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"He de decir que no está mal." Esas palabras no eran precisamente las más bonitas que me habían dedicado nunca, pero viniendo de ella...me había dejado un trocito de mi alma en ese muro solo para impresionarla y, por suerte, lo había conseguido. Sin embargo no era como el suyo, que despedía luz y color, parecía en movimiento como si fuese a salir de la pared en cualquier momento, y solo era un tren de juguete. Definitivamente ella era Free Spray solo una artista de esa magnitud puede hacer que el dibujo cobre vida de tal manera. —Deberíamos volver a casa, mañana hay instituto, las vacaciones no duran eternamente.— por desgracia tenía razón. —¿Vas a ir?— pregunté con media sonrisa, ya que creía tener la fuerza de convicción necesaria para llevarla por el mal camino y saltarnos el lunes. —¿Tú qué crees?— puso los ojos en blanco, iba a ser difícil convencerla.—Has visto a mi padre, pues imagínate que se entera de que una de sus herederas no va a clase.— más que difícil, imposible. —Entiendo...—y yo que no le podía imaginar más amenazante que cuando le vi. Volvimos a nuestras respectivas casas porque ella ni siquiera quiso considerar mi propuesta de fiesta de pijamas, una pena, porque quería lucir mi pijama de Bob Esponja. Al día siguiente lo que menos me apetecía en el mundo era madrugar para ir a otra de esas clases en las que los profesores me recuerdan mi potencial, que me estoy desaprovechando, que me conformo con la mediocridad pudiendo llegar mucho más lejos, que si me esforzara más ya tendría cualquier carrera y blah blah blah. Salí de la ducha y me vestí rápidamente para olvidar el frío que hacía en mi cuarto de baño antes de que los rayos de sol lo inundasen. Estaba horrible, las ojeras casi ocultaban mis ojos y la piel de mi cara había tomado un tono ceniciento que carecía de la luz de siempre, estaba como ennegrecida y envejecida por el cansancio. El espejo me había hecho consciente, pero tampoco podía esperar otra cosa después de haber dormido cuatro horas. Llamaron a la puerta y fue como un sonido celestial para mí, era la señal de que Ana estaba lista. Me puse la chaqueta y la mochila por encima lo más velozmente que pude y abrí deseando no hacerla esperar. Sin embargo, esa no era Ana. —Holiwis guapi.— esas palabras nunca hubieran salido de su boca. —¿Y tú quién eres?— pregunté con tono despectivo. Claro que sabía la respuesta perfectamente, era Marta, se supone que soy el chico malo al que todo le da igual pero sé los nombres y primer apellido de todos los estudiantes de mi curso, e incluso recuerdo el cumpleaños de toda mi clase. —Soy yo, tontito.—se alisó más su engrasado y lacio pelo rubio falso.— Quiero que me acompañes al insti cielito. —No.— hay que reconocer que tenía valor al venir a mi casa y exigir nada. —¿Por qué cari?— de pronto se interesaba por mi opinión, aunque solo vagamente. —Voy con otra.— no fue tanto un intento de provocar sus celos, si no usar a Ana de barrera humana para establecer distancia entre nosotros. —Yo puedo hacer que olvides a esa otra.— colocó sus manos en mis muñecas y rodeó su cintura con ellas hasta llevarlas más abajo de su espalda.—¿Olvidada?— mordió su labio inferior y hundió la cara en mi hombro pasando una mano por debajo de mi camiseta mientras se le caía la baba (no metafóricamente, se me quedó la piel húmeda). –No. —aparté las manos y di un paso atrás . —¿Qué tiene esa que no tenga yo?— colocó los brazos en su cadera en forma de jarra lo que hacía que su escote se pronunciara aún más. —Inteligencia, creatividad, honestidad, naturalidad y una perspectiva distinta para verlo todo.— desde luego había pasado demasiado tiempo pensando en todo lo que me gustaba de ella. —Esto es ridículo.— tampoco se esforzó en debatir si ella poseía esas cualidades o no, dio media vuelta y se fue como había venido. En ese momento la puerta de mi vecina favorita se abrió. —Wow.— reaccionó tímidamente al ver cómo se alejaba. —Lo sé, ¿cómo habrá entrado?— desde luego el edificio carecía de seguridad. —Como todo el mundo, gritando «cartero comercial».— puede que tuviese razón. —Pero no me refiero a eso, yo hablaba de lo que dices de mí ¿por qué era yo, verdad? —Claro, y todo es cierto, lo he dicho como lo siento.— de perdidos al río, ya no tenía sentido ocultar mis sentimientos hacia ella. —Eso es tan... empalagoso.— sonrió mientras cerraba la puerta tras de sí y comenzaba a bajar las escaleras. —También me gusta tu culo, por si quieres contrarrestar lo empalagoso.— admití a la par que disfrutaba de las vistas. ()()()()()()()()()()()()()()()()()()()()()()() A primera hora tecnología con el amargado de mi profesor, me planteé seriamente tirarme por las escaleras para que me tuviesen que llevar al hospital. Pero deseché la idea ya que era hora punta y me iban a pisotear, habría formas menos dolorosas de librarme de semejante tortura. Diez minutos después de que sonara la alarma que indicaba que las clases empezaban, abrió la puerta. A día de hoy sigo sin entender por qué si está ahí metido sin hacer nada no empezamos la clase a la hora que debería empezar. Entramos en el aula con el barullo habitual de una clase, salvo por el hecho de que somos cinco personas, no exagero, literalmente cinco personas. Bruno, Alex, un tipo que no sé cómo se llama dándose el lote con otra que tampoco sé quién es y yo. Alex se acercó a mí tarareando la banda sonora de Dark Vader en Stars Wars, al menos así me alegró un poco el comienzo del día. Eso es lo que me gusta de Alex, es feliz en su idea de lo que es el mundo y le importa una mierda lo que los demás opinen. Lo cierto es que o le adoras o le odias, no tiene punto medio . Y qué remedio, yo soy del grupo de los que le adoran (un grupo reducido a decir verdad ). —¡Alex!— exclamé luciendo una sonrisa. —¡Ana!— contestó él con la misma actitud. Me lancé a sus brazos y él me acogió con energía, yo enrollé mis brazos a su alrededor y apreté, él me lo devolvió con algo de fuerza; le enrosqué y cuando me la iba a envolver a su alrededor a modo de serpiente constrictora Bruno tosió falsamente para llamar la atención. Tuvimos una conversación breve e incómoda sobre el examen de matemáticas que tendríamos la semana siguiente, los dos son adorables a su manera pero son dos maneras tan distintas que cada vez que se juntan se masca la tragedia. Cortamos la conversación porque el profesor estaba diciendo en voz baja algo inaudible desde la penúltima fila que era donde yo tenía asignado el sitio. Sí, asignado, porque pese a tener la clase casi vacía el profesor decidió que era muy importante que yo estuviese sentada tan lejos; se suponía que nos cambiaba cada semana más o menos, pero solo lo hacía cuando le venía en gana. Llegaron dos personas más y sinceramente yo no esperaría más gente. Una corriente de aire gélido llegó desde la ventana y la cerré tiritando. Os preguntaréis qué hacían las ventanas abiertas a finales de enero, mi maravilloso profesor aún teniendo la clase empapelada con carteles antitabaco y perseguir a los alumnos que fuman como el que más, siempre llegaba con los ojos rojos y oliendo a humo, abría las ventanas para disimularlo pero puedo asegurar que no le funcionaba.
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