Manuel —¿Te ayudo? —pregunté mientras María preparaba el desayuno. —No se preocupe, Padre. —Tuteame, no hay problema. —No puedo, ya conoce las reglas. Tampoco debería estar acá, Padre. —Sí, Padre Manuel, puede ir a orar o a descansar. —Me levanté hace media hora, Nieves, no estoy cansado. La mujer iba a decir algo, pero la voz de Basilio cantando una alabanza la hizo enmudecer, me hizo una seña para que saliera de una vez de la cocina. No tuve otra opción que hacerle caso, después de todo, todavía no me hacía cargo de la parroquia y no podía ir en contra de las reglas que ya estaban implementadas. El Padre me saludó con una sonrisa como si no me hubiera visto hacía diez minutos en el pasillo de camino a su oficina. —Te busca Gabriel en la parroquia, parece que esperó hasta que abri

