaba colocando entre ambos.
Apretó los labios. Sintió una punzada absurda de rabia, como si él tuviera derecho a invitarla así, después de su silencio.
¿Quién era ahora para él? ¿Una estrategia? ¿Una ausencia elegante en su evento? ¿Una herida que aún no sabía cómo cerrar?
Se levantó con la invitación en la mano. Caminó hacia la ventana.
La lluvia seguía cayendo.
Y por dentro, ella también.
Pero no iba a derrumbarse.
No ahora.
No por él.
Y sin embargo, sus dedos no soltaban la invitación.
Punto de vista GASPAR
—¿Está confirmada la asistencia de todos los aliados estratégicos? —preguntó Gaspar sin alzar la voz, revisando los últimos correos en su portátil.
—Sí, señor. —Samuel dejó una carpeta sobre la mesa—. Incluida la Fundación Santamaría.
—Y Helena. ¿Tiene la invitación?
Samuel parpadeó.
—La recibió ayer. No ha respondido aún.
Gaspar cerró la tapa del portátil. Se levantó. Se ajustó el reloj con precisión quirúrgica.
—Lo hará. Es una mujer inteligente. Sabe que no asistir es perder terreno.
—¿Y si no es terreno lo que teme perder, sino el control?
Gaspar lo miró de reojo.
—Entonces está jugando la partida equivocada. Porque aquí no se trata de control, Samuel. Se trata de resistir.
—¿A qué?
—A la tentación de rendirse antes de ganar.
Samuel esbozó una sonrisa.
—A veces me olvido de lo joven que eres.
Gaspar no respondió. Caminó hacia la ventana. La ciudad se extendía a sus pies como un tablero en espera.
Todo debía estar calculado: los nombres, los asientos, las miradas. Y sobre todo, la oportunidad de tenerla cerca sin que lo viera débil.
—Prepárate para la gala. Quiero a Lautaro en la mesa principal. E Iván también. Que vea desde el mejor ángulo lo que perdió.
—¿Y Helena?
—A su lado. Que elijan ellos el final de esta historia.
Samuel asintió, aunque en su mirada flotaba cierta duda.
Gaspar dio media vuelta.
—Y ten preparado un plan B.
—¿Temes que no aparezca?
—Temo que aparezca… y no sea la misma.
Punto de vista ISADORA
Interior de un coche de lujo. Lluvia en el cristal. Silencio tenso. Poder contenido.
Isadora observa las gotas recorrer el cristal como si fueran peones obedeciendo una partida que solo ella sabe cómo termina.
Cruza las piernas con la calma de quien nunca ha tenido que correr para llegar a ningún sitio.
En el asiento delantero, Iván sujeta el volante con los nudillos duros. Ella lo estudia desde el retrovisor, como quien examina una herramienta que empieza a oxidarse.
—¿Tú crees que una mujer se construye con amor? —rompe el silencio, su voz como terciopelo rasgado—. No, Iván. Una mujer se construye con ambición... o se la traga el mundo.
Iván resopla, con ese aire del que todavía cree tener dignidad.
—No sabía que querías a Helena hecha a tu imagen y semejanza.
Ella sonríe. No como una madre. Como una estratega.
—Yo no quiero una hija… quiero una heredera. Que no tiemble, que no sienta. Que entienda que en este mundo se gana... o se sirve.
—¿Y si no quiere ser ninguna de las dos?
—Entonces será arrasada —dice sin inmutarse.
El coche frena de golpe. Iván se gira, los ojos encendidos, pero ella no se inmuta. Ya ha domado hombres con más fuego que él.
—Si no cumples con tu parte del trato —le advierte, quitándose un guante con lentitud medida— te juro que vas a suplicar volver a cuando solo habías perdido a Helena.
—Ya la perdí. Hace años.
Ella se inclina hacia adelante. Su perfume inunda el coche como una amenaza invisible.
—Entonces haz que valga la pena. Porque si no, perderás algo más que a una mujer que nunca fue tuya… perderás la poca dignidad que te queda.
Silencio.
La lluvia no deja de caer.
Pero dentro del coche… la tormenta acaba de empezar.
Punto de vista HELENA
Ubicación: Cafetería de siempre. El rincón junto a la ventana. Dos cafés tibios. Afuera, la vida sigue como si nada.
—No sé si debería ir a esa gala —murmuré, rompiendo el silencio que nos envolvía desde que llegué.
Lautaro alzó una ceja sin despegar los labios del café.
—Oh, claro. La mujer que le plantó cara a medio bufete, que desafió a su familia, y que ha sobrevivido a Isadora... ¿tiene miedo de un cóctel con canapés?
