Hice malabares para subirme a la moto y no quedar desnuda en el proceso, el vestido elegante que tengo, no me permite abrir muy bien las piernas, lo hice con todo el cuidado del mundo, pero al final supe que de nada valió porque escucharlo decir.
—Bonita tanga—supe que la lencería que me puse únicamente para que mi novio la pudiera disfrutar, ahora un completo desconocido se había llevado el crédito.
Aceleró en cuanto me agarré a sus caderas. Aquel gesto bastó para que lo escuchara reír.
No había ni un ápice de inseguridad en él y, aunque no podía asegurarlo, tenía la impresión de que estaba disfrutando el hacerme sufrir. Soltó una de sus manos y cubrió su garganta abrochándose el botón de la chaqueta de cuero. Lo hizo con lentitud y sin dejar de acelerar; pareció darle igual manejar la motocicleta con una sola mano y a una fuerte velocidad que me hizo temblar. Cerraba los ojos deseando llegar rápido, por mi mente pasaban miles de imágenes donde terminaba con las piernas raspadas —¿Podrías estar pendiente de la carretera? —hablé alto para que me escuchara por encima del fuerte viento y del casco que me hizo usar, pero él no lleva nada para asegurar su vida.
> pensé chistosa.
—¿Tienes miedo, chica sin nombre? —preguntó con sorna antes de soltar el manillar por completo. Abrió las palmas de las manos y las levantó. Me agarré a él aún más fuerte.
—Eres un loco, psicópata, violador— grité furiosa mientras sentía cada músculo de su vientre.
—Lo de violador quítalo de tu lista— vociferó riendo— por el momento— agregó después de varios segundos de silencio.
Suspiré.
Volvió las manos a su sitio mientras soltaba una carcajada.
—No vuelvas a hacer eso, ¿de acuerdo? —Le di un manotazo en la espalda.
—Tranquila… —replicó todavía sonriente. La desolada carretera se abría paso ante nosotros—. ¿Tienes frío?
No le respondí nada, ya había sido demasiada mi cercanía con él y de cierta manera sentía que no era debido continuar, con esta charla, además de que conocí su intención de pasarme su chaqueta.
El frío calaba cada uno de mis huesos y cuando me creí morir al fin habíamos llegado a mi casa, ya de madrugada, cuando pude divisar la entrada; mi corazón latió frenéticamente al visualizar a José esperándome.
—Gracias por nada y espero no volver a verte— le expresé al hombre que me trajo a casa, sé que él no tiene la culpa de nada, pero igual quería alejarlo para que no volviera más.
José nos estaba mirando, no sé si con molestia, pero no dejaba de observarnos y cuando me decidí a dar varios pasos vacilantes para ir a su lado sentí que de repente alguien me agarró por la espalda y cuando quise saber de qué se trataba ya tenía los labios del desconocido sobre los míos.
Lo quise apartar juro que lo quise hacer incluso apreté mis labios negándome a su beso posesivo y demandante; esto era algo nuevo y mi subconsciente me ordenaba que se siente bien.
El aliento mentolado que tanto me gusta, me invitaba a morderlo, sin embargo, me decía una y otra vez que yo no soy así y que no debo sucumbir ante el deseo. Además de que José se encuentra mirándonos fijamente, qué pensaría de mí, si abandoné su exposición exigiendo respeto y aquí estoy yo en los brazos de un desconocido del cual no me puedo apartar. Es como si un magnetismo me mantuviera pegada a él.
En el momento que una de sus manos fue a parar a mi nuca, perdí la poca cordura, apretaba mi cuerpo a su antojo, como nunca he dejado que mi novio lo haga y sin ser consciente de mis acciones me apreté contra él hundiendo mi boca en la suya, entreabrí los labios y nuestras lenguas se rozaron. Respondí a su beso con tal intensidad que hasta él pareció sorprenderse. Casi me parecía un milagro estar logrando permanecer en pie. Me temblaban las piernas y el corazón parecía que se me iba a salir del pecho en cualquier momento. Él, con exquisita avidez, me besaba mientras sus manos me mantenían firme apegada a mi cuerpo. Pensé que tanto deseo acumulado en mí no encontraría satisfacción en un simple contacto entre nuestros labios, sin embargo, también era consciente de que la desesperación me dominaba y la falta de calor de parte de un hombre. El tacto de su piel, el cítrico aroma masculino, su aliento cálido, sus manos explorando mi cuerpo provocaba que mi pecho se me dilatara al inspirar.
—Emma— el grito de José me hizo despertar y alejar al desconocido, no lo pude mover como quise, pero al menos apartó sus manos de mi trasero y su boca de la mía.
