Llegamos al hospital San José, Nery me dirigió a la habitación en que Jean estaba y Aron, que nos vio de lejos, se apresuró a seguirnos. Arrastrada por un hombre dispuesto a todo por abrirme los ojos y obtener lo que quería, entré a la habitación de la persona que no quería ver. Jean estaba dormido y, a pesar de las reiteradas peticiones de Aron para que saliéramos del sitio, Nery me empujó a la cama gritando sus molestias. —¡Anda —dijo en serio enfurecido—, ahí está el hombre que amas y el asesino de tu prometido, pregúntale, has que te diga la verdad! —No —dije—, Jean no lo mató, él no fue. —Claro que sí —aseguró Nery volviendo a jalarme por el brazo—, tú lo leíste, con su puño y letra estaba escrito, además lo firmó. Ahora abre los malditos ojos y exígele que te diga la verdad.

