Gabriel —¿Estás contento? Se te re nota en la cara, Gabo. —Callate, te pueden escuchar —susurré—. Esperá a que nos alejemos un poco. —¿Querés venir a mi casa un rato? Miré la hora, casi eran las seis de la tarde. —Bueno, un rato no más. Ya sabés que tengo que volver a casa y prepararme para la misa. —¡Qué paja! —dijo cuando salimos de la parroquia. —No hables así. —Parecés mi abuela —soltó una risita burlona—. Dale, tenemos la misma edad, no puede ser que hables como una jubilada. —Soy educado. —Sos un mojigato. —No es cierto. —"Mentir es un pecado" —Eso es de santurrón, no de mojigato. Soltó una carcajada. —Bien jugado, Gabo —hizo una pausa—. Che, ¿de verdad te gustó lo que leyó el Padre? —Sí, me gusta mucho esa historia, es sobre una amistad. —¿Amistad? Yo pensé que eran

