Manuel Gabriel se sentó en la mesa más alejada del comedor, la que no se usaba a menos que hubiera una reunión, como me habían explicado. Lo llamé señalando el lugar que ocupaba Basilio en su momento, pero él no hizo más que negar con la cabeza. Solté un suspiro, agarré mi plato y mis cubiertos, y fui hasta la mesa para sentarme al lado suyo. Me miró sorprendido por mi acción, después miró a nuestro alrededor, pero le resté importancia haciendo una seña con la mano. —Nos están mirando —susurró. —No te preocupes, ya se están acostumbrando a que cambie las cosas por acá —me miró unos segundos con una sonrisita en los labios—. Entonces, ¿te quedás? —Sí, no me queda otra. No tengo a dónde ir —hizo una pausa—. ¿Puedo hacer algo para pagar la ayuda? —No tenés que pagar nada, Gabi. —Quisier