Mi cuerpo reaccionaba a la proximidad del suyo. Aunque él estaba a una cierta distancia, yo notaba la embriagadora atracción, el empuje magnético que se producía al estar cerca. Di un paso hacia un lado mientras escuchaba a mi novio, o bueno, ex novio resoplar, mirando fijamente al desconocido a quien observé y tenía una sonrisa de triunfo en los labios.
—Tanto pudor y buscaste la excusa más cursi y estúpida para dejarme en completo ridículo, para esto— gritó y me señaló a mí y luego al idiota a mi lado; el desagradable mal olor alcohol golpeo mis fosas nasales. Arrugué el entrecejo e hice un mohín con los labios.
—Te…. Juro que no es como lo piensas— quise defenderme, pero después de tal demostración con que excusa puedo acogerme ante su acusación.
—Mira no puedes negarlo ¿cierto? Y lo que más me duele es que te he pedido matrimonio y mira tal parece que has estado celebrando tu despedida de soltera por adelantado— se burló, pero su dolor es palpable. Los ojos rojos llenos de lágrimas, sin contar el grado de alcohol en su cuerpo me dejan saber que ha estado sufriendo desde temprano.
—No sé de qué matrimonio me hablas. Ya el licor te está haciendo decir cosas incoherentes— le expuse, caminé hacia él y agarre su mano— ven vamos adentro— él se soltó de mi agarre con violencia.
—Mataré a este desgraciado, por tocarte, eres mía Emma— gritó enfadado y yo miré para los lados con miedo a que los pocos vecinos que tengo se puedan levantar a presenciar este show.
—Él no es importante. ven— nuevamente tomé su mano y esta vez él no me alejó, sino que me acerco a él y sentí asco, por primera vez mi cuerpo lo rechazaba.
Tengo muy en claro que lo amo y que tiene que ser por la situación— pensé entendiendo la reacción de mi cuerpo.
Fui jalada por una mano, apartándome de José y en cuanto giré mi rostro ahí estaba el desconocido metiche, montando una escena de celos o no sabría como llamarle.
—¡Suéltala! — exclamó José tratando de golpearlo, pero no le hizo nada porque su golpe fue a parar a otro lado menos a su cara.
—¿Qué haces, suéltame? —le ordene sin gritar demasiado, ya con José era mucho el ruido.
Su tacto quemaba y me enviaba miles de toques eléctricos por todo el cuerpo que me hacían estremecer. Con tenerme así agarrada sentía que de cierto modo me estaba poseyendo; eso no era normal, no soy así de libidinosa.
—No me iré hasta que él no lo haga también y si en osas retarme y lo deja dormir dentro de tu casa o a tu lado conocerá un lado mío que no te agradará — me susurro amenazante muy cerca de mi oído dejando que su aliento caliente acariciase la piel de mis mejillas.
—Pero ¡quién diablos te crees! — Ahora si me encontraba gritando y después de conocer a este hombre he dicho más palabras obscenas que las que he pronunciado en mis veinte y tantos años.
Él me soltó y se marchó como si nada hubiese pasado y antes de que se subiera a su moto de la muerte balbuceé.
—Este loco piensa que va a venir a mangonearme— se giró de manera extraña porque parecía como cuando alguien escucha tus susurros o balbuceos y le sostuve su mirada fría. Luego no pude más, parpadeé y aparté la mirada.
(…)
—Hace cuanto me engañas — me preguntó José en el momento que ingresamos a la casa, mientras yo no paraba de observar a través de las ventanas sintiendo que estaba siendo vigilada por alguien.
>me reproché mentalmente a mí misma por la paranoia que siento después de su amenaza.
—Nunca te he engañado y sabes que, ya estoy cansada de tanto responder, mejor vete— le respondí cansada de dar explicaciones que de todos modos no servirán de nada.
Él se acercó y creí que lo hacía con el fin de seguir discutiendo, tomó mis manos entre las suyas —déjalo por favor, vamos a casarnos—me pidió suplicante y si él no estuviera ebrio juro que hubiera olvidado lo sucedido y de mis labios en estos momentos habría salido un sí, fuerte y muy seguro.
Nuestra relación tenía escasas posibilidades, porque sé que en el momento que él esté sobrio me aborrecerá al pensar que le he sido infiel.
—Si mañana, sigue en pie tu propuesta te daré la respuesta que esperas—esa fue mi respuesta y al parecer no le agradó, ya que su rostro se descompuso y sin decir nada más soltó mis manos y se alejó, yéndose en ese estado. Quise detenerlo y pedirle que se quede, pero era como si mi boca y cuerpo no le respondieran a mi cerebro.