Punto de vista GASPAR
El plan no podía ser más perfecto. Un viaje de negocios. Una excusa corporativa. Un destino elegido con precisión quirúrgica. Y ella, incluida en la delegación por orden expresa. Gaspar sonrió para sí mismo mientras el avión despegaba.
La acompañante de su “rival” era la más inesperada: Lautaro. Por dentro, Gaspar hervía. Ese tipo tenía algo que no podía definir, una calma que le resultaba provocadora. Pero lo importante era que Helena estaba ahí, a unos asientos de distancia, con esa expresión tensa que lo fascinaba tanto como lo confundía.
—¿Y esa cara de póker, De la Vega? —le preguntó cuando la interceptó en la sala de conferencias del hotel.
—Estoy trabajando, señor Doménech. No de vacaciones —respondió ella, sin mirarlo directamente.
Gaspar quiso replicar, pero se contuvo. Había tiempo. Iban a estar tres días en ese maldito lugar. Lo que no sabía era lo que ese lugar significaba para ella.
Punto de vista HELENA
Lo había reconocido en cuanto bajó del coche. La ciudad. La calle. La brisa con ese olor a sal. Ese era el último sitio donde había estado con él. Su ex. Aquel que prometió amor eterno y la dejó con el alma en ruinas.
—¿Estás bien? —preguntó Lautaro, bajando las maletas.
—Sí —mintió—. Sólo estoy cansada.
—Helena...
Ella lo miró. Esa mirada suya, sin juicio. De amigo que lo sabe todo. Y no dijo más. Solo asintió. Sabía que él estaría cerca. Siempre lo estaba.
Punto de vista GASPAR
Las reuniones transcurrieron con normalidad. Hasta que Helena habló. Y todos callaron. Incluso él.
Tenía una forma de presentar las cosas que desarmaba. Su voz firme, su postura sobria. Su inteligencia no se disimulaba. Gaspar no la interrumpió, ni una vez. La escuchó, la admiró, y por un instante… se sintió vulnerable.
Después de la reunión, se acercó a ella.
—Has estado brillante —dijo sin rodeos.
Ella lo miró con desconfianza. Como si le costara creerle.
—Gracias —dijo seca.
—Deberíamos salir a cenar. Este lugar tiene un restaurante magnífico.
—No vine a cenar, señor Doménech.
—¿Siempre tienes que mantener esa muralla? —preguntó, bajando la voz.
Ella lo miró a los ojos. Y por un momento, dudó. Por un momento, quiso decirle que sí. Que salir con él sonaba bien. Que, que alguien la mirara así… era hermoso. Pero se tragó las ganas.
—No eres para mí —dijo con suavidad.
Y se fue, dejándolo ahí, como un niño con el juguete que no puede tener.
FLASHBACK DE HELENA
Se alejó sin mirar atrás, aunque su corazón le pesaba como piedra.
Caminó por el pasillo del hotel y, sin querer, sus pasos la llevaron hacia el restaurante que Gaspar había mencionado.
Lo reconoció al instante.
La misma iluminación cálida. Las mismas sillas tapizadas en terciopelo rojo. Incluso el mismo camarero.
Solo faltaba él.
El otro.
Flash de una imagen:
—Sin tu dinero, Helena, no eres suficiente —le dijo aquella vez, sujetando su copa de vino con arrogancia.
—¿Perdón?
—Vamos, no te hagas la sorprendida. Yo necesito a alguien que encaje. Y tú, con tu apellido de museo, no llenas ninguna portada. Me voy a casar con Lucía. Todos la adoran.
Lucía. La rubia perfecta. La cara de la universidad. La familia con contactos.
Helena había salido de ese lugar con las mejillas encendidas de vergüenza. Ese día aprendió a esconder su corazón detrás de un muro de elegancia fría. A fingir que nada dolía.
Y ahora, años después, otro hombre le ofrecía cenar en ese mismo lugar. Otro con poder. Otro con ojos hermosos. Pero esta vez, ella no iba a ser la ingenua.
Punto de vista HELENA
Entró en la habitación del hotel y se dejó caer sobre la cama. No lloró. No aún. Solo respiró hondo. Le temblaban las manos. No por Gaspar. Por todo. Por ese sitio. Por las promesas rotas. Por las palabras que nunca se dijeron.
Lautaro apareció minutos después con dos cafés.
—Sabía que no cenarías —dijo, sentándose a su lado.
Ella apoyó la cabeza en su hombro. Como cuando tenían diecisiete.
—¿Recuerdas la última vez que estuve aquí?
—Sí. Recuerdo cómo volviste.
—Nunca pensé que volvería.
—Y sin embargo, aquí estás.
Helena no dijo nada. Solo cerró los ojos. Y dejó que el silencio hiciera el resto.
Punto de vista GASPAR
Esa noche no pudo dormir. O eso creyó. Porque, de pronto, el mundo se tornó niebla y fuego.
Helena estaba allí, en medio de un salón antiguo, encadenada a una columna de mármol. Vestía de n***o, su rostro sin expresión, como si hubiese aceptado su encierro. Un hombre con rostro borroso la vigilaba. No era Lautaro. Era alguien sin nombre, sin alma, pero con poder sobre ella.
Gaspar quiso gritar, correr hacia ella, romper todo. Pero no podía moverse. Las piernas le pesaban como plomo.
Entonces Helena lo miró. Directo. Su voz llegó como un susurro roto:
—No te rindas. No aún.
Y luego bajó la mirada. Como si supiera que él iba a fallar.
Gaspar dio un paso. Luego otro. Y con cada paso, algo ardía dentro de él.
—Rompe las cadenas —dijo ella, esta vez con fuerza.
El grito lo despertó empapado en sudor, con el corazón a mil.
No había ganado. Pero tampoco había perdido.
Y si ella estaba atrapada…
Él iba a ser quien forjara la llave.
Punto de vista GASPAR
Llovía. El cielo parecía desangrarse, como si supiera que lo que sentía él no tenía palabras.
Desde el coche, Gaspar los observaba. Quieto. Sosteniendo la mandíbula para no apretar los dientes.
Lautaro desplegó el paraguas con una naturalidad que le resultó insultante.
Y Helena… Helena caminó hacia él sin dudarlo. Se colocó a su lado, bajo ese maldito paraguas, como si ese fuera su lugar. Como si el mundo entero ya supiera que era ahí donde encajaba.
No eran amantes. No necesitaban serlo.
Eran algo peor: confianza silenciosa. Vínculo construido antes de que él llegara. Complicidad que no podía tocar.
Gaspar tragó saliva.
Nunca se había sentido tan fuera. Tan lejos.
Ella giró el rostro apenas. Lo miró. Solo un segundo. No había sonrisa, ni sorpresa. Solo una certeza incómoda: sabía que él estaba allí.
Y aun así, no cambió el paso. No titubeó.
Gaspar cerró los ojos.
Sintió ese nudo en el pecho que no se iba ni con rabia ni con orgullo.
No había ganado.
Pero tampoco había perdido.
Y si algo sabía bien… era que lo mejor de un juego es cuando el otro aún no ha entendido que ya ha empezado.
—Este tablero es mío, Helena —susurró para sí—. Y vas a ver cómo juego.