—No es miedo —dije, y lo era—. Es… agotamiento. Todo ha pasado tan rápido. Gaspar, Iván, lo de anoche... No sé qué se espera de mí en esa sala. No sé ni qué espero yo.
Lautaro dejó la taza sobre el platito con calma.
—Helena, si tú no sabes lo que esperas de ti, ¿cómo va a saberlo alguien más?
Lo miré, sintiéndome más pequeña de lo que recordaba. Más vulnerable.
—¿Y si voy y él no me mira como antes? ¿Si finge que no pasó nada? ¿Si se ríe de mí por… por esa llamada?
—Entonces me levanto yo, lo agarro de la pechera y le doy un discurso sobre lo idiota que está siendo —bromeó, sonriendo de lado—. Aunque conociéndolo, probablemente solo apriete más esa mandíbula suya y se convenza de que lo está haciendo por tu bien.
—Eso no me tranquiliza.
—No he venido a tranquilizarte. He venido a recordarte quién eres —respondió, bajando la voz—. Y tú no eres la mujer que se esconde. No después de todo lo que has pasado. Ni por Isadora, ni por Iván, ni siquiera por Gaspar Doménech.
—Pero él me importa.
—Y por eso duele. Pero si te importa, ve. Que vea que estás viva, firme, preciosa. Y que te mire. Y si no lo hace… también será una respuesta.
Suspiré, sintiendo esa presión familiar en el pecho. Esa mezcla de orgullo y miedo que se me atragantaba desde que volví a cruzarme con Gaspar.
—No quiero que parezca que estoy yendo por él.
Lautaro ladeó la cabeza con una sonrisa ladina.
—Pues entonces hazlo por ti. Por lo que luchaste. Por lo que estás construyendo. Y si de paso te cruzas con algún CEO confundido… que se aguante.
—¿Y si me arrepiento?
—Entonces me llamas. Yo llevo vino y pizza. Como siempre.
Me reí. Porque con él, hasta lo que duele… pesa menos.
Punto de vista GASPAR
La ciudad parpadeaba tras los ventanales. Gaspar había apagado las luces, como si la oscuridad le ayudara a pensar. O a no sentir. Difícil saberlo ya.
Sobre su escritorio, la carpeta con el proyecto de la Fundación aún estaba sin firmar. No porque dudara de su viabilidad. Dudaba de él mismo.
“Si me dices que no me amas al despertar… me iré para siempre.”
La frase seguía clavada como una astilla bajo la piel. No la había dicho. Pero había estado a punto. A centímetros. A un susurro.
Y ella no había dicho nada al despertar. Solo se había ido. Como siempre. Como todos.
El sonido del móvil lo sacó de sus pensamientos. Era un mensaje de Samuel:
«Se confirma la asistencia de Helena a la gala. Acompañada de Lautaro.»
Gaspar no reaccionó de inmediato. Cerró los ojos. Inhaló. Exhaló. Como si pudiera purgar el dolor con oxígeno.
Lautaro.
Siempre tan oportuno. Siempre tan cerca. Demasiado cerca.
Apretó el puño.
—No vas a perderla por idiota… —murmuró.
Pero no se movió. Aún no.
Porque si salía corriendo a buscarla…
Sería reconocer que tenía miedo.
Y los Doménech no corrían.
Al menos, no hasta que fuera imprescindible.
Punto de vista HELENA
El vestido n***o no era sensual.
Era un arma.
Frente al espejo, Helena se observó en silencio. El escote insinuaba sin rogar. La espalda al descubierto hablaba de confianza, no de sumisión. No necesitaba joyas: la herida aún abierta en el pecho bastaba como adorno.
Sobre la cómoda, la nota de Gaspar la esperaba.
"Cuando estés bien, serena… me debes una conversación."
Helena la sostuvo entre los dedos como si quemara.
—No estoy serena. Y no estoy bien —murmuró, con una media sonrisa rota—. Pero voy a hablar contigo igual.
Se la guardó en el sujetador, justo sobre el corazón.
Que le doliera todo. Que le recordara todo.
Al abrir la puerta, Lautaro la esperaba en el pasillo. Al verla, se le escapó un suspiro entre irónico y resignado.
—¿Ese vestido viene con cláusula de advertencia?
—Viene con memoria —respondió ella, sin pestañear—. Y con ganas de poner las cosas en su sitio.
—¿Segura de ir así?
—¿Tú no irías a la guerra con tu mejor armadura?
Lautaro se quedó un segundo en silencio. Luego, asintió con respeto.
—Él no sabe lo que le espera.
—Pues que se prepare —dijo Helena, bajando las escaleras con paso firme—. Porque esta vez… la conversación la empiezo yo.
Y con cada escalón, no bajaba hacia una gala.
Bajaba hacia una batalla.